Galatea logo
Galatea logobyInkitt logo
Obtén acceso ilimitado
Categorías
Iniciar sesión
  • Inicio
  • Categorías
  • Listas
  • Iniciar sesión
  • Obtén acceso ilimitado
  • Asistencia
Galatea Logo
ListasAsistencia
Hombres lobo
Mafia
Multimillonarios
Romance abusón
Slow burn
De enemigos a amantes
Paranormal y fantasía
Picante
Deportes
Universidad
Segundas oportunidades
Ver todas las categorías
Valorada con 4,6 en la App Store
Condiciones de servicioPrivacidadImpronta
/images/icons/facebook.svg/images/icons/instagram.svg/images/icons/tiktok.svg
Cover image for El rebelde lobo ruso

El rebelde lobo ruso

Capítulo 3

Viktor

Sentado en un taburete con la espalda apoyada en la barra, observé la sala que me rodeaba. Me sentía un poco claustrofóbico; no estaba acostumbrado a estar dentro de ningún sitio durante mucho tiempo.

Mi codo estaba apoyado en la barra, junto a una botella de cerveza que me habían colocado delante incluso antes de que mis nalgas tocaran el taburete acolchado.

Ya había probado la cerveza y conocía los efectos que causaba en la mente, así que prefería resistirme a bebérmela.

Aunque la mayoría de los lobos necesitaban consumir su peso en alcohol antes de llegar a emborracharse, yo quería tener la cabeza despejada durante un par de noches mientras mi manada se instalaba y yo comprobaba el territorio.

El local estaba lleno de luces parpadeantes y de una serie de adornos navideños.

Un árbol de Navidad de dos metros de altura, cubierto de bolitas de porexpan simulando la nieve, adornado y coronado con una estrella brillante, estaba a la izquierda de la habitación.

La manada Montana había sido acogedora con todos hasta ahora, pero como alfa de mi manada, debía estar alerta durante nuestra estancia.

El número de adultos dentro de mi manada estaba disminuyendo rápidamente, con las hembras muriendo durante el parto y los cazadores, que parecían estar un paso por delante de nosotros siempre, escogiendo a mis miembros más débiles.

Cuando recibí la noticia del alfa de la manada Montana de que podíamos unirnos a ellos durante unas semanas en el periodo navideño, ¿cómo iba a negarme?

Los miembros de mi manada estaban agotados y necesitaban un lugar seguro para descansar y para proteger a sus cachorros. Dos cachorros de mi manada pasaron corriendo junto a mí, riéndose con los cachorros de la manada Montana.

Llevábamos aquí sólo un par de horas, pero la manada ya se había instalado, los cachorros correteaban despreocupados y sus padres se relajaban y sonreían mientras charlaban. Nadie estaba alerta excepto yo, pero ese era mi trabajo.

Las risas atrajeron mi atención hacia la pista de baile, donde las parejas bailaban al ritmo de la música e instaban a los demás, incluida mi manada, a unirse.

Observé con asombro cómo los miembros de mi manada no solo no dudaban en hacerlo, sino que se lanzaban al agua con grandes sonrisas en sus rostros.

Hacía mucho tiempo que no veía sus sonrisas. Vivíamos en un estado constante de miedo recorriendo las montañas. Nunca nos reíamos, rara vez hablábamos y sólo existíamos.

A la espera de quién de nosotros sería el próximo en ser atrapado por los cazadores. Lo que daría por tener un pueblo como este. Un lugar en el que mi manada se sintiera segura, al que llamara hogar. Donde pudieran desplazarse y correr libremente.

Nuestra manada había gobernado una vez los vastos bosques de Rusia. Manadas de todo el país nos buscaban y se unían a nosotros en muchas celebraciones.

Nos apareábamos, creábamos nuevas vidas y cambiábamos de manada libremente. Prosperábamos. Hasta que los humanos nos descubrieron, nos consideraron demonios y empezaron a perseguirnos.

Pronto las manadas dejaron de visitarnos y nuestros propios miembros dejaron de venir a casa. Cuando empezaron a llevarse cachorros, nos fuimos.

Encontramos un nuevo hogar tras otro, hasta adentrarnos en el territorio de otras manadas... de todos modos, no encontramos ninguna que estuviera viva.

Mi manada de sesenta personas no tuvo más remedio que subir a un barco, y acabamos en América.

