Elección rebelde - Portada del libro

Elección rebelde

Michelle Torlot

Revelaciones

KANE

Contemplé a mi pequeña compañera mientras el analgésico hacía efecto en su diminuta figura. En cuanto descubriera a los responsables de sus cicatrices, los mataría. A todos.

¿Eran las mismas personas que habían amenazado con matarla? ¿Y quién era Terence? Por lo visto, él también la había amenazado. A pesar de sus cicatrices, era perfecta, aunque fuera una rebelde. Bueno, ya no lo sería; sería mi luna.

Miré a Lena. Le estaba revisando los puntos. Nadie más habría podido hablarme así, pero Lena era la doctora y mi cuñada.

Además, sólo quería lo mejor para mi pequeña Katie.

Estaba indeciso. ¿Debía quedarme aquí por si se despertaba o debía ir a hablar con Nathan y averiguar por qué le había hecho esas cosas?

Lena me miró y sonrió.

—Estará bien, Kane. Probablemente duerma un par de horas por lo menos. Me conectaré mentalmente contigo si hay algún cambio.

Asentí y me dirigí a la puerta. Miré por encima del hombro justo antes de abrirla. Una última mirada a mi compañera. Era difícil estar lejos de ella aunque fuera un momento.

Le devolví la sonrisa a Lena.

—Gracias. —susurré, y salí por la puerta.

***

Después de lo que había hecho Nathan, hice que Alec lo metiera en una de las celdas de abajo. No sólo había desobedecido una orden directa de no hacer daño a ninguna prisionera, sino que casi había matado a mi compañera.

Luego, cuando se dio cuenta de lo que había hecho, pretendía asesinarla y ocultármelo.

Gracias a la diosa por Alec. Él era leal, por lo que decidí ascenderlo instantáneamente para que fuera mi Beta. Ahora tenía que decidir qué hacer con Nathan: que bajara de puesto, matarlo o desterrarlo.

Primero, le interrogaría, averiguaría todo lo que supiera sobre mi pequeña compañera.

Nathan pasó una semana en las celdas. Ese era el tiempo que había tardado mi pequeña en recuperarse de la operación.

Si hubiera muerto, le habría arrancado la garganta a Nathan. Tuvo suerte de que Lena lograra salvarla.

Cuando me acerqué a la celda, Nathan se agarró a los barrotes, pero rápidamente apartó las manos. Era una de nuestras celdas de alta seguridad. Los barrotes estaban impregnados de plata.

—Dime, Nathan —siseé—, ¿cuánto tiempo llevas ignorando mis órdenes?

Nathan me miró fijamente. Tenía un aspecto horrible; tenía ojeras. No sentí ninguna pena por él, se lo había buscado.

—Había que controlarlas. Siempre se curaban —tartamudeó.

Lo fulminé con la mirada.

—¡¿Y qué pasa con Katie?! —gruñí.

Me miró con el ceño fruncido, con cara de confusión.

—¿Katie?

Gruñí y le fulminé con la mirada. ¡Ni siquiera había averiguado su nombre!

Nathan me miró con cara de asombro.

—¡No puede ser! Es patética, no puede curarse a sí misma, ¡ni siquiera puede transformarse! —exclamó.

Si los barrotes que nos separaban no hubieran sido de plata, los habría arrancado.

Mis ojos parpadeaban negros mientras luchaba por contener a mi lobo. Pero tenía que hacerlo. Tenía que saber lo que Nathan sabía. Una vez que lo supiera, me encargaría de él.

—¿Cómo sabes esas cosas? —gruñí.

Nathan respiró hondo.

—Te diré todo lo que sé, pero... —Vaciló—. Debes mostrarme piedad.

Le fulminé con la mirada. No tenía intención de mostrarle piedad, pero necesitaba información. —Muy bien, pero me lo contarás todo —Resoplé.

Nathan asintió. —Me dijo que no podía curarse ni transformarse, justo antes de...

Sus palabras se interrumpieron.

—¡Justo antes de que le pidieras el cuchillo a Alec! —siseé.

Nathan asintió y continuó.

​​—Acabábamos de capturar a un rebelde. Nos dijo que nos diría dónde se habían escondido Ridgeway y sus rebeldes. Dijo que la hija de Ridgeway seguía en la casa y que era lo único que quería a cambio de la información.

»Pensé que Ridgeway podría regresar por ella. Y si no lo hacía, ¡pensaba que ella podría saber dónde estaba!

Entrecerré los ojos.

—¡¿Ibas a darle a un rebelde mi pareja como moneda de pago?! —gruñí.

Nathan dio un paso atrás y bajó la mirada.

Nathan conocía mi postura al respecto. Tenía reglas estrictas sobre las lobas y sus parejas. Permitía a los machos tener relaciones sólo con sus compañeras.

Si, después de los veintiún años, no habían encontrado a su pareja, entonces tenían que hacerme una petición formal, si sentían atracción por una loba.

Por lo que a mí respecta, esto no era diferente ni siquiera para las prisioneras. Todas las mujeres de mi manada eran tratadas con respeto.

—¿Y sus cicatrices? ¿Quién se las hizo? —gruñí.

Nathan levantó lentamente los ojos y se encogió de hombros.

—No lo sé —murmuró.

—¿Qué pasó cuando la encontraste? —pregunté.

Nathan se pasó los dedos por el pelo.

