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El acuerdo del Alfa

Capítulo 4: Sr. Oscuro y Misterioso

Raven

—Raven, ¿qué coño acaba de pasar?— me gritó mi mejor amigo y beta mientras nos alejábamos a toda velocidad en mi Audi. Había elegido este coche —uno de los más baratos que tenía— para pasar desapercibido.

Obviamente, las cosas no iban como yo pensaba.

—Esa chica a la que besé... Era la hija de Alfa Andrés —refunfuñé, decepcionado por mi estupidez.

—Joder —fue la única respuesta de Dylan.

Estaba de acuerdo.

Como alfa de la manada de la Media Luna Azul, me tocaba lidiar con los problemas de mi padre tras su muerte. Alfa era un título que me dieron a una edad temprana. Tenía veintidós años, para ser exactos.

Ahora tengo veinticinco años, y tres años de experiencia como alfa de una de las manadas más fuertes fueron suficientes para darme cuenta de que estaba hecho para este trabajo.

Mantenía mi cabeza en el lugar correcto, lejos de los pensamientos oscuros que amenazaban con tomar el control de vez en cuando.

Hacía poco, me habían informado del acuerdo con la Manada del Sol. Me di cuenta de que, al besar a su hija, acababa de complicar mucho ese acuerdo.

Pero, ¿por qué no podía dejar de pensar en la suave piel de la chica, en sus labios oscuros o en sus vibrantes ojos verdes?

Su gemido sonaba una y otra vez en mi cabeza, algo que nunca querría admitir ante mí mismo, y mucho menos ante Dylan.

Tanto él como yo sabíamos que no quería llevar a la chica a casa antes de esta noche. Los asuntos ya eran complicados, y yo solo había empeorado las cosas.

Mamá estaba emocionada por tenerla con nosotros, así que sabía que la vería aquí y allá, pero aparte de eso, iba a permanecer alejado.

Todavía no entendía por qué papá quería a esta chica cuando había tantos otros favores que podía haber pedido. Tal vez la quería como su propia amante; parecía algo que él haría.

Respiré hondo y rememoré mi encuentro con el alfa Andrés, captando cualquier mensaje subyacente sospechoso.

Hace 10 horas

—Alfa Andrés, no es necesario que llevemos a cabo el trato que mi padre estableció. Ambos sabemos que ya no está vivo, y tu hija estará más segura en su propia manada.

—Ya que has mencionado que pronto será su cumpleaños, podría incluso encontrar a su pareja aquí.

—No creo que le haga mucha gracia cuando se entere de que se la llevan a otra manada, a quince horas de distancia, con un lobo macho no apareado.

—Raven. —Su voz no contenía ningún compromiso, pero yo era obstinado. No me iré con la niña—. La llevarás a tu tierra natal.

—No hago estos tratos sin tener la intención de cumplirlos —remató.

Un pensamiento repentino invadió mi cerebro y me esforcé por dejarlo pasar.

Podía conseguir que cualquier hombre hiciera lo que yo quería, una habilidad en la que confiaba plenamente, y sabía que si presionaba un poco más, Alfa Andrés me dejaría marchar. Pero algo estaba muy mal en esta situación.

Ningún padre querría enviar a su hija de esta manera. Me recordó a mi propio padre, y me pregunté si ella era feliz aquí, si estaba siquiera a salvo. ¿Su padre la trataba bien?

Con esos pensamientos, acepté a regañadientes llevarla. Ella no debería ser una carga. Me mantendría alejado de ella, evitaría establecer lazos con ella. Se iría en un año de todos modos.

—Tienes el mismo vuelo que ella, así que los tres partiréis juntos. Conseguí cambiar los asientos para que estuvieran en una fila alineada con la tuya —dijo Alfa Andrés, terminando nuestra reunión.

No discutí con él; era inútil. Había tomado una decisión. Me giré para volver a mirar al Alfa Andrés una vez más, descifrando si me había equivocado o no.

De repente, no pudiendo aguantar más, grité una pregunta que me había estado dando vueltas. —¿Cómo se llama?

—Autumn.

Un escalofrío involuntario recorrió mi cuerpo.

Sabía que mi beta lo había notado.

No dijo nada.

Ahora

Había venido al club a emborracharme y había salido casi sobrio; un chupito no se acercaba a los que solía tomar en una noche. La chica seguía sin salir de mi mente.

Por lo que había visto hoy, parecía sana, excepto por la agonía de sus ojos. Era abrumadora, y había tenido el repentino deseo de borrar todo su dolor. De tomarla para mí, si era necesario.

Un timbre de teléfono me sacó del trance en el que me había dejado. Era Alfa Andrés llamando. ¿Qué quería ahora? Me aclaré la garganta y cogí el teléfono

—Cambia tus vuelos a mañana. Mi hija necesita una lección después de esta noche —dijo enseguida.

Sin darme tiempo a responder, colgó.

Su hija.

Autumn.

La chica que había besado tan apasionadamente esta noche.

—Supongo que nos iremos a casa mañana —le grité a Dylan por encima del viento que desgarraba las ventanas, ignorando las estúpidas mariposas que tenía en el estómago.

Dejó escapar un grito. Sorprendentemente, yo no sentí lo mismo. Mi instinto me decía que algo iba a salir mal.

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