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Vegas Clandestina

Capítulo seis

Nico

Porque estoy muy obsesionado, al día siguiente me fijo si Sondra renunció o si se fue del hotel. No renunció, pero llamó para decir que estaba enferma.

Busco en la transmisión de videos del casino hasta que la encuentro echada al lado de la piscina.

Sonrío. Bien por ella.

Pero luego deseo no haberla encontrado porque me supera la necesidad de ir al borde de la piscina y arrancarle esa tira del bikini de su cuerpo y lamer cada parte que el sol no ha tocado. Y eso seguido de una explosión de celos puros. Porque cada maldito tipo en el borde de la piscina está viendo lo mismo que yo.

Y algo acerca de una Sondra Simonson con poca ropa es mucho más arriesgado que las vedettes y camareras de cócteles que se pasean por mi club mientras muestran más de sus traseros y tetas.

Hago lo único razonable: me alejo de la transmisión de seguridad y voy hacia la sala para aterrorizar a mis empleados.

Veo a Corey en la sala y sus ojos, atrevidos y desafiantes, se encuentran con los míos.

Sí, le di una paliza a tu novio y le dije que se fuera de tu vida. Puede que tenga algo de complejo de Dios. Demándame.

Ya me estoy sintiendo como un tirano, me dirijo al jefe de piso, Ross.

—Cubre a Corey por un momento. Necesito hablar con ella.

—Sí, jefe, señor Tacone. —Ross se acerca apurado hacia Corey, quien está a cargo de la ruleta, y le murmura algo en el oído. Ni bien termina la jugada, él la reemplaza, y hace que todos los clientes se quejen. La gente se vuelve supersticiosa con los crupieres, en especial cuando son coloradas altas y bellas.

Corey levanta el mentón y camina con pasos largos hacia mí, viste muy bien un par de tacones y un vestido negro ajustado con un escote profundo.

—¿Tienes algo que decirme? —Le pregunto ni bien llega.

Abre más los ojos por un momento antes de esconder su sorpresa. Se queda callada un largo momento.

—No, señor.

—¿Estás segura? —La desafío.

Otro momento, luego niega con la cabeza.

—No me importa un carajo lo que le haga. —El disgusto invade su voz y siento algo de empatía por ella. Me pregunto cómo las mujeres hermosas terminan con novios perdedores.

Cazzo, ahora me sensibiliza también otra gente. ¿Qué carajo me está pasando? En serio tengo que dormir algo.
***

Jenna

—Es hora de cerrar el trato, —declara mi padre. Está sentado detrás de su gran escritorio de nogal mientras recorta la punta de un cigarro. Me citaron aquí, a su oficina, la princesa de la mafia para el rey.

El nudo de ansiedad que he llevado bajo las costillas desde que tuve la edad suficiente para entender mi futuro se ciñe y no puedo respirar.

—Junior Tacone preguntó por ti. Sabe que te graduaste. No puedo posponerlo más.

Maldigo las lágrimas que empiezan a brotar de mis ojos. Pero no es justo. He estado atrapada en este matrimonio desde que tenía nueve meses. Concedida para casarme con un hombre diez años mayor. Un hombre que tampoco me quiso nunca.

Creo que ese debería ser mi consuelo.

—¿Nico preguntó por mí? —Mi voz tiembla.

Mi padre enciende el cigarro e inhala.

Odio el humo del cigarro. No soporto la manera en la que mi padre lo tira en mi dirección como si nunca hubiera escuchado hablar de los problemas de salud por el humo ajeno.

—No. No sé cuál es el maldito problema con Nico. Si cree que le faltará el respeto a esta familia al rechazar casarse contigo...

—Pero no quiero casarme con él, —lloro, como ya lo he hecho cuatrocientas o quinientas veces.

Mi padre me apunta con un dedo acusador.

—Harás lo que tengas que hacer para consolidar el vínculo entre nuestras familias. Es la única maldita cosa que te pido. No tienes que ensuciarte las manos, no tienes que ser un soldado como tus hermanos. Te casas con quien maldita sea que te diga, y lo haces con clase. Como te crio tu madre.

Y esta es la respuesta que he escuchado toda la vida.

Me trago el gusto amargo que asciende por mi garganta.

—Las familias han estado unidas todos estos años por un simple contrato de matrimonio. No necesitamos que se materialice para consolidar todo.

