
El experimento de la híbrida 1
Mackenzie aceptó participar en el experimento por desesperación. Los 50.000 dólares merecían el riesgo, aunque el fármaco pudiera matarla.
Los científicos afirmaban que la feromona provocaba un deseo sexual primitivo e incontrolable. Estaría encerrada con un desconocido durante doce semanas.
Creía estar preparada.
Hasta que él entró.
El Alfa que la había destrozado años atrás. El que la había expulsado de la manada por ser híbrida. Era tan peligroso como lo recordaba.
Pero sus ojos tenían un brillo nuevo y ardiente. «Parece que el destino tiene un sentido del humor retorcido».
Uno
MACKENZIE
—Ahora nos perteneces.
Eso fue lo que dijo el científico mientras me quitaban el móvil y me empujaban a este cuartucho.
Con él.
El Alfa Ryken estaba plantado en la puerta, bloqueando mi única salida. Me miró de arriba abajo y yo le sostuve la mirada, sin pestañear.
—Hola, Alfa. —Sonreí con dulzura.
—No soy tu Alfa —gruñó enojado.
—Sigue creyéndote eso, Alfa. —Lo provoqué con una sonrisa, dándole una palmadita en el pecho. Intenté salir, pensando que se apartaría.
Ni se movió. Su cuerpazo seguía ocupando todo el espacio. Arqueé una ceja.
—¿Se te ofrece algo?
Esbozó una sonrisita ante eso.
—Cuando estás en la habitación, siempre. —Sus ojos me recorrieron, haciéndome sentir acalorada.
Maldita sea. Sabía lo que estaba haciendo. Estaba usando nuestra atracción para salirse con la suya.
Y estaba funcionando.
Sus palabras me hicieron sentir deseada. Me humedecí los labios, sin dejar de mirarlo. Lo desafié:
—Pues toma lo que necesites, Alfa.
Se acercó más. Yo retrocedí. Nos encerró en el pequeño espacio, inclinándose para que pudiera olerlo. Mi cuerpo ardía y mis piernas temblaban mientras sus labios rozaban mi oreja.
—Matar va contra las reglas —susurró.
—¡Mackenzie Murlow! —La enfermera voceó mi nombre y me puse tensa. Mi pierna dejó de temblar mientras tragaba saliva con dificultad.
No estaba segura de por qué estaba allí. Yo no era a quien buscaban. Era una híbrida, un estorbo, algo que no debería existir.
No había forma de que estos científicos pudieran arreglar lo que mis genes habían estropeado.
Pero el dinero podía arreglar todo lo demás. Lo necesitaba.
Fue una locura apuntarme para ser conejillo de indias de los científicos, pero me estaba quedando sin opciones. Estaba sin blanca y esta era la primera vez que ofrecían pagar a la gente.
Antes, la gente se apuntaba encantada. Los científicos decían que estaban haciendo cosas buenas. Hacían experimentos para encontrar curas para enfermedades de las que no podíamos escapar, como la demencia o el cáncer.
Pero luego, la gente dejó de volver de los experimentos, así que ahora tenían que pagar. Suerte para mí.
Estaba en la universidad, apenas sobreviviendo, usando mi cuerpo para pagar la mayoría de las cosas y buscando las migajas que pudiera encontrar. Que no eran muchas.
Simplemente, estaba harta de todo, harta de ser una híbrida en un mundo donde humanos y hombres lobo vivían juntos, pero no les hacía ni pizca de gracia la idea de que algo pudiera existir entre esos dos grupos.
Se suponía que todos debían quedarse con los suyos y tener críos sólo con nuestra propia especie. Cuando alguien rompía esas reglas, se veía como lo peor que podía pasar.
Me levanté de la silla, tratando de no temblar mientras me abría paso entre la multitud hacia la enfermera. La gente refunfuñaba cuando pasaba rozándolos y los ignoré. Tenía que hacerlo.
Quería esa pasta. La necesitaba para poder dejar de acostarme con gente en el campus sólo por una cama caliente para pasar la noche o un plato de comida.
Así que ignoré su comportamiento mezquino y le sonreí a la enfermera.
—Soy yo —dije y ella asintió, con una expresión rígida en su rostro arrugado. Sus ojos grises parecían vacíos, como si no estuviera pensando realmente.
—Ven conmigo —ordenó y la seguí detrás de una puerta, por un largo pasillo blanco que me recordaba a los hospitales en los que había pasado la mitad de mi vida.
La enfermera corrió una cortina, mostrando un pequeño espacio que parecía una cabina de ducha. Había dos batas blancas colgadas allí.
—Ponte eso. Quédate aquí hasta que te llamen —dijo, y cerró la cortina antes de que pudiera decir que sí.
Me volví hacia la bata, quitándome el jersey. No llevaba sujetador debajo, porque esas cosas costaban más que lo que valdrían mis órganos si los vendiera.
Probablemente, debería haberme puesto uno, mirando el material blanco de la bata. Era muy fino y transparente.
¿Pero por cincuenta mil pavos? Usaría lo que quisieran.
Tenía la bata en la mano justo cuando se abrió la cortina. Pegué un brinco, volviéndome hacia quien pensé que era la enfermera.
Me quedé sin aliento por un segundo. No era la enfermera. Era la última persona en el mundo con la que quería quedarme atrapada en un espacio pequeño.
El Alfa Ryken Storm de la manada Tormenta de sangre.
Sólo pensar en su nombre me revolvía el estómago. Sus ojos miraron donde me cubría el pecho antes de encerrarse en el pequeño espacio. La enfermera se alejó de nuevo.
Esa falta de preocupación me dolió más de lo que jamás admitiría.
Sostuve la bata contra mi pecho desnudo, respirando con dificultad mientras lo miraba fijamente, pero él me ignoró. Luché contra el dolor que me oprimía el pecho.
Se veía muy diferente a la última vez que lo había visto. Cuando yo tenía diez años y él era sólo un poco mayor, me sonreía con mucha facilidad. No le importaba lo que yo era.
Pero eso había cambiado y él también. Ahora era enorme, muy condenadamente alto.
Su pelo oscuro estaba trenzado por su espalda. Sus ojos, de un azul brillante y sus labios, carnosos. Se parecía demasiado a su cruel padre y tal vez eso era lo que más me dolía. Porque sólo ver su cara de nuevo me recordaba todo lo que había prometido y cada palabra que había roto.
—Alfa Ryken —temblé, bajando la cabeza, tratando de ser educada para que no se diera cuenta de que aún podía lastimarme. Me miró de arriba abajo y luego hizo una mueca de enojo, con su cuerpo llenando el pequeño espacio.
—No soy tu Alfa, híbrida —dijo con voz enojada, y puse los ojos en blanco. Eso es lo que obtenía por mostrar algo de respeto. Bien. Entonces, olvido el respeto y ya podría enfadarme.
—Deberías serlo si la familia de mi madre significara algo para ti. Pero como tu manada no puede manejar una pequeña híbrida entre sus miembros, supongo que tienes razón. No eres mi Alfa —le solté, dándome la vuelta y poniéndome la bata.
Rápidamente, me quité los vaqueros y la ropa interior antes de ponerlos en la cesta de alambre y esperé, en silencio, pero hirviendo por su odio hacia mí.
No tenía derecho a sentirlo. ¿Así que era una híbrida? Al menos yo sabía cómo mantener una promesa. Al menos, era leal. Él era demasiado parecido a su padre para saber realmente lo que significaba esa palabra.
Ryken me fulminó con la mirada, y se quitó la camiseta por la cabeza. Ni se molestó en responderme.
—¿Qué hace un Alfa apuntándose para ser conejillo de indias de los científicos? —pregunté, molesta de que mi competidor fuera un Alfa.
