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Vegas Clandestina

Capítulo cinco

Nico

Estoy impaciente y listo para darle un puñetazo a la pared durante los primeros treinta minutos desde que se fue.

La lastimé. Se le notaba en toda el rostro. Maldita sea, intenté hacer lo correcto, pero ella no lo vio así.

Y de algún modo lastimarla es lo más injusto de todo. Pero la verdadera pregunta es, ¿por qué estaba lastimada? ¿Porque le ofrecí dinero? ¿La hice sentir como a una prostituta? Intenté ser claro al decirle que no lo hacía porque me hubiera dejado hacerle cosas. ¿O fue por algo más? ¿Rechazo?

Mierda, no se merece eso.

Y luego la necesidad de arreglar las cosas me invade, mucho más fuerte que mi deseo de hacerlo lo correcto por ella. O tal vez solo soy un bastardo ambicioso que actúa como si le importara un carajo alguien más que sí mismo.

No puedo mantenerme alejado de Sondra Simonson.

Levanto el teléfono y llamo a seguridad.

—Necesito la ubicación de una empleada. —Todas las identificaciones de nuestros empleados tienen dispositivos de seguimiento y es sencillo acceder a la información acerca de dónde se encuentran en el casino. También queda grabada para saber dónde ha estado un empleado en caso de accidente.

—Por supuesto, señor Tacone, ¿a quién busca?

—El nombre es Sondra Simonson. Trabaja en servicio de limpieza.

Una pausa.

—Lo siento, señor Tacone, parece que salió de las instalaciones.

Mierda. Renunció.

Le dije que lo hiciera. No debería tener ganas de dar vuelta el escritorio o de lanzar una silla hacia el balcón a través de mi puerta de vidrio.

Es inteligente. Escuchó mi advertencia.

Solo para estar seguro, cuelgo y llamo al jefe del servicio de limpieza.

—Estoy buscando a una de sus empleadas: Sondra Simonson. ¿Está trabajando hoy?

—Lo siento, señor Tacone, dijo que no se sentía bien. La dejé irse temprano. Envié a Jenny a limpiar las suites del penthouse. Sondra me dijo que había terminado con la suya, ¿no era verdad? ¿Necesita algo más?

No renunció. Se fue a casa enferma.

—No, está bien. —Termino la llamada y me quedo mirando fijo al teléfono. La idea de que Sondra esté tan molesta como para irse me tiene listo para salir volando por la puerta para perseguirla. Pero me alivia que no haya renunciado.

¿Qué significa eso?

¿Está pensando en volver aquí? ¿Luego de que le dejé en claro lo que ocurriría? Mierda.

En serio no quiero apagar su luz. Pero debería apaciguar los sentimientos que herí.

Llamo al florista del casino.

—Necesito enviar tres docenas de rosas fuera de las instalaciones de inmediato.

—Por supuesto, señor Tacone. ¿Adónde van dirigidas?

Tomo el archivo de Sondra y leo su dirección.

—¿Color?

—Elija usted.

—¿Nota en la tarjeta?

Dudo. ¿Qué carajo digo? Exhalo.

—Qué tal... ¿Puedo invitarte a cenar esta noche?Y fírmala, Nico.

—Perfecto, señor Tacone, las enviaré de inmediato.

—Gracias.

Cuelgo.

¿Qué estoy haciendo? ¿Ahora quiero llevarla a cenar? ¿Luego de que intenté liberarla? Mierda. Estoy tan mal de la cabeza por esta mujer que da vergüenza.

Tengo un capricho amoroso con una mujer que es probable que destruya.

***

Sondra

Tomo el autobús hacia casa. No paré para decirle a Corey que me iba porque necesitaba acomodar las ideas. No quería responder sus preguntas acerca de qué había pasado y qué haría.

Debería renunciar.

Me dejó en claro que debería renunciar.

También me dejó claro cuánto me desea. No es tampoco algo de una sola vez.

