Él y yo - Portada del libro

Él y yo

Marie Rose

Capítulo Tres

SIENNA-ROSE

Sophie no tardó en volver a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Sabía que tenía algo que ver con aquel atractivo desconocido, pero no se me ocurría cómo podría conocerlo.

Decidí dejar de darle vueltas y hacer lo más razonable: preguntar.

—¿Y quién era el de delante? —eso solo pareció agrandar su sonrisa; sentí una oleada de miedo hasta el estómago porque ningún humano debería ser capaz de levantar tanto las mejillas, pero no iba a aguarle la fiesta mencionándolo.

—Oh, querida, ese buen joven es mi sobrino. Tiene veintidós años y es dueño de su propio negocio. Es soltero, sabes —me guiñó un ojo con una expresión sugerente en el rostro.

No era ningún secreto que era guapo; probablemente él mismo lo sabía, pero yo no tenía tiempo para tipos como él. Debía tener mujeres que se le tiran encima todo el tiempo, ¿por qué querría a una simple mujer?

—Sabes que no tengo tiempo para citas; entre trabajar aquí y la discoteca no tengo tiempo ni para mí misma. Además, un tipo así ni siquiera miraría en mi dirección.

Su sonrisa permaneció en su rostro y, poniendo los ojos en blanco, comenzó a caminar hacia los hornos traseros.

Volví al frente y continué con mi trabajo. No fue hasta el mediodía cuando el ritmo empezó a aumentar; eso era normal la mayoría de los días, así que estaba acostumbrada a trabajar a un ritmo alto.

Eso y mi experiencia de trasnochar en la discoteca me ayudaban mucho a recordar los pedidos y a mantener el ritmo de la preparación de las bebidas.

Eran alrededor de las tres de la tarde cuando empezó a calmarse el trabajo y por fin tuve cinco minutos para mí.

Cuando solo quedaban dos mesas, me aseguré de que estaban bien y de que tenían todo lo que necesitaban antes de salir a comprobar si tenía algún mensaje de mis padres. Tenía un mensaje, pero no uno que yo quisiera.

Marcus FiltonPaige llamó diciendo que estaba enferma, te necesitan esta noche para cubrirla. ¡NO HAY EXCUSAS!

Volví a la cocina a buscar a Sophie; tendría que salir a las cinco para poder llegar a casa y coger el uniforme para llegar a tiempo.

—¿Sophie? ¿Has vuelto? —llamé a la cocina.

—Aquí atrás, cariño, ¿está todo bien? —por como sonaba, Sophie estaba en el congelador al otro lado de la habitación. Empecé a acercarme esperando que le pareciera bien que me fuera un poco antes.

No es que no tuviera personal para atender la planta, porque Olivia, otra camarera, llegaría a las cinco para hacerse cargo.

Entré en el congelador y me encontré a Sophie con la cabeza metida entre las frutas congeladas.

—Uf, sabes que odio hacerte esto, Sophie, pero mi otro jefe me ha enviado un mensaje y tengo que cubrir a otra camarera esta noche. ¿Estaría bien si me voy hoy a las cinco en vez de a las seis?

Contuve la respiración esperando que no le importara; normalmente, los días que trabajo tanto en la discoteca como en la cafetería, llevo el uniforme porque el autobús de la cafetería a la discoteca sale a las seis y veinte y el trayecto dura unos treinta y cinco minutos.

Así que necesitaba la hora extra para ir a casa, coger mi ropa de trabajo y cubrirme cualquier moratón que pudiera ser visible con la pequeña ropa que la discoteca llama uniforme.

—Por supuesto, cariño, eres muy trabajadora, entiendo que a veces pasen cosas así. Pero no lo conviertas en un hábito.

Me quedaban dos horas para terminar mi turno y decidí aprovecharlas. Tras ocuparme de las últimas mesas, limpié todos los mostradores y las sillas, repuse la bollería y lavé todos los vasos usados.

Cuando terminé eran las cuatro y cuarenta y cinco. Me aseguré de que todo estuviera en orden y volví a hablar con Olivia para ver si necesitaba ayuda con las mesas.

Finalmente dieron las cinco y Sophie se despidió rápidamente de mí y me fui; caminando lo más rápido que pude me dirigí a casa para prepararme para otro largo turno en la discoteca.

En cuanto puse la mano en el picaporte, la puerta se abrió y apareció mi madre, que sin duda salía a gastar un dinero que no podíamos permitirnos perder.

—Espero que hayas desaparecido para cuando tu padre vuelva a casa; todos sabemos que el mal humor que le pones no beneficia a nadie.

Sé que suena como si le importara pero, en otras palabras, no quieren verme la cara, no les importa lo que me pase o a dónde vaya si no estoy cerca de ellos.

Me adelantó y fue directamente a su coche. Después de verla conducir por la carretera, corrí escaleras arriba y directamente al ático para prepararme.

