Piel de lobo - Portada del libro

Piel de lobo

A. Makkelie

Capítulo 6

MERA

Mera se puso delante del espejo y miró el vestido que su madre había elegido para ella.

Después de salvar a Kimmy y de que todo el mundo le viera el brazo, Dina pensó que era buena idea que se pusiera un vestido sin tirantes.

Era un vestido rojo burdeos ceñido al cuerpo con el que nunca se había sentido cómoda.

La cicatriz del abdomen siempre le irritaba cuando llevaba algo demasiado ajustado, como este vestido. Por lo tanto, éste no era una opción.

―Pareces incómoda.

Mera chilló y dio un respingo al oír la voz.

Rápidamente se dio la vuelta y vio a la única persona que nunca esperaría ver en su habitación.

Killian le dedicó una pequeña sonrisa. Llevaba pantalones negros formales, zapatos negros de vestir y una camisa azul oscuro abotonada con las mangas remangadas.

Por primera vez, vio que tenía tatuajes en la parte inferior del brazo derecho y, por la forma en que subían, sospechó que tenía el brazo entero tatuado.

No pudo ver qué tipo de tatuajes tenía, pero ya le encantaba.

Sus ojos subieron por su cuerpo hasta encontrarse con los de él. Avergonzada, se pasó el pelo por detrás de la oreja y carraspeó.

―¿Qué puedo hacer por ti? ―le preguntó mientras le devolvía la mirada.

―¿Puedo pasar?

Mera no se había dado cuenta de que no había puesto un pie en su habitación.

―Claro.

Le dedicó una pequeña sonrisa. Sus ojos se dirigieron a su brazo antes de encontrarse con los de ella.

―Mi madre quería darte las gracias como es debido por lo de hoy ―Le tendió una caja.

Mera se acercó y le cogió la caja.

―Espera que te lo pongas esta noche, y viendo lo incómoda que estás con ese vestido, creo que lo harás.

―¿Es tan obvio?

Él sonrió y, por primera vez en su vida, ella tuvo que apretar suavemente los muslos para contenerse.

«¿Cómo puede este hombre tener tanto efecto sobre mí?».

―Digamos que sé cómo es la gente cuando está incómoda.

Le sonrió y dejó la caja sobre la cama. Mera se volvió hacia él y juraría que sus ojos cambiaron brevemente de color.

―Te veré esta noche ―dijo mientras se daba la vuelta y salía de la habitación.

Mera se volvió hacia la caja y la abrió para descubrir el vestido más bonito que había visto nunca.

KILLIAN

Killian salió de su casa después de dar las gracias a sus padres y a su hermano por su tiempo, pero en cuanto llegó a la línea de árboles, su lobo se apoderó de él y se transformó.

Necesitaba correr.

Por poco perdió la cabeza en cuanto sintió a Mera cachonda. No sabía que una persona pudiera oler tan bien como para querer tener sexo allí mismo.

Para autocontrolarse, necesitó alejarse para no transformarse delante de ella.

«Si sucede esta noche, no podré excusarme fácilmente».

Después de correr durante lo que parecieron horas, entró en el patio trasero de la casa de la manada.

Cuando entró, todos los hombres lobo inclinaron la cabeza para reconocerle como el futuro Alfa.

Edvin se acercó con una sudadera y un pantalón y se lo lanzó.

Killian se transformó y se puso rápidamente los pantalones de chándal.

―Veo que el recado que tenías que hacerle a Luna salió bien ―dijo Edvin con una sonrisa de satisfacción.

Killian lo fulminó con la mirada mientras ambos entraban en la casa de la manada.

―¿Qué pasó con tu ropa? ―dijo Ken con una sonrisa cómplice.

Aksel se rio mientras daba un mordisco a su manzana.

―Destrozada en algún lugar del suelo porque ya no podía contener a mi lobo ―dijo Killian mientras cogía también una manzana.

Los tres le miraron, con la sorpresa claramente reflejada en sus rostros.

―Tío, ¿qué ha pasado? ―preguntó Aksel.

―Estábamos hablando y, de repente, olí su excitación.

Aksel tosió cuando un trozo de manzana se le clavó en la garganta. Ken y Edvin se rieron.

―¿Qué hiciste para excitarla? ―preguntó Ken mientras se acomodaban.

―Honestamente, no hice nada más que reírme por algo que dijo.

―Bueno, eso significa que vuestro vínculo ya es fuerte ―dijo Edvin.

Killian asintió con la cabeza antes de suspirar y apoyar la cabeza en el mostrador.

―¿Qué coño voy a hacer si se excita esta noche? Antes por poco no pierdo la cabeza delante de ella y no quiero perder el control esta noche.

»¿Por qué mamá decidió que era buena idea que pasáramos tiempo juntos y planear esta cena? Esto va a ser más difícil que la primera transformación.

―No estás solo, tío. Si estás en apuros, dínoslo y te ayudaremos ―dijo Aksel.

Killian le sonrió y asintió como señal de agradecimiento.