Un mal presentimiento me vino a la mente. Lo último que había oído a través de los cotilleos de los hombres lobo en el campus era que Cerberus sólo dejaba que su manada trabajara con los científicos si sus experimentos eran exclusivamente para lobos. En el momento en que los humanos se metían por medio, no quería saber nada de ellos. Este experimento estaba abierto a todos.
—No es asunto tuyo.
—Claro —respiré temblorosamente, tratando de inhalar, pero todo lo que podía oler era al maldito Alfa.
Su olor era muy fuerte: una mezcla de café y pino con un toque de almizcle. Ese olor trajo recuerdos que había enterrado hace mucho tiempo. Me había dejado engañar por ese olor y su sonrisa cuando tenía diez años. No esperaba volver a verlo nunca más, y mucho menos en un espacio tan pequeño. El olor me golpeó con fuerza, pero me lo tragué y luché contra los recuerdos. Dolían demasiado para seguir pensando en ellos.
Ryken no parecía tener el mismo problema. No parecía herido ni arrepentido por lo que había hecho. Todo su cuerpo mostraba ira. Se movía bruscamente, con la mandíbula tensa mientras se ponía su propia bata. Se quitó las botas y los vaqueros, parándose alto y estirando su cuerpo, que era demasiado delgado y musculoso. Era antinatural lo grande y abrumador que parecía.
—Por favor, diga su nombre y especie —dijo una voz robótica femenina desde arriba.
Aclaré mi garganta. —Mackenzie Murlow. Híbrida. Hombre lobo. Humana.
—Ryken Storm. Alfa. Hombre lobo —dijo en voz alta, y su profunda voz hizo que algo dentro de mí reaccionara.
Se suponía que la manada Tormenta de sangre era mi manada. Mi madre había sido parte de ella. Había sido una mujer lobo con ellos durante años hasta que conoció a mi padre, un humano. Se habían enamorado y ella había decidido dejar de cambiar para poder estar con él. Me habían mostrado lo que era el amor, lo que significaba ser compañeros.
Desde entonces, supe que lo que mi madre y mi padre habían compartido era algo especial y raro. Y una vez que la magia del cambio se detuvo, me tuvo a mí. Pero luego fueron asesinados en mi décimo cumpleaños por lobos que no aceptaban lo que mi madre había hecho. Lobos de la manada Tormenta de sangre, bajo las órdenes de Cerberus. Según él, mi madre había elegido a un humano sobre los de su propia especie y eso no estaba permitido. Yo lo veía como elegir el amor sobre estar sola, pero los lobos de la manada habían dejado muy claro que les importaba un pimiento lo que yo pensara.
Me habrían matado a mí también si no hubiera escapado después de que Cerberus me llevara de vuelta a la casa de la manada, con la sangre de mis padres aún en mi ropa. Me mantuvo allí durante veinticuatro horas, fingiendo que él y la manada estaban decidiendo qué hacer conmigo. Fue el tiempo suficiente para que Ryken me hiciera creer que me tratarían de manera diferente. Que no me juzgarían por lo que mis padres habían elegido. Pero siempre iban a rechazarme. Y para cuando lo hicieron, apenas tuve tiempo de salir corriendo.
—Por favor, lean los términos y condiciones del contrato. Luego firme al final —dijo la voz robótica, interrumpiendo mis pensamientos mientras una tableta salía frente a nosotros en un brazo mecánico. Tragué saliva y me acerqué a la tableta, muy consciente de que significaba acercarme más a Ryken. Sin embargo, él se quedó donde estaba, negándose a acercarse a mí, lo cual no tenía sentido. Yo era la que había sido traicionada. Si alguno de nosotros merecía estar enojado, era yo.
Ignorando ese profundo sentimiento de dolor y enojo que se revolvía en mi estómago, leí la letra pequeña.