Después de usar medio tubo de corrector y asegurarme de que tenía todo lo que necesitaba para el trabajo, eran alrededor de las seis y cuarto. Corrí a la parada del autobús sin pararme a saludar a mis hermanos. A duras penas conseguí coger el autobús y con las propinas que había ganado en la cafetería me pagué el billete.

Llegué a la discoteca a las seis y cincuenta, lo que me dejaba diez minutos para vestirme. Pasé entre la gente que bailaba y las sillas que parecían estar tan lejos de las mesas que ni siquiera servía de nada tener una mesa.

Llegué a la sala de personal, me vestí más rápido que nunca y me dirigí al bar, donde mi jefe, Marcus, estaba hablando con el chico nuevo detrás de la barra.

—Bien, ya estás aquí, Sienna. Hay un grupo de hombres especialmente importantes en la sala VIP cuatro; serás su camarera personal esta noche. Cualquier cosa que quieran se la das.

Siempre me ponía los pelos de punta, solo tenía veintiséis años y se creía con derecho a tocarme cuando le diera la gana. Sabía lo que quería decir con «todo lo que quieran», pero yo no era así.

Me negaba a perder mi dignidad y autoestima por un poco más de propina. No merecía la pena.

—Vale, ¿eso es todo? —me hizo un breve gesto con la cabeza y me miró de arriba abajo antes de despedirse por completo.

Me estremecí involuntariamente mientras me alejaba, no porque me gustara, todo lo contrario… Pero allí nadie tenía la confianza necesaria para plantarse frente a él. Por desgracia, yo era una de esas personas; necesitaba ese trabajo más de lo que me gustaba admitir.

Me dirigí a las escaleras que conducen a las secciones VIP y puse una bonita sonrisa para hacer el trabajo.

Comprobé rápidamente mi maquillaje en el espejo para asegurarme de que los moratones estuvieran cubiertos y que tuviera un aspecto presentable antes de dar un pequeño golpe para avisar de mi llegada a las personas que estuvieran detrás de la puerta.

Cuando la sala se quedó en silencio, lo tomé como una señal para entrar. En cuanto entré, me di cuenta de que la sala estaba llena de hombres de aspecto aterrador, todos vestidos de oscuro.

—Buenas noches, caballeros. Soy Rose y seré su camarera hoy. ¿Puedo ofrecerles algo?

Cuando empecé a trabajar aquí, Marcus me dijo que mi nombre era demasiado largo, así que lo redujo a Rose, para que los clientes pensaran que soy «inocente como una flor».

Sus palabras, no las mías, pero supongo que me gustaba que nadie, de los que iban allí, supiera mi nombre completo; así evitaba que los raritos que no podían mantener las manos quietas hicieran preguntas.

Todos los empleados me llamaban Sienna, así que cuando iban viejos preguntando por Rose, normalmente los desviaban diciéndoles que no conocían a ninguna Rose.

Sentía que un par de ojos me miraban desde algún lugar de la habitación, pero no quise mirar a mi alrededor por si se trataba de una falsa sensación.

—Tomaré una cerveza.

—Whisky, solo.

—Tomaré lo mismo que Cole, dame un whisky.

—Chupitos de tequila para mí —aquella voz me sonó extrañamente familiar, y cuando miré para ver a quién pertenecía la voz mis ojos conectaron con unos ojos azules familiares. Era el sobrino de Sophie.

Ahora sabía quién me había mirado cuando entré porque, incluso ahora que le devolvía la mirada, no hacía ademán de apartar la vista primero. Rápidamente aparté la mirada recordando que tenía un trabajo que hacer y me excusé sin mirar atrás.

—Enseguida —me fui a por sus bebidas y recé para que no se acordara de mí, pero por su mirada supe que sí… Pero había algo más, algo detrás del reconocimiento.

Tal vez era solo mi mente dándome falsas esperanzas de que un tipo como ese pudiera encontrar a una chica como yo mínimamente atractiva.

Repetí su orden a Peter detrás de la barra y me preparé para volver a entrar en aquella habitación sin crear un escenario incómodo entre Ojos Azules y yo.

—Aquí tienes, Sienna —cogí la bandeja con un silencioso gesto de agradecimiento y subí las escaleras lo más rápido que pude sin derramar ninguna de las bebidas por el camino.

Volví a llamar rápidamente a la puerta y entré, dirigiéndome a la mesa en medio de todas las sillas.

Una vez que dejé las bebidas de todos, me giré para alejarme solo para ser detenida por una mano que me tiraba al regazo de un tipo que no conocía.

—Vamos, cariño, ¿quieres ser mía esta noche? —tenía que lidiar con tipos así todo el tiempo, pero nunca sería una pusilánime y permitir que pervertidos como él me tocaran cuando no quería.

—No lo creo, ahora si fueras tan amable de quitar tus manos de mi cuerpo, te lo agradecería mucho —intenté sonar lo más dulce posible, pero este tío no daba su brazo a torcer.

Miré alrededor de la habitación para ver si alguno de los chicos me ayudaba, saltándome a propósito su mirada.

