¡Ayúdame, Alfa! - Portada del libro

¡Ayúdame, Alfa!

Sqible Holloway

Capítulo 3

HAYLEY

No dejo de correr ni siquiera después de cruzar la frontera. A lo lejos, detrás de mí, oigo un aullido, que seguramente estaba avisando a mi padre de que había escapado.

Cuando corrí por la manada Sangre Nocturna, debí de haber dejado caer la tarjeta de acceso de Luke, ya que ya no está en mis manos.

Esto no era bueno. Deben de estar siguiéndome.

Verás, abusar de un compañero de manada, humano o no, va en contra de las leyes de la manada.

Si se descubre que algún lobo ha abusado o torturado a otro de su manada, el castigo es la muerte.

Sé que me van a perseguir porque si le cuento a alguien lo que me hicieron, toda la manada morirá por el castigo dado por el consejo de hombres lobo.

Si se lo cuento a alguien, seguro que me matan ellos mismos.

Aparto esos desagradables pensamientos de mi cabeza y sigo corriendo. Al cabo de una corta distancia, me desplomo en el suelo, jadeando como una perra.

Intento luchar para mantenerme despierta, pero estoy agotada. Mi cuerpo no está acostumbrado a tener que moverse tanto. Estoy acostumbrada a una celda diminuta, no a todo este espacio libre.

Mis ojos se cierran solos, aunque me grito internamente que me mantenga despierta... Pero no puedo.

***

Me despierto con el sonido de los pájaros. Intento abrir los ojos, pero el sol radiante me lo impide. Mantengo un ojo cerrado mientras exploro con el otro.

Al observar mi entorno, me doy cuenta de que estoy tumbada en medio de un bosque con árboles que me rodean. Abro el otro ojo y me levanto con dificultad.

Mareada, pierdo el equilibrio y me golpeo contra un árbol cercano, raspándome la cabeza y los brazos, me corto ambos. La sangre brota de ellos.

Tardo unos minutos en recobrar el sentido, pero el dolor ardiente que proviene de mis heridas abiertas continúa.

Se podría pensar que puedo soportar este dolor, sobre todo porque he soportado muchos tormentos; mis cicatrices son prueba de ello.

Me aplico presión en la herida de la cabeza, ya que había aprendido en mi celda que eso ahorraba parte del dolor que iba a llegar después.

Empiezo a caminar en dirección contraria a la que vine, sujetando mi brazo herido. Me doy cuenta de que estoy en territorio de canallas y no en otra manada, ya que no hay edificios ni guardias en la zona.

Esto es malo. Esto significa que estoy en peligro.

Los canallas son despiadados y matan a toda costa. No les importa nadie más que ellos mismos. Están locos.

Mi velocidad se acelera mientras mis pensamientos se vuelven locos. Cuando era más joven, antes de que me encerraran, solía leer todo sobre los territorios circundantes a lo que es ahora mi anterior manada.

Leí sobre las leyes del lobo ya que tenía sangre Alfa dentro de mí y pensé que debía saber estas cosas para tratar de impresionar a mi padre.

Si no recuerdo mal, hay una pequeña cantidad de territorio de los canallas, pero a ambos lados hay tierras de otra manada.

En los libros que leí, se decía que los canallas son desquiciados y psicópatas, pero nunca he visto uno en persona, así que no estoy segura de si es cierto o no.

Una vez que una persona se convierte en un canalla, la gente dice que pierde su humanidad.

Mi mente se dirige a mi madre. Nunca podré contarle a nadie lo que pasó. Sabrán que nací siendo un monstruo y si piensan que soy capaz de matar a mi madre, entonces pensarán que soy capaz de matar a cualquiera.

Me encerrarán y me torturarán de nuevo, durante años.

Mis pensamientos se interrumpen cuando un lobo blanco, cubierto de barro, que hace que su pelaje esté enmarañado, sale de detrás de un árbol a mi derecha. Me paralizo con un miedo total y absoluto. Es un lobo. Va a matarme.

El lobo se agacha y tira de su boca hacia atrás exponiendo sus caninos. Resulta que los canallas están tan locos como decían los libros.

La gente normal gritaría, pero como siempre me han pegado hasta el sometimiento, me doy la vuelta y corro hacia mi izquierda. Corro tan rápido como puedo.

El canalla no tardó en alcanzarme.

No sé a dónde estoy yendo, pero tengo que seguir corriendo. Acabo de escapar de mi agujero del infierno. No voy a morir por un canalla en mi primer día de libertad.

Me presiono a mí misma utilizando toda la rabia que me produce pensar en mi padre para correr más rápido, aunque me reviente los pulmones. Detrás de mí, oigo el chasquido de los dientes, que no hace sino alimentar más mi adrenalina.

«¡Sigue adelante! ¡No mires hacia atrás!» Canto en mi cabeza repetidamente.

El canalla me estaba alcanzando.

El chasquido se acerca más a mí con cada paso que doy y no se detiene hasta que agarra mi camiseta de gran tamaño (que debía ser blanca), que pertenece a Luke, y me tira hacia atrás.

Aterrizo con un golpe seco y una dentadura que me mira fijamente. Me cae la baba en la cara, pero no tengo tiempo de limpiármela porque el canalla me agarra de la camisa y empieza a sacudirme como a una muñeca de trapo.

La hierba se me pega al pelo y se adhiere a la tierra como si fuera pegamento. Las lágrimas corren por mi rostro hundido por el pánico.

Empiezo a dar vueltas y consigo golpear al canalla en el hocico con el pie. A pesar de estar descalza, la patada consigue distraerlo lo suficiente como para que me ponga en pie torpemente y salga corriendo de nuevo.

Mi respiración es corta y siento que mis pulmones están a punto de estallar.

Me alejo del canalla, con la esperanza de dejar atrás al psicópata.

Mientras corro, no me doy cuenta de que he entrado en el territorio de otra manada.

Fue sólo hasta que un enorme lobo negro azabache que irradiaba poder, entró en mi línea de visión y me derrumbé de alivio y agotamiento.

—Ayúdame, Alfa —murmuro, y entonces todo se ennegrece...

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