
―¿Por qué vamos hasta Stokes Junction? ―le pregunto a Mason mientras conduce su coche hacia la pequeña ciudad situada a una hora de distancia después de que me hiciera salir a correr de nuevo.
―Supuse que no querrías que te vieran conmigo en el centro comercial ―murmura, agarrando con fuerza el volante.
―Sí. Enemigos ―murmuro, tocando el dobladillo de mi vestido.
―Entonces, ¿en qué lado te lo vas a hacer? ―pregunta, cambiando de tema.
―Creo que en la derecha ―respondo, bajando el parasol y mirándome la nariz en el espejo. ―Sigo pensando que tú también deberías hacerte uno ―bromeo, volviendo a colocar la visera en su sitio.
―En absoluto ―Sacude la cabeza.
―Te hará parecer un malote.
―Me hará parecer un capullo. No tengo cara para piercings ―Se ríe.
―Hmm, supongo que tienes razón ―Suelto una risita.
―¿Estás preparada para esto? ―pregunta Mason mientras caminamos por el centro comercial.
―¡Muy preparada! ―exclamo emocionada al divisar la tienda que hemos estado buscando.
Mientras entramos, intento moderar mi excitación, pero cuando veo un pequeño cartel en el mostrador, ésta reaparece. Le doy un codazo a Mason y señalo el cartel.
―No va a pasar ―Se ríe, sacudiendo la cabeza.
―¿Qué puedo hacer por vosotros? ―pregunta un hombre calvo, tatuado y con piercings, que se acerca al mostrador.
―¿Puedo hacerme un piercing en la nariz? ―pregunto―. Y en el pezón ―añado. Por el rabillo del ojo veo la cabeza de Mason girarse hacia mí.
―Por supuesto. Rellena esto ―El hombre sonríe, mirándonos a Mason y mí.
Relleno rápidamente el papel y se lo devuelvo al hombre, que lo escanea y asiente.
―Muy bien, vamos, Lily ―Sonríe, señalando la parte trasera de la tienda.
―¿Puede venir, por favor? ¿Para cogerme de la mano? ―pregunto, señalando a Mason.
―Por supuesto ―acepta, aún sonriendo.
Me siento en una camilla tipo hospital mientras el hombre me limpia la nariz y me hace un punto con rotulador.
―¿Está bien ahí? ―me pregunta pasándome un espejo de mano.
―A mí me parece bien ―confirmo.
―¿Quieres un aro o un puntito? ―pregunta señalando la mesa de al lado.
―No estoy segura. Pensaba que tenía que llevar un puntito, pero siempre me han gustado los aros. ¿Tú qué piensas? ―le pregunto a Mason, mordiéndome el labio.
―Tú eliges. Es tu nariz ―Sonríe, parece nervioso.
―Aro ―digo, tomando una decisión y ciñéndome a ella.
Mientras el hombre se pone en posición, Mason se mueve para ponerse a mi lado.
―Respira hondo ―dice el hombre, y yo agarro la mano de Mason y la aprieto mientras la aguja atraviesa mi piel.
Siento un pinchazo y me empieza a lagrimear el ojo derecho.
―Ya está ―El hombre sonríe, da un paso atrás y me entrega de nuevo el espejo.
―¡Me encanta! ―Jadeo, asombrada de cómo un pequeño metal fino y plateado me ha cambiado tanto la cara.
―Tiene buena pinta, princesa ―Me sonríe Mason.
―¿Estás segura de hacerte el otro? ―pregunta el hombre, mostrando otro paquete de agujas.
―Segura ―Asiento.
―Vale, ¿de qué lado? ―pregunta.
―Izquierdo ―le respondo. Una vez que ha preparado todas las cosas y se ha cambiado los guantes, me bajo el vestido y el sujetador, dejando al descubierto mi teta izquierda.
Miro a Mason, que tiene la mirada fija en la pared que tenemos enfrente.
―Mason ―susurro.
Sus ojos se desvían hacia los míos, bajan a mis tetas y vuelven a mi cara. Le tiendo la mano, me la coge y me la aprieta un poco.
Mientras la aguja atraviesa mi piel, enrosco los dedos de los pies y aprieto su mano.
―Todo listo ―dice el hombre, y yo miro hacia abajo.
―Es bastante mono ―Sonrío―. ¿Qué te parece? ―le pregunto a Mason, volviéndole a mirar. Vuelve a mirar a la pared.
―Ya me has visto desnuda, puedes mirarme las tetas ―Me río.
―Te queda bien ―Me mira pero baja rápidamente la mirada.