«Al firmar este documento, acepta realizar pruebas para respaldar su solicitud. Esto nos ayuda a decidir si será adecuado para nuestro experimento. Si es elegido, acepta permanecer sólo en nuestro alojamiento controlado durante el tiempo del experimento, donde lo estaremos observando y grabando. Acepta detener todo contacto con personas externas durante este verano. Nuestras primeras pruebas incluyen análisis de sangre, un examen físico, un cuestionario y un experimento social. Al firmar, acepta estas pruebas para ver si su solicitud es exitosa».
Tragué saliva y solté un suspiro mientras Ryken se estiraba a mi alrededor. Contuve otro aliento mientras su calor cubría mi cuerpo, con su piel tan cerca que podía ver los músculos de sus brazos. Agarró el bolígrafo y firmó al final.
—¿Sabes en qué están trabajando los científicos? —pregunté—. Dijeron que necesitaban que la gente se apuntara, pero ¿alguien ha oído realmente qué medicamento se está probando?
Ryken apenas me miró mientras ordenaba sus cosas en un montón pulcramente doblado. —¿Acaso importa?
—Supongo que no —murmuré, luego firmé con mi nombre al final, y mi corazón latiendo a mil por hora mientras lo hacía. Los científicos siempre eran reservados, pero la última vez que habían realizado uno de estos experimentos, había significado un mundo nuevo. Uno donde humanos y hombres lobo podían vivir juntos: habían creado una medicina para que los lobos pudieran controlar su cambio.
Antes de eso, los hombres lobo se habían estado escondiendo, tratando de no mostrarse cada luna llena por miedo a ser asesinados por los humanos, que eran muchos más que ellos. Hasta que llegaron los científicos. Habían nacido humanos, pero tenían un gen especial que les permitía controlar cosas sobrenaturales.
Una vez que se dieron cuenta de que era posible, los humanos acudieron a ellos con una petición. Crear algo para controlar el cambio. Y lo habían hecho. Les había llevado años hacerlo bien, pero al final, funcionó.
Ahora, diez años después, cada lobo que lo tomaba podía salir a la sociedad, los otros —los pícaros— seguían siendo peligrosos y, generalmente, eran eliminados tan pronto como se acercaban a donde vivían los humanos. Yo no lo había necesitado esa medicina, mis genes eran mayormente humanos, lo que significaba que no podía cambiar completamente a lobo. Podía desarrollar unos colmillos y garras bastante afilados, pero ¿aparte de eso? Un rollo.
—Brazo afuera, por favor —dijo la voz, trayendo mi atención de vuelta al experimento y al fuerte pensamiento en mi cabeza, que decía: «¿vale la pena?». No estaba segura de si estar cerca de Ryken o su manada de nuevo valía la pena, pero ya había firmado, así que extendí mi brazo. Ryken también lo hizo. El suyo era mucho más grande que el mío. El suyo tenía tatuajes por todas partes y más músculo que mi pierna, pero yo era una cosita flaca, demasiado acostumbrada a no comer.
Otro brazo mecánico salió de las limpias paredes blancas a cada lado, agarrando nuestros brazos un segundo antes de que bajara una aguja. Aspiré, haciendo una mueca mientras se acercaba, y con un sudor picante humedeciendo mi piel. No me gustaban esas cosas. Mi cabeza se sintió un poco mareada cuando la aguja entró en mi piel, y la sangre fluyó hacia el tubo de ensayo conectado a la aguja.
—Eh, ¿disculpe? ¿Voz robótica? ¿Hay alguna posibilidad de que pueda sentarme y hacer esto? ¿Se mueve la cosa de la mano? —pregunté, pero no obtuve respuesta.
Miré hacia abajo a la sangre y la aguja de nuevo, dejando escapar un suspiro tembloroso mientras trataba de no vomitar. Me tambaleé un poco hasta que una mano fuerte agarró mi otro brazo, sosteniéndome firme.