No fuimos los únicos. Nos encontramos a bordo con algunos otros lobos solitarios, que nos hablaron de sus antaño poderosas manadas, ahora extinguidas. Había oído hablar de manadas que huían y se refugiaban en las profundidades de la selva.

Algunos lobos aceptaron quedarse con nosotros al llegar a Estados Unidos. “Cuantos más, más seguros” se convirtió en mi nuevo mantra.

Aunque fue una batalla perdida. Cuando se hizo evidente que los lobos habíamos huido de Rusia, los cazadores comenzaron a seguirnos. Por cada nuevo lobo que se unía a nosotros, parecía que perdíamos dos.

Mi manada me confió sus vidas. Nunca lucharon por obtener mi posición. Éramos una familia.

—Es un honor que hayas aceptado nuestra invitación para pasar la Navidad con nosotros, Viktor. —El alfa de la manada Montana tomó asiento en un taburete a mi lado.

Nos habíamos cruzado hacía unos veinte años, cuando aún estábamos en Rusia. Nick estaba buscando a su hijo perdido, que supuestamente se había ido con una loba de una manada rival.

Había oído que Nick consiguió localizar a su hijo, pero lamentablemente los cazadores se le habían adelantado.

Me giré para mirar al alfa y lo miré fijamente a los ojos. Los alfas no se doblegaban bajando la mirada y yo no lo haría esta vez, sin importar que el aura de Nick dijera mucho sobre el tipo de poder que albergaba.

—Gracias por invitarnos, Nick. Me temo que ha llegado en el momento justo. Mi manada está en las últimas. —Hice una pausa, luego continué—. Sentí mucho lo de tu hijo, Nick.

—Mi manada y yo habríamos venido a presentar nuestros respetos, pero no estábamos en Estados Unidos en ese momento.

Una mirada de dolor cruzó el rostro del otro alfa. —Los cazadores los mataron durante la noche mientras dormían.

—Llegamos a la mañana siguiente, demasiado tarde. —Nick no apartó la mirada, y entendí por qué; un lobo dominante nunca apartaba la vista primero.

A los ojos de los espectadores, parecía que estábamos enzarzados en un concurso de miradas, pero no había ninguna incomodidad entre nosotros. Era simplemente la naturaleza de ser un alfa.

Nick no intentó ocultar el dolor que le causaba el mero hecho de hablar de su hijo fallecido. —Mi hijo y su compañera se refugiaron en lo profundo de los bosques de Rusia con su hija, Anna.

Suspiré y recé en silencio por otra vida arrebatada antes de tiempo. —Son unos desalmados, matando a cachorros inocentes. —Apreté los dientes—. Sólo espero que ella y sus padres no sufrieran.

Nick sonrió ligeramente, aunque parecía forzado. —Anna sobrevivió. Tenía seis años en ese momento. Mi hijo y su compañera habían creado un sótano para que fuera su habitación. La puerta estaba escondida para que los cazadores no la encontraran.

—Parece que siempre supieron que los estaban siguiendo. —Suspiró—. Afortunadamente, los responsables fueron capturados el mes pasado. Sufrieron, créeme.

Asentí con la cabeza. Le creí. Perder un hijo era uno de los mayores dolores de la vida, uno que no le desearía ni a mi peor enemigo. —¿Cómo funciona este pueblo?

—Sin que nadie entre, ¿cómo se gana dinero para mantenerlo en funcionamiento? Seguro que los humanos saben que estáis aquí.

Nick me sorprendió, apartando primero la mirada y levantando una mano con dos dedos hacia una mujer que estaba detrás de la barra. Inmediatamente, colocó dos botellas de cerveza abiertas frente a nosotros.

Mi última cerveza fue reemplazada por la fresca. Nick me indicó que me la tomara, y yo lo hice respetuosamente. Le di un pequeño trago antes de volver a dejarla en la barra. No quise tomar más.

—Antes de instalarnos aquí, mi manada era grande, con casi un centenar de miembros. Mi compañera y yo, vivíamos en un pequeño pueblo dentro de la ciudad.

—Después de un tiempo, los humanos empezaron a notar que había algo diferente en nosotros y empezaron a hacer preguntas.

—Fue entonces cuando supimos que era hora de irnos. —Nick se llevó la botella a la boca y se bebió la mitad de la cerveza de un solo trago.

—Cuando las ciudades empezaron a poblarse más y más, algunos de nosotros pasamos meses sin transformarnos.