Miro hacia abajo una vez más, admirando mi nuevo piercing, antes de volver a ponerme el sujetador y el vestido en su sitio.
Los tres caminamos de vuelta a la zona principal donde le pago al hombre.
―Sabes, la mayoría de los novios se pasan el rato que estamos aquí frunciendo el ceño cuando les hago los pezones a sus novias ―me dice el hombre en voz baja―. Él solo frunció el ceño una vez ―Se ríe entre dientes y me entrega el recibo.
―Gracias ―Sonrío.
―¡Sed gentiles las próximas semanas! ―nos grita, haciendo que ambos nos sonrojemos.
―¿Tienes hambre? ―pregunta Mason mientras salimos de la tienda.
―Me muero de hambre ―Asiento con la cabeza, frotándome la barriga.
―¿McDonald's?
―¡Sí! ―Estoy de acuerdo. No puedo recordar la última vez que comí McDonald's. Todos mis amigos lo odian.
Mason insiste en pagar la comida, que tomamos en una de las mesas.
―¿Quieres venir a mi casa? ―pregunta de sopetón.
―¿A tu casa? ―pregunto, y él asiente.
―Ya sabes, desde que tu amiga planea una intervención… ―Se ríe pero se sonroja.
―¿Si no te importa? ―pregunto mordiéndome el labio.
―En absoluto ―Sonríe.
Mason y yo decidimos pasear un poco por el centro comercial antes de volver.
―¿Por qué tu pezón? ―pregunta mientras caminamos uno al lado del otro, chocando nuestros hombros de vez en cuando.
―Bueno, ya tengo el ombligo hecho, la lengua parece que va a doler demasiado, así que más o menos solo me queda el pezón ―le explico mientras vuelvo a chocar con él.
―Parecía doloroso ―Hace un gesto de dolor.
―No ha estado tan mal ―digo, agarrando su mano y uniendo nuestros dedos―. Gracias por traerme ―Aprieto su mano por tercera vez hoy.
Pensaba soltarlo, pero no lo hago. Me gusta sentir su mano contra la mía.
―Cuando quieras, Lily ―responde, apretándome la mano y sin soltarme tampoco.
Caminamos un poco más antes de volver a su coche.
―¿Van a cambiar las cosas cuando volvamos al instituto? ―me pregunto cuando estamos a mitad de camino.
―¿Vamos a dejar de hablar cuando acabe el verano? ―continúo cuando no contesta.
―No lo sé, princesa ―Suspira.
―Me gusta estar contigo ―suelto―. Me he divertido mucho estos tres días ―le explico.
―Yo también ―dice en voz baja―. Tendremos que esperar y ver, supongo ―murmura, sin darme la respuesta que quería oír.
Cuando llegamos a su casa, Mason apaga el motor y ninguno de los dos nos movemos. Miro su casa, que es muy parecida a la mía. Sus padres también deben de ser ricos.
―¿Preparada para tachar otra cosa de tu lista? ―pregunta, desabrochándose el cinturón.
―¿Cuál? ―pregunto, desabrochándome también el cinturón.
―Beber de una botella de vino ―Sonríe, saliendo del coche.
―Mi madre tiene un montón de vino y no se dará cuenta si faltan un par de botellas ―dice mientras abre la puerta―. ¿Te gusta blanco o tinto? ―pregunta, entrando en la cocina.
―Blanco.
Abre la nevera y saca dos botellas antes de cerrarla de golpe.
―Mi habitación está arriba ―dice, señalando con la cabeza el pasillo por el que acabamos de pasar.
La habitación de Mason es más o menos lo que esperaba. La cama deshecha, un escritorio desordenado, un televisor colgado en la pared con una Xbox debajo y ropa esparcida por todas partes.
Más o menos la versión masculina de la mía.
―Salud, princesa ―Sonríe, golpeando su botella contra la mía.
―Salud ―Sonrío antes de dar el primer sorbo a la burbujeante bebida―. ¡Este vino es muy caro! ―jadeo, mirando la botella.
―Todo sabe a mierda ―dice con cara de fastidio.
―¿No te gusta el vino? ―pregunto, sentándome en su cama.
―Lo odio ―dice, sentándose a mi lado y cogiendo el mando de su Xbox.
Veo cómo pulsa los botones y abre YouTube, poniendo algo de música.
―Vamos a jugar a un juego ―dice, apoyándose en el cabecero de la cama.
―¿A cuál? ―pregunto, girándome para sentarme frente a él y cruzando las piernas.
