Vegas Clandestina - Portada del libro

Vegas Clandestina

Renee Rose

Capítulo tres

Sondra

—¿Qué carajo pasó ayer? —Mi jefa, Marissa, me pregunta ni bien llego al área de servicio de limpieza.

Intento mantener el rostro inexpresivo. No sé cuánto sabe, pero lo que es seguro es que no quiero que todo el personal escuche que me desnudaron hasta dejarme en bragas en el baño del señor Tacone. O que me pagó seiscientos dólares en efectivo por ello. O que dos docenas de rosas color durazno llegaron a la casa adosada de Corey para mí anoche.

Nunca en la vida me enviaron dos docenas de rosas. Le di la mitad a Corey, quien me arrastró a su habitación para que le contara en privado lo que había sucedido. Corey pensó que la historia era descabellada y declaró que Tacone siente algo por mí.

Levanto los ojos para mirar a mi supervisora.

—¿Qué pasó con tu hijo? —Intento redirigir la conversación.

Ignora mi táctica. Agita la mano con impaciencia.

—Golpe en la cabeza. Se cayó hacia atrás contra el asfalto del patio de la escuela. ¿Qué pasó contigo?

Mi rostro se enciende. Abro la boca pero no estoy segura de cómo responder.

—¿Qué escuchaste?

Su cara muestra molestia.

—Bueno, primero Samuel me llamó para decirme que me despedía por dejarte ahí arriba. Luego me volvió a llamar para decirme que no, que en realidad el mismo Nico Tacone le había dicho que todo estaba bien. Así que bien, de hecho, Tacone pidió que fueras la persona de limpieza regular en el penthouse. Lo que paga el doble de lo que ganas ahora. —Cruza los brazos sobre su pecho—. ¿Entonces qué pasó?

Espera... ¿qué? Mi corazón sale corriendo delante de mí. ¿Quiere que sea su personal de limpieza regular? Eso significaría verlo de nuevo: cara a cara. El hombre que me humilló y que se devoró mi cuerpo desnudo con la mirada. El que me vio llorar. Y mojada. No. No puedo.

Pero la paga es el doble... eso en definitiva me sacaría más rápido de lo de Corey. De las Vegas, si es lo que decido.

Marissa se queda parada, con las cejas levantadas, esperando una explicación. Opto por darle una explicación a medias.

—Mientras estaba limpiando la habitación de Nico Tacone, él volvió y se puso como loco porque no me conocía. Quiero decir como loco. Me apuntó un arma a la cabeza.

Marissa se lleva una mano a la boca y sus ojos se abren.

—En serio pensé que me iba a morir.

La empatía le suaviza los rasgos.

—Ay por Dios, Sondra, lo siento mucho. Nunca debí dejarte sola allí.

Hago un gesto de indiferencia.

—Todo terminó bien. Una vez que constató mi historia, creo que se sintió culpable por asustarme de ese modo. —O por hacer que me haga pis, según sea el caso—. Me envió a casa en limusina con su chofer.

Marissa, sorprendida, suelta una carcajada.

—¡No te creo!

Asiento con la cabeza.

—Es la verdad.

—Bueno, es probable que haya ayudado el que seas joven y hermosa. Estoy segura de que de haber sido yo, me hubiera despedido en el acto.

—Eres joven y hermosa.

Sonríe.

—Los cumplidos te llevarán lejos.

Trato de que sus palabras no alimenten la emoción estúpida que ya empieza a rondar todos mis pensamientos más cuerdos. ¿Le gusto a Nico? No debería querer eso. Seguro mi sentido común surtirá efecto pronto. Excepto que anoche no dormí. Tenía los dedos entre las piernas y fantaseaba acerca de lo que habría pasado si Nico Tacone me hubiera dado vuelta contra la encimera de su baño y hubiera hundido su miembro autoritario adentro de mí hasta que gritara.

De repente el ceño de Marissa volvió a fruncirse.

—¿Te sientes segura? —quiso saber— Porque no voy a enviar a una jovencita vulnerable allí a que la abusen. ¿Qué impresión te dio?

