—Por favor —dijo ella, temblando.
Tras acostarnos, su presencia resultaba embriagadora.
Le sujeté la barbilla con la mano, acercando aún más su rostro al mío.
—Si dejamos de pelear y empezamos a follar… —Intentó deshacerse de mí, y yo sonreí—. Las cosas irán mucho mejor.
Tara y Theodore han estado en desacuerdo desde la infancia, su rivalidad alimentada por personalidades en conflicto. Ella es la rebelde salvaje; él es el chico de oro que siempre tiene el control. Pero una noche impulsiva lo cambia todo, difuminando la línea entre enemigos y amantes. Ahora, Tara se ve obligada a enfrentarse a sus inseguridades, mientras que Theodore se siente atraído por el caos que ella trae a su mundo perfectamente ordenado. A medida que la pasión se enciende y sus mundos chocan, deben decidir si seguir luchando entre ellos o afrontar la posibilidad de que el amor sea el ancla que nunca supieron que necesitaban.
Capítulo 1
La Diosa de la EstupidezCapítulo 2
El Gran CinturónCapítulo 3
Las Chicas No Huelen a FloresCapítulo 4
No puedo, Theo.TARA
A medida que el reloj se acercaba a la medianoche, la sala estaba casi vacía. Los pocos invitados que quedaban se movían en las esquinas al compás de una música suave. Un rato atrás, yo había estado haciendo lo mismo.
Jamás imaginé que terminaría en una fiesta.
Había venido a casa de Sasha buscando paz y tranquilidad, para esconder mi corazón herido lejos del bullicio y del gran lío que había complicado aún más mi mundo ya revuelto.
En otros tiempos, cuando venía de pequeña, esta casa solía ser un refugio en el que me sentía libre. Pero entonces era joven e inocente.
Esta noche, todo olía y sonaba igual que la última vez que estuve aquí, cuando su hermano dió un vuelco a mi ingenuo mundo de 17 años.
Sasha y yo solíamos colarnos cuando Theo organizaba una fiesta. Esa noche, lo había encontrado en esta habitación, bastante borracho. Incluso cinco años después, todavía podía sentir la mezcla de excitación y temor.
Miré el sofá, donde aún podía verlo tumbado. Me sentí culpable al recordar cómo me acerqué a él y acaricié con una mano temblorosa su cabello oscuro.
Me agarró la muñeca y me jaló hacia abajo. No hice ningún ruido, porque no quería que supiera que era yo y me soltara.
Me quedé sin aliento. Me ardía el pecho incluso antes de que su boca tocara la mía.
Pensé que el miedo me haría olvidarlo todo, pero no fue así.
Recordaba cada detalle: el olor a alcohol y cigarrillos, que detesté tanto como adoré sus besos. Esa noche, me quedé despierta pensando en mi primer amor.
Al día siguiente, Theo se casó.
Me había confundido con la mujer con la que iba a casarse, y la besó en lugar de besarme.
Sacudí la cabeza intentando dejar de recordar. Incluso después de cinco años (y del divorcio de Theo), aún dolía recordar el día en que mi tonto enamoramiento se hizo añicos.
No debería haber venido aquí, pero no sabía a dónde más ir.
Luego de la muerte de mi abuelo, me sentí sola. Él era la única persona que siempre estaba ahí para mí cuando lo necesitaba, que contestaba el teléfono sin importar cuándo llamara.
Su muerte repentina no me dio tiempo de estar triste. Cuando muere un hombre tan rico como el Nono, hay un sinfín de cosas por hacer: abogados que ver, papeles que firmar, reglas empresariales que seguir y, por supuesto, el dinero que dejó.
Nadie se detuvo a extrañarlo realmente. Todos actuaban como si fuera un asunto de negocios, no la pérdida del mejor hombre que conocí.
Así que huí. Acepté viajar con mi ex novio y su nuevo novio.
Quizá, si no hubiera estado huyendo de mi vida lo habría pensado mejor, pero no era un buen momento para tomar decisiones. Pospuse la apertura del testamento y firmé lo que mi padre quiso que firmara. Al fin y al cabo, a nadie le importaba dónde estaba o qué hacía.
