
Autumn llevaba ya casi un mes en palacio, con la misma rutina diaria y las mismas labores.
Se levantó por la mañana y trabajó en sus quehaceres, como de costumbre, asegurándose de limpiar y organizar todo lo posible.
Aunque planeaba marcharse, sabía que debía hacer un buen trabajo hasta entonces. No tenía sentido tramar una fuga sólo para que la mataran por hacer mal la cama del rey.
Esperaba encontrar pronto una ventana que le permitiera salir de aquel lugar.
Esa noche, tras terminar con sus obligaciones, Autumn y el personal estaban reunidos para cenar cuando fueron interrumpidos por Thomas.
—Disculpe, Sra. Timmons, pero requerimos la presencia de una de sus criadas. La que limpia la habitación del Alfa.
Los ojos de Autumn se abrieron de par en par, y la señora Timmons la fulminó con la mirada. —Autumn, váyase con Beta Thomas.
Bajó la cabeza y subió con él al piso del Alfa.
—¿Sabes de qué se trata? —le preguntó Autumn a Thomas en voz baja.
—Pronto lo sabrás. Asegúrate de mantener la cabeza baja y no le des ninguna razón para castigarte.
Autumn respiró hondo cuando se pararon frente a la puerta de la habitación del Alfa. Cuando entraron, supo que el rey estaba allí; podía sentir su presencia.
Era fuerte y llenaba todo el ambiente de la habitación como una niebla.
—Por aquí, por favor —dijo Thomas mientras abría la puerta.
Autumn entró y bajó la cabeza. La habitación olía de maravilla, a pino y almizcle, y podía sentir el poder que irradiaba el hombre que supuso que era el rey Elijah.
Autumn no levantó la mirada. Se limitó a mantener la cabeza gacha mientras se preguntaba por qué la había convocado.
Permaneció unos instantes en silencio, esperando a que el rey dijera algo. Autumn sentía que la estaba escudriñando, de arriba abajo. De repente se sintió muy cohibida.
Pasaron horas hasta que por fin habló.
—¿Eres la criada que limpia mi habitación? —soltó con un tono de voz grave.
—Sí, señor... Quiero decir, sí, Alfa —tartamudeó Autumn nerviosa.
—Tú eres la chica que Beta Thomas trajo consigo de Alta Montaña —dijo, más como una afirmación que como una pregunta.
—Sí... —respondió en voz baja.
—Bueno, chica de Alta Montaña, ¿tienes por costumbre dejar las cosas más desordenadas de como las encontraste? —espetó.
Autumn arrugó la frente, confundida. —Lo siento, no lo entiendo.
—Mi oficina. Lo has movido todo y ahora no encuentro ninguno de mis documentos importantes. ¿Has robado información confidencial de la manada? —gruñó.
Ella levantó la cabeza sorprendida. —¡Claro que no! —Autumn volvió a bajar la cabeza cuando se dio cuenta de que había sonado mucho más desafiante de lo que pretendía.
Gruñó y se levantó de la silla. —Entonces, ¿dónde están todos mis papeles, criadita? Porque estaban todos aquí anoche cuando salí de mi despacho.
Autumn negó con la cabeza. —Los dejé todos en su escritorio, Su Alteza. Si no están, es que alguien los ha movido.
Frunció el ceño. —¿De verdad estás afirmando que es culpa mía que estén perdidos?
Autumn se quedó petrificada, dándose cuenta de que estaba nadando en aguas peligrosas. —No, Alfa. Si me da un momento, se lo buscaré todo.
Entonces, él resopló. —Si yo no puedo encontrarlos, ¿qué te hace pensar que tú podrás hacerlo?
Se encogió de hombros. —Vale la pena intentarlo. —Autumn empezó a caminar por la habitación—. ¿Para qué son esos documentos? Así puedo saber lo que estoy buscando.
Revisó la pila de papeles que había dejado sobre el escritorio esta mañana.
—Son acuerdos por algunas disputas de la manada —respondió, con tono frío.
—¡Oh! —dijo Autumn, caminando hacia el otro lado del escritorio. Buscó a tientas en el montón y encontró el expediente al final de la pila.
Se acercó al Alfa y se lo entregó, todavía evitando el contacto visual.
—Lo siento, Alfa. Se habían quedado esparcidos por todo el escritorio y parecían importantes.
»No quería que se perdieran todos estos papeles sueltos, así que los puse en un archivo. Fue culpa mía que no los encontrara. Le pido disculpas.
Le quitó la carpeta y luego la empujó contra la pared, agarrándola con fuerza del cuello.
—¿Qué te hace pensar que puedes hacer eso? ¿Eres una secretaria o una criada? No tienes permiso para manejar información confidencial de la manada.
El corazón le latía con fuerza en el pecho. —Lo siento... —susurró. Autumn levantó la vista, encontrándose por fin con sus ojos. Los ojos oscuros moteados de oro la miraron, y todo su cuerpo se encendió.
Los ojos de Alfa Elijah se suavizaron por un momento antes de oscurecerse de nuevo. —Lárgate. —Le soltó el cuello y dio un paso atrás, dejando a Autumn espacio para alejarse.
La pobre chica inhaló bruscamente, sintiéndose rechazada, mientras subía a su habitación. Entró en su cuarto, aturdida, con la conmoción de lo sucedido aún en su mente.
—¿Qué ha pasado? —Marie preguntó al entrar—. No puede haber ido tan mal, teniendo en cuenta que todavía estás viva.
Autumn sonrió, todavía distraída por lo que acababa de ocurrir. —Apenas.
—¿Y bien? —le preguntó.
—Yo... Esto… —Negó con la cabeza en un intento de despejarla—. El rey no encontraba unos documentos y, sabiendo que yo fui la que limpió la habitación, me preguntó dónde los había puesto.
Los ojos de Marie se abrieron de par en par. —¿Le viste? ¿Y hablaste con él? ¿Cómo era? Llevo tres años trabajando aquí y nunca he estado en la misma habitación que él, ¡y mucho menos he hablado con él!
«¡ÉL ES INCREÍBLE! ¡Vuelve y habla con él!»gritó suloba.
—Es todo lo que dicen que es —dijo Autumn en voz baja antes de cambiarse de ropa e irse a la cama.
Estaba tumbada en la oscuridad, incapaz de dormir o de pensar en otra cosa que no fueran sus ojos oscuros.
¿Cómo podía ser que el rey Alfa fuera su pareja? El destino le estaba jugando una mala pasada. «De ninguna manera nos escaparemos ahora», pensó Autumn.