
Ryder, Phillips y Lennox observaron la escena con el corazón encogido, y un serio caso de déjà vu. La escena era casi idéntica a la del día anterior.
Pero eso no hizo que la visión de un cuerpo diminuto, rígido, frío, azul y magullado fuera menos impactante.
A Lauren se le erizó la piel.
En su mente, comenzó a aparecer el sentimiento de haber fracasado.
Pero, antes de que estos pensamientos se apoderen de ella por completo, apartó con rapidez su negatividad para retomar un comportamiento profesional.
—Parece que nuestro tipo está comprometido con su modus operandi, no? —preguntó Phillips.
—Lo sabremos con seguridad cuando la lleve al laboratorio. Pero es bastante evidente —Respondió Lennox, mientras levantaba el camisón de la niña para revelar su abdomen.
Tallado con precisión.
—Que descanse en paz —dijo Lennox. Phillips agachó la cabeza. Lauren se arrodilló junto al cuerpo.
—¿Dónde están los padres? —preguntó Lauren.
—Hale envió a un oficial para que les diera la noticia y los llevara a la estación —respondió Lennox.
—Este tipo es un puto enfermo —repuso Phillips, asqueado.
En ese momento, Patel, el asistente de Lennox llegó corriendo. —Tenemos el informe toxicológico de Isabelle —notificó.
—¿Y?
—Nada. Nada de nada.
—Yo lo creería ahora mismo —respondió Ryder.
Había tratado con mucha gente siniestra, pero siempre habían estado demasiado trastornados, demasiado ensimismados para superar su inteligencia.
Lauren observó la escena del crimen por última vez.
Lauren estaba segura de que todos habían pensado en eso, pero era la primera vez que alguien lo decía en voz alta.
En ese momento, Lauren se sintió abrumada por la enormidad de la situación.
Ya había tratado con asesinos en serie, pero esta era la primera vez que lo hacía en el rol de detective principal.
Ahora, estaba a punto de ser lanzada hacia lo más profundo. Y no tardaría en llegar la inevitable invasión de la prensa. Sobre todo, teniendo en cuenta la edad de las víctimas.
No tenía tiempo que perder.
—Vamos, Phillips —dijo, dándose la vuelta y caminando rápidamente fuera del parque.
Cuando llegaron a la estación, Lauren se excusó.
Necesitaba un minuto a solas antes de siquiera poder considerar hacer frente a los señores King.
Lauren llevaba dos días sin ejercitarse, y su cerebro comenzaba a sentirse nublado. Esa mañana, ni siquiera tuvo tiempo de tomar un café.
Le latía el cráneo por abstinencia de cafeína.
Entró en la cocina y se sorprendió -y se sintió aliviada- al ver que Hale estaba preparando una olla nueva.
—¿Desde cuándo sabes manejar la máquina? —le preguntó, ofreciendo la primera sonrisa del día.
—Desde antes de que nacieras, querida. Aunque creo que lo hice demasiado fuerte.
—Tal cosa no existe.
Hale sirvió para ambos una taza llena. —Acompáñame, Ryder. Cuéntame lo que pasó en el parque.
Ella lo siguió por el pasillo. —Era básicamente la misma escena. Horrenda. El perpetrador es muy específico respecto de lo que le gusta.
—Aparentemente. Y...
Hale siempre se daba cuenta cuándo su compañera tenía algo en mente, así que siguió adelante.
—Solo necesito algo a lo que pueda hincarle el diente. Pero todavía estoy perdida.
—Y mientras yo me siento aquí, persiguiendo mi propia cola, él está ahí fuera, Dios sabe dónde, cazando a su próxima víctima —agregó.
—¿Estás segura de que atacará de nuevo? —Preguntó Hale.
—Definitivamente. No está dando señales de estar frenando. No sé qué hacer —admitió a su mentor.
Lauren únicamente era más abierta acerca de sus dudas con otra persona: su propio padre.
El teniente Hale compartía muchas cualidades con el "viejo" de Lauren: era protector, receptivo y alentaba a la joven detective.
Pero, a diferencia de su padre, que era cálido y reconfortante, Hale se mantenía frío y daba consejos cortos y directos.
—Deberías hacer la única cosa que te he pedido en los cuatro años que te conozco.
—Cinco —contradijo Lauren—. Déjame adivinar: ¿Mi trabajo?
Hale asintió. —Sí. Haz tu trabajo y el resto se solucionará solo.
—Hay una pregunta que mi madre solía hacerme —dijo Hale, observando a través de la ventana el cielo gris apagado.
—¿Qué pregunta?
—Ella solía decir: «Olly, ¿cómo lavas 500 platos?»
—¿Cómo? —preguntó Lauren.
—De uno en uno.
Lauren bebió otro sorbo, y volvió a centrarse.
Antes de salir, Lauren sacó su teléfono y abrió sus mensajes con Liam.
De camino a su oficina, Lauren se encontró con la oficial Davis.
—¿Cómo va todo? —preguntó Davis—. ¿Alguna pista?
Lauren negó con la cabeza. —Voy a entrar a hablar con los King ahora.
—Oh. Eso será duro —dijo Davis.
—Sí. Este tipo de conversaciones siempre son delicadas. Si quieres ver cómo manejamos estas cosas, puedes venir y tomar notas para nosotros.
