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Un amor como este

Capítulo Cuatro

Anastazja

De repente, me noté la boca muy seca. Me lamí y los labios y tiré del de abajo con los dientes.

Me puse roja como un tomate mientras Ace esperaba pacientemente mi respuesta. Ambos sabíamos cuál iba a ser, pero yo seguía nerviosa.

—Yo... eh... sí, suena bien —logré decir al fin. Mi voz apenas superaba un susurro.

Ace exhaló con fuerza. —Gracias a Dios, la verdad es que no sé qué habría hecho si me hubieras dicho que no —dijo riendo. Se levantó de la cama y volvió al armario.

Al cabo de un momento, me miró con el rostro pensativo. Sentí su mirada clavada en mí y levanté la vista de donde estaba montando la cómoda.

—¿Puedes decirme por qué llevabas una banda de Ocupada” anoche?

Volví a mirar las instrucciones antes de contestar. —Me mudé a esta ciudad hace tres meses. Rowan no sabe nada de mis intereses por el BDSM, y es mi única amiga aquí.

—Estaba nerviosa por ir al club por primera vez, y no me interesaba participar en ningún show así de entrada, así que pensé que de esa manera me ahorraría tener que explicarlo una y otra vez. La banda se encargó de alejar a cualquiera que tuviera interés en mí.

—Ah, ya veo. —La cara de Ace se aclaró—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste un amo? ¿O no has tenido ninguna relación d/s fuera de un club?

Hizo aquellas preguntas con toda naturalidad. El BDSM formaba parte de su vida y, obviamente, se sentía muy cómodo hablando de ello fuera de los clubes.

Sin embargo, era extraño para mí. Estaba tan acostumbrada a limitarlo al club porque a ninguno de mis amigos le interesaba, que no era algo de lo que soliera hablar en el mundo real.

—Nunca he tenido un amo oficial. Sólo me he acostado con un par de doms; me cuesta encontrar la dinámica adecuada.

—Debo admitir que no soy una sumisa perfecta. A veces me comporto como una malcriada y pongo a prueba la paciencia de los doms. Pero es sólo porque me encanta darles cuerda y que me castiguen por ello —confesé con una risita.

Siempre era divertidísimo ver la furia en la cara de un dom cuando le faltabas al respeto: esa mirada atónita de incredulidad por haberle hablado de esa manera, esa dureza en los ojos que indicaba que estaba pensando en cómo castigarte.

Volví a sentir los cálidos ojos de Ace sobre mí, sus labios curvados en una media sonrisa. —Sinceramente —dijo exhalando con fuerza—, es un alivio oír eso. Muchas de las sumisas con las que he estado eran demasiado obedientes, se portaban demasiado bien.

—No me retaban; sólo preguntaban: “¿Hasta dónde?”, cuando yo decía: “Salta”, y a veces, a los doms también les gustan los retos.

Le sonreí. —Bueno, yo soy todo un reto, sin duda.

Mis palabras le hicieron soltar una risita. El aire volvió a crujir a nuestro alrededor y nuestra química volvió a aflorar.

Volví a centrarme en las instrucciones del cajón, intentando romper el momento antes de que nos distrajéramos.

No hablamos más sobre BDSM, pero por nuestra breve interacción, tenía la esperanza de que Ace y yo encajaríamos bien. Obviamente, teníamos que hablar más sobre el tema antes de empezar.

Cuando por fin terminamos de montar la habitación de invitados, Rowan subió las escaleras y nos dijo que ya habíamos terminado por hoy.

Giré sobre mí misma para bajar las escaleras, pero Ace me agarró de la muñeca. Me dio la vuelta y me sujetó suavemente la barbilla.

—¿Cuándo vas a volver al club? Quiero hacer un show contigo esta semana —me dijo. Por la mirada de sus ojos ardientes, parecía que quisiera hacerlo ahora mismo.

—Estaba pensando en ir el miércoles. Supuse que estaría más tranquilo entre semana y podría echar un vistazo —le dije.

Ace asintió y sonrió. —¿Te apetece que nos veamos el miércoles entonces?

Mi cuerpo comenzó a temblar de nervios y excitación a la vez ante la perspectiva de acostarme con este delicioso dom dentro de tres días. —Vale —murmuré tímidamente, colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja.

Ace soltó una risita sombría y yo capté su mirada depredadora cuando levanté la vista. Se inclinó hacia mí y me dejó aspirar su embriagador aftershave.

—Oh, pequeña sumisa, —murmuró—, voy a divertirme mucho contigo.

Me sonrojé ante su seductora declaración, llena de promesas y advertencias.

Me tomó por sorpresa acortando el espacio entre nuestros labios y besándome de nuevo. Sin embargo, no me quejé.

Me puse de puntillas y le rodeé el cuello con los brazos, deseando estar lo más cerca posible de él. Sus grandes manos se deslizaban arriba y abajo por mi espalda, volviéndome loca con la sensación de tener sus manos sobre mi cuerpo.