Quiere quedarse conmigo.

Por lo menos eso es lo que pude descifrar de sus amenazas.

Y mierda que eso me atrae en algún punto. Nunca un hombre estuvo tan interesado en mí. He sido la chica de la que era fácil alejarse. Fácil de engañar.

Y por eso parte de mí cree que debería confrontarlo y tan solo ir a trabajar mañana. Desafiarlo a cumplir con su amenaza.

Pero otra parte de mí no puede subirse a otra montaña rusa emocional. La posesión y el rechazo.

Me bajo en mi parada y camino las seis cuadras hasta la casa adosada de Corey.

Y... mierda. El auto de Dean está allí. En serio esperaba tener el lugar para mí sola. Es literal que no he estado a solas desde que me mudé a Las Vegas. A no ser por los momentos en que limpio las habitaciones.

Y si alguna vez necesité tiempo a solas es ahora.

Casi sigo caminando. Pero hace calor afuera. Y quiero ducharme. Necesito limpiarme a Tacone de mi cuerpo. Limpiarme este día.

Entro y encuentro a Dean mirando televisión en el sillón. Su rostro se ilumina con una leve sonrisa.

—Hola, Sondra.

Está bien, sí. Suena un poco demasiado contento de verme.

—Hola, —le digo entre dientes mientras tomo un cambio de ropa de mi maleta que está al lado del sofá. Le paso por al lado de camino al baño.

Se levanta y me sigue.

—No pensé que estarías en casa hoy.

Lo ignoro y cierro la puerta del baño. Imbécil. Abro la ducha y dejo correr el agua. Quizás esté molesta, pero se hace cada vez más y más difícil ser incluso educada con Dean. No me gusta el tipo y me está poniendo nerviosa.

Me saco la ropa y me meto en la ducha, pero cualquier satisfacción que esperara encontrar con la terapia del agua se cancela cuando me entero de que Dean está justo atrás de la puerta.

Si hubiera habido una mirilla, me habría mirado por ahí.

Qué asco.

Decido tomar una ducha corta y vestirme rápido. Quizás sí vaya a caminar. Es como si pudiera sentir la presencia omnipresente de Dean colarse por la puerta. En verdad necesito algo de espacio.

Cuando salgo, me recibe la imagen de no uno, sino tres ramos de rosas.

Y un Dean que parece muy amargado.

—¿Son de tu jefe? —me demanda. El pendejo ha abierto la tarjeta. La arroja hacia mí. Ondea hasta llegar a mis pies en el piso.

Me agacho para levantarla y leerla.

¿Nico Tacone me está invitando a cenar? ¿Luego de que me expulsó de su suite?

Este día no podría ser más extraño.

—¿Qué hiciste para que te enviara rosas? —Pregunta Dean. Cuando se adelanta un paso, se siente amenazante.

No me gusta lo que insinúa.

—Nada.

Dean se ríe burlonamente.

—Sí, claro. ¿Tuviste sexo con él? —Me toma del brazo—. Deberías tener cuidado. ¿Sabes que es de la mafia?

Me sacudo para soltarme, pero aprieta sus dedos con más fuerza.

—Ay, —protesto—. Suéltame.

Se acerca incluso más y se agacha hasta que nuestras narices quedan juntas.

—Creo que eres muy ardiente, Sondra, —me dice. Su aliento huele a Doritos—. Estoy seguro de que Tacone también lo cree.

Intento alejarme una vez más, pero Dean me sostiene firme.

—Déjame ir, —le digo de mala manera.

—Me encanta que Corey y tú sean primas, —dice, y me acorrala contra la pared—. Es casi tan bueno como hacerlo con gemelas.

—No me lo harás, así que quítate esa idea de la cabeza. —Mi indignación comienza a volverse pánico ahora. Pensé que Dean era deshonesto, pero no pensé que era de los tipos que atacarían a una chica. Es claro que me equivoqué. Porque cualquier tipo normal me hubiera dejado ir cuando se lo pedí.

