
María, mamá y yo cenamos juntas y luego María y yo salimos a correr. Aún no se ha puesto el sol y le prometemos a mi madre que solo estaremos fuera una hora.
Nos quitamos toda la ropa y la ponemos en dos montones ordenados en la terraza. Nos miramos con picardía antes de transformarnos y correr hacia el bosque. Sia está encantada de poder estirar las piernas y sentir el frescor de la tierra bajo sus patas. Nos perseguimos, saltamos obstáculos y reímos juntas a través de nuestro enlace mental.
Finalmente, llegamos a un pequeño lago. El agua está en calma y la luna se refleja en su superficie. Me acerco, bajo la cabeza y bebo. Veo el reflejo de mi loba en el agua y no puedo evitar admirarla. Es realmente hermosa. El color de su pelaje cambia entre marrón y dorado a la luz de la luna. No es la loba más grande de la manada, pero tampoco la más pequeña.
De repente, María empieza a gruñir detrás de mí. Me giro y la veo mirando hacia los árboles. Levanto el hocico al cielo mientras olfateo el aire.
A través de los árboles, aparece un lobo que nunca había visto antes. Muestra los colmillos y de su mandíbula gotea una saliva espumosa.
El lobo se agacha contra el suelo y avanza lentamente hacia nosotras. Me concentro en sus patas y justo cuando veo que está a punto de saltar, le grito a María que corra y lanzo mi cuerpo contra el lobo. Chocamos y consigo morderle en el cuello. Me empuja y caigo de pie mientras su cuerpo rueda hacia el lago. Por el rabillo del ojo, veo al lobo de María corriendo hacia los árboles, y me giro para correr tras ella.
Sia concentra todas sus fuerzas en correr y alcanzo a María en un santiamén. Corremos entre los árboles sin detenernos a recuperar el aliento. Oigo los pasos del rebelde detrás de nosotras, pero se ralentizan a medida que nos acercamos a los límites de nuestra manada. Siento alivio cuando estamos a punto de llegar a mi casa, pero no nos transformamos hasta que estamos en el patio.
—¡Estás sangrando! —dice María conmocionada, rodeándome con los brazos y abrazándome.
—No es mi sangre —respondo. Me agacho para recoger nuestra ropa y entro en casa.
—Dios mío, ¿qué ha pasado? —exclama mi madre al vernos.
—¡Nos topamos con un lobo junto al lago y Leah nos salvó! Se lanzó contra el lobo y le mordió el cuello! —María está prácticamente gritando de la emoción, agitando los brazos mientras le cuenta a mi madre lo sucedido.
Esta me mira preocupada. —¡Podrías haberte hecho daño, Leah! Tienes que tener más cuidado. —Coge una toalla y me la da. Me limpio la cara y veo que la tela se pone roja por la sangre, y entonces me doy cuenta de lo que he hecho. Me lancé contra un lobo desconocido y potencialmente peligroso y logré sobrevivir sin un rasguño.
No sé qué me poseyó; todo lo que sé es que reaccioné instintivamente, y mi único pensamiento fue sacar a María ilesa de la situación.
—Sube y dúchate, cariño. Llamaré a los padres de María para que la recojan —dice mamá acariciándome el brazo.
Asiento y le doy un largo abrazo a María antes de subir a mi habitación. Me pongo delante del espejo y enarco las cejas al verme. Tengo sangre alrededor de la boca y recorriéndome el cuello y los pechos. Tengo un aspecto feroz. Mis ojos color avellana se tornan negros cuando Sia se acerca a mi mente para vernos. Noto que le gusta lo que ve: nadie se atrevería a meterse con nosotras si nos viera ahora. Sonrío y le pido que se calme.
Me meto en la ducha y cierro los ojos mientras el agua caliente baña mi cuerpo desnudo. La sangre corre por mis piernas y se arremolina en el desagüe. Cuando estoy completamente limpia, me seco y me pongo un pantalón de chándal y una camiseta. Mamá llama a la puerta y entra cuando estoy de pie frente al espejo peinándome.
—¿Cómo estás, cariño? —me pregunta suavemente mientras se sienta en mi cama.
—Bien. Pensé que me asustaría más en una situación así, pero no fue así.
—Me alegro de que estés bien. Quizá sea por todo el entrenamiento que has tenido. —Mi madre juguetea con la manga de su camisa, visiblemente nerviosa por lo que nos pasó a María y a mí en el bosque.
—Sí, probablemente. —Me encojo de hombros mientras dejo el peine y me siento junto a mi madre en la cama—. No te preocupes. Estoy bien —le aseguro, pasándole un brazo por los hombros.
—¿Me lo prometes? —Tiene los ojos llorosos—. No quiero que corras la misma suerte que tu padre. Te pareces tanto a él… Valiente, fuerte y siempre dispuesta a defender la justicia.
—Te prometo que estoy bien, mamá —le respondo, dándole un abrazo. Después de tranquilizarla un poco más, por fin me deja sola en mi habitación y me meto en la cama, absolutamente agotada por este día. Sia también está agotada por su encontronazo con el rebelde. Me quedo en la cama unos minutos antes de dormirme.
Una vez más, aterrizo en el bosque, en el mundo de mis sueños. Mi vestido blanco ondea al viento tras de mí mientras camino por el sendero. Giro a la derecha y, de nuevo, mi mirada se topa con dos ojos que brillan entre las sombras. Esta vez no siento miedo. Siento confianza. Alargo la mano hacia las sombras y un lobo gris plateado emerge de detrás de un árbol. Es enorme, del tamaño de un caballo. Mi corazón late cada vez más fuerte con cada paso que el lobo da hacia mí. Es el lobo más magnífico que he visto nunca, el doble de grande que los lobos normales. Sus músculos se tensan a cada paso y se detiene a escasos centímetros de mi mano extendida. Solo oigo el sonido de nuestras respiraciones mientras nos miramos fijamente, sin romper el contacto visual. Tengo tantas ganas de tocarle... El viento aúlla y a lo lejos ulula un búho. Doy un pequeño paso hacia el lobo y siento que el corazón se me acelera a medida que me acerco. Estoy tan cerca que puedo sentir el calor del cuerpo del lobo. Justo cuando mi mano está a punto de tocar su pelaje, salgo despedida del sueño. Me siento en la cama y miro a mi alrededor sorprendida. El corazón me late con fuerza en el pecho. Me pongo la mano en la mejilla y aún está caliente.