—Estaba escondida. Me había llevado a Carlotta y a Daniel conmigo. Carlotta detectó su olor en una pequeña habitación. Cuando abrió la puerta, la rebelde… Digo, Katie, le tiró unas monedas a la cara e intentó huir.

Sonreí por un momento. Mi astuta compañera.

—Entonces, ¿qué pasó? ¿Cómo se rompió la nariz?

Nathan tragó saliva.

​​—Daniel la cogió y la sujetó. Carlotta se enfadó y sacó su cuchillo. Le dije que se retirara, ¡entonces la rebelde mordió a Daniel!

Entrecerré los ojos, Daniel era un buen guerrero, pero si había herido a mi compañera, sería severamente castigado, ¡aunque ella le hubiera mordido!

Nathan se dio cuenta de lo que pensaba. Negó con la cabeza.

—Daniel no tomó represalias. Simplemente la dejó ir. Entonces ella corrió hacia la puerta y trató de deslizarse a través de mis piernas —continuó Nathan—. Su cara chocó con mi rodilla.

Lo fulminé con la mirada.

—¡Le has roto la nariz! —Tomé aire, intentando mantener la calma—. ¿Dónde está esa rebelde informante tuya?

Nathan suspiró.

—Todavía está en las celdas. Iba a ser liberado hasta...

Me di la vuelta y empecé a alejarme.

—¿Y yo qué? ¿Qué vas a hacer conmigo? —gritó Nathan.

Le ignoré y fui a buscar al rebelde.

***

El rebelde estaba en una celda estándar. Parecía un poco inquieto, pero no era de extrañar. Hacía un momento iba a ser liberado y al siguiente su salvador estaba encarcelado.

Reprimí mi ira. Si empezaba a despotricar, no conseguiría nada de él.

—Así que, rebelde... ¿Tienes un nombre? —pregunté.

Asintió nervioso. Probablemente sabía quién era yo. Incluso para un extraño, mi aura Alfa era evidente.

—¡T... Terence! —tartamudeó.

Eso fue todo. Cualquier posibilidad de contener mi ira se evaporó. Abrí de golpe la puerta de la celda y lo agarré por el cuello, empujándolo contra la pared.

—¿Le hiciste a Katie esas cicatrices? —gruñí.

Ni siquiera intentó apartar mis manos. Las palmas de sus manos se apretaron contra la pared.

—¡No! ¡Fue Ridgeway! —jadeó.

Le quité algo de presión de la garganta.

—¡¿Su padre?! ¿Por qué? —gruñí.

—Quería endurecerla, hacer que saliera su loba. —Terence dudó—. ¡Y… Y la amenazaba!

Entrecerré los ojos. —¿La amenazaba?

Terence asintió. —¡Dijo que le haría lo mismo que a su madre!

—¿Quién era su madre? —siseé.

Vi cómo aparecían gotas de sudor en la frente de Terence.

—He oído algo pero... No estoy seguro.

Vi cómo se relamía nerviosamente. Podía oler su miedo. No estaba seguro de si era miedo a mí o a Ridgeway.

—¡Ella le traicionó, así que le arrancó el corazón del pecho e hizo que su hija lo viera! —balbuceó.

Lo miré con incredulidad. Sabía que Ridgeway era un rebelde peligroso, probablemente el más peligroso que conocíamos, ¡pero eso!

—¿Cuándo? —gruñí— ¿Cuándo pasó todo esto?

Terence negó con la cabeza.

—No estoy seguro... ¡Hace tres, quizá cuatro años!

Puse los ojos en blanco y le agarré la garganta un poco más fuerte. Mi pobre compañera.

No es de extrañar que no hubiera rastro de su loba. Una experiencia tan traumática como esa, a una edad tan temprana, haría que incluso el lobo más fuerte se escondiera.

—Y tú, ¿qué te hizo traicionarlo? —dije.

Terence volvió a lamerse los labios, pero esta vez no de miedo. Podía ver la lujuria en sus ojos.

—Quería probar a esa dulce inocente... Su padre dijo que me mataría si le ponía una mano encima, pero tu Beta... Bueno, ¡hicimos un trato!

Mis ojos se pusieron negros y brillaron como nunca. Empecé a gruñir, con mi lobo cerca de la superficie.

—¡Querías usar a mi compañera como juguete sexual! —gruñí.

Inmediatamente vi el pánico en la cara del asqueroso rebelde.

—Yo... No tenía ni idea de que era tu compañera... ¡No tiene loba! No se cura ni se transforma —Empezó a lloriquear.

—¡Si ella tiene a su loba o no, no es asunto tuyo! —gruñí.

Le sujeté con una sola mano la garganta. Mi otra mano empujó su cabeza hacia un lado hasta que oí un sonoro chasquido.

Solté mi mano y dejé que su cuerpo sin vida cayera al suelo. Me di la vuelta y me alejé. Al salir de la celda, vi a uno de los guardias mirando fijamente hacia el interior.

—¡Deshazte de ese asqueroso pedazo de mierda! —gruñí.

El guardia se inclinó. —Sí, Alfa.

Salí de las mazmorras y subí a la parte principal de la manada. Tenía que hablar con mi padre.

Tenía un vago recuerdo de algo que había ocurrido en nuestro territorio cuando él aún era Alfa. Si lo que pensaba era correcto, mi pequeña compañera era mucho más fuerte de lo que creía.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea