Lara está en su mejor momento. Tiene un gran trabajo, amigos maravillosos y un nuevo apartamento fantástico. Hay solo un problema: su vecino de enfrente es su propio demonio personal, sin duda puesto ahí para hacerle la vida imposible. ¿Y lo peor? Parece que no puede mantenerse alejada de él.
Libro 1: Al lado de casa
Lara pisó con fuerza el freno y le dio un golpe al volante. La bocina de su viejo coche soltó un berrido dirigido al conductor que se le había cruzado.
—Cariño, ¿va todo bien? —la voz preocupada de su madre sonó desde el teléfono, ubicado en la rejilla de ventilación del lado del copiloto.
—Estoy bien, mamá —dijo Lara. Intentó no sonar molesta—. De maravilla.
—Ya sabes que me preocupo...
—Todo el mundo lo sabe —murmuró Lara entre dientes.
—¿Qué has dicho?
—Nada —se apresuró a contestar—. Estoy llegando al trabajo, mamá. Tengo que colgar.
—Vale. ¡Que tengas un buen turno, cariño, y ten cuidado al volver!
—Lo tendré. Envíale recuerdos a papá.
Lara se despidió mientras aparcaba en el Hospital General Kinsley. Adoraba a sus padres, pero a veces hablar con ellos la ponía de los nervios.
Se quedó unos minutos en el coche para serenarse. Después de la llamada con su madre y el enfado al volante, necesitaba un respiro.
No le hacían gracia los turnos de tarde, porque el trayecto al trabajo era más estresante que por las mañanas. Siempre salía con tiempo de sobra para estar lista. Quería dar lo mejor de sí en el trabajo.
Lara se consideraba afortunada.
Su trabajo era bueno y la llenaba, aunque fuera duro. El hospital le pagaba lo suficiente para alquilar un piso majo y tener coche, y nunca le faltaba comida en casa.
La mayor parte del tiempo, su vida iba sobre ruedas.
Pero, cuando las cosas se torcían, se torcían de verdad.
Unas horas después de haber empezado su primer día tras dos semanas libres para mudarse a su nuevo piso, Lara sintió que había vuelto a la rutina. Acababa de terminar de coser a su tercer paciente de la noche, y hasta ahora había sido un turno tranquilo.
—Tienes manos de ángel —la voz del Sr. Mandaby tembló mientras observaba a Lara guardar el material de sutura. Se veía mareado desde que llegó, con un corte largo pero superficial en la pierna.
Ahora que estaba fuera de peligro, Lara le sonrió con la intención de tranquilizarlo.
—Saqué las mejores notas en suturas de mi clase —dijo, medio en broma, medio en serio.
Se volvió hacia su esposa, que estaba de pie junto a él, con aspecto menos preocupado que su marido. Lara le explicó cómo cuidar la herida antes de enviarlos con el médico de urgencias, que les recetaría la medicación necesaria.
—Gracias, enfermera Hendry —dijo la Sra. Mandaby.
El Sr. Mandaby soltó un respingo antes de aclararse la garganta y decir:
—Sí, sí, gracias, enfermera —se frotó el trasero, que Lara supuso que su mujer probablemente había pellizcado con sus largas uñas rojas—. Espero que tenga una noche tranquila.
Lara no era muy supersticiosa, pero todos los trabajadores sanitarios sabían que, si alguien decía la palabra con t, las cosas se pondrían patas arriba.
En ese momento, sonó un pitido seguido de un anuncio, y todos a su alrededor guardaron silencio para escuchar.
«Código naranja, todas las unidades disponibles preséntense en el Departamento de Urgencias. Repito, código naranja, todas las unidades disponibles preséntense en el Departamento de Urgencias».
Como enfermera de traumatismos, Lara ya estaba en Urgencias, así que fue de las primeras en acudir a su supervisora para recibir instrucciones.
Poco a poco, y luego en tropel, más personal del hospital llegó a la zona. Enfermeras, auxiliares, médicos... cualquiera que no estuviera ocupado con un paciente acudió para echar una mano.