Pensé que escapar me haría sentir mejor.
No fue así.
Sasha se dejó caer en el sofá a mi lado. Puso sus piernas sobre las mías.
—Estoy tan feliz de que hayas vuelto. Te eché mucho de menos —dijo—. ¿Recuerdas todos los buenos ratos que pasamos aquí?
Me mordí el labio y asentí. Nuestra casa de vacaciones estaba calle abajo. El padre de Sasha y mi abuelo eran uña y carne, y este pueblecito era perfecto para que nuestras familias pasaran tiempo juntas.
Giró la cabeza, observando cómo terminaba la fiesta.
—Apuesto a que tus fiestas este verano fueron mucho mejores que esta.
Miré mis manos. No quería hablar del gran problema, que era solo una cosa más en el peor año de mi vida.
—Todos esos hombres guapos de brazos bronceados... —se estremeció de forma cómica—. Para chuparse los dedos. Había sexo por todas partes en esas fotos.
Pensé en cada hombre del barco en el que habíamos estado navegando por Europa y tuve que estar de acuerdo.
Todos se veían perfectos. También sabían más sobre cuidado de la piel, protección solar y alimentación saludable que yo, sin mencionar el ejercicio y la ropa. Probablemente, yo tenía las hormonas más masculinas de ese barco.
Las mejillas de Sasha estaban coloradas por el exceso de alcohol.
—Vi esa foto tuya sin top. Parecías una diosa.
Todos habían visto esa foto, pero no todos pensaron que valía la pena mencionarla o llamar por ello. Al menos, no mis padres.
En realidad, había deseado que me llamaran para echarme la bronca. Por una vez en mi vida, había querido que actuaran como padres. El silencio nunca se había sentido tan ensordecedor.
Me ajusté la blusa.
—Sí, la diosa de la estupidez.
Eso la hizo reír, y sentí que necesitaba explicarme, aunque había prometido no hacerlo. La gente creía lo que quería, sin importar lo que dijera o hiciera.
Pero me preocupaba que sus padres vieran la foto y se decepcionaran. La opinión de ellos me importaba, especialmente ahora que mi abuelo se había ido. No me quedaba mucha familia. Solo éramos Sesi, Mike y yo.
—No estaba sin top. El traje de baño era color piel, y quien tomó la foto lo hizo ver mal desde ese ángulo.
Sasha tomó mi mano.
—No tienes que defenderte. No nos importa. Mis padres te adoran. El único que se puso como una fiera fue Theodore. Papá tuvo que calmarlo y explicarle que estabas triste. Que el dolor te hizo hacer tonterías.
Intenté girar la cabeza, avergonzada, pero ella tomó mi rostro entre sus manos.
—Ya basta. Mañana habrá otra mujer sin ropa en algún lado, y todos se olvidarán de ti.
—No estaba desnuda.
Sonrió.
—Díselo a Theo. Hubieras visto cómo se le hinchó la vena del cuello.
Cerré los ojos y me hundí más en el sofá, sintiendo dolor en mi corazón.
—Tiene una mala opinión de mí. Esto solo prueba que tiene razón.
Las luces de un auto iluminaron la casa, y Sasha se acercó a la ventana. Cuando se volvió para mirarme, su rostro estaba blanco como el papel.
—Está aquí —susurró.
—¿Quién? —me puse de pie, con la piel de gallina, esperando que apareciera alguien terrible afuera.
—Theodore.
Mi boca se movió confundida.
—¿Por qué estás tan preocupada? —pregunté, tratando de parecer calmada, aunque de repente sentí la garganta seca.
—Si se entera de la fiesta —abrió las manos— me enviará de vuelta a Milán. No quiero volver a casa.
Abrí la boca y supe que me arrepentiría, pero las palabras salieron de todos modos.
—Dile que fue idea mía.
Dejó de preocuparse.
—¿En serio?
