Destrozando al CEO - Portada del libro

Destrozando al CEO

Kimi L. Davis

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15
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18+

Sinopsis

Cece Fells es una de las jóvenes pasteleras con más talento de Londres. ¡Hasta que el CEO multimillonario y propietario de su local, Brenton Maslow, decide derribar la pastelería para construir un maldito aparcamiento! La descontenta pastelera tiene la misión de destruir al increíblemente atractivo director general de Maslow Enterprises, si es que no se enamora de él primero.

Calificación por edades: 18+

Autora original: Kimi L Davis

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38 Capítulos

Capítulo 1

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 4
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Capítulo 1

CECELIA

El sonido del horno me hizo sacar una sonrisa. Por fin las magdalenas estaban hechas.

Poniéndome los guantes de cocina, saco la bandeja de magdalenas del horno y la coloco sobre la encimera.

El pedido de mi cliente tenía que estar preparado en dos horas y tenía que hacer todo lo posible para que fuera lo más llamativo posible.

Hacer felices a mis cliente era como una bonificación monetaria para mí. Demostraba que mi duro trabajo había dado sus frutos.

—¡Cece! —Puse los ojos en blanco al oír la voz de mi vecina. La Sra. Druida siempre tenía la capacidad de aguarme el día.

La mujer tenía cuarenta años pero actuaba como si tuviera veinte.

Por no hablar hablar de su elección de ropa.

—¿Sí, Sra. Druida? —Sonreí mientras preparaba el glaseado para la decoración. Me costó todo lo que había en mí no hacer una mueca al deparame con su escandaloso atuendo.

Llevaba un vestido amarillo neón y unos tacones rojos que podrían haberse confundido con armas, cosa que debían ser porque estaban matando sus pies.

Su rostro rígido -gracias al bótox- estaba cubierto de maquillaje, como si se estuviera preparando para salir de fiesta.

Y no podía ignorar el elaborado peinado recogido que lucía en su cabeza.

—¡Cece, querida! ¿Cómo has estado? Oh, Dios, ¿alguna vez tienes la oportunidad de salir y disfrutar de la vida? Cada vez que vengo a tu tienda te veo trabajando y trabajando. ¿Por qué no contratas a otra persona? Te morirás de cansancio si sigues haciéndolo todo tú sola —me sugirió.

La mujer que tuviese un extraño sentido de la moda, pero tenía un buen corazón.

—Sra. Druida, le he dicho una y otra vez que me gusta hacer las cosas por mi cuenta. Y no me fío fácilmente de la gente. Estoy acostumbrada a hacer mi trabajo y lo disfruto enormemente —e contesté mientras elaboraba un perfecto remolino azul en la magdalena.

—Lo sé, cariño, pero es que me preocupo por ti. Eres tan joven; debes salir y disfrutar como yo —dijo, con sus ojos color gris claro brillando de preocupación.

—Me gusta trabajar y esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida —Seguía montando los remolinos mientras hablaba, viendo cómo se alzaban sobre los cupcakes como coronas.

—Eres extraña —Hizo una pausa—. Espero que tu tienda no sea demolida —Sus palabras hicieron que mis remolinos se detuvieran a mitad de camino.

—¿Qué quieres decir?

—Oh, nada. Uno de mis amigos me ha dicho que hay un magnate de los negocios que quiere comprar una gran superficie. Si decide comprar esta zona tu pequeña panadería acabará siendo demolida y te quedarás sin negocio —me informó.

—¡No! No es posible. No puede aparecer y demoler mi tienda. La he pagado y nadie puede tocar un solo ladrillo sin mi permiso escrito y verbal. De todas formas, ¿quién es este magnate?

No había forma de este hombre acabase con mi negocio.

He trabajado duro para esto, y no voy a dejar que nadie venga a destrozarlo.

—Brenton Maslow —Eso fue todo lo que tuvo que decir. Esas dos palabras fueron suficientes para hacer hervir mi sangre.

Brenton Maslow, el hijo menor de la familia más poderosa de todo el país. Nunca había visto su cara, pero sabía que era arrogante y poderoso.

Pero no hay problema, si se atreve a arruinar mi negocio, yo le arruinaré la vida.

Terminé de hacer los remolinos en mis cupcakes y rápidamente comencé a espolvorear unas perlas comestibles por encima antes de colocar cada cupcake cuidadosamente en la caja.

—No importa. No puede tocar mi tienda. Lo perseguiré si es necesario —dije mientras me quitaba el delantal y me preparaba para entregar las magdalenas.

—Ahora si no te importa, tengo que entregar estas magdalenas y tú te tienes que ir a una fiesta

—Está bien, puedo aceptar esta indirecta —Empezó a salir de la tienda—. Ten cuidado, Cece. No dejes que ese hombre te meta en problemas.

Puse los ojos en blanco mientras salía de mi tienda, asegurándome de cerrarla con llave. Como si algún hombre pudiera atreverse a meterme en problemas.

