Mesa once - Portada del libro

Mesa once

Lora Tia

Capítulo 3

ELNORA

Elnora se inclinó hacia el beso. Sus labios se fundieron con los de ella como suaves gotas de fuego crepitando de placer. Sus manos recorrieron el pecho de Mason, deslizándose por debajo de la chaqueta para sentir sus músculos duros como piedras a través de la camisa blanca.

Gimiendo, le agarró la chaqueta y lo acercó a ella, exigiendo más cuando su lengua tocó la suya.

Lentamente, los dedos de Mason rozaron su cuerpo, y Elnora se estremeció cuando comenzaron a subir por su espalda, deslizándose por su voluminoso pelo.

Su hambre se hizo insaciable y Elnora le rodeó los hombros con sus brazos, dándose un festín con sus labios como un vampiro hambriento de sangre.

Luchando contra la presión de su apretado vestido, se contoneó en un intento inútil de sentarse a horcajadas sobre él.

La limusina se detuvo con un chirrido que los obligó a alejarse el uno del otro. Mason se apartó de ella con el ceño fruncido, se recostó en su asiento y pulsó el interfono.

—¿Héctor? —llamó.

—Señor Dimitri, hay un problemilla en la puerta —respondió el chófer con un tartamudeo.

Respirando profundamente, Elnora se pasó los dedos por el pelo y luego se los llevó a los labios.

—Ahora mismo vuelvo. —Mason la miró y sus mejillas ardieron cuando sus ojos se encontraron. Salió del vehículo y ella soltó un suspiro.

Elnora se recostó en la parte trasera del asiento, revolviéndose el pelo con una amplia sonrisa. Era una fruta prohibida y, en contra de su buen juicio, deseaba desesperadamente devorarla, pero la voz de Marcy diciéndole que no fuera tan rápido no dejaba de resonar en su conciencia.

Esa hermética Marcy había estado pegada a su lado desde el primer año de universidad.

Mientras la limusina seguía su camino, Elnora se acercó para mirar por la ventanilla. Mason estaba en compañía de dos hombres frente a una lujosa finca.

Su mente se aceleró, tratando de recordar a lo que Marcy le había dicho que se dedicaba Mason. Bajó la ventanilla y se quedó mirando la mansión.

La limusina se detuvo ante una gran entrada, alrededor de una fuente, y la puerta del coche se abrió. Un guardia armado la ayudó a salir, y Elnora tragó saliva contra el miedo que le revolvía las entrañas.

Más que nunca, deseó saber a qué se dedicaba mientras miraba el castillo blanco enmarcado en grandes e intrincadas columnas que tenía delante.

En ese momento, se dio cuenta de que unos hombres armados y trajeados salían de dos Escalades que había detrás de la limusina.

¿Por qué necesitaba escoltas o guardias armados en su propia casa? Mejor aún, ¿para qué demonios necesitaba una casa tan enorme?

—Por aquí, señorita. —El guardia le hizo un gesto señalándole la entrada.

Elnora miró hacia la puerta, pero vio que Mason ya no estaba allí. Tragando saliva y se dio la vuelta para notar que el guardia la presionaba sutilmente para que avanzara.

Ella se lo había buscado: una de esas citas a ciegas iba a terminar con su cuerpo tirado en una cuneta.

¡Marcy!

Probablemente, se la había vendido a Mason y se estaba riendo de ello con el friki de su prometido.

Los guardias que estaban más cerca de la puerta se pusieron delante de ella y la condujeron al interior de la magnífica mansión. El interior era de una elegancia clásica, con encantadores y minimalistas toques rojos que fluían entre sí.

A pesar de no conocer muy bien a Mason, podía decir que ese era exactamente su estilo.

Cuando Elnora llegó al salón, los guardias la dejaron sola y apretó su pequeño bolso dorado que sólo contenía su iPhone contra su pecho.

Por un momento, se quedó evaluándolo todo antes de sentarse en un rincón del sofá de cuero negro.

Era experta en números, pero no podía calcular la suma de dinero que había en esa casa. ¿Quién era Mason?