—Suficiente. —Mi padre sacude la mano—. Te enviaré a Las Vegas. Dile a Nico Tacone que comience los arreglos para la boda. Ha llegado el momento.

***

Sondra

Después de tres días de vacaciones lujosas pagadas por Nico Tacone, decido que es hora de volver a trabajar. Soy consciente por completo de lo que significa.

Él me lo advirtió, con detalle.

También cumplió con su palabra y se mantuvo alejado. Sin contacto, a menos que cuente hablar con Corey. Pero no tuve ofertas para un trabajo profesional y tener este es mejor que no tener ninguno.

Ay, ¿a quién intento engañar? Volver a trabajar significa que he decidido ofrecerme como un sacrificio virginal a Nico Tacone.

Él es como una adicción. Quiero mantenerme alejada; en serio quiero hacerlo. Sé que es lo correcto. Pero la emoción que me provoca la idea verlo de nuevo es muy fuerte como para resistirla. Quiero volver a estar cerca de él, echar chispas y quemarme bajo la llama de su deseo por mí.

Renuncia. Múdate de nuevo a Michigan. Usa tu título, argumenta la voz de la razón.
Mío, dice la Voz del error, mientras llama a la puerta de la suite de Nico con sus garras de gato.

Así que vuelvo a trabajar y preparo mi carrito de servicio de limpieza como si nada hubiera pasado.

—¿Te sientes mejor? —Pregunta Marissa.

—Sip. Era una infección estomacal. —Me siento un poco culpable al mentirle, pero ¿qué puedo hacer? La historia real es muy bizarra como para compartirla con alguien que no sea Corey.

Espero que se recupere pronto de lo de Dean. Vino a la suite la noche que ocurrió todo y las dos tomamos un par de botellas de vino hasta que terminamos maldiciendo a todos los hombres y juramos no volver a salir con un perdedor otra vez.

Lo que, por supuesto, llevó a que Corey me intentara convencer de abandonar el capricho con Tacone. Así que ahora tendré que afrontar su opinión además de cualquier problema en el que me meta hoy. Pero estará allí para lidiar con las consecuencias por mí.

Quizás esa sea la lección en todo esto. Elijo hombres de mierda, pero hay gente en mi vida que me ama y que haría cualquier cosa por mí. Eso es un regalo en sí.

Limpio primero las otras suites. En la segunda, me encuentro con los tipos que vi el primer día.

—Es esa, —dice uno de ellos mientras salen cuando yo entro.

—¿Cuál?

—La del servicio de limpieza con la que Nico está obsesionado. —La puerta se cierra. No son verdaderas novedades. Sé que le gusto. Pero escucharlo de la boca de un extraño lo vuelve más firme. Más real. Más emocionante. Reboto al caminar cuando entro a limpiar.

Cuando termino, me dirijo a la suite de Tacone. No está aquí, pero es lo mejor, en definitiva. Es una suspensión a mi sentencia. Entonces, ¿por qué estoy tan decepcionada?

Casi termino con la última habitación cuando escucho que Tacone coloca su tarjeta magnética en la cerradura.

El corazón se me sube a la garganta.

Tacone camina tranquilo y registra el carrito del servicio de limpieza, luego se gira para verme. Cuando nuestro ojos se conectan, una descarga de electricidad pura me golpea donde estoy parada.

Hay satisfacción en la pequeña sonrisa burlona de Tacone y una promesa oscura en sus ojos.

Camina sigiloso hacia mí.

—Te advertí acerca de lo que ocurriría si volvías, ¿no es así? Su voz es áspera, hambrienta.

Le sostengo la mirada.

—Me lo advirtió.

Me toma, moviendo la cabeza.

—Tú lo pediste. —Me levanta por la cintura y me deja caer sobre el taburete que hace juego con la barra de desayuno. Busco su cinturón, pero me agarra la muñeca.

—No, no. Yo estoy a cargo, bebé. Yo decido cuándo y cómo te lo haré. Si voy a satisfacer mi fantasía de ponerte sobre ese carrito de servicio de limpieza o si te obligaré a peinarte con dos coletas de nuevo y meterte a la ducha. —Desliza su palma hacia arriba sobre mis piernas descubiertas, y empuja la falda de mi vestido de servicio de limpieza mientras lo sube. Cuando sus pulgares llegan a mis bragas, los desliza con suavidad sobre el refuerzo para provocarme.

Mi vagina aprieta el aire. Tomo su brazo para evitar caerme.

—Así es, dulzura. Agárrate fuerte. Porque esta vez no me contendré.

