Renee Rose
Ginrummy
Le suena el teléfono celular. Son las ocho de la noche y todavía está en SeCure, pero eso no es inusual. No es inusual que la mitad de los empleados estén allí. Trabajan bajo horario flexible y muchos programadores trabajan mejor por la noche.
El señor X lo está llamando.
Sí, en serio. El cabrón se hace llamar «señor X».
No sabe cuántas personas tiene debajo o detrás de él. Hizo su mejor esfuerzo y todo lo que se le ocurrió fue que el señor X no existe. Es parte de una poderosa red de crimen organizado.
Pues, lo que sea. Haría su parte del trabajo y se convertiría en un hombre rico. Tal vez incluso le advertiría a Kylie que se escondiera antes de que el FBI la atrapara. O no. Todavía no ha tomado una decisión sobre ella. Se siente más atraído y repelido por ella ahora que la ha conocido en persona.
Contesta la llamada.
—¿Qué pasa?
—Parece que tu amenaza no fue lo suficientemente convincente.
No es una sorpresa. Es Gatichica, después de todo.
—¿Cómo lo sabes?
—Sus maletas están empacadas. Sin embargo, recogimos a la anciana con la que vive. Nos encargaremos de ahora en adelante.
Se le detiene la respiración y se siente mal del estómago. «O sea, obvio». Por supuesto, estos tipos no descartarían los secuestros. Dios, probablemente tampoco descarten los asesinatos. Un escalofrío le recorre las extremidades. ¿Qué harán con la anciana? ¿Qué harán con Kylie?
«Mierda».
No quiere ser parte de todo esto. Pero sí quiere los cincuenta millones de dólares y el pasaje seguro fuera del país que le prometieron. Y es por eso que se ha asociado con hombres como el señor X. Están dispuestos a hacer las cosas sucias. Todo lo que él tenía que hacer era escribir el código.
Y es demasiado tarde para echarse para atrás. Sí, tiene el presentimiento de que la única forma de salirse de esto ahora es con una bala en la cabeza.
***
Kylie
Me tiemblan las piernas cuando entro a la ducha. Puede que todavía esté mojada, pero estoy segura de que ya no tengo frío. «Santa cogida con los dedos, Batman». Y ahora veo la ventaja de tener una pareja sexual real. Te hacen cosas que no sabías que eran posibles.
Todo este tiempo me había contentado perfectamente con ver porno y usar a mi novio de baterías. Me saco los vaqueros mojados y me quito el sujetador y las bragas.
«¿Quién te ha visto con estas lindas bragas?»
¿De verdad se enojó por algún hombre imaginario? Un escalofrío me recorre y me coloco bajo el chorro de agua. ¿Es eso una gran señal de advertencia? Tal vez esté tan perturbado como lo había retratado en el ascensor. ¿Me tendría encerrada en un armario para azotarme luego?
Dios mío. La sola idea de estar confinada en un espacio pequeño hace que el plexo solar se me tuerza. Borro el pensamiento, centrándome en cambio en la parte de los azotes.
Me «azotó».
Una sonrisa me aparece en la cara y llevo una mano atrás para tocarme el trasero, que arde un poco bajo el chorro de agua tibia.
«Rico».
En serio, eso fue lo más caliente que me ha pasado.
De acuerdo, sí, es la única cosa caliente que me ha pasado en la vida.
Aún no me han desflorado. He tenido una vida tan extraña que nunca pude confiar en nadie. Comencé la universidad a los dieciséis años, tuve algunas relaciones insatisfactorias en las que abandoné mi objetivo de perder la virginidad y en su lugar hice mamadas. Así que sí. Esa es mi vida sexual en pocas palabras.
Una completa virgen a quien Jackson King la cogió con los dedos en el baño después de confesar que lo hackeó de adolescente.
El hecho de que me satisficiera a mí y no a él mismo es un argumento en contra del factor perturbador. Pero, ¿quién o qué lo detuvo cuando estaba lista para hacerle sexo oral? Oyó algo en la casa.
¿Tiene un compañero de casa? ¿Una novia secreta? ¿Ama de llaves? ¿Un chico que limpia la piscina?
Aunque no disfruté de ninguna de mis primeras experiencias con hombres, estaba totalmente lista para dejar boquiabierto a Jackson. Se me hizo la boca agua por saborearle el pene, por darle placer como una estrella del porno.
