Secretos y pecados - Portada del libro

Secretos y pecados

E.J. Lace

Tres son multitud

Mari

Me despierta el chirrido de unos frenos. Las puertas se cierran de golpe y oigo al menos dos voces diferentes que gritan y maldicen. Sé que uno es Erik.

Salgo volando de la cama, cojo el bate de béisbol de detrás de mi puerta y corroí por el pasillo para acudir en su ayuda.

Capto el reflejo en la ventana de un destello sanguinolento, la mano de Erik cubriendo su nariz, el color rojo.

Erik está de espaldas a mí, entonces entra en mi campo visual un hombre vestido de negro al que sólo puedo considerar un intruso.

Aferro mi bate de Louisville y lo envío volando hacia el torso del hombre. Cuando el bate cruza el aire, el hombre empieza a girar, lo que hace que mi golpe aterrice perfectamente en su caja torácica.

El hombre lo coge con la otra mano y me mira fijamente mientras Erik se echa a reír. Ben se encorva sujetándose el costado. Deja escapar una retahíla de palabrotas de su sucia boca.

Me quedo paralizada, soltando el mango y mirando a Ben. Soy la indefensa presa ante el oso pardo que es este hombretón. Erik se ríe tan fuerte que le sale sangre de la nariz y empieza a toser.

Ben y yo rompemos el contacto visual para volvernos al lado de Erik.

Estoy frente a él manteniendo su cabeza quieta mientras Ben abre la tapa del botiquín. Actúa tan rápido que es difícil saber todo lo que está haciendo. —¿Por qué estás sangrando? —pregunto. La preocupación es evidente en mi voz, como la de un niño asustado. —Estoy bien, Mari, es sólo una nariz que sangra. Sucede a veces.

Con esto, Ben lleva una mano a cada lado de la nariz de Erik y un fuerte estallido resuena en la habitación. Erik grita y empieza a quejarse sin parar. —Tienes la nariz rota, no sólo con sangre, ¿qué ha pasado? —quiero saber. Sujeto la gasa esterilizada mientras Ben le venda y le da un repaso.

—No hay nada de lo que preocuparse. Tienes que ir al instituto por la mañana, vuelve a la cama —intenta hacerme un gesto para que me vaya, pero no lo hago. Mi hermano tiene la nariz rota, no voy a dejar pasar eso.

—Erik, ¿ha sido Scotty otra vez? —pregunto. Mi corazón martillea en mi pecho. El novio de mamá no pierde el tiempo y no ha renunciado a esa supuesta deuda que debemos pagarle. Al principio pensamos que se iría después de la muerte de mamá, pero cuando se presentó en mi escuela y me sacó de clase nos dimos cuenta de que iba en serio. Scotty me llevó a un gimnasio que había en lo que parecía un edificio abandonado y me mantuvo encerrada en un armario de escobas durante horas hasta que Erik y Ross vinieron a buscarme. Nunca había estado tan asustada en mi vida. Corrí a los brazos de Erik y tardé mucho en soltarme.

—No, estoy bien. Vuelve a la cama. Ben, ¿la acompañas a su habitación mientras cierro? —Erik y yo miramos a Ben, que asiente y se dirige a la puerta de la cocina. Me despido de Erik con la mano y voy al lado de Ben.

Cuando salimos de la cocina recuerdo que tengo que disculparme por haberle golpeado con el bate. —Dios mío, lo siento. He olvidado que te he pegado. Lo siento mucho. ¿Estás bien? —me intereso. Me detengo en la esquina de mi puerta justo antes de empujarla para abrirla. La sonrisa ladeada de Ben es algo digno de ser contemplado. Es una bestia, pero cuando sonríe es como si fuera la persona más cariñosa del mundo, como un dulce cachorro o algo así.

—Mi gatita se está convirtiendo en una fiera de la selva. Has hecho bien, pero si realmente alguna vez sufres un robo, nunca vayas tras ellos. Sal de la casa —se burla y se apoya en la pared. Su cuerpo se ha hecho definitivamente más grande. Ha añadido bastantes músculos. Es como si en lugar de brazos tuviera ramas de árboles.

—Vale, ¿seguro que estás bien? Lo siento mucho. Si hubiera sabido que eras tú, definitivamente no te habría golpeado. Lo prometo —comento. Doy un paso dentro de mi habitación y empiezo a retorcer las mangas de mi camisa. —Mari, está bien. Sé que no lo harías a propósito. Estoy bien. Estamos bien. Sigo queriendo a mi gatita —me tranquiliza.

Vuelve a sonreír haciendo que me sonroje mientras pongo los ojos en blanco. Siempre me ha llamado así. Recuerdo cómo empezó: tenía unos seis años y Erik me había abandonado para ir a jugar con Ross. Como ellos eran cuatro años mayores, yo era demasiado pequeña para jugar con chicos mayores así que para vengarme de ellos me escapé de casa.

En realidad, me subí a un árbol que había en nuestra calle. Pero cuando llegué muy arriba me dio mucho miedo la altura y empecé a llorar.

