Fui una zorra - Portada del libro

Fui una zorra

Emily Ruben

Capítulo 3: ¡Joder, este tipo parecido a un modelo era mi novio!

—¿Qué pasó? —Gritó mi madre con miedo, corriendo dentro de la habitación.

Sorprendida, Claire dejó caer el espejo sobre la cama, pero lo recogí para mirar mi reflejo. No. Era imposible.

Esta chica en el espejo... No era yo. No podía serlo. ¡Tenía tetas! Y mis dientes eran blancos y alineados, como los de una modelo. Mi cabello era castaño, con hermosas ondas, enmarcando mi -me atrevo a decir- perfecto rostro.

Pero no era lo más impactante. No, no. La cosa era: parecía... ¡Muy mayor! ¡Como si tuviera dieciocho, así de mayor! Esto no podía ser posible. ¿Había muerto y reencarnado?

—¿Lacey? ¿Estás bien? —Preguntó mi madre, inclinada sobre mí.

—Estoy bien —dije, largando todo el estrés—. Solo estaba... sorprendida.

Frunció el ceño con preocupación, mientras Claire y Mel compartían su tercera mirada de espanto de la hora.

¡Dios, no tenía ni idea de cómo debía actuar!

—Estás preciosa, cariño —dijo mi madre, sonriendo—. ¡Habéis hecho un gran trabajo, chicas! —Felicitó a mis dos mejores amigas.

Así que las conocía.

¡Claro que sí, idiota, son tus mejores amigas!

Derek está aquí.

Casi vomité la supuesta comida que me habían dado a la fuerza. Derek, mi novio aparentemente, estaba allí. Esperando que fuera su novia; que lo conociera.

Que lo ame, incluso, tal vez. ¡Oh, Dios!

—¡Genial! —Exclamé, poniendo mi brillante sonrisa de modelo, sin poder resistirme a mi imagen en el espejo.

Maldita sea, me veía increíble.

—¿Lo traigo dentro? —Preguntó mi madre, mirándome.

Sus ojos se fijaron en la parte de abajo de mi cuerpo, luego en mi cara, y me di cuenta de que estaba mirando mi ropa. La bata azul del hospital. Mierda.

—¡No te preocupes, Lace! También hemos traído ropa —se apresuró a decir Mel con una sonrisa.

Se acercó a recoger su bolsa, y me entregó la mitad de una camisa. Sí, la mitad de una camisa. No había forma de que esto cubriera toda la zona de mis tetas y mi pecho. La cogí y forcé una sonrisa, poniéndomela después del sujetador.

Porque no, no te dejan puesto el sujetador cuando estás en coma durante dos meses. ¡Gracias a Dios!

—¿Cómo te sientes con tu crop top favorito? —Claire me sonrió.

—Trajimos los pantalones cortos que van con él, pero como no puedes salir de la cama, probablemente no sirva de nada.

¿Se suponía que un «crop top» era esa media camiseta? Lo miré y contuve un «maldición».

¿Cuándo mi vientre se volvió plano, perfectamente bronceado, y mis tetas grandes como para poder tener realmente el cuerpo perfecto que soñaba tener? Esto era un sueño. No podía ser real.

—Me siento... genial.

Vaya.

Esa fue la primera cosa honesta que dije en todo el día.

—Gracias, chicas —dije, sonriendo a mis dos mejores amigas.

—¡Por supuesto, zorra! Entonces, ¿deberíamos ir y dejar entrar a Derek? ¡Se muere por verte! ¡Literalmente!

—¡Sí, claro! —Intentaba aparentar entusiasmo, cuando lo que estaba era totalmente asustada.

Mis prioridades no eran las correctas.

No sabía cuántos años tenía, ni dónde habían ido a parar mis dos años, entre los dieciséis y los dieciocho, y allí estaba, ¡preocupada por lo que mi novio pensaría de mí!

Mis dos mejores amigas me dieron un beso al aire en la mejilla, y luego se fueron con mi madre, dejándome sola durante unos segundos, para que intente ordenar mis pensamientos. Mi mayor problema era que no tenía ni idea de quién era.

Quién era yo a los dieciocho años.

—Hola, preciosa.

La voz profunda y sexy me sacó de mi trance y tragué saliva, levantando los ojos para mirarlo. Maldito Cristo. Oh, señor todopoderoso, estaba muy bueno. ¡Y era mi novio!

De ninguna manera. No. No, de ninguna manera. Su pelo era castaño, sus ojos de un azul penetrante, y solo me miraban a mí. A . Lacey Amanda Jones.

Quería levantarme y celebrar con un baile feliz, pero, sí, no, eso habría sido raro. Actúa con normalidad, Lacey, ¡maldita sea!

—Hola —respondí, sonriendo.