El sonido que sale de mi garganta es irreconocible.

Frota sus nudillos sobre mi clítoris, casi sin hacer contacto, lo que me enloquece.

—¿Trajiste tu vagina aquí para que se lo hiciera? Sabías que no las dejaría sin nada esta vez, ¿no es así?

Es sucio y ordinario, pero que Dios me salve, me encanta. Señor, si Tanner alguna vez me hubiera hablado así, me habría reído en su cara. Pero Tacone se sale con la suya porque rebalsa de confianza sexual.

Me tiembla la cabeza mientras asiento.

Eso es lo que me trajo de nuevo aquí. Quiero que Nico Tacone me dé otro orgasmo. Solo debo recordar pensar con la cabeza y no dejar que mi corazón se entrometa. Y evitar ser testigo de algo ilegal que pudiera ponerme en peligro.

Sí, soy estúpida. Soy una pequeña idiota caliente que está segura de que este será el mejor sexo de mi vida.

Pasa un pulgar por debajo del refuerzo de mis bragas.

—Mmm hmm. ¿Estás mojada para mí, no es así?

Creo que estoy más lista de lo que nunca lo estado porque desliza su pulgar dentro de mí sin necesidad de ninguna preparación. Se queja, sus párpados caen.

—Bambina... estuve pensando en tu vagina cada minuto del día desde esa primera vez en la que te atrapé aquí. —Me sostiene por la cintura, me inclina hacia atrás y aprieta con su pulgar—-. El casino está repleto de mujeres, pero solo quiero tu vagina.

Mi cabeza cae hacia atrás. Me balanceo sobre mi coxis y me arqueo sobre su brazo, la parte superior de mi cuerpo sostenida por sus antebrazos.

—Y esta es la razón. Eres tan apetecible.Tan receptiva. —Su rostro se contorsiona como si le doliera no estar adentro de mí.

Me retuerzo, queriendo que vaya más profundo, sentir más fricción. Su pulgar no es suficiente.

—Chica ambiciosa. ¿Quieres que te lo haga bien?

—Sí, por favor.

Larga una carcajada forzada.

—Di un maldito por favor. Cada vez. La chica más dulce que he tenido. —Quita su pulgar y me baja del taburete. —Date la vuelta, bambi.

Me giro, apoyo los antebrazos sobre el taburete, y tiro el trasero hacia atrás. Me arranca las bragas y luego me da una nalgada en el trasero.

Nunca pensé que me atraería el placer, pero luego de las nalgadas de la otra vez, no solo estoy lista, sino que lo deseo. Vuelve a darme otra nalgada, y otra. Cada vez es un golpe de dolor, un estallido de placer. Me ahogo en la sensación, y caigo más y más profundo en el abismo de lujuria y deseo.

—Por favor, —le ruego.

Me maldice de forma hostil.

—Pon el trasero hacia atrás, hermosa.

Mi trasero ya está así, pero intento arquearlo incluso más. Escucho el ruido del envoltorio del preservativo al abrirse y espero a que se ponga la protección. Frota la cabeza de su miembro contra mi abertura.

Empujo hacia atrás mientras intento que entre en mí. No puedo aguantar otro segundo de su provocación. Necesito satisfacción.

Se adentra en mí con un empujón fuerte y el taburete se inclina y vuelve a su posición.

—Mierda. —Sale y casi lloro. Debo haberme quejado, porque me consuela—. Está bien, bambi. Recuéstate sobre el apoya brazos del sillón aquí. Necesito hacértelo mucho más fuerte de lo que puedo aquí.

Me tambaleo hacia el sillón y me empuja contra el apoya brazos y vuelve a darme una nalgada.

—Luces tan malditamente perfecta con esas marcas de manos en tu trasero, Sondra Simonson.

No sé por qué siempre dice mi nombre y apellido, pero me encanta. Me hace sentir como alguien famoso. Una estrella de cine o una superheroína. Como lo prometió, se adentra en mí tan fuerte que grito.

Se queda ahí y toma mi cuello para levantar mi cabeza.

—¿Estás bien? —Se asegura. Puede que juegue fuerte, pero Nico es considerado. Cuando no está apuntándole un arma a la cabeza a alguien.

Me arqueo.

—Sí.

No me mueve.

—Sí, qué.

Mi mente balbucea, no estoy segura de lo que quiere.

—¿Sí, señor?

Se ríe.