—¿En serio?
—Quiero decir, si quieres.
—Por supuesto que sí. ¡Gracias, detective!
Davis la siguió, mientras Lauren agarraba a Phillips, y empujaba suavemente la puerta de su despacho.
Richard y Lillian King estaban acurrucados en el sofá, con las caras manchadas de lágrimas.
Eran más jóvenes que Lauren, pero esa mañana los debía haber envejecido una década.
Lauren se sentó frente a la pareja.
—Hola. Soy la detective Ryder. Este es el detective Phillips. Seremos los investigadores del caso de su hija. Solo queremos hacerle algunas preguntas...
Richard la interrumpió antes de que pudiera continuar. —No sé qué quieres que te digamos. Cuando nos acostamos anteanoche, todo estaba bien.
—Nos despertamos ayer por la mañana, y Marie no estaba. Ahora descubrimos que está muerta —agregó.
—Richard, para —suplicó Lillian—. Nada más intentan ayudarnos.
—Sí —dijo Phillips—. Necesitamos toda la información que puedan brindarnos.
—¿Qué quieres saber? —Preguntó Lillian.
—Bueno, primero —dijo Lauren—, queremos entender un poco mejor a su hija. ¿Cuáles eran los intereses de Marie? ¿Hacía alguna actividad fuera de la escuela?
—¿Cuál? —preguntó Lauren.
—Astaire Kids en la 30.
—¿Lo tienes? —le preguntó Lauren a Davis, que asintió con la cabeza, anotando la información.
—¿Algo más?
—En realidad, no —respondió Lillian.
—Tiene seis años —dijo Richard bruscamente—. La llevábamos a la escuela. La llevábamos a casa. Dondequiera que nosotros quisiéramos que fuera, allí iba.
—Bien. Entiendo —dijo Lauren, manteniendo la calma—. Ahora, ¿podrían hablarme sobre su rutina para dormir a Marie?
—Solo quiero saber si hay alguna posibilidad de que algo fuera de lo normal haya ocurrido esa noche. Algo que haya pasado por alto.
—Claro —respondió Lillian—. Después de la escuela, leímos y jugamos hasta las cinco o seis. Luego, vino mi madre y me ayudó con la cena.
—Cuando se fue, bañamos a Marie, le pusimos su pijama de princesa favorito, y luego Richard le cantó para que se durmiera, como siempre hacía.
Entonces, Richard se hundió en su silla, como si recién hubiera dado cuenta de que esa tradición con su hija era ahora cosa del pasado.
Se agarró al asiento del sofá, como si quisiera disolverse en él y desaparecer antes que aceptar la horrible verdad.
—Escuchen —dijo Lauren—. Solamente quiero volver decirles lo mucho, mucho que lo siento. No sé si lo saben, pero otra chica murió exactamente en las mismas circunstancias.
—Sí, lo leímos —dijo Lillian, con lágrimas en el rostro—. Recé por el alma de esa niña, y di gracias a Dios por la seguridad de la nuestra.
—No puedo creerlo —continuó—, no puedo creer que esto nos haya pasado a nosotros. A ella.
Enterró la cara en el pecho de su marido. Él la envolvió con sus brazos.
Su abrazo parecía tierno. Pero su mirada, aún dirigida a Lauren, era asesina.
—Si hicieras tu trabajo y atraparas al tipo después de la primera muerte —gruñó—, todavía estaríamos en casa con nuestra niña.
Lauren apretó la mandíbula, reprimiendo una réplica.
—El equipo de investigación de la escena del crimen estará en su apartamento muy pronto, para buscar cualquier signo de entrada forzada o evidencia —continuó—. Los llamaré mañana.
—Gracias —dijo Lillian. Richard no dijo nada, pero alargó su mano para estrechar la de Lauren.
Los King se mantuvieron juntos un momento, y salieron de la habitación.
Lauren, Phillips y Davis se miraron sin comprender.
—Phillips, llama a la Sra. Mackintosh y averigua si Isabelle estuvo inscrita en una clase en Astaire Kids.
—Lo haré —dijo.
—Necesito pensar un minuto. Davis, deja las notas conmigo.
Ambos abandonaron el despacho y, de repente, Ryder se quedó sola para permanecer sumida en su propia sensación de derrota.
Se tomó el resto del café, y mantuvo su atención en el papel.
Se planteó la posibilidad de llamar a la abuela de Marie King, para ver si había notado algo inusual. Pero, seguramente, sería un callejón sin salida.
Justo en ese momento, los ojos de Ryder se enfocaron en dos palabras, garabateadas en la página:
La Sra. King dijo que le pusieron a Marie su pijama favorito antes de dormir. Pero, cuando la hallaron, tenía puesto un camisón.
Lauren rebuscó entre los papeles de su escritorio, hasta encontrar una foto de Isabelle Mackintosh en el carrusel.
Llevaba exactamente el mismo camisón que Marie.
No era una gran pista. Pero, en una cueva tan oscura, hasta la chispa más débil podía ser luz de guía.
Cualquier cosa que conectara a Isabelle y Marie era suficiente para hacer renacer un sentimiento de esperanza en Lauren.
Ahora, lo atraparía.
Tenía que hacerlo.
Lauren no quería tener que mirar un tercer camisón manchado de sangre.