Su pequeña mascota - Portada del libro

Su pequeña mascota

KimberlyWrites

Dos

Olivia

Llegó el día de las subastas y yo estaba emocionada pero también nerviosa. No quería decirle a Raven que me alegraba de que me vendieran. Ella no lo entendería y probablemente me odiaría.

En los últimos días habíamos estrechado lazos. Me contaba todo sobre el mundo exterior, cómo se siente el sol en un cálido día de verano, el aroma que desprenden las flores frescas cuando llega el momento de que florezcan y el sabor dulce del chocolate.

Se le iluminaba la cara cuando hablaba de esas cosas, pero sus ojos también contenían tristeza. Entendí que vivía en una de las aldeas humanas dirigidas por Lords vampiros.

Su padre la había enviado a buscar leña a un bosque cercano, y allí fue donde «se desató el infierno».

—Buscaba más madera, pero antes de darme cuenta, estaba perdida. Ese maldito bosque era muy vasto. De repente los vi, un par de vampiros. Al principio pensé que eran de mi pueblo, que me buscaban, pero sus siniestras sonrisas me dijeron lo contrario. Antes de que pudieran dar un solo paso, me marché. Por suerte había un montón de árboles y pude esquivarlos, pero me alcanzaron —se enfadó solo por pensar en ello.

Quería decirle que correr era una tontería. Un humano contra un vampiro era ridículo. No tenía sentido huir. Podían atraparte en un segundo.

Pero Raven era una guerrera. Era la humana más valiente que he conocido.

—¿Qué pasó después de que te atraparan? —le pregunté.

—Me drogaron y me desperté más tarde en una jaula. Me vendieron al cabrón de la tienda de mascotas. Escapé una vez, no, dos ahora. Pero esa maldita pared vampírica me atrapó. Cada. Jodida. vez.

Sabía que estaba hablando de Brutus. Era enorme y sádico. Por suerte para mí, nunca lo había hecho enojar.

Martin y Brutus estaban ocupados sacando a las otras mascotas de sus jaulas, poniéndoles cadenas alrededor de la muñeca que se conectaban a un collar metálico.

Uno a uno, se alinearon frente a mi jaula. Sus cadenas estaban unidas, probablemente para evitar cualquier intento de fuga. Mi jaula estaba junto a la puerta trasera, así que supuse que era la última.

La puerta doble se abrió y pude ver un gran camión. Empezaron a subir a todo el mundo. Muy pronto, solo quedaríamos Raven y yo.

Brutus se paró frente a la jaula de Raven. Ella sonreía, pero Brutus no parecía inmutarse por ello.

—Vale, ratita, ¿vas a darme problemas hoy? —le preguntó con calma.

—Vete a la mierda, vampiro. Déjame salir. Ahora —le gritó antes de escupirle a la cara.

Los miré horrorizada. Esta chica era valiente, pero definitivamente un poco tonta también.

—Perfecto. Esperaba usar mi nuevo juguete hoy —se rió entre dientes.

¿Nuevo juguete? ~¿De qué está hablando?~ me pregunté.

Sacó un palo; al principio era pequeño, pero tiró de él y se alargó. Lo hizo crujir antes de introducirlo en la jaula y dispararle.

Raven gritó dos veces antes de quedarse sin fuerzas. Aún tenía los ojos abiertos y se oían pequeños gemidos. Se me rompió el corazón y, antes de que pudiera detenerlas, las palabras fluyeron de mi boca.

—¡Raven! ¡Raven, levántate!

Brutus me fulminó con la mirada y abrió la boca para decir algo, pero Martin irrumpió por la puerta.

—Joder, Brutus. ¿La mataste? —Brutus abrió la jaula de Raven y la sacó por el brazo.

Se mantenía en pie, pero temblaba. Parecía muy indefensa.

—Acabo de probar el juguete nuevo. Está bien, solo un poco paralizada por el momento —dijo mientras él y Martin empezaban a ponerle cadenas.

A diferencia de los demás, también le pusieron esposas en los tobillos. Supongo que no se arriesgaban con ella.

Brutus arrastró a Raven a la puerta y en un abrir y cerrar de ojos se habían ido, y yo me quedé confundida: me habían dejado a solas con Martin.

—¿No voy a las subastas con los demás? —le pregunté en voz baja.

Me miró antes de abrir la puerta de mi jaula, permitiéndome salir a rastras.

—No hay subasta para ti, pequeña Olivia. Tu nuevo amo está en camino para recogerte.

Mi cerebro se aceleraba.

¿Nuevo amo? ~Oh, no. No. No. No~.

No puede referirse a esa vampira loca. Empecé a sollozar con fuerza, cayendo de rodillas, sin importarme siquiera el duro cemento.

—Por favor. ¡Por favor, no me hagas ir con ella! Aún no estoy lista para morir. ¡Por favor! —sollozaba mientras le suplicaba.

—¿«Ella»? ¿De qué demonios estás hablando?

Antes de que pudiera contestarle, el timbre avisó de que alguien había entrado en la tienda. Agaché la cabeza y me quedé mirando el interesantísimo suelo de hormigón.

Esperaba ver tacones, o al menos oírlos, pero solo vi dos zapatos negros brillantes.

No parecían los pies de una mujer.

—Lord Vallen. Justo a tiempo —dijo Martin. Sonaba casi emocionado.

Espera. ¿Dijo «Lord»? Pensé para mis adentros.

El vampiro se agachó hasta quedar frente a mí. Me puso dos dedos bajo la barbilla y me levantó la cabeza para que pudiera mirarlo a los ojos.

Era pálido, como la mayoría de los vampiros, y hermoso. Tenía el pelo corto y negro y unos ojos verdes preciosos. Me miraba fijamente y se dio cuenta de que tenía los ojos hinchados. Creo que había llorado más de lo que pensaba.

—¿Algún problema? —le dijo a Martin, pero no apartaba la vista.

—Bueno, Annabelle Cain estuvo aquí hace un par de días. Quería a Olivia, pero le dije que no tenía sus papeles, lo cual no era una mentira total. Pero temo que venga —dijo nervioso.

El vampiro que tenía delante, al que ya conocía como Lord Vallen, apretó la mandíbula. Parecía enfadado. Sus ojos verdes, antes hermosos, se volvieron más oscuros, casi negros.

—Yo me ocuparé de ella —dijo mientras colocaba sus manos bajo mis brazos y tiraba de mí para ponerme en pie.

Me puso la mano en la parte baja de la espalda y me empujó suavemente hacia la parte superior de la tienda. Martin fue detrás del mostrador, metió la mano por debajo y sacó una caja cuadrada azul.

—Llegó ayer y todo parece en orden. ¿Necesitas algo más? Tengo látigos, bozales...

Mi nuevo amo levantó la mano, haciendo que Martin se callara al instante.

—No será necesario, ¿verdad, palomita? —me preguntó mientras me miraba. Negué con la cabeza.

—Bien —dijo mientras cogía la caja. La abrió y sacó de ella un collar azul hielo.

Era realmente hermoso para un collar. Tenía unas piedras brillantes. Se inclinó y lo deslizó alrededor de mi cuello.

—Hermoso. Ahora, es hora de irse, palomita.

No sabía por qué seguía llamándome así. Asentí con la cabeza antes de dirigirme directamente a la puerta. Por fin iba a sentir el sol en mi piel.

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