Coloqué la caja de magdalenas en el contenedor que estaba unido a la parte trasera de mi scooter para que permaneciera segura, antes de sentarme y ponerla en marcha.

Una vez arrancó, me puse el casco y salí al duro aire invernal que era la norma en esta ciudad.

Brenton Maslow podía elegir comprar cualquier terreno que deseara; no necesitaba comprar el que yo poseía.

Pero si ese fuese el caso, entonces es porque no le importaba la vida de las personas que tenían tiendas a mi alrededor.

No se preocuparía por su sustento ni por su supervivencia.

Pase lo que pase, no dejaré que me quite la panadería.

Él no sabe lo mucho que he tenido que trabajar para conseguirla. La cantidad de dinero que había ahorrado dinero aceptando varios trabajos.

Tenía que tener cuidado con lo que gastaba porque cada céntimo contaba. E incluso ahora que ya la había conseguido comprar, tenía que seguir siendo cuidadosa.

No podía gastar dinero en cosas que no necesitaba. La mayor parte de lo que ganaba, lo invertía en ella.

Cuando llegué a mi destino, aparqué la scooter, me quité el casco y me acerqué al contenedor que mantenía mis magdalenas a salvo.

Una vez tuve la caja en mis manos, me acerqué a la puerta y toqué al timbre.

Me pasé rápidamente una mano por mi pelo rubio para arreglármelo mientras esperaba a que mi cliente respondiese.

Después de unos segundos, la puerta se abrió para revelar a una mujer que parecía tener unos dieciocho años, con unos ojos azules sonrientes y un pelo negro con mechas moradas.

—Hola. Aquí están tus magdalenas —le dije, entregándole la caja con una.

La mujer sonrió. —Muchas gracias. Espera unos segundos e iré a buscar el dinero.

—Claro, no hay problema —respondí. Miré alrededor de la calle, observando cómo un par de ciclistas sorteaban a los peatones como si sus bicicletas hiciesen parte de su cuerpo.

Unos niños pasaban lamiendo unos helados, dándoles firmemente una mano a sus padres. Por encima de mí, podía ver cómo se estaban formado nubes, lo que significaba que debía prepararme para la nieve.

La vida fue difícil durante los inviernos, pero me las arreglé para aguantar y continuar con mi trabajo. Nadie aceptaría los cambios estacionales como excusa para no trabajar.

—Aquí tienes —Miré a la puerta para ver a la mujer de pie, tendiendo un billete de veinte libras.

—Muchas gracias. Que tenga una buena noche —dije antes de volver a mi scooter. No escuché la respuesta de la mujer; simplemente me puse el casco y salí de su entrada.

En cuanto volviera tendría que empezar a preparar mi siguiente pedido, que debía entregarse en cuatro horas.

El viaje de vuelta debería haber sido relajante, pero no pude evitar pensar en la señora Druida y en lo que me había contado sobre Brenton Maslow.

No tenía ninguna razón para comprar la zona; su familia ya poseía muchas. Y mi barrio no era nada del otro mundo, así que no le debería haber causado ningún interés a un multimillonario como él.

Pero por mucho que intentara convencerme de que Brenton no se convertiría en mi mayor pesadilla, mi corazón estaba intranquilo.

Cosa que me obligó a acelerar, aún teniendo en cuenta las leyes de tráfico.

Volví tan rápido como pude, mi corazón me instaba a ir cada vez más rápido. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que no me iba a gustar lo que estaba a punto de ocurrir.

Sin embargo, me negué a tener miedo porque sabía que, pasara lo que pasara, sería capaz de manejarlo.

Me equivoqué.

No estoy segura de qué fue lo primero que vi.

¿El humo que se elevaba como unas nubes siniestras, o los escombros que se amontonaban hasta parecer una montaña?

O tal vez fue depararme con la ausencia de mi panadería encuanto doblé la esquina de mi calle.

—N-No —dije al ver una excavadora gigante allí parada, con hombres con sombreros amarillos caminando alrededor diciendo a la gente que se retirara.

Intenté encontrar mi panadería pero no pude.

Y supe que mi peor pesadilla se había hecho realidad.

Después de aparcar mi scooter, corrí hacia donde se suponía que estaba mi local. —Señorita, no puede estar aquí —escuché como me decía débilmente un hombre, pero me negué a escucharlo.

Mi panadería había desaparecido.

Todo el dinero que había ganado,mi sangre y sudor, se habían convertido en piedra y polvo. Todo el tiempo que había invertido me miraba en forma de escombros.

Ya no existe. Todo había desaparecido.

—Señorita, le he dicho que no puede estar aquí. Debe marcharse —Esta vez oí claramente al hombre y me giré para mirarle.

—¿Cómo te atreves? —siseé.

Sus ojos brillantes se abrieron de par en par. —¿Perdón?

—¡¿Cómo te atreves?! ¿Cómo te atreves? —grité a todo pulmón, sin importarme quién me oyera o lo que pensaran de mi.