«Esta va a ser una noche intensa».

MERA

Mera se miró en el espejo; nunca se había visto tan guapa.

Tenía el pelo rizado y se lo había recogido en dos mechones a cada lado de la cabeza que se unían en una trenza por detrás.

Llevaba maquillaje nude, pero oscurecía aún más sus ojos de una forma preciosa, y se había puesto el vestido que le había regalado la mujer del alcalde.

Era un precioso vestido de seda verde esmeralda. Llevaba mangas transparentes por fuera de los hombros, que en realidad no eran mangas, ya que estaban cortadas y, en cuanto movía los brazos, quedaban al descubierto.

El vestido le ceñía la parte superior del cuerpo y, de algún modo, hacía que sus pechos parecieran más grandes.

De cintura para abajo, el vestido caía en una hermosa falda de amplio círculo con una abertura en el lado derecho que dejaba ver su pierna al caminar.

Era un vestido sencillo, pero uno de los más bonitos que había recibido nunca.

También llevaba sus tacones negros y la pulsera de gemas que le había regalado su abuela antes de morir.

Mera pensó en Killian y sintió que lo deseaba. Nunca había deseado a nadie, y este era un sentimiento que no conocía.

Le daba miedo y no quería sentir nada por él.

«No creo que le guste cuando sepa de mi pasado».

Respiró hondo y, al bajar las escaleras, sus padres e incluso su hermano la miraron con ojos muy abiertos.

Mera sintió que se ponía roja; carraspeó para que reaccionaran.

Su padre sonrió y caminó hacia ella.

―Estás preciosa, querida.

La abrazó y le besó la frente.

Dina le guiñó un ojo y le dio una bandeja.

Solo por el olor, Mera supo que era la tarta de chocolate y fresas.

―Protégelo con tu vida ―dijo Dina.

Mera se rio y asintió.

Mitch se acercó a ella y también le dio un beso en la frente.

―Estás muy guapa, hermanita.

Sonrió a su hermano.

―Gracias, Mitchell.

Le guiñó un ojo y siguieron a sus padres hasta la puerta.

Aunque su hermano podía ser un gilipollas y un idiota, también era su mejor amigo.

Siempre estaba ahí para ella, y podía hablar con él de casi cualquier cosa.

Su padre cerró todo y empezaron a caminar hacia el ayuntamiento.

La gente giraba la cabeza al verlos pasar, y ella podía sentir diferentes miradas sobre ella.

Se sintió avergonzada aunque no dejó de sonreír.

Lamentablemente, la sonrisa se transformó rápidamente en ansiedad al ver el ayuntamiento.

Pensó en Killian aquella tarde, y realmente esperaba poder controlarse y no avergonzarse delante de todos.

Entraron y accedieron a la zona pública.

Edvin sonrió al verlos entrar y caminó hacia ellos.

Ella le sonrió cuando sus ojos se encontraron, y vio que él la miraba mientras su sonrisa crecía.

―Bienvenidos. Si me seguís, os llevaré a la zona privada.

Su padre sonrió y asintió.

Le siguieron hasta un ascensor. Edvin cogió una placa y la deslizó por la cerradura. Las puertas del ascensor se abrieron y todos entraron.

Cuando las puertas se cerraron, le vio pulsar el botón de la planta superior.

―Sea lo que sea lo que llevas en ese paquete, huele de maravilla ―dijo Edvin mientras miraba a Mera.

―¡Gracias! Verás que sabe aún mejor ―dijo su madre con alegría.

Edvin sonrió a su madre.

Las puertas no tardaron en abrirse de nuevo y revelaron un precioso ático.

Mera y Mitch salieron del ascensor con la boca abierta mientras contemplaban el lugar.

Las paredes eran de un blanco precioso y el suelo de mármol negro. Había una preciosa chimenea de madera, aunque moderna, con unas cuantas tumbonas y sofás.

La vista del bosque y las montañas era preciosa; la pared era de cristal.

Había un piano, un gran televisor con algunos sofás y una gran mesa de comedor dispuesta para la velada.

―Bienvenidos a nuestra casa.

Mera fue sacada de su asombro por el alcalde y su esposa.

―Muchísimas gracias. Es preciosa ―afirmó Dina.

Synne y Adrien le dedicaron una gran sonrisa.

―Gracias ―dijo Adrien.

―Como no queríamos venir con las manos vacías, os he preparado mi especialidad: tarta de chocolate y fresas.

Synne le dedicó a Dina una cálida sonrisa.

―Realmente no...

―¡Fresas! ―gritó un niño que corrió hacia Mera.

Rápidamente dio un paso atrás y, al chocar con alguien, le saltaron chispas por todo el cuerpo.

Miró por encima de su hombro y vio a Killian sonriendo y negando con la cabeza al pequeño que se abrazaba a sus piernas.

―Lo siento ―dijo ella.

La miró y se encogió de hombros.

―No es culpa tuya.

―¿Supongo que te gustan las fresas?