Sus dedos aprietan alrededor de mi brazo con una fuerza que deja marcas. Mueve su otra mano entre mis piernas.

—Carajo. Déjame. Ir. —Ahora en serio estoy luchando y me retuerzo para intentar soltarme de su agarre. Intento sin éxito darle un rodillazo en las pelotas. Me arroja contra la pared.

Se escucha un sonido fuerte contra la puerta y resulta ser una distracción suficiente como para agacharme y torcer el brazo para soltarme. Corro hacia la puerta y pienso que quién sea que esté del otro lado de la puerta es mi salvación.

—Sondra.

Ignoro el gruñido de Dean y abro la puerta con fuerza. Planeo correr a los brazos de quien sea que esté parado allí.

No tenía idea de que esa persona sería Nico Tacone.

Me choco con él en mi apuro por salir y me agarra; su ceño se frunce. Mira más allá hacia la casa adosada y su entrecejo fruncido se profundiza.

—¿Qué ocurre? ¿Estás molesta? —Da un paso hacia atrás para inspeccionarme y no pasa por alto las violentas marcas rojas en mis brazos.

Eso es todo lo que toma. Ni siquiera dije una palabra, sino que marcha hasta el interior de la casa adosada y golpea a Dean.

Se escucha el asqueroso crujir del hueso cuando se rompe su nariz y se vuela hacia atrás; cae sobre el sillón y se desliza hasta el suelo. Tacone lo sigue y lo levanta de la camisa para volver a pegarle.

—¡Bueno! —Grito—. Pare. —Sujeto a Tacone del brazo.

Se frena para mirarme. Viste un traje de diseñador, pero no ha transpirado una gota.

—Sondra, espera en el auto. —Su voz está en perfecta calma, como si usar violencia para obtener justicia estuviera incluido en su día laboral. Aunque es probable que sea así.

Ay, por Dios. Matará a Dean.

Puedo estar enojada por lo que me hizo, pero siento que ya estamos a mano. Quiero decir, la sangre brota de su nariz y está tirado en el piso.

—No. —Intento tirar de Tacone para llevarlo hacia la puerta—. Vamos por esa cena. Sonó bien.

Deja caer a Dean al suelo y se endereza para mirarme.

—¿Quién es este tipo? ¿Te lastimó?

Me estremezco porque sé que la respuesta causará más violencia.

—Es el novio de mi prima. Por favor, ¿podemos irnos?

Tacone busca en su chaqueta. Sé lo que sacará antes de que aparezca el arma porque esa cosa me apuntó a la cabeza. Se agacha y presiona el cilindro contra la sien de Dean.

—Vete de aquí.

Aunque se nota que está aterrorizado, balbucea,

—Esta es mi casa.

Tacone lo golpea con el arma.

—Dije, vete de aquí. Junta tu mierda. Múdate. Si vuelves a acercarte a Sondra o a su prima de nuevo, te mataré. ¿Me entiendes?

Dean no responde lo suficientemente rápido y Tacone lleva el arma hacia atrás para volver a golpearlo.

—¡Bien! ¡Me voy! —Pone las manos en el aire y de a poco se pone de pie.

Tacone no le saca los ojos de encima a Dean, pero me murmura,

—¿Esa es tu maleta, bebé?

Me toma un segundo entenderlo, pero me doy cuenta de que habla de mi maleta abierta al lado del sillón.

—Sí. Sí, lo es.

Tacone vuelve a guardar el arma en su funda bajo el brazo y camina con pasos largos hasta la maleta; la cierra de forma decidida.

Tiemblo como una hoja, y es posible que esté más conmocionada de lo que lo estuve la primera vez que vi el arma de Tacone.

—Súbete al auto, bebé. —Toma la manija de mi maleta y levanta el mentón en dirección a la puerta.