—Vamos, no te hagas la difícil ahora, tienes mi atención. ¿Por qué actúas como si no me quisieras? Sé que me quieres —ese tío me estaba empezando a cabrear de verdad, pero esa última frase me hizo estallar. No pude contenerme más.

—Bien, traté de ser amable pero claramente tu ego está bloqueando tus funciones cerebrales, ahora te sugiero que me quites tus malditas manos de encima antes de que realmente pierda los estribos.

Agarré su mano que estaba en mi cintura mientras se levantaba y la retorcí detrás de su espalda hasta el punto de estar sentado en una posición incómoda. —No soy como esas otras putas baratas que encuentras en estos sitios, así que mantén las manos quietas.

Le solté y me dirigí a la puerta. Con la sonrisa más dulce en mi cara, me di la vuelta para excusarme. —Disfruten de sus bebidas, caballeros.

No faltaron las expresiones de asombro, pero hubo una persona que me llamó la atención. Mirando hacia él, me di cuenta de que no parecía escandalizado; en todo caso, parecía... orgulloso. Quizá nunca había visto a una chica como yo defenderse por sí misma. Debía de ser eso.

Salí de la habitación y me dirigí directamente hacia Marcus para informarle de lo sucedido.

—Ocurrió un incidente en la sala VIP; un tipo se pasó de manitas y le puse en su sitio —yo no era una persona violenta, pero ya aguantaba bastante tormento en casa. Tampoco lo necesitaba en el trabajo.

—¿Eres estúpida, Sienna? Esos hombres son peligrosos. Cuando te piden algo, les sigues la corriente, sin hacer preguntas.

¿Por qué la gente se portaba tan rara ese día? Marcus siempre decía que su regla número uno era que la gente no podía maltratar a las camareras.

—¿Qué pasó con la política de «no pueden tocarte si no quieres que te toquen»? —antes de que me diera cuenta, Marcus me había agarrado del brazo con más fuerza de la necesaria y empezaba a arrastrarme hacia la puerta trasera.

Mientras luchaba, capté la mirada de Ojos Azules al otro lado de la habitación. No confiaba en Marcus ni en sus intenciones, y esperaba que la mirada que le dirigía ahora fuera una que indicara mi necesidad de ayuda.

Por desgracia, antes de que tuviera la oportunidad de dar ninguna otra indicación de que necesitaba ayuda, ya era demasiado tarde, estábamos en la parte de atrás. Marcus me arrojó contra la pared junto a la puerta trasera y se quedó demasiado cerca.

—Ahora, ¿de dónde viene todo este descaro, Sienna? Es un poco sexy. Tal vez puedas usar esa boca por una vez.

Sus manos me agarraron bruscamente por las caderas y supe que tendría moratones aún más recientes cuando todo aquello acabara. Estaba aterrorizada. No podía moverme ni funcionar. Nunca me había pasado algo así y no sabía qué hacer.

Por fin salí de mi trance cuando empezó a darme besos húmedos en la garganta. No era nada agradable; tenía que contenerme para no vomitar por todas partes. Tal vez esa era una buena idea. Sal de ahí, Sienna.

Por favor, déjame en paz. Que alguien me ayude —empecé a gritar, pero parece que a Marcus no le hizo gracia; me dio un fuerte golpe a la cara para que me callara.

En mi estado de confusión, me tiró al suelo y empezó a desabrocharse los vaqueros. Iba a violarme y aquel golpe en la cara no hacía más que aumentar el dolor ya palpitante en el resto de mi cuerpo.

Había perdido mi lucha. Justo cuando su peso se apoyaba contra el mío, desapareció tan rápido como había llegado.

—Aléjate de ella. —conocía esa voz; era Ojos Azules. Mi visión empezó a volverse negra y cada vez me costaba más mantenerme despierta. Sabía que no podía desmayarme en ese momento; necesitaba llegar a casa esa noche.

Me levanté y parpadeé un par de veces para aclarar mi visión, pero solo funcionó ligeramente.

Por lo que pude ver Ojos Azules tenía a Marcus en el suelo, y no paraba de lanzar golpes mientras otro tipo montaba guardia a la entrada del callejón.

Vi cómo Ojos Azules se inclinaba hacia Marcus y le susurraba algo al oído. Por la expresión de su cara, no debió de resultarle muy agradable.

Desde donde estaba apoyada en la pared, solo pude distinguir unas pocas palabras: —Tú... tocas... mía... morirás.

Para mí no tenía sentido, pero antes de que pudiera ocurrir nada más, un Range Rover negro se detuvo a la entrada del callejón y lo que parecían ser cuatro hombres corpulentos se acercaron a Ojos Azules y arrastraron hasta el coche a un Marcus salvajemente golpeado.

Mis rodillas empezaron a flaquear y, antes de que me diera cuenta, el suelo se acercaba rápidamente, pero unos brazos rodearon mi cintura provocando cosquilleos en las partes que sus manos tocaban. Sabía que era Ojos Azules quien me sujetaba, pero no entendía por qué estaba allí.

Pero estaba agradecida.

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