Ahora que sabía lo bien que me veía sonriendo, definitivamente lo haría más. Derek acercó su cuerpo musculoso y alto a la cama, y se sentó a mi lado.

—Nos diste el mayor de los sustos —susurró, colocando un mechón de mi suave pelo en mi oreja—. Estoy tan feliz de que estés viva, nena.

Sentí una sensación pegajosa dentro de mi estómago y traté de mantener la calma.

¡Joder, este tipo parecido a un modelo era mi novio!

—Sí, yo también me alegro —dije.

Ugh, quería abofetearme a mí misma. ¿Qué clase de respuesta era esa? Contrólate, Lacey. Se rio un poco.

—Así que... ¿recuerdas algo de la noche del accidente? —Preguntó, mordiéndose un poco el labio.

¿Estaba... nervioso?

—No, todo está borroso.

—¡Oh!

¿Por qué parecía aliviado?

Rápidamente, lo disimuló con una sonrisa y puso su palma en mi mejilla.

Vaya.

Ya tenía los ojos cerrados y se inclinaba, su cara se acercaba cada vez más, sus labios ya estaban listos para besar los míos, pero mi mente estaba sobrecargada y empecé a sentir pánico de repente.

Lo aparté, antes de empezar a toser. Sí. Empecé a fingir la tos. ¿Por qué? No lo sabía. Fui una idiota. ¿De acuerdo?

—¿Lacey? ¿Estás bien? —Preguntó Derek, frunciendo el ceño con preocupación.

—¿Puedes... —Tos falsa.

—Traerme —otra tos falsa— un poco de agua?

—¡Por supuesto, nena! Enseguida vuelvo —Exclamó, levantándose y saliendo de la habitación para ir en busca de algo para beber.

Genial. ¿Qué se supone que debo hacer ahora?

No es que no quisiera besar a este modelo de humano parecido a un Dios al que tenía todo el derecho de besar, pues era mi novio y probablemente lo había hecho mil veces, pero, sí... no quería besarlo. No en este momento.

No sabía nada de él, ni de mí. Así que no podía besarlo exactamente, ¿verdad?

Derek volvió rápidamente, con un gran vaso de agua, que tragué para calmar mi supuesta tos.

Sus ojos no se apartaron de mí en ningún momento y mi cerebro intentaba ordenar todas las preguntas que surgían. ¿Y ahora qué? ¿Qué hacer? Iba a intentar besarme de nuevo. ¿Le devuelvo el beso? ¿Le digo que creo que tengo 16 años?

Dejé el vaso vacío en la mesilla de noche, y me mordí el labio con nerviosismo.

—Oh, sabes lo mucho que me gusta cuando te muerdes el labio nena, ¿estás tratando de burlarte de mí? —Dijo Derek, sonriendo coquetamente.

Oh, no.

Ese no era el plan en absoluto.

—Entonces, ¿dónde estábamos? —Preguntó Derek de forma falsa, con su mano en mi mejilla de nuevo.

Oh, joder.

Cerré los ojos, sabiendo que estaba a punto de ser besada por un chico al que no conocía de nada, pero entonces el sonido de la puerta abriéndose hizo que mis ojos se abrieran, y Derek se aclaró la garganta, pasándose una mano por su hermoso cabello con nerviosismo.

Bueno... eso fue incómodo.

—Buenos días, Lacey. Y a ti también, Derek —dijo mi médico, con una sonrisa de satisfacción.

¿Cómo sabía el nombre de mi novio, si yo acababa de aprenderlo?

—Derek te visitaba mucho cuando estabas en coma —explicó el médico al verme fruncir el ceño luego de ver a los dos actuando como si no se acabaran de conocer.

—¡Ah! Claro —me reí torpemente, sintiendo el ya familiar impulso de abofetearme.

—Me voy a ir, pero volveré mañana, Lace, ¿vale? —Preguntó Derek, sonriendo con una maldita sonrisa que parecía recién salida de una sesión de fotos. O de un anuncio de pasta de dientes.

—De acuerdo, entonces nos vemos mañana —dije, con la sonrisa más genuina que podía poner.

Parecía un poco asustado, pero se recuperó rápidamente y se despidió de mi médico, antes de salir de la habitación del hospital.

Miré al doctor Shaeffer, agradeciéndole en silencio por haber interrumpido nuestro casi beso. Sacó su cuaderno de notas y pasó unas cuantas páginas, sumido en sus pensamientos.

—¿Cómo te sientes, Lacey? —Preguntó, luego de reflexionar unos segundos.

—Estoy...

Estaba a punto de decir bien por costumbre, pero me di cuenta. No estaba bien en absoluto.

Un millón de preguntas me ahogaban, y me sentía como si estuviera atrapada dentro de un cuerpo que no sabía que era el mío, en una vida con personas que aparentemente eran las más cercanas a mí, pero que sentía como extrañas.

