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Negocios y biberones

Aburrimiento en el Palacio

Una vez que el coche se detuvo, Peyton sintió un empujón en el hombro varias veces antes de que hablara una voz masculina muy irritada.

—Despierta Plata. No eres lo suficientemente bonita como para ser la Bella Durmiente —dijo Sebastian y no prestó atención a su mirada mientras salía del coche.

—Bueno, discúlpame por tener que atender a un imbécil arrogante y a una persona creciendo dentro de mí.

Sebastian puso los ojos en blanco y agarró a Peyton por la muñeca.

Finalmente, se dio cuenta de dónde estaban y casi se atragantó con su propia saliva. Delante de ella no había una casa.

Era un maldito palacio.

—¿Cómo no te pierdes ahí dentro? —preguntó ella, mirando a todos lados y preguntándose de repente cómo su traje no tenía arrugas.

—Simplemente no lo hago. Ahora vamos.

Mientras la llevaba al interior, Peyton admiraba las flores que había por todas partes y la enorme puerta de la entrada, cinco veces más grande que ella.

Sebastian seguía irascible, y sólo deseaba poder dejarla en casa y hacer cualquier otra cosaque no la incluyera a ella.

Si no tenía dinero para comprarse comida, entonces él se aseguraría de que siempre estuviera bien alimentada. Por el bien de su hijo.

—Hay servicio de limpieza, dos veces por semana, y un chef que viene una vez por semana. Tu habitación está subiendo las escaleras de la izquierda y la segunda puerta a la izquierda; verás que en la puerta pone tu nombre.

»Ve a instalarte y luego podrás hacer lo que te dé la gana. Hablaremos más tarde de ciertas normas cuando toda tu existencia no me irrite.

Peyton se quedó con la boca abierta.

—Imbécil… —murmuró, cruzando los brazos.

—¿Y mis cosas? —preguntó ella. Sebastian puso los ojos en blanco; ella se preguntaba si esto lo hacía siempre o sólo era así con ella.

—Todo lo que necesitas ya está ahí. —Luego se dio la vuelta y salió por la puerta dejándola en el palacio conocido como su nuevo... ¿Hogar?

Soltó un enorme suspiro y puso una mano sobre su pequeño bulto.

—¿Puedes creerlo? Espero que sea mejor padre que persona.

Subiendo las escaleras, siguió las indicaciones de Sebastian y llegó a una puerta, tal como él había dicho.

—Esta es. —Respiró profundamente y abrió la puerta. Tan pronto como entró, se quedó asombrada.

—¡Maldita sea, al menos sé que cuidará de ti!

Era absolutamente preciosa.

Era una sala enorme. En el lado derecho había dos ventanas que llegaban desde lo alto del techo hasta justo antes del suelo, donde terminaban en asientos de ventana.

Entre las dos enormes ventanas había un escritorio con un ordenador de sobremesa y un cuaderno con un estuche lleno de bolígrafos y lápices.

Peyton dirigió su atención al lado izquierdo de la habitación y vio una cama de matrimonio con dos mesitas de noche al lado. Una puerta abierta daba paso a un vestidor ya lleno de ropa y otra puerta daba a un baño.

Había dos sofás y un televisor de pantalla plana montado en la pared, lo que dejó a Peyton boquiabierta.

—Parece que tenemos una buena habitación, Ratoncito. —Ella sonrió y se preguntó si debía abrir el armario o no. Después de unos dos minutos decidió no hacerlo y salió de su habitación.

Toda la casa era de un color diferente en cada una de las habitaciones que había estado, y todo lo que había dentro de cada habitación iba a juego con su respectivo color.

¡Todo era absolutamente precioso!

Demasiado bonito para que Sebastian lo hubiera diseñado o decorado él mismo.

Peyton pronto se encontró bastante aburrida. Sabía que subir las escaleras le consumiría demasiada energía y recordaba haber visto una sala de estar al entrar.

Atravesó una gran sala en la que había una enorme mesa de cristal con un jarrón azul que contenía rosas blancas. La mesa estaba colocada sobre una alfombra, también azul.

Sonrió y miró a su alrededor para ver que había una librería blanca y alta. Tenía adornos azules y unos cuantos marcos de fotos que quiso mirar, pero sabía que ya habría tiempo para hacerlo. Por ahora, le apetecía ver lo que contenía cada habitación.

Haciendo una nota mental para echar un vistazo más tarde, Peyton siguió y se encontró en la sala de estar que estaba buscando.

Miró a su alrededor y vio una alfombra roja debajo de una mesa de centro de madera muy bien hecha, junto con una hilera de sofás con almohadas rojas y un enorme televisor de 70 pulgadas. Todo era rojo y marrón. Aunque todo era muy bonito, sintió que había algo más que necesitaba ver.

¿Por qué es tan imbécil?

Tenía que haber algo que le diera pistas sobre cómo había acabado siendo así. Peyton recordó haber visto un pequeño tatuaje, cerca del hombro, pero antes de que pudiera descifrar lo que era, él se lo tapó.

Además, no había pasado por alto la cantidad de cicatrices que tenía. Evidentemente, tenían que venir de alguna parte. Las de su muñeca izquierda sugerían que en algún momento había sentido odio hacia sí mismo.

Cuando la curiosidad pudo finalmente con Peyton, salió de la sala de estar y giró a la derecha, acabando en un pasillo.

Siguió caminando un poco más y encontró unas cuantas habitaciones más, un gimnasio y una sala que parecía una sala de juntas. Entonces llegó a la penúltima puerta del pasillo.

Era diferente a las demás, y le dio a Peyton una sensación de paz. Cuando la abrió, se encontró una biblioteca.

¡Es absolutamente preciosa!

Asombrada, Peyton entró y se quedó mirando las estanterías que llegaban desde el suelo hasta el techo de unos cuatro metros de altura.

Una de las paredes no estaba cubierta de libros, y Peyton encontró allí un sofá que parecía muy cómodo y una mesa con un ordenador y un bloc de notas con bolígrafos y lápices.

Cuando miró al techo, vio una lámpara de araña y notó algo en el borde del techo, donde se unía con la pared.

Entrecerró los ojos y vio lo que parecía una escritura desordenada con rotulador permanente. No podía ver las letras lo suficientemente bien como para leerlas.

Salió para ver qué contenía la última habitación del pasillo.

Inquieta, giró el pomo de la puerta y la abrió lentamente. Parecía un despacho.

—Aquí debe de ser donde se trabaja cómo ser un gilipollas —murmuró poniendo los ojos en blanco.

Caminando hacia la estantería, encontró los archivos sin más y dirigió su atención a su escritorio.

Tomó asiento en el sillón y suspiró mientras se recostaba.

—¿Qué es esto? —preguntó en voz alta cuando vio una foto enmarcada de una niña de no más de cinco años. Tenía unos ojos verdes muy llamativos y el pelo negro como el carbón y llevaba un vestido azul de Cenicienta.

En la esquina superior derecha había una nota adhesiva.

Decía: «No puedo dejar de culparme».

—¿Qué coño crees que estás haciendo? —sonó una voz furiosa, haciendo que Peyton se sobresaltara.

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