Amigos con derecho a roce - Portada del libro

Amigos con derecho a roce

J.A. White

Capítulo 1

KEVIN

Hoy es viernes. Normalmente hago las compras los sábados, pero esta vez decido ir hoy al supermercado a por algunas cosas que necesito para el fin de semana.

Aparco donde siempre suelo aparcar, lejos de los demás. Reviso mi lista de la compra para asegurarme de que he anotado todo lo que necesito. Entonces oigo un golpe y mi furgoneta se mueve bruscamente.

—¿Qué demonios?

Salgo y veo que un carrito de la compra acaba de golpear mi furgoneta. Miro hacia la entrada del supermercado y veo a un adolescente de pie agitando las manos.

—¡Lo siento, me olvidé de dejar el carro en su sitio! —dice, y echa a correr.

«¡Qué coño!» Me agacho para intentar limpiar la abolladura con el dedo como si eso fuera a hacer que desaparezca por arte de magia.

Enfurecido, me dirijo hacia el carrito de la compra y veo que no hay ningún hueco disponible en la zona de carros. Le doy un empujón, ¿y adivinad qué? Tiene un pinchazo en una de las ruedas. ¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!.

«Este día no hace más que mejorar. Debería haberme quedado en casa».

Después de recorrer todos los pasillos del supermercado, llego a la sección de frutas y verduras. Me gusta ver cuáles son los productos frescos del día. Empiezo a mirar las fresas cuando oigo una voz detrás de mí.

—Oye, disculpa…

—¿Qué? —digo con tono agresivo, dándome la vuelta—. ¿Estás aquí para disculparte porque tu hijo adolescente ha abollado mi furgoneta? No creo que una disculpa vaya a arreglarlo.

—No, no tengo hijos —responde mientras retrocede unos pasos.

La miro y me disculpo por haber sido un gilipollas grosero.

—Oye, lo siento mucho. Un chaval dejó caer un carrito de la compra en mi furgoneta y le ha dejado una buena abolladura.

Me mira y me dice: —No pasa nada.

Está de pie frente a mí. Es muy guapa. Parece que mide un metro setenta y cinco y tiene el pelo moreno que le llega hasta los hombros.

Nunca había visto a una chica con unos ojos azules tan bonitos, vestida con una camiseta de tirantes gris y unos pantalones de yoga gris oscuro que se ciñen a cada una de sus curvas. Se nota que hace ejercicio.

—Me preguntaba si eres Kevin Wells —me dice.

—Depende de quién pregunte. ¿Te debo dinero?

—Soy yo quien lo pregunta, y no —dice rápidamente—. ¿Eres Kevin Wells? —vuelve a preguntarme.

—Lo soy —digo.

—Soy Emily Turner, aunque pronto seré Emily Adams. Fui dama de honor en tu boda. ¿No me reconoces?

La miro con un poco de confusión, aún incapaz de ponerle nombre a la cara.

—Sabes que la boda fue hace como ocho años. Si no me acuerdo, por favor, perdóname.

Me mira un segundo, saca una foto de su teléfono y me la enseña.

—Así era yo entonces. Pesaba mucho más —dice.

Le quito el teléfono y vuelvo a mirarla.

—¿Esta… Eres tú? —Ella asiente con la cabeza—. ¡Ahora lo recuerdo! Fuiste una de las damas de honor de mi ex mujer. Vaya, tienes buen aspecto.

Joder, qué si tiene buen aspecto. Mi polla empieza a ponerse firme. Intento moverme para que no vea que me he empalmado y le pregunto: —¿Qué tal os va a ti y a tu marido?

—Ahora mismo estamos separados —dice.

Chasqueo los dedos. —Ahora recuerdo quién era. Era el capullo de la boda. Se sentaba allí a decirle a la gente lo que tenía que hacer, a dar órdenes por doquier, a hacer que le trajeran bebidas y comida…

»Recuerdo que mi mejor amigo quería llevárselo y darle una paliza.

—Ojalá lo hubiera sabido entonces, porque le habría dejado que lo hiciera. Y ojalá no hubiera tardado nueve años en darme cuenta del error que fue ese matrimonio —dice.

—Siento oír eso —le digo.

—Espera. Antes hablaste de tu ex mujer. ¿Qué pasó con tu matrimonio? —pregunta.

—Bueno, igual que tú, ojalá lo hubiera sabido antes. Me quería por el dinero. No era por amor.