Se acercó un niño con la cabeza llena de rizos castaños y ojos azul cielo. Le pedí ayuda, después de explicarle que había subido al árbol cuando no tenía miedo, pero que mi percepción había cambiado, y él me ayudó.

Como me rescataron literalmente de un árbol, el apodo de gatita se me quedó. Ben me acompañó a casa, donde mi madre estaba castigando a Erik por haberme perdido de vista, y desde entonces eran amigos.

Ross no ha sido realmente amigo mío, pero Ben siempre lo ha sido.

No es que Ross sea malo ni nada por el estilo, simplemente está claro que es amigo de Erik y no mío; mientras que Ben fue mi amigo primero, así que Erik tiene que compartirlo.

—Benny, buenas noches. Lo siento mucho —sonrío y cierro la puerta, dejándome caer en la cama y durmiendo casi inmediatamente. El caos de la noche se silencia y la mañana llega demasiado pronto. Sé que Erik está dormido y que no se levantará hasta dentro de tres horas, así que le preparo el desayuno y me dirijo a clase. Cuando abro la puerta me paro en seco. El coche de Erik tiene pintura roja por todas partes como si alguien hubiera cogido al menos tres galones y lo hubiera salpicado, en el parabrisas hay algo dibujado pero no puedo distinguirlo desde el porche. Al acercarme, jadeo cuando me doy cuenta de lo que pone.

El tiempo se acaba, reza la inscripción. Con tres monigotes y una equis tachando uno de ellos. Es un mensaje de Scotty. Lo supe anoche cuando vi la nariz rota. Lo sabía y Erik me mintió en la cara. A pesar de que sé que tengo que ir a la escuela, corro de nuevo y voy a la habitación de mi hermano. Me agacho junto a su cama y le doy una sacudida para despertarlo.

Suelta un gemido y luego un grito con la boca cerrada antes de preguntar qué pasa con una voz medio muerta para el mundo. —Tu coche tiene un problema —le comunico. Odio decírselo, añadiendo otro problema a su interminable lista. Su cabeza se levanta de la almohada y sus ojos se abren de golpe. —¿Qué le pasa? —recela. La somnolencia se desvanece rápidamente.—Bueno, tiene pintura y un mensaje sobre mamá —le describo. Erik salta de la cama, sus pies ni siquiera tocan el suelo antes de llegar a la calle.

—Ve a clase, yo me encargaré de esto. No pasa nada. No llegues tarde —me conmina. Su estado de sueño ha desaparecido. —Erik, si necesitas que lo limpie puedo entrar más tarde, necesitas dormir —le ofrezco, sabiendo que no aceptará. Me dice que me vaya, que él se encargará. Le digo adiós y me dirijo a la escuela. Paso por mis clases y sorprendentemente el señor Keats me deja sola.

Ha sido duro estar cerca de él durante la clase, pero cuando terminó me pidió que me quedara. Lamentablemente, lo hice. El señor Keats me ha ofrecido un trabajo semanal. Quiere que vaya a su casa y me deje mirar mientras él se da placer. Me ha dicho que me pagará cuarenta dólares.

Le he preguntado si podía tener el fin de semana para pensarlo y ha aceptado.

Cuando llego a casa, encuentro una nota de Erik diciendo que llegaría tarde a casa y que el coche estaba en el garaje de la estación, así que si llamaban que contestara. Me siento muy atrapada.

Siento que soy una carga y un lastre para Erik. No quiero volver a la casa del señor Keats nunca más, pero incluso unos cuarenta dólares extra a la semana nos ayudarían. Sería mi aportación.

Mientras lavo los platos y limpio el cuarto de baño, siento que algunas lágrimas frías y dispersas adornan mis mejillas.

Me sorbo los mocos y me seco la cara para asimilar el hecho de que voy a aceptar el trabajo con el señor Keats cuando oigo que llamaban a la puerta. Al asomarme, me sorprende ver a Brittany Hicks en mi casa.

—Hola, cariño, sólo quería echarte un vistazo, ya que ayer fue una mierda. ¿Estás bien? —anuncia. Su pelo rojo brilla a la luz del sol y baila con la brisa. Al salir, tomo aire.

¿Podría ser realmente una estríper?

—¿De verdad puedes enseñarme a ser una bailarina de estriptís? —suelto la duda. Su sonrisa se extiende de oreja a oreja mientras asiente con entusiasmo—. ¿Y es seguro? ¿Pueden hacerme daño? ¿Podría ganar más de cuarenta dólares a la semana?

Brittany me pone una mano en el hombro y responde a todas mis preguntas. Me cuenta que en el Silky Bunny todas las chicas tienen nombres artísticos y personajes que interpretan. Que muchas de las chicas llevan máscaras o pelucas y ocultan su identidad.

Me dice que la propietaria es una mujer agradable que se toma en serio la seguridad de sus niñas y se asegura de que se cumplen las normas.

Mi nueva amiga me explica que nadie puede tocar a las bailarinas y que, en una buena semana, ella se embolsa cerca de tres mil dólares.

—Me gustaría aceptar tu invitación, pero mi hermano no puede enterarse nunca.

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