Mis piernas se aflojan mientras camino, pero logro levantar mi bolso y me tambaleo hasta la puerta. Tacone está justo detrás de mí, y lleva mi maleta. Ninguno mira hacia atrás cuando salimos.

***

Nico

Tenía una idea romántica de tratar a Sondra como a una dama y llevarla a una cita. Esa idea murió con rapidez cuando vi la llama del miedo en sus ojos y las marcas en sus brazos.

Maldito bastardo. En serio quiero matar al hijo de perra por maltratar a mi chica.

Sí, puedo haber fingido no haber ya declarado a Sondra Simonson como mía, pero lo hice.

Es muy tarde para ella.

El diablo toma lo que el diablo quiere. Y la quiero a ella.

El poder de la furia oscura todavía corre por mis venas, lo que me hace sentir invencible, pero intento contenerlo.

Sondra está aterrorizada. Tan asustada como el día en que la conocí. Mierda. ¿Fue por mi culpa? ¿Lo que hice hace un rato? Tengo que recordar que no está acostumbrada a ver tipos con las narices rotas.

Guardo su maleta en el baúl del Lamborghini y le abro la puerta del copiloto. Luego de entrar en el lado del conductor y encender el auto, tengo que preguntarle,

—Sondra, ¿él no...?

—No. —Niega con la cabeza. Y entonces, destruyéndome por completo, rompe en llanto.

—Bebé. —Mis manos toman el volante con la suficiente fuerza como para aplastarlo—. Mierda.

—Estoy bien. —Inhala—. Solo ha sido un día largo.

—Lo siento. Sé que soy en parte responsable por eso. ¿O quizás del todo? —La miro de reojo.

Niega con la cabeza.

Gracias al cielo.

—N-no le hará... nada más a él. ¿No es cierto?

¿Quiero golpear fuerte al tipo? Totalmente. Si me dijera que la había violado, definitivamente lo haría. Pero no. La razón principal por la que me fui de Chicago para abrir un casino en Las Vegas fue porque quería salir de la clandestinidad. Dirigir un negocio legítimo. Mantengo mis manos limpias de sangre tanto como se puede.

—¿Quieres que haga algo más? —Solo quiero asegurarme.

Niega rápido con la cabeza. Eso no me sorprende.

—Entonces no. No lo tocaré de nuevo. Mientras que saque su trasero de aquí.

Ella enrosca los dedos en su falda.

—¿Y si no lo hace?

Rechino los dientes.

—Entonces me aseguraré de que lo haga.

—No al matarlo.

Le echo un vistazo. Sondra Simonson se puso firme en algo. Me gusta escuchar la frialdad en su voz, casi tanto como me gusta cuando se rinde ante mí.

—Sí, está bien. Solo lo reubicaré.

Limpia sus lágrimas secas en su casa.

—¿Adónde me llevas?

—Al Bellissimo. Te conseguiré una suite ahí, sin cargo, sin obligación. Necesitas una maldita cama decente para dormir. —Le doy un tinte de finalidad a mi voz y no discute. No soporto saber que ha estado durmiendo en la casa adosada con ese pendejo rondando cerca.

Luego de un largo momento, me dice con suavidad,

—Gracias.

La manera en la que se contrae mi corazón me sorprende.

—¿Por qué?

Tira de un hilo en sus pantalones cortos de jean.

—Me alegra que aparecieras cuando lo hiciste.

Ahora quiero volver a matar al tipo. No tocarla ya no es más una opción. Estiro la palma de mi mano hasta su nuca y acaricio con las puntas de los dedos a lo largo de la línea de su cuello.

—Dime si vuelves a ver a ese tipo otra vez.

No dije lo correcto. Sondra se pone pálida otra vez y siento cómo la recorre un pequeño escalofrío.

Mierda. Me tiene miedo. Y quizás sea lo mejor. Debería temerme. Debería cerrar la puerta y mantenerse bien alejada.