Y todo lo que creía saber ya no era cierto.

—Confundida.

El médico sonrió.

—Sí, lo supuse. Ayer me dijiste que tenías dieciséis años, ¿todavía te sientes como si tuvieras dieciséis hoy? —Preguntó.

—Sí. Pero mis padres me dijeron que tenía dieciocho años y entonces vi mi reflejo y...

—Oh, esperaba que no lo hubieras hecho. Debe haber sido un shock, ¿verdad?

—Shock es un eufemismo. Ya no me siento yo misma. Quiero decir... ¿cómo me he puesto así? Soy... hermosa. Y tengo el cuerpo perfecto.

Se rio.

—No quiero sonar engreída ni nada por el estilo, es solo que... no solía verme tan bien antes, que es como si fuera ayer para mí y... —hice una pausa.

—¡Uf, esto es tan confuso!

—Lo siento, debería haberme explicado más antes. Solo quería hacer algunas pruebas más, antes de adelantarme. Parece que tienes pérdida de memoria a corto plazo.

—Dos años de pérdida de memoria, para ser exactos.

—¿Cómo? Mis padres me dijeron que solo estuve en coma dos meses.

—Sí, pero en estos dos meses parece que perdiste dos años. ¿Ocurrió algo en particular durante tu decimosexto cumpleaños? ¿O en ese año?

Me devané los sesos buscando algo, pero no pude recordar nada.

—No lo sé.

—Por lo general, cuando los pacientes pierden la memoria, especialmente de un pequeño período de tiempo como tú, hay un evento desencadenante. Algo... que cambió.

¿Qué podría haber cambiado para mí?

¿Excepto lucir como una modelo cuando solía ser la chica más mediocre, que no valía la pena?

—¿Recuperaré mis recuerdos?

—La mayoría de los pacientes lo hacen, pero no hay forma de saberlo. Tal vez lo hagas, tal vez no. De nuevo, si lo haces, lo más probable es que esté causado por el mismo evento desencadenante.

—Algunos de los pacientes que se encontraron en tu misma situación dijeron que, o bien habían ganado un recuerdo a la vez, o todo había vuelto a ellos al estar en una escena particular de ese evento desencadenante.

—O ver a alguien que les recordaba a este evento desencadenante. Pero no es el caso de todos.

—¿Así que puede que me falten dos años por el resto de mi vida? —Pregunté, un poco asustada.

Muchas cosas parecían haber cambiado para mí en esos dos años. ¿Cómo podría seguir adelante, ahora que ni siquiera conocía a mis mejores amigas ni a mi novio? O a mí misma, en realidad. ¿Quién era yo ahora? ¿Todavía una don nadie? ¿Una friki? ¿Una empollona?

¿Una bromista? ¿Había descubierto un talento para el canto, después de todas esas prácticas en la ducha? ¿Todavía tocaba la guitarra? ¿Seguía dibujando?

—Las personas que están cerca de ti, empezando por tu familia, te ayudarán con eso. Pueden ponerte al corriente de la mayoría de las cosas que te has perdido día a día, pero, sí, probablemente será un poco difícil de manejar.

Me mordí el labio, al borde de las lágrimas. ¿Por qué me estaba pasando esto?

No saber quién era me aterraba, y tenía que decirle a todo el mundo que me sentía como si tuviera dieciséis años.

—Eres una chica dura, Lacey, estoy seguro de que todo saldrá bien. ¿Sabes si llevabas un diario cuando tenías dieciséis años? Tal vez lo llevabas...

—No recuerdo un diario —dije.

No era de las que escribían lo que pasaba en su vida, o de quién estaban enamoradas, pues no pasaba nada emocionante, y cada semana estaba enamorada de un chico diferente, sabiendo muy bien que ninguno se fijaba en mí.

—Muy bien, seguro que tus amigas y tu familia podrán ponerte al día. Incluso el último episodio de Pretty Little Liars.

Sonreí. Me encantaba esa serie. Recién estaba en la segunda temporada, pero era buena. Tal vez, a estas alturas, ya sabían quién era A.

—Todavía no saben quién es A, precisamente —añadió el doctor Shaeffer, sonriendo—. Mi hija ve el programa.

Miré mi mesita de noche, y me di cuenta de que había un teléfono allí. Aunque parecía mucho más sofisticado que el que solía tener.

—Es tu teléfono —dijo el médico, al notar mi expresión curiosa.

—Puede que quieras empezar por ahí. Quizás tengas fotos y textos que puedan ayudarte a rastrear todo.

—Ok. Gracias —hice una pequeña pausa antes de preguntar—. ¿Voy a estar bien? ¿Además de la pérdida de memoria? ¿Cuándo podré ir a casa?

