Lobos Milenarios - Portada del libro

Lobos Milenarios

Sapir Englard

La discoteca

SIENNA

Me puse mi flamante minifalda de tartán roja y negra con botas de cuero negro de tacón alto, medias negras y un crop top con una chaqueta de cuero negra.

Me pinté las uñas a juego con el color rojo de la falda y me alboroté el pelo en capas desordenadas que me caían por la espalda y los hombros como una cascada de cobre.

Me pinté los ojos y apliqué una máscara de pestañas para dar volumen y me pinté los labios de color burdeos. Para terminar, me puse mi piercing favorito en la oreja y unos aros de plata a juego con los anillos.

Tenía un aspecto punk y ~sexy~ y me encantaba.

Cuando las chicas me recogieron, me colmaron de cumplidos.

Michelle incluso dijo que estaba tan sexy que daban ganas de morderme, que era el mejor cumplido que un hombre o una mujer lobo podían recibir.

Como había dicho Michelle en Winston's, Lupine era una discoteca nueva y solo llevaba unas semanas abierta, pero se había generado tal revuelo que todas las noches de la semana había largas colas para entrar.

Sin embargo, Erica nos había conseguido pases VIP —uno de sus hermanos tenía contactos con todos los porteros del centro, incluido el de Lupine— y entramos sin tener que hacer cola.

Siempre me he sentido un poco culpable al saltarme la cola así, sobre todo cuando la gente que está esperando te mira con envidia, pero esa noche me daba igual.

Estaba allí para dejarme llevar y olvidarme del estúpido hombre lobo que me había marcado.

La entrada de la discoteca tenía un techo bajo y daba la sensación de estar entrando en una cueva.

A la izquierda estaba la barra, iluminada con lucecitas LED que centelleaban al ritmo de la música.

A la derecha estaba el guardarropa, donde dejamos nuestras chaquetas, y una escalera que conducía a la entreplanta desde la cual se podía ver toda la pista de baile.

Tenía forma circular y se abría como si fuera un claustro. De las vigas colgaban grandes jaulas con hermosas bailarinas que se movían sensualmente al ritmo de la música.

Humanos y hombres lobo se mezclaban frente a la enorme barra, apresurándose para pedir una copa.

Observé la pista de baile, que estaba repleta de cuerpos que se rozaban y brazos que no paraban de elevarse.

El DJ pinchaba temas house desde su cabina con vistas a la multitud, incitando de vez en cuando a la gente a hacer más ruido.

Michelle se abrió paso hasta la barra y pidió una ronda de chupitos de vodka.

—¿Crees que deberíamos pedir más, ya que estamos aquí? —gritó por encima de la música.

Ya habíamos empezado a beber en el taxi, pero Michelle nunca había sido de las que se lo toman con calma.

—Dos rondas por lo menos —respondió Mia—. ¡Ya no estoy en el mercado! ¿Habéis oído, chicos? No tenéis opción alguna con este bombón —dijo moviendo el trasero.

Nos tomamos los chupitos en la barra y luego encontramos una mesa de pie para acurrucarnos con nuestra jarra de curaçao azul, ginebra, tequila, ron y vodka.

Contamos hasta tres y todas agarramos una pajita y chupamos todo lo que nuestra respiración nos permitió.

Michelle y yo fuimos las que más aguantamos, pero le gané. Ella se consideraba la party girl del grupo, así que fue todo un golpe para su ego.

—Menuda mierda de resaca me espera mañana. —Erica soltó una risita—. Me sube tan rápido.

—¡Entonces vayamos a la pista de baile mientras puedas mantenerte en pie! —grité, lo cual no era típico en mí porque yo no era, ni mucho menos, buena bailarina.

Lo único que se me daba bien en la vida era pintar, pero tenía suficiente ritmo para mover los pies y las caderas al compás.

Nos abrimos paso hasta el centro de la pista y empezamos a bailar.

Los chicos empezaron a acercarse a nosotras y a coquetear con Erica, ya que ella no estaba marcada ni apareada, pero para mi sorpresa, los chicos también coqueteaban conmigo.

O no me reconocieron o no les importó que tuviera la marca del Alfa en la base del cuello.

Teniendo en cuenta los recientes acontecimientos con Aiden, llegué a la conclusión, sin lugar a dudas, de que los hombres eran unos cerdos y estaban dispuestos a arriesgar cualquier cosa, incluso su vida, si eso suponía echar un polvo.

—No lo entiendo —le grité a Mia por encima de la música después de espantar a otro tío—. Estoy marcada igual que tú, ¿por qué los chicos siguen coqueteando conmigo?.

Mia gritó: —Porque mi marca es de apareamiento y la tuya no.

Una vez más, mi inexperiencia amorosa ponía de manifiesto que aún tenía mucho que aprender.

—La marca de apareamiento es de un rojo suave en los bordes, mientras que la tuya es más amoratada y morada. Los hombres lobo también pueden percibir cuál es cada una para evitar problemas graves —explicó.

Tanto si tenía una marca de apareamiento como si no, cualquiera de estos tipos iba a tener un problema serio si Aiden descubría que estaban intentando llevarme a la cama. Y eso me encantaba.

Al cabo de una hora, Michelle llevó a Erica al baño porque se encontraba mal.

Me quedé en la pista de baile con Mia, bailando como si estuviera en mi casa, en mi habitación, sin que nadie me viera.

Hacía rato que la bebida nos había empezado a afectar.

Mia y yo nos apoyábamos la una en la otra todo el rato para mantener el equilibrio y me alegré de no haberme puesto zapatos con aguja de tacón. De lo contrario me habría torcido el tobillo, sin duda.

El DJ puso una canción sensual de reggaetón que hizo que se formaran muchas parejitas en la pista. Un tipo se acercó a mí con una sonrisa sugerente y me tendió la mano.

