Loba rechazada - Portada del libro

Loba rechazada

Marie Hudson

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Chapter
15
Age Rating
18+

Sinopsis

Addy es una joven loba rechazada. Su vida en casa es traumática y las cosas no van mejor en el colegio. Pero cuando alcanza la mayoría de edad, descubre que su pareja es Drake, destinado a convertirse en Alfa en unos meses. Todo cambia. Y no ayuda que Drake ya esté liado con una matona despiadada llamada Macie. ¿Qué pasará cuando Drake descubra quién es Addy?

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La rechazada

Addy

—Levántate, rechazada. Tienes diez minutos para desayunar con nosotros. —La voz de mi padre resuena en la habitación mientras abre la puerta, dejándola golpear contra la pared.

Abro los ojos lentamente y vislumbro su figura en retirada. Me incorporo y contemplo la cama de dos plazas en la que estoy tumbada. El edredón rosa descolorido y las sábanas gastadas han sido mis compañeros desde que cumplí cinco años. Ese fue el año en que el afecto de mi familia por mí cayó en picado para no resurgir jamás.

Levanto las piernas y empujo las mantas hacia abajo, mis pies entran en contacto con el frío suelo y un escalofrío recorre mi cuerpo. Llevo tanto tiempo encerrada en la habitación más pequeña de nuestra casa que me he vuelto insensible a ella, igual que al maltrato emocional al que me someten mis padres desde que descubrieron que era su única cachorra.

Me han desterrado de la mesa, de los viajes familiares y de las apariciones públicas. Le dicen a todo el mundo que la diosa de la luna les negó un hijo, que todo lo que consiguieron fue una rechazada. Entro de puntillas en el cuarto de baño, con cuidado de no hacer ningún ruido que pueda molestar a mis padres. Abro mi escaso armario y mis dedos rozan los vestidos desgastados.

Cojo uno amarillo brillante que Myra me regaló hace unas semanas durante una salida de compras. Lo levanto con cuidado de la percha. Intenté ocultar mi alegría cuando nos probábamos ropa mientras ella actualizaba su armario.

Me lo arrebató cuando intenté devolverlo varias veces, le insistí en que no podía permitírmelo. Es consciente de cómo me maltratan mis padres, que no me dan ni un céntimo para gastar. Desoyó mis súplicas de que no lo comprara, asegurándome que era una gota en el océano para la cuenta bancaria de su padre.

Somos amigas desde sexto curso, cuando me rescató de un grupo de chicas que me estaban dando una paliza en un rincón del gimnasio; mis brazos aún llevan las marcas negras y azules del ataque de ayer de un grupo de adolescentes que me acorralaron después de comer. Al final apareció un profesor, lo que hizo que los alumnos se dispersaran antes de que pudiera atraparlos. Me interrogaron durante horas, intentando sonsacarme los nombres de mis agresores, pero mantuve los labios sellados, consciente de que las cosas sólo empeorarían si me chivaba.

Me pongo el vestido, busco un par de zapatillas blancas desgastadas y me las calzo. Las encontré en la basura cuando volvía del colegio hace unos tres años. Una familia se mudaba a otra manada y las vi encima del cubo de la basura.

Las metí a escondidas en mi habitación y las coloqué en el suelo del armario, las metí dentro de la ropa interior y las apreté contra mi estómago. Mis padres me habrían acusado de robo y me habrían obligado a devolverlas, además de que me habrían reprendido con duras palabras sobre cómo deseaban que la diosa de la luna se me llevara.

Sus palabras han caído en saco roto desde que todo esto empezó cuando cumplí cinco años. No importa lo crueles que sean al hablar de mí, mi corazón no registra sus palabras. Solían hacerme llorar cuando era más pequeña, y mis padres se reían en mi cara mientras yo sollozaba ante sus crueles palabras sobre su hijarechazada. Bajo las escaleras con paso ligero y me dirijo a la cocina. En el plato hay una rebanada de pan duro y fruta demasiado madura.

Daría cualquier cosa por tener una familia como la de Myra; sus padres son amables y cariñosos con todos sus cachorros. Cada uno de ellos tiene una tarjeta vinculada a la cuenta de su padre, lo que les permite comprar lo que su corazón desee. Me meto el último trozo de pan en la boca y me acerco al fregadero para lavar el plato naranja descolorido, el único en el que se me permite comer. Abro el grifo y lavo el plato, colocándolo en el rincón donde se supone que debe ir después de usarlo. En casa, me siento como un zombi, realizo mecánicamente las tareas que mis padres me han inculcado a lo largo de los años; la forma adecuada de comportarse para alguien como yo.