—Señorita, cálmese —dijo el hombre.

—¡¿Cómo te atreves a demoler mi panadería?! ¡¿Quién te dio el derecho de venir aquí y hacer esto?! ¡Respóndeme! —continué, gritando.

Más vale que tenga una buena excusa para hacer esto, o juro que no dudaré en apuñalarlo.

—Si te calmas, te lo explicaré todo —dijo. Sus ojos me suplicaban que cooperara, pero no me conocía. Nunca cooperaría.

—Dímelo ahora mismo o te prenderé fuego, y te juro por Dios que no estoy lanzando amenazas vacías —gruñí, queriendo rodear su pequeño y regordete cuello con mis manos.

—¡Oye, oye! ¿Qué está pasando aquí? —Una voz aguda cortó la bruma de fuego que ardía en mi mente.

Un hombre que parecía tener unos treinta años se acercó a nosotros y se puso delante de mí. —¿Por qué gritas como una loca?

—¡¿Destruyes mi panadería y esperas que esté calma?! —Quería abofetear a este hombre, y si no llegaba a entender el por qué estaba tan enfadada, entonces lo haría de verdad.

—Sólo hacemos lo que nos han dicho que hagamos. Si tienen algún problema, hablen con el jefe —respondió.

—¿Quién te dijo que vinieras a demoler mi panadería? Este sitio es mío. Tengo toda la documentación legal necesaria. Ni tú, ni tu jefe, tenéis derecho a destruir mi propiedad —afirmé.

Podía ver a la gente reunida alrededor, pero no me importaba. Lo único que me importaba todo el trabajo que había invertido y cómo éste ya no tenía ningún valor ni existencia.

—Escuche, señora… —El hombre me puso una tarjeta en la mano.

—Puede contactar con nuestro jefe aquí. Deje de gritar porque no hace más que montar una escena. Sólo teníamos órdenes de venir a demoler las tiendas de aquí; eso es todo, y así lo hicimos. Si tiene algún problema, puede hablar con el hombre que organizó todo esto.

Aplasté la tarjeta en mi mano mientras veía como el hombre se alejaba. Les decía a sus hombres que se marcharan ya, porque tenían otros sitios en los que trabajar.

Miré a la gente responsable de haberlo destruido todo, sabiendo que no pararía hasta recuperar mi panadería.

—¿Cece? ¡¿Cece?! —Oí a la Sra. Druida correr hacia mí con sus ridículos tacones. —¿Qué ha pasado? ¿Y qué pasó con tu panadería?

—Ha desaparecido, Sra. Druida. Todo ha desaparecido —murmuré mientras veía como los trabajadores de marchaban.

¿Cómo podían irse como si no hubieran hecho nada? ¿Acaso no les importaba que hubieran robado la vida de una mujer? ¿Cómo iba a ganar dinero ahora?

Odiaba trabajar para otras personas; prefería tener mi propio negocio, por pequeño que fuera.

—Oh, cariño —Antes de que pudiera decir nada, me atrajo hacia sus brazos, proporcionándome un consuelo que no me había dado cuenta de que necesitaba.

—Me duele mucho, Cece. ¿Sabes quién ha hecho esto?

Me aparté mientras ella negaba con la cabeza.

—No. No sé quién es el responsable de esto, y no está aquí. Estos hombres recibieron la orden de venir a destruir todas las tiendas, y detrás apenas hay un responsable, pero no sé quién es.

—Es Brenton Maslow. Tiene que serlo. No hay nadie más —respondió, sacando un paquete de pañuelos del interior de su bolso y entregándomelo.

—Toma. Seca tus lágrimas, Cece.

—No estoy llorando, señora Druida —dije, pensando en qué hacer—. Simplemente no sé qué voy a hacer ahora.

—¿Por qué no vamos a casa y discutimos esto? —sugirió—. Te prepararé un té para que te relajes y luego podremos decidir qué hacer.

Sacudí la cabeza. —No. No me moveré ni un centímetro de este lugar hasta que tenga un plan. Averiguaré quién es este hombre, e iré a verlo ahora mismo.

El único problema era que no tenía forma de averiguar quién era el responsable de esto.

—¿No les preguntaste nada a esos hombres? —cuestionó ella.

—Aun así, no puedes quedarte aquí. El canal del tiempo predijo nieve, y no quiero que te congeles porque eres demasiado terca como para atender a la razón.

Mientras ella murmuraba, me di cuenta de que tenía la mano cerrada en un puño. Cuando desenrosqué los dedos, descubrí la tarjeta que el hombre me había dado, completamente arrugada.

Esto fue todo. El hombre me dijo que fuera a contactar con su jefe a través de esto.

Pero cuando vi el nombre inscrito en la tarjeta con una elegante caligrafía, sentí como si un volcán hubiera explotado dentro de mí.

Brenton Maslow.

Era Brenton Maslow el que había destrozado mis sueños.

Y ahora yo lo iba a destrozar a él.

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