Era un hombre lobo sin pareja para la temporada, claramente dominante, ya que me aguantaba la mirada sin problemas.

Estaba bastante bueno, tenía el pelo rubio, unos ojos oscuros muy sexys y un físico esculpido y esbelto.

—Hola, señorita sexy —dijo, tomando mi mano y acercando sus labios a mi oreja.

—Hola —respondí, mirando a Mia por el rabillo del ojo.

Me guiñó un ojo y huyó hacia la barra, dejándome a solas con el lobito guapo. No me importaba la privacidad.

Además, si intentaba algo, podía patearle el culo. Había luchado contra cinco machos yo sola en el bosque. ¿Qué problema me iba a dar uno solo en una discoteca llena de gente?

—¿Cómo te llamas? —me preguntó, levantando las cejas en señal de invitación.

—Sin nombres —dije. Él no era más que una cara bonita y un cuerpo bonito para bailar. Quería que siguiera siendo así.

Sé que probablemente debería haberme negado. Aiden solo tendría que oler mi piel durante un segundo para saber que otro hombre me había tocado.

Vaya pobre desgraciado, este lobo. Estaba claro que quería follar conmigo, pero eso no iba a ocurrir.

Me hizo girar y me puso las manos en las caderas, acercando mi cintura a su entrepierna.

Al principio me resultó divertido tener las manos de otro hombre sobre mí, pero cuanto más duraba la canción, más incómodo se volvía.

No era como sentir a Aiden, que hacía que mi piel ardiera hasta que prácticamente me doliera. No dije nada y seguí bailando. Al fin y al cabo, yo estaba allí para divertirme, no para paliar mi Bruma.

Sentí que me agarraba cada vez más fuerte y se apretaba más contra mí, sobre todo con su entrepierna.

Cuando noté su erección a través de sus vaqueros, supe que era el momento de parar.

Intenté zafarme de su agarre, pero no me soltó. Por contra, me apretó más y empezó a subirme la falda.

—¡Suéltame! —grité, pero los graves de la música apenas dejaban escuchar mi voz.

—¿Qué pasa, nena? —preguntó él, tratando de hacerse el interesante.

—¡Vete a la mierda, asqueroso! —grité.

—¿Por qué? —su voz sonaba embriagada por la lujuria—. Nos estamos divirtiendo.

—No me estoy divirtiendo contigo —espeté, con el corazón a mil por hora—. ¡Suéltame, joder!

De repente me di cuenta de que mientras bailábamos nos había llevado hasta el borde de la pista de baile y de que me seguía arrastrando hacia un rincón oscuro junto a la salida trasera.

Me enfurecí.

—Deberías saber que no hay que calentar a un macho en temporada, nena —gruñó, y de repente me encontré fuera, con el gélido aire de noviembre golpeando mi sudor helado, temblando tanto por el frío como por la adrenalina.

Me apretó contra la pared de ladrillo del callejón y me miró con sus ojos luminosos y llenos de lujuria.

Ya no podía ocultar mi pánico. —¡¿Qué crees que estás haciendo?! —grité.

—Vamos, nena, afloja —dijo, con sus manos clavándose en mis costados.

—Quiero volver adentro —respondí.

—No te preocupes, enseguida. Solo pasaremos un momentito aquí, disfrutemos del aire fresco... vamos a conocernos.

Me miró con una expresión retorcida. Sabía lo que buscaba y necesitaba alejarme de él como fuera.

—Tengo frío. He de volver con mis amigas —respondí, tratando de apartarlo. Se inclinó hacia mí, intentando besarme—. ¡No, para!

Me puso la mano en el pecho y lo manoseó violentamente. —Relájate, nena, no voy a hacerte daño.

—¡No! —grité, luchando contra su agarre.

Intenté lanzar puñetazos, codazos y rodillazos, pero él era más fuerte de lo que pensaba y los efectos del alcohol me habían debilitado y me movía sin coordinación.

Me sentí impotente mientras mi cuerpo estaba a merced de su boca y sus manos.

Volvió a apretarme el pecho y grité. —¡Para!

Pero no se detenía y ya no hablaba. Solo tenía una cosa en mente.

Me levantó contra la pared, me desgarró las medias y me tapó la boca con la mano.

Las lágrimas que brotaban de mis ojos me ardían mientras veía cómo intentaba desabrocharse el cinturón y los ojos desorbitados le bailaban en la cara.

Nadie vendrá a salvarte, ~pensé. Las palabras me cortaron como el viento gélido que azotaba el callejón vacío.

Eso fue exactamente lo que debió de pensar ella. Nadie vendrá a salvarte. ~

Y por un segundo pude verla. A Emily. Luchando, gritando, pidiendo ayuda.

Cerré los ojos y traté de alejar la imagen, de ignorar los dedos helados del hombre lobo sobre mi piel mientras punzadas viscerales de ira, arrepentimiento e impotencia me abrasaban.

Sentí que abandonaba mi cuerpo y al mirar hacia abajo vi el cuerpo de Emily en lugar del mío.

Intenté gritarle al cabrón para que se apartara de ella, pero no salió ningún sonido. Intenté golpearle, pero mis manos atravesaron su cuerpo.

Emily. No. Otra vez no. Esta vez estoy aquí. ~

Volví a entrar en mi cuerpo. ¡Que alguien me ayude! ~

Me esforcé por mantener las piernas cerradas y poner las manos sobre mis partes, pero él utilizó su muslo para separarlas y me apartó la mano con facilidad.

De repente, un gruñido profundo y horripilante llenó el aire y sentí que el peso del cuerpo de mi atacante desaparecía con un grito desgarrador.

Abrí los ojos y jadeé de asombro. ¿Era él de verdad?

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