Ojalá haya otra oportunidad. Me paso las manos por el trasero de nuevo, repitiendo los azotes. Apoyando la frente contra la baldosa, llevo los dedos a mi entrepierna.
«Ohhh». Nunca había estado tan resbaladizo e hinchado. Me imagino que Jackson entra a la ducha conmigo y su enorme cuerpo me apiña contra la pared. Me ordena que ponga las manos en la pared y me da nalgadas hasta que le pida que se detenga, luego me agarra las caderas y me penetra por detrás. Subo más los dedos, ondulándolos entre mis piernas.
Un segundo clímax me atraviesa y la cabeza me da vueltas por el calor. Respiro profundamente hasta que las estrellas se desvanecen y luego cierro el agua.
Cuando salgo, mi ropa mojada ya no está, y una toalla y una sudadera del MIT cuidadosamente doblada están sobre la encimera.
Un rubor de vergüenza me invade. ¿Entró mientras me masturbaba? Agarro la toalla y me seco, luego me pongo la sudadera caliente. Me queda enorme, cayendo hasta la mitad del muslo como un vestido de jersey, lo cual es bueno, ya que no me dejó bragas. Me encanta usar algo que le pertenece. Me lo acerco a la nariz y aspiro su leve aroma.
No puedo dejar de pensar en sus gruesos dedos moviéndose dentro de mí y de repente me muero por tener el paquete completo. Conseguir que Jackson King me quite la virginidad sería la máxima satisfacción en la fantasía de una chica hacker. Pero no, no se trata de marcar una casilla o tener sexo con una persona famosa.
Se trata de la pura atracción animal entre Jackson y yo. La sentí en el ascensor antes de saber quién era. Me encantó la forma en que me dominó allí tanto como me encantó estar inclinada sobre la encimera de su baño preparada para los azotes.
Busco un cepillo, pero este parece ser un baño de visitas. No hay artículos personales en ninguna parte, solo artículos de limpieza y papel higiénico. Me paso los dedos por el pelo mojado y salgo.
La casa, o mansión, en realidad, es enorme. Bajo la escalera curva y sigo los sonidos de movimiento hasta una cocina enorme y abierta.
Sin embargo, el hombre de pie detrás de la enorme isla cubierta de granito que come embutidos directamente del recipiente con los dedos no es Jackson.
—Oh, hola —digo tontamente, haciendo un pequeño gesto con la muñeca.
Es joven, de mi edad o menor, con el pelo rubio desordenado y húmedo como yo. Los magros músculos de sus brazos están cubiertos de tatuajes y tiene las dos orejas llenas de aretes. Tiene el porte inmóvil de un depredador y me ve acercarme sin moverse.
Bajo el dobladillo de la sudadera de Jackson.
—Eh, soy Kylie —ofrezco, con la esperanza de que se presente.
—Sam. —Por algún motivo tengo la sensación de que no le agrado.
Mierda. ¿Jackson es gay?
—¿Jackson y tú son…?
Rompe su comportamiento frío con el destello de una sonrisa.
—Es mi hermano.
Me quedo boquiabierta. Claramente no es un hermano de sangre. No se parecen en nada.
—Parece que tú también estabas, eh, bajo la lluvia.
El joven no responde.
—Veo que ya conociste a Sam. —La voz profunda de Jackson me envía escalofríos por todo el cuerpo, como secuelas de mi clímax. Mis clímax. Porque ciertamente fue responsable de ambos.
Miro del enorme cuerpo de hombre montañés de Jackson y su cabello oscuro hasta el delgado y musculoso hombre, y no estoy convencida de que no sean amantes. Especialmente porque Sam lo mira a Jackson como diciendo «¿Qué carajo es esto?».
¿Por qué eso me desespera a querer reclamar mi derecho sobre Jackson? Pero no soy quién para hacerlo. Estoy en un gran problema con mi empleador y mis chantajistas, y tenemos que planificar nuestro ataque.
—¿Quieres ver lo que hay en la memoria USB? —pregunto. El sobre con la amenaza y la memoria USB desapareció del baño mientras me duchaba. Aunque todavía no ha sucedido nada terrible, todavía no estoy segura de haber tomado la decisión correcta al venir aquí. Al confiar en alguien que no sea mi familia. Recuerdo lo mal que le resultó eso a mi padre.