—La mitad de mi manada —incluido yo—, adoraba los bosques, mientras que a la otra mitad le gustaba la vida en la ciudad y casi se había adaptado al modo de vida humano.

—Al principio no lo entendí. Intenté luchar contra ellos con uñas y dientes hasta que algunos de mis compañeros se pusieron de acuerdo con las comunidades de los alrededores y empezaron a comprar urbanizaciones con terrenos privados donde alojarse.

—Nos mudamos todos juntos a uno, pero no era lo mismo; seguíamos anhelando la libertad de lo salvaje. Mis chicos investigaron y encontraron este lugar.

—Este bosque en el que nos asentamos es una reserva natural protegida; el terreno en el que hemos construido nuestro pueblo es un claro en medio de todo, no tuvimos que destruir ningún árbol. Era un lugar perfecto.

—Llevamos aquí sin ser molestados durante casi cien años. Hay humanos que nos conocen y viven aquí; algunos trabajan con mi manada dentro del pueblo.

—Somos un pueblo registrado, pero el papeleo lo tiene mi manada. —Con un segundo trago, se terminó su cerveza.

—Algunos de los miembros de mi manada se aventuran a salir a las ciudades y visitan a las familias que decidieron quedarse allí. Incluso a veces van a trabajar. Los más jóvenes quieren ganar dinero, contribuir.

—Estamos a un día de camino de cualquier ciudad, pero hemos encontrado una ruta que sólo nos lleva unas horas en nuestra forma de lobo.

—¿Tu manada está separada? ¿Por qué no se unieron a ti una vez que te estableciste aquí? —¿Cómo iba a protegerlos si no estaba cerca de ellos?

—Están contentos en las ciudades; se sienten más seguros. Los cazadores no los buscan allí. Creen que somos salvajes.

—Aparte de nuestra apariencia humana, creen que no somos más que animales. Sabemos que algún día nos descubrirán aquí. Los humanos se están expandiendo y se están quedando sin espacio.

—Pero hasta entonces, este pueblo es nuestro y pretendemos mantenerlo así el mayor tiempo posible.

—¿Qué le pasó a tu compañera? ¿Se la llevaron los cazadores? —pregunté.

Una expresión dolorosa se instaló en los ojos de Nick. Sacudió la cabeza.

—Murió poco después de dar a luz a mi hijo; hace ya muchos años. Hubo algunas complicaciones; todo sucedió muy rápido. Nos instalamos en este pueblo una semana después de su muerte.

—Sus cenizas fueron esparcidas en el bosque —dijo.

—Siento tu pérdida, Nick.

—Viktor —gritó mi beta, rompiendo el silencio que se había instalado entre Nick y yo. Cuando me giré en dirección a la voz de Erik, ya estaba casi a nuestro lado.

Detrás de él iban dos jóvenes miembros de mi manada: Elise y su compañero, David. Elise acunaba a su cachorro dormido contra su pecho. Ver el suave rostro del cachorro en reposo me hizo vibrar el corazón.

Un día tendría uno propio, y no podía decidir si anhelaba ese día o lo temía. Si le ocurriera algo a mi propio cachorro, la pena me consumiría.

Mi visión estaba bloqueada por el pecho de Erik, que ya estaba ante nosotros.

—Alfa Nick. —Erik asintió con la cabeza—. Algunos de la manada quieren instalarse. Elise quiere acostar a su cachorro para que pueda dormir.

—Por supuesto. —Nick bajó de un salto de su taburete y dejó su botella vacía sobre la barra.

—Tenemos algunas casas vacías disponibles, y los miembros de nuestra manada han abierto sus casas para compartirlas con vosotros. Te mostraré el lugar.

—Muchas gracias, Nick. —Le di las gracias con la cabeza. Nick me devolvió el saludo y se fue, caminando en dirección a la puerta con la pareja a su lado. Ansiaba seguirlos, protegerlos, pero me abstuve.

Nick los protegería.

Erik se acomodó en el taburete vacío que Nick había dejado a mi lado y se apoyó en la barra. El cansancio marcaba sus rasgos. —Ha sido un día largo, mi viejo amigo. Espero que la noche sea tranquila.

Estaba a punto de manifestar mi acuerdo cuando un aroma apetitoso se me coló por las fosas nasales. El aroma hizo que se me formara un bulto contra la cremallera de mis vaqueros.

Por el rabillo del ojo, capté que Erik también estaba olfateando. Sus ojos buscaban frenéticamente la fuente del olor.