¿Fue? No, en realidad no. Sin contar la parte en que casi me besa. Y el enviarme rosas. Pero abuso es una palabra fuerte. No me sentí ~tan~ vulnerable. Sí, me aterrorizó, pero también me fascinó. De hecho me cuidó de alguna manera extraña al empujarme a la ducha para limpiarme y secarme. Y quitarme las bragas empapadas.

¿Pero me siento segura?

No.

¿Es parte del atractivo? Corey diría que sí. Porque poseo algún gen aberrante que busca emociones cuando se trata de hombres.

—Sí, él está bien. No me da una impresión extraña, —murmuro mientras apilo artículos en mi carrito.

—¿Estás segura? Porque si todavía te encuentras muy afectada, no tengo miedo de decírselo. Contigo les espera una pesadilla de recursos humanos.

De alguna forma dudo que a la familia Tacone le importe un carajo los problemas de recursos humanos. Es probable que tengan su propia forma de lidiar con los problemas que no incluya juicios o indemnizaciones. A no ser que cuente el soborno de seiscientos dólares lisos sin que me dio Nico ayer.

—Sí, estoy segura. Todo estará bien.

—Bueno, aquí está tu nueva tarjeta magnética. Estás a cargo de las tres suites del último piso y de nada más, según el señor Tacone.

—Pero eso no me tomará todo el día. ¿Qué hago cuando termine?

—Puedes irte a casa.

Ah. Entonces no me darán un aumento. Bueno, trabajaré menos horas por el mismo dinero, así que igual es una mejora. Pero no me podré ir de lo de Corey antes. Igual, no me estoy quejando. Me dará tiempo para buscar un puesto docente.

Tomo mi carrito y la nueva tarjeta magnética que me da y me dirijo al ascensor. En el último piso, limpio primero las dos otras suites. Ambas tienen dos habitaciones. Me pregunto a quién pertenecen ¿a los hermanos de Nico? ¿Primos? Me gustaría saber más acerca de cómo funcionan las cosas aquí. Cuando me postulé para el Bellissimo y Corey me dijo que lo dirigía la mafia, lo googleé, pero no hallé nada. De nada. Así que no me sorprende. Si Tacone asume que una nueva mucama significa que alguien está plantando micrófonos, o es paranoico o tiene secretos importantes que ocultar. La segunda idea me da escalofríos.

La curiosidad mató al gato, Sondra. Sí. Qué mal que mi atracción por los hombres equivocados nunca desaparece.

Luego de terminar las otras dos suites, llamo a la puerta de Nico. Tengo que admitir, mi corazón late más rápido mientras estoy ahí parada esperando escuchar una respuesta. Me emociono y tiemblo con la idea de verlo otra vez.

Uso la tarjeta magnética para entrar. Primero escucho su voz, luego lo veo caminando por el balcón, hablando (en realidad, gritando) por teléfono. Levanta la cabeza y fija los ojos en mí con la misma intensidad oscura de ayer. Dice algo más por teléfono y después lo guarda en su bolsillo, sin quitarme nunca los ojos de encima.

Empujo mi carrito hacia el centro de la habitación y espero poder esconder lo mucho que me inquieta.

Corre la puerta de vidrio y camina hacia mí, amenazante.

—Volviste.

Suena satisfecho, ¿o lo estoy imaginando?

—Sí, —murmuro y comienzo a sacar artículos de mi carrito notoriamente.

—No estaba seguro de si lo harías.

Me doy vuelta y se me escapa un grito agudo al verlo justo en frente de mí, el calor de su cuerpo transmitiéndose hacia el mío.

Ay por Dios, es tan hermoso. Ojos color marrón chocolate con pestañas oscuras, arqueadas y largas del tipo que cualquier mujer mataría por tener. Piel aceitunada. Su mandíbula cuadrada porta una barba de un día. Las bolsas bajo sus ojos todavía siguen allí, pero hoy no están tan marcadas. Los botones de color azul pervinca de su camisa están abiertos en el cuello y revelan una leve capa de risos oscuros.