Jackson me asiente con la cabeza.
—Sí. Le echaré un vistazo —dice con desdén.
Odio no tener control sobre esto. Es decir, soy una hacker de pies a cabeza. Necesito ver el código, saber lo que estaban planeando. Especialmente porque me involucra.
—¿Puedo verlo yo también?
Jackson lo piensa por un momento.
—¿No lo viste antes de traerlo aquí? —A pesar de que acabamos de compartir el momento más ardiente e íntimo de mi vida en el piso de arriba, ha regresado a ser un hombre serio de negocios. Su rostro podría estar tallado en granito.
Niego con la cabeza.
—¿Quieres verlo ahora? —No agrego el «juntos» que tengo en los labios.
—Quiero verlo primero —dice—. Solo.
Suenan las señales de alarma. ¿Cometí un error al traer esto aquí? ¿Al no manejar las cosas por mi cuenta? Ahora mi destino está en sus manos y todavía no sé qué es lo que va a hacer.
—Yo también soy bastante buena para hackear, sabes.
Entrecierra los ojos.
—Eso lo recuerdo. —Mira a Sam—. Mi nueva empleada resultó ser la única hacker que ha penetrado mi código. —No puedo entender si todavía está enojado o si detecto una nota de admiración allí—. Y supuestamente acaba de recibir una carta de chantaje pidiéndole que instale malware en nuestro sistema a cambio de silencio sobre su identidad de hacker.
«Supuestamente». El golpe se siente como una granada de mano en el plexo solar. ¿Acaso no me cree? Por supuesto que no. ¿Por qué lo haría? El hecho de que a los dos nos gustaría desnudarnos no significa que debamos confiar el uno en el otro.
Excepto que yo sí quiero confiar en él. Y probablemente sea mi enamoramiento de adolescente desacertado, pero quiero desesperadamente que Jackson vuelva a confiar en mí.
Pero demonios, tal vez su plan sea entregarme a la policía tan pronto como sepa con qué está lidiando.
***
Jackson
Kylie palidece cuando digo que supuestamente la han chantajeado. Si no fuera por el dolor que leí en su rostro, podrían haberme quedado dudas sobre ella. Pero es tan palpable que juro que puedo olerlo.
Y luego, esta nueva parte de mí que está siendo impulsada por el apareamiento quiere acercarse y compensarla por haberla herido. Está de pie en el lado opuesto de la isla de Sam, que se ha comido tres paquetes de embutidos desde que estamos aquí. Me acerco a ella y le doy a Sam una mirada de advertencia por la carne. Inmediatamente retira los paquetes vacíos y los tira a la basura, lo que, por supuesto, solo llama más la atención sobre su apetito carnívoro.
—Sí que tenías hambre —observa Kylie.
Mi oído de lobo detecta el sonido de su estómago crujiendo. No quiero alimentarla. Bueno, eso es mentira, pero tengo que sacarla de mi casa antes de hacerle algo imperdonable a ese cuerpecito ardiente suyo. Está ahí parada con nada más que mi sudadera que se le resbala por el hombro, lo que se ve increíblemente sensual. Saber que puedo tocarle el coño desnudo con tan solo estirar la mano me hace apretar los puños sobre la encimera.
—¿Tienes hambre, Gatichica?
Ella duda por un momento y luego niega con la cabeza.
Ladeo la cabeza, molesto porque me mintió. Si Sam no estuviera allí, le daría una segunda azotada por ello.
—Dilo en voz alta —le digo quedamente.
—¿Qué?
—Estás mintiendo. Quiero escucharte decirlo en voz alta para saber cómo suena cuando mientes.
Se sonroja hasta las orejas y, esta vez, disfruto al incomodarla. He visto a cientos de empleados u otros lobos inquietarse bajo mi dominio, pero nunca me excitó de esta manera. Quiero desnudarla, atarla e interrogarla con una fusta.
Y esa imagen no me ayuda a mantenerme distanciado. En absoluto.
Pero ella se recupera y levanta la barbilla.
—No vine aquí a comer.
—Sam, preparale algo —ordeno. Tan pronto como lo digo, me doy cuenta de que le parecerá raro. Sin conocer la dinámica de una manada, lo verá exactamente como el chico que recibe los azotes que describió en el ascensor.