Una mujer alta con el pelo negro como el carbón se acercó a nosotros por donde Nick había llegado, y cuanto más se acercaba, más fuerte era el olor.

Se acercó a un metro de nosotros y nos tendió la mano en señal de saludo, su mirada se movía entre la mía y la de Erik. No pude pronunciar una palabra por el nudo en la garganta.

—Hola, Alfa Viktor. Me alegro de que hayáis podido uniros a nosotros para pasar las Navidades. Soy Nina Gerald, y soy la beta de la manada Montana. —Dejó caer su mano después de que no hiciera ningún movimiento para cogerla; aparentemente, mis brazos se negaban a funcionar.

Su mirada se apartó de la mía en una muestra de sumisión. El olor provenía de ella. Mi lobo trató de acercarse para olfatear a la mujer para estar seguro, pero no podía ser.

Las marcas de mordiscos en el cuello de esta mujer lo mostraban claramente; ya había sido reclamada. No podía ser mi compañera. La mirada de la mujer volvió a encontrarse con la mía.

—¿Pasa algo? —Sus cejas se alzaron en forma de pregunta.

—Tu olor. —Erik se levantó del taburete y dio un paso hacia la mujer—. Hueles a mi compañera.

¿Su compañera? —¿A tu compañera? —Me puse de pie, la posesividad se apoderó de mí. Quería derribar al hombre, ponerlo en su sitio, pero me abstuve. Sin embargo, si Erik no hubiera sido mi amigo, lo habría hecho.

—Huele a mi compañera —le corregí.

—¿Perdón? —preguntó Nina, con una expresión de sorpresa en su rostro. Sus pequeñas manos se alzaron frente a ella como si tratara de calmar a una bestia, que era como yo me sentía en ese momento.

Mi lobo estaba muy cerca de la superficie y luchaba por el control. Me di cuenta de que Erik estaba en la misma posición cuando miré a mi lado para medir mi competencia y la posible amenaza.

Los ojos de Erik habían cambiado sacado el amarillo de su lobo. —No soy vuestra compañera —protestó Nina.

—Puedo ver que estás marcada. ¿Quién es él? —Apreté los dientes con frustración. Fuera quien fuera, lo mataría y luego me llevaría a mi pareja conmigo.

—Alfa Viktor, un lobo me mordió cuando estaba manteniendo relaciones sexuales con él hace décadas. Fue un accidente, y murió poco después.

—Bien —mi voz era profunda y grave mientras avanzaba, con los dientes afilados por la necesidad de reclamarla.

—Para. —Las manos de Nina tocaron mi pecho—. ¡Estoy emparejada, pero con un humano!

Me quedé helado y traté de respirar tranquilamente. ¿Estaba emparejada con un humano? Mi mente nublada se aclaró un poco y le ordené a mi cuerpo rígido que se relajara, aunque se negaba a hacerlo.

Una vez calmado, hablé en voz baja. —Deseo olerte. ¿Puedo? —Ella bajó sus manos de mi pecho y asintió. Acorté la distancia entre nosotros y respiré profundamente para inhalar su aroma.

Parece que tenía razón. Ella no era mi compañera, pero el olor de mi compañera estaba en su ropa.

—No eres tú —dije en voz alta.

Volviéndome hacia Erik, dije: —El olor es de alguien con quien ha estado en contacto muy recientemente. —Me volví hacia Nina y levanté una ceja en forma de pregunta; ella tenía una mirada perpleja.

—He venido directamente aquí. Estaba en el bosque cuando escuché tu llegada.

—¿Estabas sola? —La mirada de Erik se clavó en la suya. Ahora estaba enfadada, mirando a mi beta. Era una pena que no fuera mi pareja. Parecía fuerte y feliz de aguantar mi mirada y la de Erik.

Nina bajó la mirada sólo por cortesía. Dudó, y luego sus cejas se alzaron en señal de sorpresa.

—No. —Ella tragó visiblemente—. Estaba con mi sobrina, Anna.

Continue to the next chapter of El rebelde lobo ruso

Descubre Galatea

El calor del fuegoVegas ClandestinaMás allá de tiNegocios y biberonesHMSA: Prisionero de la sirena

Últimas publicaciones

Mason - Spin-off: ImpulsoTres. El número perfecto - Bonus: Blanco y doradoEspíritu navideñoEn la cama con el vampiroTruco o trato picante