―Al de las veinte preguntas. Excepto que tienes que beber cada vez que haces o respondes una pregunta ―sugiere, y yo me río.
―Así que solo hacemos preguntas y bebemos.
―Más o menos. Tienes dos oportunidades ―Sonríe.
―Empieza tú ―acepto.
―¿Cuándo empezaste a salir con Kingsley? ―pregunta y da un trago.
―El verano entre primero y segundo ―respondo antes de dar un sorbo.
―¿Tienes novia? ―pregunto.
―No ―Resopla, poniendo los ojos en blanco.
―¿Por qué no? ―pregunto.
―No es tu turno ―Sonríe―. Si pudieras ir a cualquier parte del mundo, ¿dónde irías?
―Roma ―respondo al instante.
―¿Por qué no tienes novia? ―le pregunto.
―Porque no he conocido a una chica con la que quiera estar ―Se encoge de hombros. ―Emocionalmente ―añade.
Intercambiamos preguntas más básicas, llegando a la mitad de nuestras botellas antes de que las cosas se pongan serias.
―¿Le querías? ―pregunta, mirándome fijamente.
―Nunca lo dije. Hubo un momento en que pensé que sí ―susurro.
―¿De verdad nunca te besó en público? ―pregunta, dejando la botella en la mesilla de noche.
―Ni una sola vez ―Sacudo la cabeza.
―¿Ni una sola vez te chupó? ―me pregunta suavemente, quitándome la botella de las manos.
―No ―exhalo.
―¿Nunca te ha dejado estar encima? ―pregunta.
―No… ―susurro mientras Mason se inclina hacia delante.
―Si fueras mi novia, te habría besado cada vez que hubiera podido.
»Te habría chupado siempre que hubieras querido, te habría dejado hacer todo lo que quisieras ―susurra, acercándose a mí.
―Mason… ―digo sin aliento, cerrando los ojos.
―Dime que pare, princesa, y lo haré ―susurra, con el aliento golpeándome en la cara.
―No quiero que pares ―susurro, sintiendo su mano tocar suavemente mi mejilla.
―Lily… ―susurra, rozando su nariz con la mía―. Probablemente no me detendré con un beso.
Nuestros labios se rozan.
―Entonces no pares ―le digo, abriendo los ojos para mirarle.
Mason se aparta un poco y me mira a los ojos un instante antes de posar sus labios en los míos.
Al principio, sus labios se mueven contra los míos con suavidad, pero cuando enredo las manos en su pelo, su beso se vuelve más desesperado.
Sus manos se mueven hacia mis caderas, tirando de mí para que me siente en su regazo.
―Joder… ―gime contra mis labios.
Giro las caderas mientras sus manos empiezan a acariciar mi cuerpo, bajando hasta el culo y subiendo por la espalda, la cintura y las tetas.
―Oye, Mason, mamá quiere... ¡Ahh! ―dice la voz de una niña y luego grita.
Los brazos de Mason rodean mi cuerpo, tirando de mí hacia él, y yo entierro la cabeza en su hombro.
―¿Qué? ―suelta.
―Dios mío ―susurra la niña.
―Vete a la mierda, Tayla.
―Vale, le diré a mamá que no tienes hambre ―dice y la puerta se cierra.
―Dios mío ―digo, apartándome de su regazo y sentándome a su lado―. Por favor, dime que no era una de tus hermanas ―Siento que me arde toda la cara.
―Lo era ―Suspira, echando la cabeza hacia atrás―. Nadie tenía que estar en casa esta noche ―murmura.
―Al menos aún llevábamos la ropa puesta ―suelto una risita, cogiendo mi botella de vino.
―Sí. Suerte ―murmura, poniendo los ojos en blanco antes de inclinarse sobre mí y coger la otra botella―. Salud ―dice, chocando de nuevo nuestras botellas.
A la mañana siguiente me despierto con la cabeza dolorida y la boca seca. Estoy acurrucada en el pecho de Mason, con una pierna sobre sus caderas y el brazo suelto sobre mis hombros.
―Buenos días, princesa.
―Buenos días ―murmuro, dándome la vuelta sobre la espalda.
―Me siento como una mierda ―Gime Mason.
―Yo también ―Estoy de acuerdo. ¿Por qué pensé que beber una botella entera de vino sería una buena idea?
―¿Tenemos que ir a correr hoy? ―Gimo mientras se levanta de la cama.
―Hoy no ―Sacude la cabeza, recogiendo algo de ropa―. Pero iremos mañana ―añade con una sonrisa burlona antes de salir de la habitación.