Para empeorar las cosas, Sam me lanza una mirada de reprobación antes de obedecer. Saca un paquete de fiambres, pan y condimentos y comienza a hacer un sándwich sin preguntarle qué le gusta.
Me molesta más de lo que debería, pero el estómago de Kylie se queja de nuevo y mira la comida con aprecio, así que me imagino que está bien.
—Te llevaré a casa. Vas a venir a trabajar mañana como si nada hubiera pasado. Avísame si vuelven a contactarte —le digo mientras Sam prepara el sándwich.
Ella deja escapar una bocanada de aire impaciente, pero baja la barbilla.
—Sí, señor.
El pene se me pone duro como una roca. Escuchar esas palabras, las mismas que normalmente me molestan muchísimo si vienen de los empleados que me besan el culo, se siente como una victoria total. Esta vez la imagino de rodillas a mis pies, mirándome desde abajo con esos hermosos ojos salpicados de oro, esperando mi orden.
Sam desliza el plato por la encimera hacia Kylie.
—Gracias, Sam. —Ella lo toma y come con suficiente entusiasmo como para satisfacer la parte que me molesta y que está impulsada por hacerla sentir cómoda.
—¿Necesitas que haga algo? —pregunta Sam.
—Trae su bicicleta de las verjas y móntala en la parte trasera del Range Rover.
Él asiente y se va, y me vuelvo hacia Kylie.
—Si dices una maldita palabra acerca de que él es mi chico de los azotes, te inclinaré aquí mismo y te azotaré de nuevo.
Estira los labios con una amplia sonrisa y se quita la última migaja de sándwich de la comisura de la boca con la lengua. El destello de rosa hace que el miembro se me levante de nuevo. Apenas logro mantener la cordura con esta chica.
—Es mi hermano adoptivo. Lo acogí cuando era un adolescente sin hogar.
—Hm. —Come otro bocado—. Ese es un dato que nunca se ha reportado de ti.
—No le debo al público nada de mi vida privada.
—Soy buena guardando secretos, por lo general. —Se ruboriza de nuevo.
Arqueo una ceja, tratando de averiguar qué la hizo sonrojarse.
—Por alguna razón, estar cerca de ti es como beber suero de la verdad. —No puede mirarme a los ojos y lo encuentro tan malditamente atractivo que la alcanzo, aprieto su cuerpo contra el mío con el brazo alrededor de la cintura y una mano detrás de la cabeza.
—Será mejor que nunca me mientas, nena, o haré que te arrepientas.
Se queda sin respirar y abre los labios carnosos. El embriagador aroma de su excitación flota en el aire y hace que mi lobo aúlle. El calor me pica la piel.
—Te gusta castigar. —Jadea—. Eso sí lo sé.
—Sí lo sabes.
Antes de esta noche, lo habría negado, pero sí que disfruté azotándole ese culo perfecto. Le mordisqueo los labios y saboreo la dulzura de allí. Con gran esfuerzo, me aparto y le tomo la barbilla.
—Entonces, dime la verdad. ¿Quién crees que te dejó el sobre?
Le aparece una arruga en la frente.
—No lo sé. Por eso quiero ver el código. Podría reconocer el estilo.
Asiento con la cabeza.
—Bueno. Quizás mañana. Después de que le eche un vistazo. —Todavía no confío plenamente en ella y necesito mirar el malware cuando no me distraiga su embriagadora presencia—. Vámonos.
Tengo que hacer que esta mujer vuelva a ponerse la ropa y salga de mi casa. Antes de que pierda la cabeza por completo.
***
Kylie
No quiero que Jackson me lleve a casa, pero estoy demasiado agotada para otro largo paseo en bicicleta bajo la lluvia. La cuestión es que no me gusta viajar en los autos de otras personas. Estoy bien por mi cuenta. Conozco las salidas y puedo controlar el vehículo. Puedo bajar las ventanillas si me siento mal.
Me alivia ver que es un Range Rover y no un deportivo pequeño. Subo al asiento del pasajero y le doy mi dirección. Mantengo la mano en la manija de la puerta.
Jackson se convierte en el señor Silencioso de nuevo, casi provocándome un ataque por su indecisión. Sé que está interesado en mí. Aunque sea una inexperta, estoy segura de ello. Pero es como si no quisiera estarlo. Y no se trata de confianza, porque él era así incluso antes de saber que soy Gatichica.
Sale del acceso cerrado y entra a la carretera.