—Lo siento. De verdad pensé que lo vuestro era para siempre. Pensé que la conocía mejor. Me equivoqué —dice.

—Llevo divorciado unos catorce meses.

—Nosotros nos acabamos de separar. Estamos pasando por todo el asunto del divorcio ahora, pero nos mantenemos alejados el uno del otro tanto como sea posible.

»Y ahora me estoy quedando en el piso donde vive mi amiga. El sofá no perdona —dice riéndose.

Tenía una risa muy encantadora. Entonces siento cómo mi polla está casi en plena atención. Intento no controlar la excitación sabiendo, además, que me está mirando. Así que agarro mi carrito de la compra y lo acerco a mí para ocultar mi erección.

—Oye, ¿crees que podríamos tomar un café algún día y ponernos un poco al día? —pregunta.

—Se me ocurre algo mejor. Voy a dar una fiesta en la piscina en mi casa dentro de dos semanas. ¿Te gustaría venir?

—Claro, me encantaría. ¿Puedo llevar a una amiga?

—No hay problema —digo mientras parto por la mitad la hoja de mi lista de la compra. Escribo mi dirección y la hora. Escribo una pequeña nota debajo de mi dirección y se la entrego.

EMILY

Le quito la nota y me la meto en la cintura. Me doy cuenta de que intenta ocultarme su erección. Saber que se le ha puesto dura con solo mirarme me hace sentir bien.

De hecho, me estoy mojando un poco al verle retorcerse intentando ocultar que se le ha empalmado. Veo que se cuida cuando me fijo en lo que tiene en su carro de la compra.

Tiene buen aspecto. Definitivamente hace ejercicio, porque la camiseta que lleva es un poco pequeña. Le marca los músculos de sus brazos y pecho.

Viéndole esconderse detrás del carro, puedo ver que tiene muy marcado el abdomen.

Nos despedimos y cada uno sigue su camino. Me subo al coche y saco la nota. La desdoblo para leer su dirección y la hora y veo que hay una pequeña nota al final que dice «ropa opcional».

No sé qué significa eso, pero voy a ir de todos modos.

***

Conduzco hasta el apartamento de mi amiga para contarle lo que ha pasado hoy.

—¡Madison! ¿Dónde estás? Tengo algo que contarte.

—Estoy en la parte de atrás haciendo la colada —me dice mientras me dirijo a la parte trasera de su apartamento con una gran sonrisa en la cara.

Entro y veo que está doblando la ropa interior. Se da la vuelta y ve mi sonrisa de tonta.

—¿A qué viene esa sonrisa? Hacía tiempo que no te veía sonreír así —dice.

—Me encontré con Kevin Wells en el supermercado hoy, y ¿adivina qué?

Madison me mira sin saber de quién estoy hablando.

—¿Recuerdas la boda a la que fuimos hace unos ocho años? La boda de Kevin y Angelia. Yo fui dama de honor.

Los ojos de Mad se agrandan. —¡Kevin! Ahora me acuerdo. Era el más guapo, y su padrino también estaba buenísimo. ¿Cómo se llamaba? —dice mientras chasquea los dedos.

—Sí, bueno, por lo visto ella lo dejó hace catorce meses, y ha estado soltero desde entonces.

—¿Cómo lo sabes? ¿Apareció de repente y te dijo: «Oye, estoy soltero desde que ella me dejó»? —dice Madison riéndose un poco.

—Algo así. Eso y que lo que llevaba en el carro de la compra gritaba que estaba soltero. —Saco la nota de debajo de mi cintura—. ¿Tienes planes, digamos, para dentro de dos semanas?

—No, ¿por qué?

—¿Quieres ir a una fiesta, digamos, en una piscina?

—Claro, ¿de quién y dónde? —pregunta.

—De Kevin. Nos invitó a pasarnos por allí y divertirnos. —Abro la nota y se la enseño—. ¡Ves! Incluso dio su dirección y a qué hora estar allí, además de su número de teléfono.

—¿Qué pone abajo? ¿Ropa opcional? —dice.

—Creo que es una fiesta nudista en la piscina, pero sólo si quieres desnudarte —digo con una sonrisa llena de picardía.

—Si vamos a ir, necesitamos bañadores nuevos, especialmente tú, cariño. Voy a encontrar un bikini que va a hacer que esas grandes tetas que tienes reluzcan y su mandíbula se descoloque.

»¡Ah! Y no más de una pieza. —dice Madison emocionada.

Antes de darme cuenta, estamos fuera.

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