
La serie de las sombras: Sombra rebelde
Josette huye de la crueldad, desesperada por liberarse de la manada que quebró su espíritu. Pero su escape la lleva directamente al territorio de un brutal Alfa, uno mucho más temido que los monstruos que dejó atrás. Frío, dominante y atado por un antiguo poder, él la encierra una vez más... pero esta vez, algo se siente diferente. Hay peligro en su mirada, sí, pero también algo más profundo. A medida que su vínculo comienza a transformarse en algo que ninguno de los dos comprende, Josette debe elegir: huir de nuevo o enfrentar el oscuro fuego que arde entre ellos. En un mundo al borde de la ruina, su vínculo podría condenarlos a ambos... o salvarlo todo.
1: Capítulo 1.
JOSETTE
Soy una Omega, y las Omegas sin Compañero son esclavas en la manada Ala Nocturna. Mi existencia consiste en servir sin quejarme ni parar.
Lo que lo empeora todo aún más es que no puedo transformarme. Mi loba no está muerta, sino dormida. Pero nunca se ha manifestado, así que nunca he logrado cambiar de forma.
Nadie sabe por qué, ni le importa. La mayoría de la manada me considera como menos que humana, una sucia esclava inútil, y me tratan como tal. Mi cuerpo y mente pueden dar fe de ello, estoy cubierta de cicatrices tanto físicas como mentales.
Mis padres ya no están. Sin ellos, mi existencia es bastante sombría. Con suerte, pronto podré escapar de todo esto, de una forma u otra, y finalmente seré libre.
—No hagas tonterías hoy, Josette —me digo en voz baja, apagando el despertador. Marca las 6:00, más tarde de lo normal.
Me acosté tarde porque la jefa de la casa me dio permiso.
Me quito la delgada manta de encima y salgo de la cama, dejando atrás los confines húmedos y sombríos del sótano. No es un sótano cualquiera: son los aposentos de las Omegas, mi espacio asignado, apartado del resto.
Esta ha sido mi habitación desde que llegué a la manada.
El aire aquí es denso y frío. A la mayoría no le gustaría. Pero he aprendido a sentirme segura en la oscuridad.
No siempre fue así. Al principio lloraba todas las noches durante semanas porque era silencioso y solitario.
Pero con el tiempo, me acostumbré. La oscuridad dejó de darme miedo y se volvió reconfortante, como un refugio del mundo exterior.
Camino sin hacer ruido por el pasillo hacia las duchas. Abro el agua, pero no está caliente. Nunca lo está.
Espero antes de entrar, preparándome para el agua fría.
El agua helada me golpea con fuerza, dejándome sin aliento. Mis dientes castañetean y se me pone la piel de gallina.
Esto sería más fácil si tuviera a mi loba, pero no responde. Por ahora, soy solo humana, friolera, débil y lo suficientemente terca para aguantar.
No debería quejarme. Todavía es verano, y aunque las mañanas son frescas, no se está tan mal.
Pronto, sin embargo, llegará el invierno y las mañanas serán aún más crudas.
Después de la ducha, me visto rápido y corro a la cocina para ayudar con el desayuno. Nada más entrar, Chrissy, la jefa de la casa, empieza a dar órdenes.
—¡Date prisa, Josette! ¡Limpia los platos y barre los suelos!
Agarro una escoba y murmuro:
—Buenos días a ti también.
Antes de poder pensar más, me llega el olor acomida: tocino, huevos, tortitas.
Mi estómago ruge mientras miro la comida preparada para la manada. Me muero de hambre, pero suspiro.
Las esclavas no reciben nunca buena comida en la manada Ala Nocturna. Jamás probaré esos manjares.
Me lo recuerdo mientras empiezo a barrer, intentando no pensar en el hambre.
Pienso en Lori, una Omega pelirroja amable que, como yo, no tenía padres y vivía con la manada. Era buena persona, algo raro por aquí.
Nunca se burló de mí por ser del rango más bajo. En cambio, me cantaba o me contaba cuentos de caballeros y princesas, historias donde chicas como nosotras eran rescatadas.
Pero Lori se fue. Un día estaba aquí, al siguiente no, y nadie me dijo qué pasó.
Cuando le pregunté a Chrissy, me miró seriamente y me dijo: —No preguntes por ella nunca más.
Sonaba asustada, así que dejé de preguntar. Pero aún me lo pregunto.
Me sobresalto al oír una voz fuerte en mi oído. Doy un brinco y casi se me cae la escoba.
La gente se ríe mientras Emily, una de las Omegas que disfruta molestándome, sonríe con malicia.
—¿Ya terminaste? —pregunto, frunciendo el ceño.
