Cabalgando juntos - Portada del libro

Cabalgando juntos

Bryn Winchester

Pueblo sin salida

RILEY

Ya era de noche cuando mi Uber llegó a la estación de autobuses Greyhound.

Podría haber conducido mi propio coche, pero no podía arriesgarme a que me localizaran.

O la tentación de volver en coche si me acobardaba.

No. Iba a sacar un billete de ida a donde fuera que hubiera en este momento.

Pero primero, iba a vaciar mi cuenta corriente.

Parte del dinero que tenía lo había ganado con el trabajo de camarera que había tenido en Lafayette.

Pero, para ser sincera, la mayor parte de mi dinero procedía de una asignación que me había dado papá cuando se enteró de que vivía de las propinas.

Lo sé, lo sé. Es patético que una joven de veintidós años viva de la paga de su padre. ~

Pero insistió en que no quería que “comprometiera mi carrera universitaria” para mantenerme a flote.

Me obligó a dejar el trabajo de camarera. Dijo que estaba por debajo de mí.

Irónicamente, la estabilidad y la rutina de servir mesas en Eugine's Italian me mantuvo cuerda en la universidad.

Supongo que ahora me alegro de su dinero, pensé mientras metía mi tarjeta en el cajero automático.

No todos los que huyen de la injusticia pueden empezar su viaje con un par de miles de dólares, a menos que acaben de robar a alguien.

Se me heló la sangre cuando apareció una alerta roja en la pantalla.

Esta cuenta ha sido bloqueada.
~

Uh oh. ~

Verás, parte de aceptar el asunto de la asignación significaba darle a papá acceso a mi cuenta.

Si quería comprar cosas sin que él lo supiera, utilizaba las propinas o sacaba el dinero y lo pagaba en efectivo. Aunque él me había ganado en mi propio juego.

Pero todavía tenía unos 150 dólares en la cartera, y no había forma de dar marcha atrás.

Me dirigí a la taquilla, donde una cajera de aspecto aburrido estaba jugando a un juego en su teléfono.

—¿Hasta dónde puedo llegar con esto? —pregunté, poniendo todo mi dinero en la bandeja de la caja.

Apenas levantó una ceja mientras revisaba su pantalla. Me hizo preguntarme cuántas veces al día alguien haría ese tipo de peticiones.

—¿Chicago por cincuenta? —ofreció.

Miré al exterior, a los aullantes vientos de noviembre.

Chicago es aún más frío. ~

Debió percibir mi malestar. —O hay uno que va a Houston en una hora, por 105 dólares. Te quedaría algo de cambio para los bocadillos.

Houston, Texas. ~

Nunca había estado allí, pero había oído que era una tierra de sol y tacos.

Además, estaba muy lejos. ~

—Suena bien —dije, empujando mi dinero bajo la pantalla de cristal. Ella puso el dinero en la caja registradora.

—Ya sabes que puedes reservar online la próxima vez. Ahora aceptamos tarjetas de crédito y todo —dijo con una sonrisa irónica.

—Lo tendré en cuenta —respondí mientras cogía el cambio y el billete.

Nunca había estado en esta estación. Mi familia no era precisamente de los que cogen el autobús.

Era un lugar algo triste. Tuve la sensación de que la gente pasaba aquí toda la noche, sólo para mantenerse caliente.

De repente sentí miedo. Había estado siempre protegida, y ahora me adentraba en un mundo que me era francamente desconocido.

Agarré mi mochila con fuerza mientras me paseaba por el cavernoso edificio.

Después de dar vueltas durante cuarenta y cinco minutos, encontré mi autobús y subí a bordo. Había poca gente mirando por la ventana o durmiendo.

Encontré dos asientos para mí y apoyé mi almohada contra la ventana helada. El estómago se me revolvió por el hambre y la adrenalina de lo que estaba haciendo.

Me iba de casa sin dinero y sin plan.

Y objetivamente, lo mire como lo mire, me parece lo más sensato que puedo hacer, ~pensé.

Respiré profundamente unas cuantas veces mientras apretaba la cabeza contra la almohada, dispuesta a ceder al cansancio.

***

El sueño irregular en el que caí no duró mucho.

Resulta que los autobuses Greyhound paran.

Mucho.

Y cada vez que paran, encienden las malditas luces.

Me desperté cada hora más o menos por el trasiego de nuevos pasajeros.