—No mires —dijo Ryken. Levanté la mirada para verlo mirándome fijamente. Sus ojos azules sostuvieron los míos, haciendo que la sensación nauseosa desapareciera, capturando cada parte de mí. Incluso si hubiera querido apartar la mirada, no podía. Sus ojos eran demasiado intensos. Eran azules, pero tenían un grueso contorno negro que resaltaba.
Sus oscuras pestañas enmarcaban sus ojos tan hermosamente que, cada vez que parpadeaba, imaginaba que rozaban contra mi piel mientras las besaba. No se suponía que pensara así sobre el Alfa, pero era una regla estúpida considerando lo increíblemente guapo que era. Mantuvo mi mirada hasta que la aguja pellizcó mi piel y salió.
Dejé escapar un suspiro tembloroso mientras su mano soltaba mi muñeca. Sostuve mi mano contra mi pecho, frotando el hormigueo mientras él miraba al frente. —Gracias —dije en voz baja, volviéndome para mirar también la pared de enfrente. Él asintió una vez y aclaré mi garganta, odiando que fuera tan incómodo.
Mi madre había vivido con su manada durante años, se había entregado a ellos, y tan pronto como encontró a su compañero, no le mostraron más que odio. Me enojaba mucho y, sin embargo, quería ser parte de ello con todas mis fuerzas. Sentía a mi lobo interior, y la necesidad de pertenecer a una manada.
A pesar de todo lo que me habían hecho, todavía deseaba mucho pertenecer. Era instintivo cuando estaba parada junto al mismo Alfa que se suponía que era el mío. Y ninguna otra manada me aceptaría. Incluso, si no fuera una híbrida, no tenía su sangre. Era la manada Tormenta de sangre o nada. Lo que significaba que siempre sería nada.
—Mackenzie Murlow —dijo la voz—. Tipo de sangre: A-. Manada Tormenta de sangre. Problema ocular que requiere gafas. Problema cardíaco por un pequeño defecto de nacimiento: una válvula defectuosa que ha sido reparada. No puede cambiar completamente a lobo. No come lo suficiente. Curación humana. Análisis de sangre completo.
La lista de todos mis problemas me avergonzó muchísimo. Los hombres lobo no tenían problemas cardíacos, no necesitaban gafas y, definitivamente, no estaban desnutridos. Todo lo que esa voz enumeró era otro recordatorio de que estaba profundamente en mi alma híbrida. Probaba todo lo que Ryken probablemente ya pensaba. No pertenecía a la manada.
Retorcí mis manos frente a mí, negándome a notar el calor en mis mejillas.
—Ryken Storm. Tipo de sangre: sobrenatural. Hombre lobo. Manada Tormenta de sangre. Sangre Alfa. Sin otros problemas. Curación rápida. Análisis de sangre completado —dijo la voz y me sentí herida por el recordatorio de cuán diferentes éramos.
—Por supuesto que eres perfecto —dije en voz baja.
—Por supuesto que tú no —respondió.
Abrí la boca para responder, pero la voz robótica habló primero. —Calculando compatibilidad. —Mi cabeza se volvió hacia el techo, desde donde venía la voz, y luego hacia Ryken—. ¿Esa cosa acaba de decir…?
—Compatibilidad —dijo él, con su voz baja, como si tampoco pudiera creerlo. Sus ojos sobre mí todavía tenían ese fuego de odio, pero había algo más en ellos. Confusión, interés. Podía decir que estaba pensando lo mismo que yo. «¿Qué podría ser compatible entre nosotros? ¿Y qué tenía que ver eso con el experimento».
—Cálculo completo —dijo la voz, congelándonos a ambos. Ryken y yo nos miramos a los ojos mientras hablaba de nuevo—. Altamente compatibles.
Hubo un momento de completo silencio, luego ambos hablamos al mismo tiempo.
—¿Altamente compatibles? —dijo él, enojado.
Mientras yo decía —:¿Qué coño?














