—Sí —fingí indiferencia, sabía que él pensaría exactamente eso sin importar lo que le dijéramos. ¿Qué era un problema más en la lista de cosas que odiaba de mí?
Cuando la puerta principal se cerró de golpe, escuché la voz profunda y enojada de Theo.
Quise huir de inmediato y me apresuré hacia la puerta trasera. Podía asumir la culpa, pero no tenía que quedarme a enfrentar al hombre. No cuando mi casa de vacaciones estaba a la vuelta de la esquina.
Pero últimamente no tenía suerte.
Mis piernas tropezaron en el terreno irregular, y caí hecha un desastre sobre el césped húmedo.
—Maldita sea —dije cuando escuché un ruido de arañazos.
Por supuesto que algo malo pasaría. Supe que mi reloj estaba roto incluso antes de mirarlo.
Esa mañana había decidido no usarlo, pues valía mucho dinero en la venta en línea. Y luego me lo puse de noche de todos modos, por costumbre.
Un largo arañazo en el centro me hizo entrar en pánico. Necesitaba el reloj para pagar el proyecto de mi abuela, en el que había estado trabajando durante mucho tiempo.
Era algo mío, algo que quería hacer por mí misma, y no quería pedirle dinero a mis padres.
Respiré hondo cuando dos zapatos brillantes aparecieron frente a mí.
Lentamente, me levanté y me arreglé con calma. Enfrentar a Theodore Morelli siempre era difícil.
Cuando pensé que estaba lista, levanté la mirada hacia él. La intensidad de sus ojos azules me dejó sin aliento.
THEO
¿Cómo coño me metí en este lío?
La lluvia empapaba la camiseta blanca de Tara, volviéndola casi transparente. Sus pequeños senos se marcaban claramente. No llevaba sujetador, y no pude evitar recordar aquellas fotos suyas al desnudo. Apreté los dientes con fuerza.
Sabía que ella estaría aquí. Por eso hice el viaje desde Milán. Pero jamás imaginé que traería sus locuras a la vida de Sasha.
Esta mujer era un caso. Allá donde iba, los problemas la seguían como su sombra.
Se puso de pie y se arregló la larga melena oscura con un gesto exagerado. Prácticamente se le cayó el zapato izquierdo. Me crucé de brazos para no agarrarla y zarandearla.
—¿No puedes dejar tus tonterías lejos de mi hermana? —le solté.
Hizo un ruidito de burla y se pasó la lengua por el labio superior.
—Lo haré cuando dejes de tratarla como a una cría. Es mayor que yo, por si no lo sabías.
Tara Ricci tenía veintiún años, y yo veintisiete. La repasé de arriba abajo con la mirada.
Tenía los ojos vidriosos, pero una sonrisa pícara. Esa mezcla de tristeza y descaro me desconcertó.
—Ya me conoces. Me gusta pasarlo bien —dijo, echando más leña al fuego.
Después de aquella foto escandalosa, todos los jóvenes sabían lo mucho que le gustaba «pasarlo bien».
Me acerqué más.
—¿Te pareció buena idea montar tus fiestas locas en mi casa, con mi hermana dentro?
Tragó saliva y arqueó las cejas.
—¿Quién ha hablado de fiestas locas? Además, no me van las chicas, así que Sasha no pinta nada en esto.
Sentí que la sangre me hervía, y ella siguió provocando.
—Y Theo... —se inclinó hacia mí, mirándome los labios—. No me hagas repetirlo, deja de tratar a tu hermana como si fuera una bebé.
Debió notar cómo apreté la mandíbula. Intentó darse vuelta para escapar justo cuando la agarré por la cintura y la atraje hacia mí. Nuestros cuerpos chocaron y la sentí estremecerse.
—Uf —se quedó sin aliento y volteó para mirarme. Su mejilla cálida se apoyó en mi pecho—. No hace falta que me agarres así. Si quieres fiesta, podríamos montarla los dos solos.
Tuve que morderme la mejilla para no soltar una carcajada ante semejante descaro. Acerqué la boca a su orejita.
—Se acabó la juerga, princesa. Te llevaré a Roma para que escuches el testamento.