—Bebé, si me sigues diciendo señor, te lo haré hasta mañana. Pídeme lo que quieres. Quiero escucharte decir por favor otra vez en esa vocecita dulce que hace que mis pelotas se tensen.

—Por favor, Nico.

—Mierda.

Se sale y vuelve a entrar con fuerza; me quita el aliento por la potencia. Es muy fuerte, muy duro, no me quejaría si me matara. Se siente bien. Muy bien. Me lo hace fuerte, sus genitales golpean contra mi trasero como una segunda nalgada, su miembro taladra profundo dentro de mi canal empapado.

—Por favor. —Ahora que sé lo que quiere, lo que enloquece, lo seguiré diciendo.

Vuelve a maldecirme y me sostiene por la parte superior de mis brazos; arqueo la espalda mientras golpea contra mí.

Me quejo pero separo más las piernas, trabajo en relajar los músculos para recibir mejor toda la fuerza de sus empujones. Mi mente se pierde. Todavía no he acabado, pero estoy volando en cohete hacia el espacio exterior. No, algún lugar mejor que el espacio exterior. El lugar donde no hay pensamientos. Solo placer. Solo un placer maduro, jugoso, satisfactor y violento.

—Sí, Nico, por favor, —me quejo.

—Deja de rogar, bebé. —Su voz es áspera—. Deja de rogar o no duraré otro... Mieeeeeerda. —Se entierra profundo en mí y sacude sus caderas contra mi trasero mientras acaba.

De alguna manera, todavía logra recordar que no he acabado y me levanta las caderas del sillón lo suficiente como para poner su mano debajo de mí y frotar mi clítoris.

Estallo, los fuegos artificiales se fragmentan frente a mis ojos, mi cuerpo convulsiona bajo su tacto fuerte.

Estoy satisfecha por su miembro mientras bailo contra sus dedos por largos momentos, por una eternidad. Y luego se termina y olvido cómo respirar.

Me colapso sobre el apoyabrazos del sillón, mi visión es nula. No, tengo los ojos cerrados. No sé cuánto llevo tirada inerte de esa forma, pero Nico se levanta y me despierta.

—Ven aquí, bebé. Vamos a limpiarte. —Me da vuelta. Me cuesta estar de pie. En serio no me puedo concentrar.

Su sonrisa es complaciente justo antes de agacharse y poner su hombro contra mi cadera. Y luego estoy en el aire, tirada sobre su hombro, mi trasero desnudo mirando el cielo. Le da una nalgada mientras me lleva al baño. Me sostiene como a una bolsa de papas mientras abre el agua de la ducha, luego me baja y me quita el vestido.

—Quiero hacértelo justo aquí dentro, nenita. Ese primer día que te encontré limpiando. Te metí en la ducha y era todo lo que podía hacer para no desvestirme y entrar contigo. —Ahora se desviste y yo me paro allí, quieta como una muñeca de trapo—. Fue totalmente depravado. Y luego te oí llorar, y me sentí aún más como un pendejo.

No sabía qué decir porque es depravado que quisiera hacérmelo luego de lo que había sucedido. Y sin embargo, escucharlo decirlo solo me emociona por el poder que me da cada vez que habla de lo mucho que me desea.

Este hombre increíblemente adinerado, poderoso y peligroso piensa que soy su debilidad.

Me emociona ese poder.

Y me hace sentir estúpida. Porque es solo acerca del sexo. Es un capricho, por la razón que sea. Y mejor tengo cuidado o podría ponerme en grave peligro.

—No me tendrá de prisionera aquí. —Lo digo como afirmación, pero en realidad es una pregunta. Tengo que preguntarlo, ahora que mi cerebro comienza a funcionar otra vez y que la adrenalina del miedo está volviendo.

Sus párpados se bajan a media asta. Me empuja hacia el chorro de agua y me sigue. Me encuentro atrapada contra la hermosa pared de mármol italiano y sus manos avanzan sin esfuerzo hacia mis senos, bajan por mis costados.

—¿Te dejaré ir? Es discutible. No hasta que te lo haya hecho por lo menos una vez más.

Mis miedos se desvanecen. No está loco. No me ataría en serio a una cama; no si no lo quisiera. No el tipo que se detuvo para asegurarse de que estuviera bien cuando me queje durante el sexo.

No lo creo, pero necesito estar segura.

