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Trabaja conmigo

Capítulo seis

Ruby

Instalarme en el nuevo apartamento fue fácil. La gestora me dio un contrato de arrendamiento para rellenar y luego me llevó a mi apartamento. Era bonito, espacioso y acogedor.

La luz de la tarde bañaba el salón mientras caminaba con los brazos abiertos.

—Esto es hermoso.

—Nos enorgullecemos de ofrecer una vida de máxima calidad. Sólo las mejores vistas para nuestros residentes.

—No me digas. —Sonreí.

—Bueno, te dejo con ello. El Sr. Clarke me ha dicho que ha dejado algunos papeles suyos en el estudio para que los leas.

Asentí y me acerqué a la mujer, que me sonrió.

—Una cosa más. ¿Cómo pago el alquiler? —añadí.

Aún no me había explicado el aspecto financiero. Todavía no tenía ni idea de a cuánto ascendían los gastos mensuales en un lugar como este.

Si se saliera de mi presupuesto, mis ahorros podrían cubrirlo durante un mes o dos, pero tendría que buscar otro sitio bastante rápido.

—Señorita Moritz, el Sr. Clarke ha informado que esto es parte de su contrato en el trabajo. Ha pedido que no pague alquiler.

Fruncí el ceño e intenté no sentirme molesta, pero lo hice.

—¿El Sr. Clarke ha pagado por adelantado por mí o algo así? —Quizá podría conseguir que se lo devolviera. Quería ser autosuficiente; no quería depender de nadie, y menos de mi jefe.

—Señorita Moritz, el Sr. Clarke es el dueño de este complejo. Lo que él diga se hace. ¿Hay algo más que necesite?

Negué con la cabeza y me quedé confusa en el sitio mientras ella salía de la habitación.

¿Es el dueño del complejo de apartamentos?

Todavía aturdida, caminé por el apartamento iluminado con asombro. Nunca había estado en un lugar tan extravagante. Venía de orígenes humildes; no estaba acostumbrada a muebles caros ni a calefacción por suelo radiante.

Me dirigí al estudio, abriendo las puertas a medida que avanzaba por el pasillo.

El cuarto de baño era más grande que mi habitación en el antiguo apartamento. Había una bañera de hidromasaje en una esquina y una ducha en la otra.

La habitación era como el resto del apartamento: paredes blancas y brillantes, con un aire minimalista.

Ahora era obvio que el rey de hielo tenía algo que ver con esto. Su toque nítido y limpio estaba por todas partes.

Abrí otra puerta, esperando el mismo golpe de minimalismo, sólo para encontrarme con una habitación cálida. Estaba bañada en luz y las paredes eran de un suave tono morado.

La cama con dosel tenía una colcha de flores, con una mosquitera que caía alrededor de los postes de madera oscura. Di un rodeo. El estudio y el papeleo podían esperar.

Entré en el dormitorio y solté un suave jadeo.

Era como si la habitación hubiera sido diseñada específicamente para mí; como si alguien hubiera entrado en mi mente y hubiera hecho una foto de la habitación que siempre había deseado tener.

—Gilipollas…, mi culo —murmuré en voz baja.

Salí de la habitación y entré al estudio. Había un sobre marrón sobre la mesa. Me senté y lo abrí.

Era una copia de mi contrato, y resaltado bajo gastos, decía: «Todos los gastos relacionados con el negocio serán cubiertos por la empresa».

Fruncí el ceño. A lo mejor, era un gilipollas después de todo.

Me metí en mi nueva y bonita cama unas horas más tarde y, a pesar de la frustración real que aún sentía con respecto al apartamento y a Tobias, agradecí la hora extra de sueño de la mañana siguiente.

Despertarse en una cama cómoda y calentita, con sábanas bonitas y el sol entrando a raudales fue, a todas luces, increíble.

Aun así, pensaba entrar en el trabajo y exigir el pago del alquiler a pesar de lo que estipulaba mi contrato.

No necesitaba favores. No era un caso de caridad.

Me duché y me vestí, saliendo del apartamento con veinte minutos de sobra. Llegué al trabajo poco después, entrando en el edificio con, al menos, cinco de las chicas del segundo piso.

—Oh... eh, Rubina, ¿verdad? —dijo una de ellas, poniéndome la mano en el hombro mientras nos acercábamos al ascensor.

—Ruby —la corregí.

Ella asintió y se echó hacia atrás su perfecta melena rubia. —Entonces sigues aquí. ¿Nuestro querido jefe aún no te ha echado a la calle?

La forma en que dijo «querido» destilaba sarcasmo, y me quedé pensando si alguna vez había hablado con él en persona.