—¿Qué te pasó? —pregunta suavemente.
Giro la mirada hacia él y él señala con la barbilla mis nudillos blancos en la manija.
—Con los espacios cerrados. Algo te pasó. —Sin que yo se lo pida, abre mi ventana unos centímetros, a pesar de que está lloviendo.
Se me cierra la garganta. Nunca he hablado de eso, ni siquiera con Mémé. Ni siquiera estoy segura de poder. Pero Jackson es mi suero de la verdad.
—Sí —murmuro—. Algo me pasó. —Cierro los ojos ante el recuerdo del pánico. Las paredes se cerraban sobre mí, tenía los hombros comprimidos, no podía levantar la cabeza y había oscuridad por todas partes.
Él no dice nada y el espacio entre nosotros se extiende como una invitación, una piscina de sinceridad a la que podría saltar si me atreviera.
¿Podré hacerlo? ¿Ser sincera con alguien que no es un miembro de mi familia?
No. La muerte de mi padre me demostró que no puedes confiar en nadie más que en la familia. Pero mis labios se mueven de todos modos.
—Una vez me quedé atrapada en un espacio cerrado. No había nadie alrededor para ayudarme y me tomó horas salir. —Estoy agarrando la manija de la puerta con tanta fuerza que podría arrancarla.
Jackson extiende el brazo y me aprieta la mano.
—Lamento que te haya pasado eso. Ahora estás a salvo, nena. Tienes tu propia salida. Me detendré en cualquier momento si necesitas un respiro. ¿Vale?
Siento un apretón en el plexo solar cuando el tormento de ese trauma en particular intenta emerger. Respiro profundamente. De ninguna maldita manera voy a empezar a llorar en el auto de Jackson King. Maldito sea por sacarme esto.
—Oye. —Me suelta la mano y contorsiona el brazo para empujarme el plexo solar, como lo hizo en el ascensor—. Estás bien. —Empieza a detenerse y niego con la cabeza.
—No. Sigue conduciendo. No es el auto —logro decir.
—Cuéntame el resto —exige. Su voz es severa, como si de repente estuviera furioso. Por qué, no puedo entenderlo.
Niego con la cabeza.
—Deja el tema.
—No va a pasar. Dime o me detendré y te ayudaré, nena.
No tenía ni idea de lo que quería decir con «ayudarme», pero no quería que esto fuera un problemón.
—Algo malo sucedió. Justo antes de eso —le suelto.
Entonces aprieta la mano que tiene en el volante.
—No es lo que estás pensando. —Me doy cuenta de que podría estar pensando en abuso sexual o abuso de menores porque el rostro le cambió a una expresión matadora—. No fue algo sexual. —Me cuesta hablar—. Vi un asesinato.
«Asesinato». La palabra tiene un tono irregular que llena de peligro el espacio reducido del vehículo. El peligro en el que he estado desde esa noche.
—Tuve que quedarme escondida. Y luego, después, no pude encontrar la salida. Supongo que el shock me confundió.
Jackson maldice.
—¿Cuántos años tenías?
—Dieciséis. —Un año después de que hackeé SeCure y me creí la chica más inteligente del universo.
Alivia la presión de mi esternón y coloca la mano detrás de mi cabeza.
—Gracias por contármelo.
Bajo la ventana completamente y dejo que la lluvia me caiga sobre el rostro, ocultando la lágrima rebelde que se me escapó. De hecho, increíblemente, me siento más ligera. Como si pronunciar esas palabras hubiera liberado el candado de la oscuridad que tenía atrapada en el pecho desde hace ocho años. Se alza por encima de mí, se mantiene en el auto y sigue siendo aleccionadora y deprimente pero menos intensa. Me la imagino que la succiona la ventana y la regresa al éter. Sea lo que sea el éter.
—Nunca se lo he dicho a nadie —digo finalmente, con la voz un poco ronca por las lágrimas contenidas.
—Ahora lo hiciste.
Una profunda sensación de comodidad se posa sobre mí como una manta. Por primera vez en años, desde que murió mi madre, no siento que esté cargando el peso del mundo sobre los hombros. Sola. Alguien comparte mi secreto y el mundo no se ha derrumbado.
Aún no, de todos modos.
Quizás pagaré por esto más tarde. Apoyo la cabeza en el reposacabezas, refrescada por las salpicaduras de la lluvia, aliviada por el sonido de los limpiaparabrisas de Jackson.