***

Sondra

Estoy temblorosa y sorprendida. Tal vez es por eso que esta vez no le tengo nada de miedo a Nico Tacone. De hecho me siento consolada y cuidada de un modo extraño, lo que es estúpido porque sé que este hombre es increíblemente peligroso. Diablos, lo acabo de ver apuntar a alguien. Otra vez.

Y sin embargo, me estaba defendiendo, su peligro se transformó tan de repente en heroísmo. Sé que Corey diría que escucho a La voz del error otra vez.

Y ¡Por Dios! ¿Qué dirá Corey de Dean?

¿Me culpará por esto? ¿Culpará a Nico cuando Dean se vaya? ¿Se irá Dean? Espero, por su bien, que lo haga. De hecho, lo espero por el bien de todos.

Tacone estaciona en el círculo delantero del Bellissimo y sale del auto. El valet corre a abrirme la puerta. Tacone le arroja las llaves.

—Hay una maleta en el baúl.

—Por supuesto, señor Tacone.

Me escolta hasta adentro y se saltea la línea para la recepción; camina derecho hacia un puesto desocupado. El botones nos sigue con mi maleta. Uno de los empleados se acerca con rapidez.

—Necesito una suite doble para la señorita Simonson.

Los empleados de Tacone están bien entrenados porque no hay un rastro de curiosidad en la expresión de la recepcionista, solo una actitud eficiente y bien dispuesta mientras sus dedos vuelan sobre las llaves. Me mira y sonríe.

—¿Por cuánto tiempo se quedará, señorita Simonson?

—Em... una o dos...

—De forma indefinida, —interviene Tacone—. Sepárala por los próximos meses, por lo menos.

¿Meses? Iba a decir noches. Una suite en el Bellissimo cuesta $450 la noche en temporada alta.

—Bueno, solo necesitaré una identificación con foto y la tarjeta de crédito para contingencias, —dice la recepcionista mientras desliza la mirada hacia Tacone.

Busco mi bolso, pero niega con la cabeza con impaciencia.

—No habrá cargos por contingencias.

La vibración que comenzó en mi pecho cuando dijo que podía quedarme aquí por meses se intensifica. ¿Nico Tacone dejará que una de sus mucamas se quede gratis en una suite de lujo y pida servicio a la habitación a su gusto? Sé que le gusto, pero empiezan a sonar las campanas de advertencia.

Tacone parece notarlo porque me dirige la mirada. En parte es una advertencia, en parte una reafirmación. Solo tómalo, parece decir.

—Bueno, estará en la habitación 853 que está en la torre norte. Tome el ascensor a su izquierda. —Cuando la recepcionista me pasa la tarjeta, Tacone la toma y se la da al botones, mientras lo desestima con un movimiento de mentón.

El botones se aleja con mi maleta sin emitir sonido. Tacone coloca su mano en la parte baja de mi espalda y me guía hacia el conjunto de ascensores. La gente nos mira mientras pasamos. Él está vestido en su hermoso traje y yo llevo pantalones cortos y una blusa escotada. Mierda, ¿parezco una prostituta?

Mis pasos vacilan.

Tacone se detiene y me gira que lo mire. Un músculo se tensa en su mandíbula.

—Toma la maldita habitación, —me dice de mala manera, como si ya supiera que estaba por arrepentirme. Me suelta y pone las manos en alto, los dedos bien separados en forma de rendición—. No subiré contigo. No tienes que volver a verme. No trabajas para mí. De hecho, estás despedida. Y ahora tienes un lugar donde quedarte mientras decides que hacer con tus cosas. —Mueve su mentón hacia el ascensor, donde el botones mantiene la puerta abierta para mí—. Vete.

Se da vuelta y se aleja, sin esperar a ver qué elegiría. Dudo. El botones tiene mi maleta, así que debo buscarla sin importar lo que decida.

Así que podría probar cómo es dormir en una suite del Bellissimo.

Solo por una noche.

Puedo intentar resolver mis problemas mañana

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