Me agarró el culo y me lo apretó lo suficiente como para hacerme jadear en su boca. Aprovechó la oportunidad para hundir su lengua en la mía.

Al igual que nuestro beso de antes, esto era instantánea e intensamente adictivo. No quería otra cosa que seguir besando a Ace, pero Rowan estropeó la diversión llamándonos desde abajo.

Nos separamos, con la respiración agitada. Ace se rio y me acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja. —Venga, pequeña sumisa, vamos abajo.

Mis mejillas se sonrojaron al oír mi nuevo apodo; parecía que le gustaba usarlo.

Lo seguí hasta la cocina.

Rowan y Dale nos dieron las gracias por nuestro trabajo, y Ace me condujo hasta su coche. Era una hermosa camioneta Ford, y me subí a la cabina con impaciencia.

La conversación fluyó con facilidad entre nosotros, tan natural como respirar, mientras Ace me llevaba a casa. Era increíble cómo un par de besos podían hacer que te sintieras completamente a gusto con un completo desconocido; realmente habían ayudado a romper el hielo, ¡y de qué manera!

Ace se detuvo frente a mi casa y apagó el motor. Giró el cuerpo para mirarme, con el brazo apoyado en el volante.

—Entonces, ¿nos vemos el miércoles? —dijo con una sonrisa burlona.

Asentí y cogí mi bolso. —Sí.

—¿Un beso de despedida? —preguntó descaradamente.

Solté una risita, como una colegiala excitada tras besarse por primera vez. Me incliné hacia delante y apreté suavemente mis labios contra los suyos, demasiado suave para el gusto de Ace, que me agarró por la nuca y apretó más sus labios contra los míos.

Me hundí en él; era irresistible. Dejé caer el bolso y agarré su camiseta con los dedos.

Antes de que me diera cuenta, estábamos besándonos acaloradamente en su coche, como unos malditos adolescentes. No supe por qué se calentó tanto, quizá porque sabíamos que no nos veríamos hasta dentro de un par de días.

Nos agarramos el uno al otro, apretándonos como si no pudiéramos saciarnos. Cuando por fin nos separamos, los dos jadeábamos y note cómo me palpitaban los labios.

Ace me plantó un dulce beso en la punta de la nariz. —Nos vemos pronto, Ana.

⋆⋆⋆

Mi corazón latía tan fuerte que pensé que otras personas debían de poder oírlo. Apreté los dedos y volví a explorar el lugar.

¿Dónde está?

El club abría a las seis los miércoles. Yo había llegado a y cuarto. Ya eran y media y me había tomado una copa. Decidí dar otra vuelta por la sala. Deambulé de un lado a otro, fingiendo ver los espectáculos.

Sólo podía pensar en Ace y en cuándo iba a llegar. Estaba de pie frente a uno de los escenarios, intentando concentrarme en lo que allí ocurría cuando, de repente, dos gruesos brazos me rodearon la cintura por detrás, haciendo que me tensara.

Me alarmé momentáneamente, pero entonces me envolvió el aroma de un seductor aftershave. Miré por encima del mi hombro y vi a Ace, que sonrió y me hizo girar.

—Tengo que decir, pequeña sumisa, que apruebo totalmente este conjunto —murmuró roncamente.

Sus dedos jugaron con el encaje de mi corsé de cuero. Le sonreí. Incluso con los tacones, seguía siendo mucho más bajita que él y solo podía llegar a sus labios poniéndome de puntillas.

—Me alegro de que le guste, amable señor —respondí feliz.

Al oír la palabra “señor”, sus ojos se oscurecieron de deseo.

Llevaba una camisa negra que le quedaba increíble, con un par de botones desabrochados en la parte superior. Unos vaqueros negros ajustados, y esas botas Timberland que tanto me gustaban.

—¿Quieres ir a echar un vistazo? —me preguntó Ace.

Me acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja, lo que se estaba convirtiendo en una costumbre para él, y yo me incliné instintivamente hacia su mano.

No podía creer que esta noche fuera a acostarme con él. Insegura de si tenía que empezar a actuar como si ya fuera mi amo o no, decidí ir a lo seguro.

—Es su elección, señor; haré lo que usted quiera —respondí obedientemente.

Ace no pareció reaccionar mucho, pero noté cómo apretaba la mandíbula. —Pensándolo mejor, quiero llevarte al calabozo ahora —dijo. Tenía la voz ronca por el deseo y parecía tan cachondo como yo.

Me cogió la mano y me condujo por la habitación con firmeza. Lo seguí, tambaleándome sobre mis tacones.

Los demás miembros del club nos observaban con interés, algunos con aprecio, otros con envidia.

Ace había dicho que no participaba en espectáculos muy a menudo; yo era nueva, y a los demás miembros siempre les gustaba la carne fresca. No era de extrañar que nuestra presencia combinada llamara la atención.

Ace me llevó escaleras abajo hasta una de las habitaciones privadas. Se detuvo fuera y comprobó si estaba vacía. Luego se volvió hacia mí e invadió mi espacio personal.

—¿Estás lista para hacer esto, pequeña sumisa?

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