Se detiene frente a mi casa.
—Nos vemos mañana.
Por un momento, considero volver a huir. He hecho lo correcto al darle a Jackson la memoria USB, pero si las cosas se van a poner peor, si los chantajistas van a llamar al FBI, sería mejor que me fuera de la ciudad.
Excepto que la idea de no ver a Jackson mañana es demasiado para mí. Abro la puerta y salgo.
—Sí. Nos vemos mañana.
***
Jackson
Estoy aturdido por mi necesidad de proteger a Kylie. Quiero matar a todos los dragones que alguna vez le mostraron los dientes. Para arreglar el mal que sufrió. Y debo estar loco porque, tan pronto como llego a casa, la investigo, busco su nombre y número de seguro social en las bases de datos de las agencias policiales y de trabajo social. No es de extrañar que no encuentre nada.
El nombre y el número de seguro social que utilizó en su solicitud de empleo probablemente son falsos. Una chica como ella, una hacker de su calibre, tendría la capacidad de crear identidades falsas creíbles. Podría acceder a cualquier Departamento de Vehículos de Motor y Registro Civil. El poder que podría ejercer es asombroso. Y, sin embargo, nunca robó nada de mis clientes cuando hackeó SeCure. Fue un juego. Era solo una niña.
Cualquiera que sea su historia, su vida no ha sido fácil. Ningún adolescente llega a presenciar un asesinato y vive su vida sin algunas cicatrices.
Yo debería saberlo.
Insatisfecho, prometo seguir investigando hasta descubrir exactamente qué le pasó a mi pequeña hacker. Pero, por ahora, tengo algo mucho más urgente que investigar. En una computadora portátil limpia que utilizo únicamente para probar códigos, abro la memoria USB y estudio el malware con el que se suponía que Kylie debía infectar SeCure.
No tiene sentido para mí, así que empiezo a pensar en qué ángulo quieren atacar.
Y desearía haber dejado que Kylie se quedara para que pudiéramos verlo juntos.
«Mañana». En un lugar público donde me sienta menos tentado a tocarla. Mañana trabajaremos juntos en ello.
No cuestiono lo correcto que eso se siente, porque nada sobre el efecto que Kylie tiene sobre mí tiene sentido.
Solo Kylie. Kylie por sí misma tiene sentido para mí.
***
Kylie
Las luces están encendidas en la casita que alquilamos cerca de la universidad. Elegí ese lugar porque es moderno y hay muchos restaurantes y tiendas a poca distancia. Siempre elijo lugares en los que nos podemos integrar fácilmente.
—¿Mémé? —Abro la puerta con un empujón y luego me detengo. Algo se siente raro. Con los pelos de la nuca en punta, entro tratando de identificar qué hay diferente.
Nada parece estar fuera de lugar.
—¿Mémé? —digo con fuerza y espero que no esté ya en la cama.
Miro alrededor de la cocina y veo bolsas de la compra sin guardar en el suelo. Las señales de alarma se activan con toda su fuerza.
Suena mi teléfono. Me lo saco del bolsillo y me quedo mirando las palabras «número bloqueado». Normalmente no lo respondería, pero algo no está bien, así que desbloqueo la pantalla y me acerco el teléfono al oído.
—¿Aló?
—No seguiste nuestras instrucciones. —La voz es generada por computadora. Una oleada de ira me arrebata.
—A la mierda tus instrucciones.
—Nos estamos tirando a tu abuela. Deberías haber hecho lo que te dijeron.
La sangre se me hiela en las venas. Me balanceo sobre mis pies.
—¿Mémé? —grito, corriendo por la casa.
—Instala el código y volverás a ver a la anciana. —La llamada termina antes de que pueda insultarlos de nuevo. No estoy segura de lo que hubiera dicho. Lo más probable es: «¡los mataré, hijos de puta!»
Me tiembla la mano de furia mientras corro por la casa de nuevo. Por supuesto, sé que es inútil. No está. Ellos la tienen. Y no tengo más remedio que derribar el imperio multimillonario de Jackson King para recuperarla.
Quiero vomitar. Y gritar. Sobre todo, me gustaría poner las manos en quien pensó que secuestrar a una anciana era buena idea y destrozarle la garganta con un ablandador de carne.