Rubén asintió y ella le sonrió.

―¿Hay algún sitio donde pueda colocar esto sin que se lo coman los críos?

Mitch resopló.

―No me malinterpretes, Mitchell. Con «críos» también me refiero a ti ―dijo Mera, y todos se rieron al ver la mirada que le lanzó Mitch.

―En la cocina. Te enseñaré dónde está.

Mera siguió a Synne hacia la cocina.

Era enorme, y sabía que le encantaría pasar allí un día horneando todo lo que quisiera.

El personal estaba preparando la comida y se le hizo la boca agua con el olor.

―Puedes colocarlo aquí.

Synne abrió un armario y Mera colocó la tarta en él.

―Ahora está a salvo de los críos ―dijo riéndose entre dientes.

Mera también se rio.

Synne se dio la vuelta y se fijó en su vestido.

Mera se dio cuenta de cómo crecía su sonrisa.

―Sabía que el verde era tu color. Estás preciosa, querida.

Mera se puso roja y se miró el vestido.

―Muchísimas gracias. Me encanta, y de verdad que no necesitabas hacerlo ―dijo mientras la miraba.

Synne se rio entre dientes, se acercó a ella y la cogió del brazo mientras volvían al salón para dejar espacio al personal para trabajar.

―Te lo mereces, Esmeralda.

Volvieron al comedor y vieron que todos se habían reunido y hablaban entre sí.

Cuando se acercaron, todos miraron a Mera.

Los ojos de Mera se encontraron con los de Killian, que tragó saliva al verla.

Empezó a sentirse tímida, sus miradas eran demasiado intensas, y bajó la vista.

―¿Podríais dejar de mirarla? La chica no es un objeto ―dijo Synne al notar lo que estaba sucediendo.

Mera la miró.

Synne le guiñó un ojo y la condujo a la mesa.

Mera se sentó al lado de su hermano con Rubén al otro lado, ya que quería sentarse junto a ella.

Junto a Rubén se sentó Aksel, y a su lado Viggo, Ken y Edvin. Killian se sentó frente a ella, y a su lado se sentaron su padre y su madre.

Junto a Synne se sentó Dina, y Patrick se sentó junto a ella y Mitch.

Algunos miembros del personal entraron llevando platos con el entrante.

Era un pequeño trozo de pan con mantequilla sazonada y dos huevos rellenos diferentes. Mera no sabía de qué estaban rellenos, pero se le hacía la boca agua.

Rubén cogió un plato con patatas fritas y fruta.

Mientras comía, Mera se dio cuenta de que Rubén estaba callado y no comía nada.

―¿Qué pasa? ―le preguntó.

No la miró y se encogió de hombros.

―No quiere comer.

Mera miró a Viggo.

La charla en torno a la mesa se apagó cuando todos les prestaron atención.

―Desde hace cuatro años tiene problemas para comer. Come, pero con muchos problemas.

»Excepto cuando se trata de fresas, como ya sabes ―dijo Viggo mirando a su hijo.

Mera soltó una pequeña risita, aunque no pudo evitar preocuparse.

―¿Por qué? ―preguntó Mera mientras miraba a Rubén.

Viggo suspiró, y Aksel miró fijamente su plato.

―Mamá se fue de cena hace cuatro años ―dijo Rubén en voz baja.

Mera podría haberse dado una patada a sí misma por sacar el tema. Suspiró.

―Lo siento.

Viggo le dedicó una pequeña sonrisa.

―Cree que cada vez que come va a ocurrir algo malo ―le explicó.

Mera miró al chico.

―Debes de echarla de menos ―le dijo al niño que la miró con lágrimas en los ojos.

―Quiero que vuelva.

Mera le secó una lágrima y asintió.

―¿Crees que lo hará? ―le preguntó.

Vio que Aksel reaccionaba mirándola.

Rubén dudó, pero acabó asintiendo.

―Cuando vuelva, querrás mostrarle en qué niño grande te has convertido, ¿verdad?

Miró brevemente a Viggo, que sonrió; sabía lo que estaba haciendo.

Rubén asintió.

―¡Bien! Pero, ¿qué tienes que hacer para convertirte en un niño grande? ―le preguntó.

Él miró su plato, y ella supo que estaba entendiendo de lo que hablaba.

―Tengo que comer.

Mera sonrió y asintió.

Rubén también sonrió y cogió el tenedor. Cogió una pieza de fruta y se la metió en la boca. Empezó a masticar y, poco después, le siguió la siguiente pieza.

Mera le sonrió antes de mirar a Viggo. Parecía feliz y aliviado.

―Gracias, Esmeralda ―dijo.

Mera le hizo un pequeño gesto con la cabeza.

―Realmente tienes un don cuando se trata de manejar a los niños.

Miró a Adrien y sonrió.

―Siempre lo ha hecho ―dijo su madre.

Mera miró a Killian, que le dedicó una pequeña sonrisa.

Ella le sonrió antes de dar otro bocado a su propia comida.

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