Recé para que nadie se sentara a mi lado, extendiéndome en los dos asientos, ignorando las miradas de la gente.

Al final me cambié por una anciana con un sombrero de cubo de terciopelo. Por mucho que quisiera espacio, parecía alguien con quien podría soportar dormir al lado.

A última hora de la mañana, el paisaje se había vuelto más frondoso, con colinas onduladas y boscosas.

El sol entraba por las ventanillas y hacía que el autobús fuera lo suficientemente cálido como para quitarme la capucha y disfrutar de su sensación en la piel.

Condujimos todo el maldito día, a través de los Montes Apalaches y sus pequeños y desvencijados pueblos.

Pasamos por centros comerciales y suburbios sin rasgos distintivos. Condujimos hasta que el sol empezó a hundirse en el cielo rojo.

Nos detuvimos brevemente en un McDonald's y robé una comida abandonada y a medio comer de una mesa. Engullí mi cena, sintiéndome muy agradecida por el afortunado hallazgo.

Supongo que esta es mi vida ahora. ~

Luego volví a subir al autobús para afrontar otra noche de sueño terrible que me dobló el cuello.

Resulta que Houston está muy lejos. ~

No fue hasta la mañana siguiente que tuvimos la oportunidad de hacer otro descanso. Lo agradecí, ya que estaba bastante segura de que mis músculos podrían atrofiarse si no salía pronto del autobús.

—Hay que repostar —explicó el conductor mientras salíamos todos, parpadeando bajo el brillante sol—. Podéis aprovechar para desayunar.

El lugar en el que nos detuvimos era un pequeño pueblo con una calle principal anticuada y un ambiente parecido al de “La pequeña casa de la pradera”.

Intentaba ser cuidadosa con mi dinero, así que me compré un perrito caliente de un dólar en una tienda. Estaba increíblemente asqueroso, como si fuera de cartón con sabor a carne.

Comprobé mi teléfono para ver dónde estábamos, sólo para descubrir que había muerto, y que me había dejado el cargador en casa.

Sentí una repentina ola de ansiedad.

Claro que no era famosa. Pero era conocida.

¿Qué pasa si se ha denunciado mi desaparición? ~

¿Y si alguien me reconoce? ~

Todavía me quedaba algo de dinero. Mis ojos se posaron en una farmacia al otro lado de la calle, y una bombilla se encendió en mi cabeza.

Me escabullí dentro de la tienda. Parecía que no se había reabastecido desde los años noventa, pero me las arreglé para encontrar un polvoriento frasco de tinte para el pelo y un par de tijeras de manualidades para niños.

Hora de un cambio de imagen rápido. ~

Sé que suena extremo, pero si de eso dependía ser libre o ser enviada a alguna “clínica”, entonces valía la pena.

Además, hacía tiempo que necesitaba un cambio de look. Estaba harta de mis mechones rubios y sucios. Estaba harta de la persona que había sido con este corte de pelo.

Necesitaba un estilo propio, de una chica mala a la fuga.

Encontré un baño público en el centro comercial y me apliqué el tinte sobre el lavabo.

Me sentí un poco mareada mientras lo hacía. Siempre había sido rubia. Todos en mi familia lo eran, por naturaleza o con lejía.

Me miré los mechones húmedos y oscuros. No me reconocí.

Ahora empieza el verdadero arte. Cogí~ las tijeras. Estaban bastante desafiladas. ~Todo contribuirá a la apariencia~, me dije a mí misma, tratando de enterrar mis nervios.

Tenía que hacerlo. Necesitaba un nuevo comienzo. Pero mi pelo era mi manta de seguridad.

Me até el pelo en una coleta alta y sin pensarlo lo corté.

Mi estómago se revolvió de arrepentimiento, pero traté de calmarlo.

Tal vez un poco de flequillo ayude. ~

Tiré algunos mechones sobre mi cara y los corté.

Aunque definitivamente no eran uniformes, el flequillo largo unía mi desordenado bob.

Me hacía más misteriosa y difícil de reconocer.

Me sentí como una chica flapper postapocalíptica.

Podría acostumbrarme a esto. ~

Voy a tener que hacerlo. ~

Salí del baño, dispuesta a sentirme como la chica mala que necesitaba ser.

Houston, será mejor que te prepares. ~

CASEY

Me sentí muy mal. Sí, Riley y yo nos habíamos distanciado.