Emily sonríe más. Sus ojos verdes brillan con maldad.
—Esclava, terminaré contigo cuando me dé la gana. Eres solo una humana fea sin loba. Patética.
Parece que va a decir más, pero Chrissy grita.
—¡Basta! ¡Volved al trabajo!
Emily me mira con rabia, pero no discute con Chrissy. Ella y sus amigas se alejan, murmurando insultos.
Vuelvo a barrer, intentando no parecer enfadada, pero por dentro estoy que echo humo. Pienso en lo que dijo Emily.
—Tranquila, niña —dice Chrissy suavemente mientras se para a mi lado. Parece notar que estoy molesta—. Tu loba aparecerá, Josette. Y cuando lo haga, será especial. Tú eres especial.
Quiero ignorar sus palabras. Suenan a lástima, y no quiero que nadie sienta lástima por mí.
Pero Chrissy no es mala, así que intento sonreír y asentir antes de volver al trabajo.
Sin embargo, sigo dándole vueltas a sus palabras. ¿Especial? ¿Por qué ha dicho eso?
Antes de poder pensar más, oigo una voz chillona en la cocina.
—¡Perra esclava!
Me tenso al oír ese apodo. A las lobas importantes les encanta llamarme así.
Dejo la escoba y voy corriendo al comedor.
Tina, una de las lobas más crueles de la manada, está sentada en una mesa, con un vaso de zumo de naranja en alto. Sus ojos grandes se entrecierran cuando me acerco.
—¿Me llamaste, Tina?
Ella pone los ojos en blanco y señala la bebida.
—Pedí zumo de manzana. ¿Por qué es de naranja?
El comedor se queda en silencio. Todos me miran, esperando la bronca que está por venir.
Antes de que pueda decir nada, Tina me tira la bebida a la cara. El zumo frío me pilla por sorpresa, pero ella no ha terminado. Me da dos bofetadas que me dejan la cara ardiendo.
—Te traeré zumo de manzana enseguida —digo, intentando no perder los papeles.
Tina sonríe con maldad.
—Así me gusta. Ahora lárgate.
Sintiéndome humillada, corro de vuelta a la cocina, con el zumo pegajoso goteando por mi cara.
Chrissy me recibe en la puerta con un nuevo vaso de zumo.
—Ve a limpiarte, Josette. Yo me encargo de esto —dice amablemente.
Le doy las gracias y me lavo la cara, poniendo un paño frío en mis mejillas doloridas.
No quiero volver allí, pero Chrissy se encarga de ello sin problemas.
El resto de la mañana transcurre sin incidentes. Durante el descanso del almuerzo, como algunas verduras y frutas sobrantes.
No se me permite comer carne porque el Alfa lo prohíbe. Dice que me volvería demasiado gorda e inútil. Es irónico porque el mismo Alfa está como una bola y come como un cerdo.
Mi cuerpo, en cambio, está flaco y débil. Se me marcan las costillas, y mi cara está pálida y demacrada.
Lo único que aún me gusta de mí es mi pelo. Sigue siendo espeso y brillante, lo cual es un consuelo en mi dura vida.
Después de comer, voy a mi habitación. Es el único sitio donde me siento a salvo.
A los miembros de la manada les gusta hacerme daño, y aunque puedo aguantar bofetadas o palabras crueles, temo los latigazos o cosas peores.
Cuando llego a mi habitación, me desplomo en la cama, agotada. Cierro los ojos y caigo en un sueño intranquilo.
En mi sueño, estoy corriendo. No sé de qué huyo, pero estoy muerta de miedo.
Las piernas me arden y me cuesta respirar, pero no miro atrás.
De repente, una gran sombra bloquea mi camino. Choco contra ella y caigo de bruces.
Cuando miro hacia arriba, la sombra ha desaparecido. En su lugar, veo a alguien que reconozco al instante.
Es mi madre. Su largo pelo oscuro ondea en un viento que no puedo sentir, y sus ojos negros parecen vacíos.
No se mueve ni habla en voz alta, pero oigo su voz en mi cabeza.
—Abandona la manada Ala Nocturna, Josette. Debes hacerlo antes de cumplir veintiún años. Si te quedas, morirás.
Intento responder, gritar, pero no puedo. Mi voz está atrapada y no puedo moverme.
Ella empieza a desvanecerse, retrocediendo hacia el bosque oscuro.
Sus ojos vacíos son lo último que veo antes de que desaparezca, dejándome sola en la aterradora oscuridad.















