Mi lengua se mueve sobre mis labios para humedecerlos y sus ojos siguen el movimiento.

—¿Me inspeccionará desnuda de nuevo?

Sus labios se levantan en las comisuras y de repente me encuentro atrapada contra el carrito. No está tocándome, pero no tomaría mucho para que nuestros cuerpos se acaloraran con el contacto.

—¿Quieres que lo haga?

Sí.

—No, gracias, estoy bien. —Trago, el calor comienza a estancarse entre mis piernas, mi centro se estremece. Sus labios están a solo centímetros de los míos. Puedo oler su aliento: mentol fresco—. ¿Durmió anoche?

Levanta una ceja; sí, solo una. Es sensual como una estrella de cine.

—¿Te interesas por mi bienestar, bambina? ¿Después de lo que te hice ayer?

Mi rostro se sonroja por el recordatorio y me encojo de hombros.

—Eres tan dulce como luces, ¿no es cierto? —Su cara se oscurece y retrocede un paso—. No deberías haber venido. —Mueve la cabeza—. Me imaginé que seguro renunciarías.

De repente me sofoca lo decepcionado que está de mí, al igual que lo estoy de mí misma. ¿Cuándo aprenderé? Los cantineros que ponen éxtasis en los tragos y los dueños mafiosos de casinos son malas noticias.

Al darse cuenta del cambio en mi estado de ánimo, estira el brazo y me toca el hombro. Es un toque suave, respetuoso. No hay nada sensual o dominante en esto.

—Perdón por lo de ayer, Sondra.

La manera en que dice mi nombre hace que mi estómago se retuerza y se estremezca. No esperaba que sonara tan... familiar en sus labios.

—Me alegra que hayas vuelto aunque desearía, por tu bien, que no lo hubieras hecho.

Muevo el mentón hacia adelante.

—¿Entonces cuál es? ¿Quiere que esté aquí o no?

De repente estoy atrapada contra el carrito, enjaulada por las dos bandas de acero que son sus brazos. Tacone viene a acalorarse a mi lado, líneas duras y musculosas contra mis curvas. Su miembro sobresale a la altura de mi estómago.

—Anoche me masturbé tres veces mirando tu video, bambina. —Su voz es un rumor ronco que entra mi cuerpo.

Mi vagina se aprieta, la emoción de la sorpresa me invade.

¿Qué video? Ay por Dios, ¿tiene cintas de seguridad de todo lo que ocurrió? ¿Quién más lo ha visto?

—Estaba tan seguro de que eras una espía ayer porque hay algo especial en ti. Algo que me atrapa justo aquí. —Dobla su dedo en frente de su plexo solar—. Así que sí. Quería verte de nuevo. Quería escuchar tu voz. Asegurarme de que estuvieras bien. —Baja una mano hasta mi cadera.

Succiono mi labio inferior entre los dientes. Tiemblo casi tanto como lo hacía ayer, solo que esta vez, no hay miedo. Solo emoción.

Deseo.

Su palma se desliza alrededor de mi cadera para tocar mi trasero. Pongo mis manos en su pecho, lista para empujarlo, pero no lo hago. Su voz aterciopelada ahoga la tenue indignación que me recorre.

Inclina la cabeza, estudiándome.

—Hermosa cara. Tetas perfectas, ese cuerpito exuberante tuyo. Ya he visto eso antes. Pero la forma en que tu vagina se mojó aunque te había asustado muchísimo. La manera en que mostraste todo, como si en serio no tuvieras nada que ocultar...

Ay, Dios.

Mi vagina dulce definitivamente ya se mojó de nuevo, se tensa y se relaja cuando su aliento cálido acaricia mi mejilla.

—¿Me has perdonado? —Su voz baja a un tono íntimo.

Otra contracción de mis partes femeninas me dice que ya he perdido.

Quiero decir no por la humillación por la que pasé, pero, una vez más, mi cuerpo me traiciona; me hace inclinarme hacia él, jadeando, hambrienta.

