Odiada por mi Alfa - Portada del libro

Odiada por mi Alfa

Nathalie Hooker

Capítulo 13

Aurora

Acababa de poner un pie en la mansión, junto con Beta Barone, cuando la señora Kala se acercó corriendo.

—¡Por fin! He estado esperando a que volvieras. Vamos. Tu comida ya debe de estar fría.

Me agarró del brazo y empezó a arrastrarme hacia el comedor, no sin antes hacer una reverencia al beta.

—Por favor, discúlpanos, Beta Max, pero tengo que llevar a Aurora a cenar, o si no tendré problemas.

—No hay problema, señora Kala. Nos vemos, Rors —dijo.

Me hizo otro guiño antes de irse.

—No tenía por qué preparar mi comida, señora Kala. Podría haberlo hecho yo dije a la anciana.

—Oh, créeme, he tenido que hacerlo. El alfa no se mostró contento cuando descubrió que no te habías echado nada al estómago en todo el día. Me dejó muy claro que debía asegurarme de que comieras algo.

Sus palabras me cogieron por sorpresa.

¡¿Lo ves?! Está preocupado por nosotras —dijo Rhea.

—¿No estaba contento? —repetí las palabras de la señora Kala, tratando de asegurarme de que las había oído bien.

Mientras hablaba, tomé asiento en la mesa del comedor.

—Sí. Dijo que no quería que te desmayaras mañana en tu primer día de servicio por inanición.

Colocó ante mí un plato de comida con un olor delicioso, pero mi apetito desapareció de repente.

Lo sabía. Era demasiado bueno para ser verdad. En realidad no se preocupa por mi bienestar —le dije a Rhea.

Picoteé sin apetito, pero obligándome para no disgustar al alfa, ni meter a su gobernanta en problemas.

Cuando terminé, me excusé y me dirigí directamente a mi habitación, lista para que el día terminara.

Sin embargo, cuando entré me encontré con una doncella que estaba colocando un hermoso ramo de rosas en un bonito jarrón de cristal.

—Oh, discúlpame por la intromisión. La señora Kala ha dicho que el alfa le mandó poner estas flores aquí —sonrió, extendiendo el jarrón para que lo tomara.

—¿El alfa? Debes de haberte equivocado de habitación —dije, desconcertada por sus palabras. Atónita, tomé el jarrón de hermosas rosas en mis manos.

—No. Las tenía que traer a la habitación de Aurora Craton. La que está justo al lado de la del alfa, en el cuarto piso.

Su brillante sonrisa hizo que mis mejillas se calentaran y sentí que se sonrojaban.

—Gracias —dije, aún conmocionada.

—De nada. Por cierto, soy Faye. Nos veremos con frecuencia a partir de hoy. La señora Kala también ha enviado tu uniforme. Lo tienes en tu vestidor.

Me tendió la mano para que la estrechara y lo hice, devolviéndole la sonrisa.

—Bueno, estoy deseando trabajar contigo, Faye.

Salió de la habitación y me dejó admirando las rosas. Las coloqué en mi mesita de noche, junto a la cama.

Me tumbé, disfrutando de su belleza incluso cuando mis ojos se volvieron pesados por el cansancio.

Tal vez sí le importamos —di la razón a Rhea mientras me dormía.

***

Me encontraba de nuevo en el claro. Estaba seco y dañado.

Estaba tumbada en un charco de algo. Algo húmedo.

Levanté las manos para ver un líquido carmesí que corría por mi palma. Estaba acostada en mi propia sangre.

Un gruñido llamó mi atención. Miré y vi al lobo negro de ojos azules. Se puso de frente, con los colmillos desnudos.

Pero no se movió. Era como si algo le hubiera asustado.

Le miré a los ojos, sólo para darme cuenta de que no me estaba mirando a mí, sino a algo que habría detrás de mí.

Me giré y vi una luz que brillaba sobre el lago claro y tranquilo.

No lo hagas, joven. Las cosas cambiarán para mejor...

Una voz tranquilizadora resonó a nuestro alrededor, haciendo que el lobo negro agachara la cabeza y gimiera.

¡Bip! ¡Bip!

¡Bip! ¡Bip!

Mi alarma sonó, despertándome del extraño sueño. Sin embargo, sentí que todo estaría bien.

Corrí al baño y me di una ducha rápida, luego me dirigí al enorme vestidor y me puse el uniforme.

Consistía en una camisa blanca abotonada de manga larga, un chaleco negro y una falda negra que me llegaba a medio muslo.

Las medias y los zapatos negros hacían juego con el atuendo. Y una pequeña pajarita para complementarlo todo. Decidí recogerme el pelo en una coleta.

Para cuando terminé, eran las cinco y media de la mañana, lo que me daba el tiempo justo para ir a la cocina, coger el café del alfa y llevárselo antes de las seis.

Cuando bajé a la cocina, me recibió el ayudante de cocina, Tony, que ya estaba cortando verduras.

—Buenos días, Tony —le saludé.

—Buenos días, Aurora. ¿Qué te ha parecido tu primera noche en la mansión? —me preguntó mientras hacía un gesto hacia la máquina de café.

—Hasta ahora, todo bien —respondí con sinceridad.

Aparte de aquel extraño sueño, había tenido una buena noche. Especialmente después de que Wolfgang me enviara las rosas.

Procedí a preparar su café como me había indicado. Solo, sin azúcar.

—Asegúrate de que el café esté bien caliente. A él le gusta así —aconsejó Tony. Así lo hice.

Cuando me detuve frente a su puerta con el café preparado, faltaban cinco minutos para las seis. Llamé tímidamente.

—Adelante —oí la voz suave y aterciopelada que llegaba desde el otro lado.

Agarré el pomo de la puerta y la abrí para encontrarlo sentado despreocupadamente detrás de su escritorio, revisando algunos papeles.

Contuve un grito ahogado al darme cuenta de que no llevaba camisa, dejando al descubierto sus increíbles abdominales. Rápidamente agaché la cabeza y extendí la taza que tenía en mis manos.

¡OH, MI DIOSA! AURORA, ¡si no saltas sobre él, lo haré yo! —chilló mi loba en mi cabeza. Prácticamente estaba dando volteretas.

La bloqueé inmediatamente.

—Tu café, alfa —logré decir.

—Déjalo en el escritorio. Luego haz la cama y baja la ropa sucia a la lavandería. Y no te olvides de subir la ropa limpia —dijo de un tirón.

Ni siquiera me miró de reojo.

Asentí y me di la vuelta, contemplando la habitación de Wolfgang.

Era del mismo color que su despacho de abajo. Paredes azules con adornos dorados.

Su cama era enorme, tamaño extra grande, con un llamativo dosel y cortinajes de terciopelo colgando alrededor.

También había una biblioteca, con muchos libros. Así que le gustaba leer. Igual que a mí.

Había una chimenea con un enorme televisor colgado sobre ella, y dos puertas a cada lado, que supuse eran el vestidor y el baño.

Mientras me dirigía a su cama para comenzar mi trabajo, me acordé de las rosas.

—Eh... gracias, alfa —le dije.

—¿Por qué? —inquirió, levantando finalmente su mirada hacia mí.

—Por las rosas. Son realmente hermosas —dije con una sonrisa, recordando las flores que ya adornaban mi mesita de noche.

—Yo no he enviado ninguna rosa. Ha debido de ser la señora Kala —respondió antes de volver a hundir la cabeza en la pila de papeles.

Sus palabras me dolieron más de lo que quería admitir.

Por un momento, había pensado que le importaba y que por eso me había enviado aquellas rosas.

Debería haberlo imaginado.

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