Toma una barra de jabón y hace espuma en ambos lados, luego me enjuaga entre los hombros, luego sobre los senos. Me enjabona la barriga y baja hacia mis muslos externos, después me gira y sigue con mi espalda, mi trasero.

Comienza a acariciar entre la raya de mi trasero.

Mis piernas, ya inestables, empiezan a temblar. Me da vergüenza y me excita que me laven, masajeen y acaricien el ano con cuidado.

—Apuesto a que nunca se lo han hecho a este trasero jugoso.

Me quedo dura, porque, es así. Soy totalmente virgen en el sexo anal y en serio no quiero hacer eso con él.

Se estira hacia mí y toca mi monte y acaricia la piel suave que hay allí con tanta delicadeza.

—Tienes miedo. —Lleva sus labios a mi oreja y luego la muerde—. Eso no debería excitarme.

Mis rodillas se juntan y muevo la cadera lejos de él. En serio no quiero esto. En especial no cuando suena como que quiere obligarme a hacerlo.

Me da vuelta y atrapa mi garganta con su mano. No aprieta, solo me sostiene quieta para darme un beso hostil. El agua corre por mi rostro, entre nuestro beso. Mueve su boca sobre la mía, me lo hace con su lengua, retuerce y gira los labios sobre los míos, cambia de ángulo, me devora.

Después de un momento me relajo, abierta a la matanza.

Su mano avanza sin esfuerzo hacia mi trasero y lo aprieta; toma y amasa mis cachetes mientras le hace el amor a mi rostro.

Su miembro se endurece contra mi barriga.

—Te necesito otra vez, bambi. ¿Me lo entregarás como una chica buena?

Esas palabras no deberían excitarme, pero lo hacen. Mi vagina se tensa, mi suelo pélvico se levanta. Lo envuelvo alrededor de la cintura con una pierna y lo invito a pasar.

Se queja contra mis labios.

—Olvidé traer un preservativo. —Saca mi pierna de su cintura y me empuja contra la pared de la ducha—. Muévete de esta posición y te daré nalgadas hasta que tu trasero se ponga rosado. ¿Capiche?

—Sí. —Me falta el aire.

Se inclina y me besa de nuevo, con labios duros y movedizos.

—Tan dulce. —Luego me apunta con un dedo de advertencia mientras sale de la ducha. Es un gesto que me hace temblar las piernas. Es probable que sus enemigos se hagan pis encima, que sus subordinados formen fila.

Vuelve un momento después, ya colocándose el preservativo. Me acorrala e inclina su frente contra la mía; su miembro va de un lado al otro entre sus piernas.

—¿Te duele mucho como para hacer esto?

Ahí está otra vez: la consideración. No sé por qué siempre me sorprende. Creo que es porque en otros momentos es tan duro. Es tan atractiva, esa mezcla entre ser pendejo y tierno. Lo hace más que atractivo.

Me duele bastante, pero no puedo negarme a más sexo. No porque no quiera decepcionarlo. Sino porque lo necesito. Incluso con los orgasmos que ya me dio, tengo ganas de más. Quiero saber cómo termina la escena.

—No demasiado dolorida. —Mi voz suena rasposa.

Presiona su pulgar contra mi boca y lo succiono.

—No lo hago suave, amore. Debes saber eso.

Quita su pulgar lo suficiente como para que pueda responderle,

—¿Me lo advierte de nuevo?

Me separa más las piernas, luego levanta mi muslo, pero en vez de poner su cadera donde estaba antes, me golpea la vagina.

Me quedo sin aliento. Mis pezones se endurecen hasta parecer puntas de diamantes.

Me vuelve a pegar entre las piernas. Es algún tipo de castigo, pero no estoy seguro de por qué. O quizás solo le gusta lastimarme.

No me sorprendería que el alma de la mafia sea un sádico. El mundo es crimen y violencia.

Pero luego junta su boca con la mía y alinea su miembro con mi entrada.

—Tómalo, entonces. —Su voz es ronca y profunda. Empuja hacia adentro y me llena.

Pongo las manos alrededor de sus hombros y rasguño la parte de atrás de su cuello. Él empuja hacia arriba y levanta mi otro pie del piso de la ducha. Lo envuelvo a su cintura y me sujeta el trasero.

—¿Cabalgarás bien mi miembro, bambina?

Mi vagina se tensa, incluso si me ofende. ¿Así les habla a las prostitutas a las que suele usar? Pero luego olvido mi ira en un momento porque comienza a murmurar contra mi cuello mientras se avienta hacia adentro y hacia afuera.