—Todavía no, —es lo más cerca que estoy a dar una respuesta negativa.

Acaricia mi mejilla con la parte de atrás de sus dedos. Me da la impresión de que me pone a prueba para ver si resistiré.

No lo hago.

Otro punto para el chico malo.

—Justo así, —susurra, intimidándome con su mirada—. Cuando te ves así.

¿Así cómo?

Una de las comisuras de su boca se levanta y me toca la parte de atrás de la cabeza, levantando mi rostro hacia el suyo.

—No me disculpo, en realidad.

Mis ojos se agrandan y trato de salirme, pero me sostiene con fuerza y continúa haciéndolo como si no hubiera reaccionado.

—No me hubiera perdido ese encuentro por nada en el mundo. —Sus labios bajan a los míos, firmes y demandantes.

Me baña una ola de lujuria. Me fundo con él, separo mis labios, dejo que su lengua pase por mi boca. El calor explota en cada célula de mi cuerpo.

Él se aleja, sus fosas nasales se ensanchan.

—Tan dulce como lo imaginé. —Se moja los labios, como probándome—. De eso me arrepiento. De no probarte.

Yo también me mojo los labios.

—No dije que podías besarme. —El modo en que mi voz sale entrecortada contradice mi reacción.

Se ríe de forma hostil.

—No, no lo hiciste. Me robé ese beso. —Sus rasgos se endurecen—. Por eso no deberías haber vuelto. Si te quedas por aquí, piccolina, haré que te arrepientas. Es probable que los dos nos arrepintamos. —Retrocede un paso y me examina—. O quizás no. Tal vez solo tome lo que quiero sin pedir perdón.

Mi pulso se acelera. Mis bragas están húmedas por la excitación, mis pezones se irritan con el roce del sostén. Estoy un tercio asustada y dos tercios excitada. Y mierda, mentiría si dijera que su advertencia no me hace querer entregarme a él en bandeja de plata.

Se acomoda la chaqueta y va hacia la puerta.

—Así que no me iré, amore. Haz lo tuyo aquí. —Se detiene en la puerta y se gira para mirarme—. Y es mejor que pienses lo que quieres decirme la próxima vez. Decídete. Sí o no. Y yo también tomaré una decisión. Pero te lo advierto, ~bambi~; si tienes por lo menos un poco de ~sí~ mezclado con tu ~no~, acabaré contigo. —Me apunta con un dedo de advertencia—. Créelo.

Cuando se va, debo sostenerme con el carrito de servicio de limpieza para que no cedan mis piernas.

Qué. Carajo. Acaba de suceder.

Quiero llamar a Corey y contarle porque la historia de hoy resultó ser casi tan emocionante como la de ayer, pero no me atrevo. Tacone tiene cámaras por todos lados, y ya confesó haberse masturbado con mi filmación de ayer. No me sorprendería que también volviera a ver la de hoy. Y en serio necesito poner mis ideas en orden antes de abrir la boca y hablar de él otra vez.

Porque me acaba de dar un ultimátum. Decidirme. No sé todo lo que implicaría esa decisión o incluso qué conlleva, pero sí sé algo...

Hay demasiado en mí como para decir que ~no~.

***

Nico

Bajo hasta el piso principal.

Hay como cientos de razones por las que no debería andar jodiendo con la ardiente mucama y profesora de historia del arte, pero ninguna me hace facilita irme cuando todavía está en mi suite.

Tendré que asegurarme de no estar allí cuando limpie. Mierda, si tuviera algo de decencia en mí, llamaría a su jefe y la transferiría de nuevo a los pisos principales ahora mismo. Espero unos momentos para ver si mi sentido moral es lo suficientemente fuerte como para hacer lo que acabo de pensar.

Por desgracia, no lo es.

Sondra, Sondra, Sondra. Tendré que esperar que su lógica funcione.

Es extraño; la única vez que me pasó esto con una chica fue cuando tenía doce y me obsesioné con la novia de mi hermano, Trinidad Winters. Pero eso solo era mi lujuria adolescente que comenzaba a funcionar. Trini siempre andaba cerca, de copiloto en el auto cuando Gio me iba a buscar, miraba películas en nuestro sillón con minifaldas que se subían por sus piernas largas.