Las sábanas de mi cama y el edredón son lo último que me compraron mis padres. Me sorprende que no se hayan desgastado y hecho agujeros dada su antigüedad. Cojo la mochila del suelo, que he bajado de mi habitación, y salgo de casa, asegurándome de que solo oigan el suave clic del pestillo. Myra llega en su Land Rover plateado y me saluda como todos los días.

Mis padres nunca me llevaron a sacarme el carné de conducir cuando cumplí quince años, como a todos los demás adolescentes. Soy la única estudiante de último curso sin coche ni carné de conducir, pero sigo arrastrándome por la vida como la marginada que soy.

—¿Qué se siente al tener diecisiete años? —me pregunta alegremente mientras cierro la puerta.

Me encojo de hombros. —No lo sé. Mis padres no me han deseado feliz cumpleaños y ni siquiera reconocieron mi existencia. Antes de irme, estaban en su despacho, deseando que encuentre hoy a mi compañero para que deje de ser una carga.

Su sonrisa se desvanece. —No entiendo cómo pueden tratarte tan mal. No se merecen a una persona amable y cariñosa como tú.

Suelto una carcajada amarga. —Sabes tan bien como yo que no les importo. No era el hijo que querían desesperadamente, y mi existencia no es nada de lo que se enorgullezcan. Quieren que me aparee con cualquiera, aunque sea un humilde Omega, para no tener que mirarme más.

Sus ojos reflejan la tristeza que odio ver. —Bueno, hoy iremos de compras después de clase. Recuerda que mis padres me organizan una fiesta de cumpleaños mañana por la tarde, así que tenemos que comprar vestidos nuevos.

Gimo. —Myra, sabes que no tengo dinero para eso. Iré contigo, pero no me compraré nada. El que me regalaste hace un tiempo me vale.

Se burla, poniendo los ojos en blanco mientras conduce. —Sabes muy bien que ese vestido no es adecuado para mi fiesta. Te conseguiré uno, como siempre.

Sacudo lentamente la cabeza. —No lo entiendes; no quiero que sigas comprándome cosas. Hasta que no encuentre a mi pareja, no podré devolvértelo.

Me da un puñetazo en el hombro, haciéndome estremecer por el moratón que me ha hecho. —Lo siento, oh, Dios. Lo siento mucho.

Me froto el brazo lentamente. —No te preocupes. Ahora no me curo tan rápido desde que mi loba se ha retirado y ya no tengo una fuerte conexión con ella.

Gruñe. —Tus padres deberían ser desterrados de nuestra manada una vez que encuentres a tu pareja. Te han puesto en este estado donde tu loba no se ha mostrado en años. Demonios, ni siquiera la he visto aparecer.

Me río ante su afirmación. —No es muy atractiva. No se parece a ninguna loba que haya visto, lo que podría ser otra razón por la que mis padres se han vuelto contra mí. No parece una loba normal.

Chasquea la lengua. —Aun así quiero verla algún día. Apuesto a que es hermosa.

Desvío de nuevo la mirada hacia la carretera, sintiéndola removerse un poco antes de volver a dormirse. No se despierta mucho, pero Myra me ha advertido de que si no la dejo salir, podría causar problemas en el futuro.

La última vez que recuerdo haberme transformado fue cuando tenía quince años y salí a correr. Estaba enfadada por un vestido que quería para una fiesta, pero mis padres no querían comprármelo. Estaba tan enfadada con mis padres, que me estaban gritando, que salí de casa y me fui a correr. Conseguí controlar la rabia y volví a mi forma humana. Me regañó por no defenderme, pero la obligué a someterse a mí, asegurándome de que supiera que yo mandaba.

Una vez que eso ocurrió, se quedó en un estado de letargo, sin ganas de hacer nada. Gruñía de vez en cuando, pero nunca corría al frente para protegerme ni intentaba que me transformara. Fue difícil conseguir que se rindiera con su actitud ardiente, pero al final lo hizo.

Algo la tiene nerviosa hoy, ya que ha estado más activa de lo habitual, paseándose antes de volver a tumbarse. A veces he echado de menos hablar con ella. Cuando lo intentaba, abría un ojo y me miraba con los ojos en blanco antes de volver a cerrarlo. Al final me di por vencida porque me ignoraba, y hace más de un año que no intento hablar con ella.

Hoy se está revolviendo, lo cual es un poco molesto ya que se mueve más y más cuanto más nos acercamos a la escuela.

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