—Sr. Dimitri —susurró en voz baja. Ese nombre le resultaba familiar. Lo investigaría una vez que estuviera a salvo en su apartamento.

—Elnora.

Con un jadeo se volvió hacia él. —Me has asustado.

—No era mi intención —afirmó, entrando en el salón—. No te he hecho esperar mucho, ¿verdad?

Ajustando su compostura, Elnora cruzó las piernas y se apartó el pelo de la cara. Por supuesto que la había hecho esperar, pero Mason no era de los que se disculpaban por sus actos.

—¿A qué te dedicas?

Sus labios se inclinaron en una sonrisa, y ella luchó contra el torbellino de emociones que la invadieron al recordar el beso.

—A trabajar. —Mason se dirigió al sofá de su lado y se dejó caer en él—. ¿Por qué te preocupas por eso? ¿Es por la casa?

¿Casa? Su ático era una casa; esto era un castillo. Elnora entrecerró los ojos ante él. Estaba claro que Marcy seguía siempre un patrón cuando se trataba de buscarle hombres con quien emparejarla; todos eran arrogantes con complejo de Dios.

—Sí, llamémoslo casa —enfatizó.

Riendo, Mason se recostó en el sofá y, por un momento, ambos se quedaron en silencio.

Elnora no estaba segura de por qué había aceptado su oferta de salir del local si no buscaba convertir esto en una aventura de una noche. Él no tenía pinta de ser de relaciones serias. O eso dejaban ver sus ojos verdes.

—Entonces, ¿me vas a decir a qué te dedicas o tengo que averiguarlo yo?

—Hazlo, si quieres.

Sus ojos brillaron en señal de desafío, haciendo que se encogiera de hombros. Sabía que no tardaría más de cinco minutos en averiguar todo lo que quería saber de él: era a lo que ella se dedicaba.

—Se quemará, Sr. Dimitri. Siempre encuentro lo que busco. —Sonrió un poco.

Mason se levantó y caminó alrededor de la mesa de café negra hecha a mano que había en el centro de la habitación. Se agachó al hueco vacío que había junto a ella y esta se giró para mirarlo.

—Tengo curiosidad por algo. —Habló rápidamente—. ¿Qué haces con Ricario, Elnora? Me ha estado carcomiendo la duda desde el club.

¿Ricario? ¿De qué estaba hablando? ¿Marcy le había contado algo sobre ella? ¡Oh, esa maldita amiga suya!

Elnora trató de apartarse de su abrumadora presencia, pero Mason la cogió del brazo y la acercó a él con una sonrisa melancólica.

—Entiendo que prefieras no hablar de ello. ¿Te he ofendido? —preguntó, con un tono juguetón. Su brazo rodeó la cintura de Elnora, impidiendo su intento de escapar.

—¿Qué te dijo Marcy sobre mí?

Cuando los ojos de Mason se estrecharon hacia ella, se quedó atónita ante su vibrante mirada. Nunca había visto un verde tan intenso, que brillaba como si pudiera ver a través de su alma.

Su mirada se dirigió a los labios de él, haciendo que su estómago se apretara al sorprenderse a sí misma anhelando otro beso.

—¿Quieres enseñarme el DB4 del que tanto fardas? —susurró ella en un intento deshilachado de pensar en otra cosa—. El que mencionaste en el club.

Mason se levantó, riendo, y se dirigió hacia el salón independiente situado en el extremo de la habitación, y Elnora lo observó.

¿Quién era Ricario? Dudaba que él fuera a decirle algo que aclarara eso, así que se encogió de hombros. Tal vez lo mejor fuera dar por terminada la noche.

—¿Qué te apetece beber? —dijo su voz desde el otro lado de la habitación.

—Cualquier cosa fuerte y amarga.

A su gemido le siguió un zumbido en el bolso de Elnora. Casi de inmediato, Elnora sacó su móvil y echó un vistazo a la pantalla.

El alarmante mensaje de Marcy en mayúsculas hizo que el corazón de Elnora palpitara con fuerza, y entonces sus ojos volaron hacia Mason.

—Y bien. —Mason se acercó de nuevo a ella, ofreciéndole un vaso—. ¿Quién es Marcy?

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