Pero debería haber dado la cara por ella. ~

Debería haberle dicho a papá que lo dejara.

Pero sabía que no me habría escuchado, y tampoco tenía las agallas suficientes para enfrentarme a él.

Soy una cobarde. ~

Dejé que luchara sola una batalla más.

El sábado por la noche cené con Digby. Le comenté la situación con Riley, por supuesto. No actuó con mucha simpatía.

—Ella parecía muy interesada en él en la fiesta —dijo con superioridad.

La forma despreocupada en la que habló de ello me hizo sentir extrañamente vacía.

Esa noche me quedé en su casa y también pasé el domingo con él. Llevaba dos años intentando que me mudara a su casa, pero siempre encontraba alguna excusa.

El lunes, volví a mi casa para una reunión con papá.

—¿Riley está bien? —pregunté mientras me apoyaba despreocupadamente en la isla de la cocina. —No ha bajado. Probablemente sigue durmiendo la mona.

~¿Todo el fin de semana? ~

—¿Lo has comprovado?

—No. Será mejor dejar que se le pase.

Pero cuando subí al primer piso para ir al baño, no pude evitar poner la oreja en la puerta de Riley en busca de señales de vida.

O al menos el sonido de Netflix.

Nada. ~

Llamé a la puerta tímidamente.

Todavía nada. ~

Abrí la puerta y entré.

Ni rastro de Riley.

Debe estar fuera, pensé.

Su habitación era la típica habitación de chica artística, pero a gran escala. Al pasear por ella, era como si estuviera reuniendo pistas sobre en qué se había convertido mi hermana.

Las altas paredes estaban cubiertas de carteles de películas que yo no había visto, y su cama estaba enmarcada por una guirnalda de luces.

Encima del desordenado escritorio había una gran pizarra de corcho cubierta de fotos y billetes y postales.

Viajes por carretera, conciertos y fiestas de primavera.

Recuerdos de una vida por la que había dejado de preguntarle hace tiempo.

Me di cuenta de que la ventana estaba abierta y fruncí el ceño mientras iba a cerrarla.

Supongo que salió por ella, como solía hacerlo cuando íbamos al instituto. ~

Me acerqué a la cama y tomé asiento. Estaba bien hecha, pero faltaba una almohada.

Eso es raro. ~

Mis ojos se posaron en la mesita de noche y mi corazón dio un vuelco. Había una nota.

La recogí, con la sangre abandonando mi cara.

Me voy. No vengas a buscarme”. ~

Mi corazón empezó a latir con fuerza. A pesar de lo distantes que habíamos estado últimamente, quería a mi hermana.

Ya era adulta, pero estaba increíblemente sobreprotegida. Yo también lo estaba.

Habíamos crecido con cucharas de plata metidas en la boca y una red de seguridad tendida bajo nosotras.

No estaba segura de que sobreviviera en el mundo real.

Pero entonces, con papá amenazando con meterla en un manicomio, tal vez pensó que valía la pena el riesgo de vivir arruinada y sola.

¿La volveré a ver? ~

~¿Debo decírselo a mis padres? ¿A la policía? Ninguno de los dos habían sido particularmente buenos con Riley en las últimas cuarenta y ocho horas... ~

No, pensé. ~No exageres.~ ~

Seguramente está en casa de algún amigo. ~

Seguro que tiene amigos en alguna parte. ~

Estará de vuelta en poco tiempo. ~

RILEY

Salí del baño, sintiéndome como una mujer nueva, lista para conquistar el mundo.

Me pavoneé hacia el lugar donde había aparcado el autobús.

Miré a mi alrededor, confundida.

¿Dónde diablos está mi autobús? ~

El pánico corrió por mis venas. Mis pensamientos empezaron a acelerarse.

¿Pero no dijo que teníamos tiempo para desayunar? ~

Comprobé mi teléfono, olvidando que estaba muerto.

No había tardado tanto.

~¿No hacen un recuento o algo así? ~

~¿Qué hago ahora? ~

Empecé a entrar en pánico. Se habían llevado mi bolsa de lona. Y mi almohada.

Todo lo que tenía era mi mochila, que contenía el último dinero que me quedaba, un jersey de repuesto, un cepillo de dientes, un teléfono muerto, un cable USB y media bolsa de patatas fritas rancias.

No sabía dónde diablos estaba.

Estoy jodida. ~

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