—Te vas a poner bien. Puede que necesites un poco de terapia, pero eso lo tendremos que comprobar más adelante. Y, en cuanto a tu regreso a casa, aún no hemos decidido la fecha, pero será lo antes posible.

—Te prometo que te mantendré informada.

Exhalé, tranquilizada. —Gracias.

—Te dejaré con tu investigación. Tengo que revisar a otro paciente. Sin embargo, puedes pulsar el botón rojo. Si necesitas algo, las enfermeras te ayudarán.

Estaba a punto de irse, pero lo llamé para que se diera la vuelta.

—¿Sí?

—¿Podrías... mantener a Derek alejado por un tiempo? He deducido que es mi novio, y me alegro de que lo sea —me reí nerviosamente.

—Pero... me siento un poco extraña besándolo sin saber nada de él. Así que necesito algo de tiempo para...

—Por supuesto —me interrumpió.

—No te preocupes por eso.

—Gracias.

—De nada. Que tengas un buen día, Lacey. Avisaré a tus padres de que quieres que te dejen sola un rato.

—Sí, por favor.

Sonrió y salió de la habitación.

Los pensamientos desbordaban mi cerebro y me sentía increíblemente cansada, pero la curiosidad me pudo, así que cogí mi teléfono y lo desbloqueé. Menos mal que no tenía contraseña.

Mi imagen de fondo era una foto mía con Claire y Mel (por cierto, todavía no sabía si su nombre completo era Melanie o algo más), riendo en nuestros bikinis (y de nuevo, maldita sea, mi cuerpo era perfecto) en la playa.

Probablemente, habíamos hecho un viaje allí juntas en el verano.

El teléfono no era difícil de usar, ya que era, hasta cierto punto, igual que el anterior.

Primero abrí la aplicación Fotos, y me quedé boquiabierta al ver que había mil. Vaya, esto me iba a llevar un buen rato. Me desplacé hasta la primera, tomada el año pasado. Mi teléfono debía de ser reciente, entonces.

El año pasado, por lo que significaba que tenía diecisiete años en ese entonces. Todavía me quedaba un año en blanco.

La primera foto era con Claire, que soplaba una vela en una magdalena.

Me acerqué a mi cara y me di cuenta de que tenía el mismo aspecto que ahora, así que el cambio debió de producirse antes. Las fotos posteriores eran de mis mejores amigas, o de mi propia cara.

En realidad tenía un montón de fotos solo mías, y docenas que se sucedían igual, excepto que ahora giraba la cabeza un centímetro más. Vaya, ¿estaba tan obsesionada conmigo misma?

Tal vez era comprensible. Había pasado de imperceptible a preciosa, pero aun así.

Ignoré las numerosas fotos en las que aparecía con bonitos trajes y me centré en las otras.

La primera que encontré con Derek estaba fechada hace cuatro meses. ¡Vaya-! ¿Salimos tanto tiempo? Entonces, ya debía estar enamorada de él. No me costaba mucho enamorarme de un chico, según mis recuerdos.

O, tal vez, cambié al volverme bonita.

En la primera foto en la que aparecíamos juntos, yo le besaba la mejilla, mis brazos rodeaban su cuello y él sonreía. No sé quién hizo la foto, pero estábamos estúpidamente guapos.

Pasé a las demás.

Algunas eran de nosotros besándonos, otras solo de él riendo, jugando al fútbol, yo a su espalda, a cuestas... Parecíamos la pareja de oro, la que todo el mundo envidiaba, pero detestaba al mismo tiempo.

Y, si no hubiera sabido que era yo, habría odiado a la chica de las fotos.

Había muchas fotos mías en fiestas enormes y concurridas y fruncí el ceño al verlas. ¿Cuándo me convertí en una chica que iba a fiestas?

Para empezar, no solían invitarme. Además, yo ahora era el centro de atención, según lo que parecía en las fotos.

Había otras fotos que me hicieron fruncir el ceño, especialmente las de las chicas en lo que parecía una competición de baile. No solía ser capaz de bailar delante de la gente, pero parecía haber superado ese miedo.

Me desplacé más hacia abajo y solo vi dos fotos con mi hermano mayor, James. En realidad, no había cambiado, salvo por la especie de barba que intentaba dejarse crecer. Me di cuenta de que ahora tenía veinte años. ¿Tenía novia?

¿Seguía aburriéndose en la misma universidad? ¿Por qué no vino a visitarme al hospital?

Se me cerraban los ojos y no podía seguir despierta. Dios, había dormido durante dos meses. ¿Por qué no podía permanecer despierta más tiempo?

Sabía que me quedaría dormida con el teléfono en las manos, y no podía arriesgarme a que se me caiga y se rompa.

Así que lo puse en mi mesilla de noche, antes de cerrar finalmente los ojos, poniendo fin a la interminable cantidad de preguntas que torturaban mi cerebro.

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