Si todo lo que hubiera sabido de él fuera lo que me habían contado, seguiría creyendo que era un hombre mezquino y nada blando.

Cerré los ojos y vi nuestro beso, el momento que habíamos compartido en su despacho. En el que había evitado pensar desde que ocurrió.

—Estoy aquí —respondí.

Las otras chicas susurraron entre ellas antes de que la bomba rubia sonriera y soltara una risita.

—Pero por cuánto tiempo, es la cuestión.

Quise llamarle la atención, pero las puertas del ascensor se abrieron en el nivel dos.

Sonreí y me aparté mientras se marchaban. No iba a rebajarme a su nivel ni a hacer afirmaciones que no podía respaldar.

Las puertas se cerraron y el ascensor siguió subiendo. Antes de llegar a la última planta, el ascensor se detuvo en la planta ocho, el departamento de papelería y mensajería.

Jimmy estaba allí cuando se abrieron las puertas, empujando un gran carrito lleno de paquetes hacia el ascensor.

—¿Subes? —pregunté.

Jimmy asintió y entró.

—¿Eso es todo para el Sr. Clarke? —pregunté, señalando los paquetes.

—Sí, de hecho, hay otro carrito en la sala de mensajería, pero sólo tengo dos brazos —se rio entre dientes.

—Bueno, ¿qué tal si cuando subas el otro carrito nos tomamos un café? —sugerí. Necesitaba ampliar a quién conocía en la oficina, más allá de Tobias.

Jimmy asintió y se apoyó en el carrito. —¿Hay una máquina de café ahí arriba?

Asentí con la cabeza. Yo sólo la había utilizado una o dos veces, pero había una en una pequeña sala de descanso detrás de mi despacho. Tampoco era una percoladora como la máquina de la planta dos. Preparaba café de verdad.

—Bueno, a mí me parece un buen plan. No se lo digas a los otros chicos de mensajería, pero a los veinticinco, te juro que soy unos cuarenta años más joven que la mayoría de ellos.

Jimmy se rio. —Todos llevan aquí desde que empezó el difunto Sr. Clarke. Yo soy el chico nuevo. Hablar con alguien cercano a mi edad sería algo agradable.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Desde que dejé la universidad. Hace cinco años —murmuró—. No quiero estar aquí el resto de mi vida, pero la paga está bien.

—¿Qué habías estado estudiando? —pregunté cuando por fin se abrió la puerta.

Jimmy y yo caminamos por el pasillo y entramos en mi despacho.

—Estaba destinado a dedicarme a la medicina con el tiempo, pero nunca lo sentí realmente, ¿sabes? —Se detuvo y miró el correo—. De acuerdo, yo tampoco siento esto... pero soy más yo. Soy un tipo práctico…, sin sangre.

—Ya lo descubrirás. —Sonreí—. Y al menos, haces algo mientras lo resuelves.

—Ojalá mis padres también lo vieran así —reflexionó.

Antes de que ninguno de los dos pudiéramos decir nada, se abrió la puerta del despacho de Tobias. Me miró, luego a Jimmy y de nuevo a mí.

Sus cejas se curvaron y su boca se frunció. Miró los paquetes del carrito.

—¿Os pago para charlar o para trabajar? —preguntó.

Caminé hasta mi silla y me senté, mientras Jimmy empujaba el carrito hacia el jefe más gruñón del mundo. El hombre que había visto el fin de semana parecía haberse ido, pero no sabía por qué.

Cuando Jimmy terminó de descargar el carrito, lo empujó junto a mi mesa y me saludó con la mano.

—Café, ¿sí? —dijo con una sonrisa.

—Sí —respondí mientras lo veía marcharse.

Tobias carraspeó, dándome un susto. Di un respingo y miré hacia mi izquierda.

—No sabía que seguías ahí —me atraganté.

—Obviamente —me respondió brevemente y se dirigió a la puerta de su despacho.

—Señor, ¿podríamos hablar?

—Si es por lo que pasó el sábado, llámalo un lapsus —respondió sombríamente—. Espero que tu nuevo alojamiento sea adecuado. Amanda me dijo que preguntaste por el pago del alquiler. Tus gastos de vivienda están cubiertos, como se establece en tu contrato. Eso es definitivo.

Cerré la boca abierta, consciente de que era incapaz de decir nada en respuesta. No sólo me había echado en cara que quisiera pagarme mis gastos, sino que había borrado nuestro beso.

El beso en el que no podía dejar de pensar.

Se quedó un minuto mirándome con ojos críticos antes de entrar en su nevera y cerrar la puerta.