Sondra no se parece a Trini. Tampoco a Jenna, la princesa de la mafia con quien se supone que me case. No salgo con nadie, pero ella en serio no se parece en nada a las chicas con las que tengo sexo (pago o voluntario).

Quiero más de ella. Me encanta cómo se quedó sin aire y se emocionó hace un rato. No hubiera tomado mucho para que pudiera separarle las piernas y mostrarle qué tan malo es su gusto en hombres.

Ay, la tendría gritando. Darle placer a Sondra sería sencillo: parece que la chica está lista para explotar como un petardo. Carajo, la tendría toda la noche gimiendo mi nombre y ni siquiera tendría ganas de dormir.

Recorro las mesas, buscando a Corey, la prima de Sondra. Solo para mirarla. No porque esté obsesionado por completo con esta chica y necesite saber todo acerca de ella. Buscar todos sus antecedente fue necesario. Tenía que estar totalmente seguro de que no intentaba algo.

Los Tacone tenemos muchos enemigos. Mierda, es probable que tenga enemigos entre la familia Tacone. Manejo la rama de las Vegas del negocio de forma honesta y respetable, pero hay una larga historia de violencia y delitos que se remonta tres generaciones a los negocios clandestinos en Chicago. Y también hay enemigos del mundo de los negocios legítimos. Cualquiera podría enviar a una femme fatale para que se acerque, descubra mis secretos y me tienda una trampa.

Y Sondra Simonson es justo el tipo de chica que mandarían.

No, eso es mentira.

No lo es. No se parece en nada a una profesional. Pero si mis enemigos en serio fueran inteligentes, si de alguna forma pudieran intuir lo que me tomaría por sorpresa, entonces enviarían a Sondra a terminar conmigo.

Porque es seguro.

No voy a poder aguantar las ganas de perseguirla.

Encuentro a Corey en una mesa de blackjack. Veo el parecido. Es tan encantadora como Sondra, pero no es para nada mi tipo. Alta, colorada. Mucha pierna. Luce sofisticada y astuta. Reparte rápido y limpio. Parece ser un buen recurso para mi casino.

Está concentrada en sus clientes y, sin embargo, su mirada se desplaza por la sala y contempla todo. Excepto a mí. La siguiente vez que mira para arriba, barre con su mirada toda la sala y mira directo hacia mí. Camino tranquilo hacia su mesa.

No hay expresión alguna en su rostro, pero sé que sabe quién soy. Se pregunta qué hago en su mesa. Mi presencia debe incomodar a los clientes porque luego de un par de manos, la mesa se vacía.

—Señor Tacone, —murmura sin mirarme a los ojos. Es perfectamente respetuosa. Juega bien.

Guardo las manos en los bolsillos. No estoy seguro de qué quiero de ella. Creo que algo de información acerca de Sondra.

Cuando no digo nada, ella comenta:

—Asustó a mi prima ayer.

Asiento con la cabeza.

—Sí.

Sus ojos se cierran un poco.

—No sigue pensando que debe preocuparse por ella, ¿no es cierto?

—No. —Me restriego la cara con una mano—. Del uno al diez, ¿qué tan traumatizada está?

Corey tiene una cara de póquer excelente. No muestra nada; ni sorpresa, ni enojo. Nada.

—Ocho. Pero las flores y el dinero ayudaron. —Corey va directo al golpe final—. Un trabajo de crupier la ayudaría aún más.

Niego con la cabeza.

—No sucederá.

Ella baja la mirada a sus cartas sin decir nada, las extiende por la mesa y les da vuelta de un lado al otro en una ola perfecta para lucir sus trucos. Después de un momento, dice,

—Si no fuera mi jefe, le diría que se alejara de ella.

Me gusta su valor.

Saco una ficha de cincuenta dólares del bolsillo y la tiro en la mesa como propina.

—No puedo.

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