—Tan dulce. Tan malditamente bueno. Tu vagina podría salvar a un hombre, lo juro por Madonna.

La parte superior de mi espalda presiona contra la pared de la ducha y él guía mis movimientos, me levanta y me baja mientras calcula el ángulo de sus empujones hacia mi interior.

El calor del agua y del vapor, combinados con el sexo frenético me hace sentir mareada.

Nico es duro, de eso no hay duda. No tengo control sobre nuestros movimientos; él maneja y sabe con exactitud lo que quiere y lo que hace. Mis gemidos se vuelven más y más agudos y luego aprieto su miembro, golpeo su hombro.

—No acabes, —me ordena—. No te atrevas a acabar hasta que te lo diga.

De nuevo, me ofendo. No puedo descifrar si se supone que sea sensual o si solo es controlador. Pero es sensual. Tan sensual que no puedo evitar obedecerlo, solo porque necesito saber qué recompensa tendré por mi obediencia.

Solo porque estoy desesperada por obtener mi recompensa.

Nico jadea, empuja más fuerte y rápido, me deja plana contra los azulejos fríos, me araña y raspa con su barba incipiente de un día.

Mueve una de sus manos a mi trasero para rozar mi raya y me sacudo cuando una descarga de sensaciones echa chispas en mí.

Mi corazón late demasiado rápido, demasiado fuerte. Estoy ardiendo; temo desmayarme por el calor y el sexo. Él sigue rozando la punta de su dedo sobre mi ano, y la sensación se enciende en mí.

Un gruñido bajo hace eco en las paredes de la ducha y sus movimientos se vuelven bruscos. Dice una serie de maldiciones; la mitad en español, la otra en italiano. Luego ruge y empuja profundo; me muerde el cuello mientras acaba.

Al mismo tiempo, el maldito viola mi ano con la punta de su dedo.

Quiero odiarlo, pero es demasiado bueno. La sensación en mi trasero es horrible e increíble. Estallo como un rifle y acabo sobre su miembro grueso mientras su dedo sale con suavidad en un movimiento gentil.

Contengo un grito ahogado, mis muslos internos aprietan con la suficiente fuerza como para romper sus caderas mientras mi canal espasmódico ordeña su miembro en busca de cualquier fluido restante.

Y cuando se detiene, estoy arruinada. Un llanto grave sale de mi garganta. Las lágrimas me hacen arder los ojos, pero es solo por la descarga. Por la increíble descarga orgásmica que me cambia la vida.

Tacone canta algo suave en italiano y cierra el agua. Me saca de la lujosa ducha y me envuelve una toalla alrededor de la espalda mojada.

Apenas registro lo que sucede. Mi cuerpo quedó inerte y mi mente todavía no volvió de mi viaje al espacio exterior.

Nico me acuesta sobre la espalda en la cama gigante y envuelve las puntas de la toalla sobre mi parte del frente. Luego se acuesta hacia abajo a mi lado. Antes de que mi cerebro pueda deshacer la neblina que se levanta, sus ronquidos atraviesan la habitación.

Supongo que el buen sexo siempre es la cura del insomnio.

Sonrío, y me levanto de la cama, luego encuentro mi ropa en la sala de estar y me cambio.

No terminé de desempolvar, pero me lo salteo. Estoy bastante segura de que no me delatará.

De hecho, quizás me castigue por ello.

Y esa idea me hace sonreír aún más.

Empuja hacia afuera mi carrito de servicio de limpieza. Tony, su guardaespaldas musculoso, está saliendo del ascensor y se dirige a la habitación de Nico.

—¿Está el señor Tacone dentro? —pregunta.

—Sí, pero está durmiendo.

Tony de detiene, luego se da la vuelta para mirarme con un interés intenso en su expresión. Contempla mi cabello mojado, mis mejillas enrojecidas. Lo ignoro, llamo al botón del ascensor varias veces más.

Toni apoya la espalda sobre la puerta de Nico.

—¿Tienes algo que ver con el hecho de que esté durmiendo?

Me encojo de hombros, pero no puedo evitar que una sonrisita se forme en mis labios.

—Puede ser.

Tony sacude la cabeza. Pienso que va a decir algo ofensivo, pero en vez de eso respira,

—Maldita sea, gracias.

Se escucha la llegada del ascensor y las puertas se abren. Me escapo hacia adentro con mi carrito, ansiosa por llamar a Corey y contarle todo.

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