Me encorvé en la silla. Tenía que admitir que seguía teniendo la capacidad de ser increíblemente «desarmante», aunque yo supiera la verdad sobre su personalidad no tan gélida.

Me levanté, entré en la sala de descanso y preparé dos mochaccinos.

Jimmy no tardaría en volver y, aunque no nos pagaba por charlar, nuestros contratos estipulaban que teníamos derecho a dos descansos de quince minutos a la hora que quisiéramos.

Jimmy volvió unos cinco minutos después con otro carrito.

—Cielos, ¿el tipo compró una tienda entera o algo así? —murmuré, poniéndome de pie.

—Eso parece —se rio.

Llamé a la puerta del despacho de Tobias. Oí cómo se movía su silla y luego unos pasos por el suelo. La puerta se abrió. Tobias miró las cajas antes de coger dos y señalar el resto.

—El resto es tuyo.

—¿Eh? —respondí, sonando completamente poco profesional, pero en ese momento no me importaba. ¿Por qué estaba recibiendo entregas?

—El resto es tuyo —repitió, sólo que esta vez habló más despacio.

Cerró las puertas y me dejó allí de pie, estupefacta, junto a un Jimmy igualmente conmocionado. Suspiré y me acerqué a mi mesa.

—Siéntate. Puedes ayudarme a averiguar qué hay dentro de las cajas.

—Es un poco raro, ¿no? —susurró Jimmy mientras llevaba el carrito detrás de mi escritorio.

Asentí con la cabeza, aunque extraño era poco. El tipo era un enigma andante.

Jimmy cogió una de las sillas de cuero negro que había al otro lado de mi mesa y la colocó junto al carrito. Le tendí un café y lo cogió.

—Mmm, haces un buen café —murmuró Jimmy después de tomar un sorbo—. Y soy un poco esnob con el café.

—Bueno, gracias, aunque la máquina hizo la mayor parte del trabajo. Creo que puede ser la marca que usa Tobias. Nunca la había visto. Tiene un nombre muy exótico.

—¿Café Stravagante?

—Sí, ese mismo.

—No me extraña —dijo, tomando otro sorbo—. Hay que conseguirlo importado, y cuesta casi cuatro veces más que la mayoría de los cafés que se puede comprar en el mercado. Tiene buen gusto.

Tomé un sorbo y asentí. Jimmy tenía razón: era un café increíble.

—¿Nos ponemos a ello? —Señalé las cajas. Había siete en total. Miré por el despacho, intentando averiguar qué me faltaba, pero el lugar tenía de todo.

Cogí la caja más pequeña y la abrí despacio, con cuidado de no romperla. Había otra caja dentro del embalaje marrón liso, pero reconocí el logotipo de la segunda caja.

Era un teléfono. Un teléfono de última generación, extremadamente caro, de gama alta.

Fruncí el ceño. Tenía un móvil. No era espectacular, pero funcionaba bien y Tobias sabía que podía localizarme.

Dejé la caja de marca sin abrirla y abrí la siguiente.

—Parece que vale la pena ser el asistente personal del jefe —dijo Jimmy sorprendido mientras sacaba un nuevo portátil Apple.

—Supongo. —Fruncí el ceño—. Uh, podría abrir el resto de estos más tarde.

Saqué las cajas del carrito y las escondí debajo del escritorio.

La juerga de gastos de Tobias me había dejado incómoda.

—Probablemente, debería volver de todos modos —señaló Jimmy, poniéndose de pie.

Terminó su café y se levantó justo cuando Tobias abría las puertas de su despacho. Me miró a mí y luego a Jimmy.

—¿Sigues aquí? —preguntó. Su voz no era fría, pero tampoco parecía feliz.

—Ya me voy, señor Clarke —dijo Jimmy, levantando la silla en la que se había sentado. La devolvió a su sitio antes de coger el carrito.

Jimmy me guiñó un ojo mientras salía de detrás del mostrador y caminaba por el pasillo hacia el ascensor. Las puertas se abrieron y se marchó, dejándome a solas con Tobias y sus ojos intrusos.

—Tú y el chico del correo sois buenos amigos —dijo en voz baja.

—Sí —asentí, y a decir verdad, era agradable tener por fin a alguien a quien pudiera considerar una especie de amigo.

Tobias asintió y señaló la caja que aún contenía el teléfono. —Parte del contrato —murmuró—. Lo mismo con el portátil y el resto de los objetos. También he abierto una cuenta en Junipers. No digo que no te vistas a la altura, pero si crees que necesitas más artículos...