Un puente de la autopista se había venido abajo, causando numerosas muertes y heridos. Como centro de traumatismos más cercano, el HGK iba a recibir a muchos pacientes de emergencia.
Después de que todos recibieron sus instrucciones, Lara empezó a preparar camas para el primer grupo de heridos que llegaría a su área. Cuando los pacientes empezaron a llegar, Lara ayudó donde más se necesitaba.
Mientras ayudaba a un médico a reducir una fractura de pierna, Lara miró de reojo y vio al Dr. Baumgartner, jefe de cirugía del HGK y también cirujano de traumatismos. El doctor la miró fijamente y luego sacudió la cabeza con desaprobación.
Lara sintió que le hervía la sangre.
El Dr. Baumgartner era conocido por ser un hueso duro de roer. Aunque había trabajado con él muchas veces, preparando a sus pacientes para cirugía, asistiendo a sus médicos en urgencias y encargándose de las heridas de sus pacientes, siempre encontraba algo para criticar en su trabajo.
Lara podía aceptar algunas críticas, pero él siempre se pasaba de la raya. Cuando hacía su trabajo a la perfección, decía que no era lo suficientemente amable con los pacientes.
Eso era gracioso, viniendo de un hombre tan grosero que hacía que los cactus parecieran simpáticos.
Unos minutos después, Lara estaba limpiando su área, despidiendo a dos amigos con cortes leves, cuando oyó un gran alboroto.
A dos camas de donde estaba, un paciente corpulento se agitaba con violencia en su camilla. Sus brazos y piernas golpeaban a médicos y enfermeras, y tiró una bandeja de instrumental al suelo.
Lara cogió instrumental limpio y se apresuró a acercarse. Dejó los instrumentos lejos antes de intentar ayudar a sujetarlo. Estaba a punto de atar una de sus muñecas cuando volvió a soltarse.
La enorme mano se dirigía hacia su cabeza y, de repente, se detuvo.
Otra mano agarró el puño frente a su cara y lo empujó hacia abajo, sujetándolo lo suficiente para que ella pudiera atarlo.
—¿Estás bien?
Lara se giró para mirar al auxiliar que acababa de salvarla de recibir un puñetazo en el ojo, quizá incluso de una lesión en la cabeza.
—Sí, estoy...
Se quedó sin palabras cuando vio al hombre musculoso a su lado. Vaya. ¿Cómo no lo había visto antes?
—S-sí, estoy bien, gracias. Me has salvado la vida —dijo, medio en broma.
—Qué va, solo tu orgullo —bromeó con una sonrisa agradable.
Ayudó al equipo a asegurarse de que todas las sujeciones estaban bien ajustadas antes de ir a ayudar a otros que lo necesitaban. Con todo el caos y el miedo en el hospital, Lara estaba segura de que habría más pacientes alterados que necesitarían ser inmovilizados.
No fue hasta que terminó su largo y duro turno que se dio cuenta de que ni siquiera había llegado a saber su nombre.
***
Lara revisaba el correo distraídamente mientras subía en el ascensor a su piso. Normalmente le gustaba revisarlo, pero ese día estaba demasiado cansada para disfrutarlo.
Publicidad, publicidad, una factura y más publicidad.
Suspiró mientras seguía mirando los sobres y... ese no era su correo.
Las puertas se abrieron y ella salió y giró a la derecha, sin dejar de mirar el nombre desconocido.
Zavien Crane.
Se preguntó si sería el inquilino anterior, o tal vez simplemente habían puesto mal el número de apartamento.
Qué descuidado.
Frunció el ceño, pensando en la historia de esta persona cuando de pronto chocó contra un cuerpo duro y cálido.
—¡Ay, lo siento muchísimo! —dijo, agachándose para recoger el correo que se le había caído—. He tenido un día de locos en el trabajo y puedo ser tan torpe...
Lara se quedó de piedra. Se quedó mirando fijo y parpadeando al hombre frente a ella mientras estaba en cuclillas en la alfombra del pasillo.
Ahí estaba: el hombre musculoso del hospital, tendiéndole los sobres con la mano.