—Yo los pagaré —murmuré—. Y no necesito un teléfono o un portátil o lo que sea esto.

—Ruby —advirtió.

—Tobias —respondí.

Sus ojos se iluminaron en cuanto su nombre salió de mi boca.

Echó la cabeza hacia atrás y me observó, esperando mi siguiente movimiento. No sabría decir si estaba enfadado o intrigado.

—Todas estas cosas, me incomodan. Como si te lo debiera. Trabajé muy duro para ser independiente. Trabajé duro para empezar de nuevo después de lo de mis padres, y luego otra vez después de... —Se me cortó la voz.

—No hice nada de eso para que te sintieras incómoda —respondió. Parecía aborrecerle el hecho de que me sintiera así—. Lo hice por motivos de trabajo.

Me di cuenta por su tono de que estaba siendo sincero. ¿Quizá Josanna también había gozado de los mismos privilegios cuando era AP?

—De acuerdo —murmuré—. Entonces, gracias. Así que si me fuera, ¿devolvería los objetos?

Levanté la vista y estudié su rostro. Apretó la mandíbula y se encogió de hombros.

—Si usted quiere. ¿Planea irse, señorita Moritz?

—No. Actualmente, no —respondí.

—Bien.

Tobias se quedó parado un momento. Fue a hablar, pero se dio la vuelta y regresó a su despacho.

Me concentré en el trabajo durante las dos horas siguientes. Tenía reuniones que organizar e informes que mecanografiar.

Mis sentimientos hacia Tobias, el beso que habíamos compartido y la evidente rareza que flotaba entre nosotros iban a tener que desaparecer.

A la hora de comer, Tobias salió de su despacho. —Tengo una reunión para comer. No volveré hasta las dos —dijo secamente antes de caminar por el pasillo hacia el ascensor.

Trabajé durante la comida, comiendo un bocadillo que me había traído de casa. Cuando Tobias regresó poco antes de las dos, puso un café sobre mi mesa.

—¿Has abandonado siquiera tu escritorio? —reflexionó.

—Sí —susurré. Había ido al baño unos treinta minutos antes.

—Bueno, la señora del café hizo un café extra —dijo—. ¿Te gustaría?

Miré el mochaccino y asentí.—Gracias.

—No me des las gracias —respondió—. Dale las gracias a la señora que hizo el café extra.

Y con eso, entró en su despacho y cerró la puerta.

Nuestros caminos no se cruzaron el resto del día. De hecho, estuve haciendo recados en la oficina durante la mayor parte de la tarde.

Eran cerca de las 16:30 cuando por fin volví a sentarme. Un minuto después, sonó la notificación de mi correo electrónico.

Ruby,
La reunión a la que fui a la hora de comer era para un cliente multimillonario. Este fin de semana celebra un acto formal y, como quiero conquistarlo, he aceptado su invitación.
Irás como mi cita.

Tobias.

Me quedé mirando el correo electrónico durante casi cinco minutos. Me preguntaba si era una broma, si el señor «Serious» estaba riéndose de mí.

Abrí Google y busqué los actos a los que se sabía que habían asistido los Clark. En todas las fotos que encontré del tipo, aparecía solo o, si estaba con alguien, era su padre.

No aceptaba citas. Nunca lo había hecho. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

Le di a responder.

Sr. Clarke,
^Aunque te deseo lo mejor en la conquista de este cliente, debo preguntarte por qué me quieres como tu cita. Normalmente, vas a este tipo de funciones sin cita.
Además, no tengo nada apropiado que ponerme para una función tan formal.
Ruby.
P.D.: Podrías haber dicho «por favor».

Me arrepentí de mi sarcasmo en el momento en que pulsé enviar, pero ya estaba hecho, y él ya lo estaría leyendo.

Esperé su respuesta con sorprendente expectación. En menos de un minuto, la notificación de mi correo electrónico volvió a sonar.

Ruby,
Eso no le concierne. Su única preocupación es que yo (su jefe) requiero una cita para una reunión formal. No deseo asistir a esta reunión solo.
Te llevaré a comprar algo apropiado. Esta noche, si quieres.
Tobias.
P.D.: Por favor.

Sonreí. Ahora estaba bromeando, siguiéndome la corriente.

Pulsé responder una vez más y me mordí el labio.

Sr. Clarke,
^No estoy segura de que un vestido entre dentro del equipo de trabajo para fines laborales. Por favor, recuerde mis observaciones anteriores con respecto a la independencia.
Ruby.

La respuesta de Tobias fue instantánea.

Ruby,
^Estoy haciendo que asistas. Cubriré los gastos.
Sólo di que sí.

Tobias.

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