En el fin del mundo - Portada del libro

En el fin del mundo

Emily Writes

De camino a casa

Savannah

La clase de gimnasia transcurrió sin problemas. Percy y yo pasamos a nuestra siguiente clase y nos emparejaron para un proyecto de grupo.

Sentada en la mesa de atrás, decidí decirle, una vez que llegáramos a casa, que había solucionado el problema del príncipe motero.

Cuando por fin sonó el timbre y empezamos a caminar, sentí que se me erizaban los pelos de la nuca y me dio la sensación de que estaba siendo observada.

Miré a mi alrededor, doblando mi chaqueta en el pliegue del codo y recolocándome la mochila bajo el implacable sol.

Al principio no vi nada, hasta que salimos del recinto escolar. Entonces los vi.

Damon y sus dos amigos, sentados al final de la calle por donde cruzábamos, en el banco del parque, como si no tuvieran nada mejor que hacer.

Percy estaba revisando su teléfono. Antes de que tuviera la oportunidad de sugerir que cambiáramos de calle, el chico rubio dijo mi nombre falso.

Le devolví el saludo, me giré hacia Percy y le arrebaté el teléfono de la mano.

—Percy, la he cagado pero está todo controlado. No mires pero necesito que cruces la calle y te vayas a casa.

Le susurré precipitadamente, manteniendo una expresión tranquila y neutra en mi rostro para que los chicos que estaban delante nuestro esperando a que llegara no notaran mis nervios.

—¿Qué coño...? —Sus ojos se alzaron y entendieron a lo que me refería; su cuerpo se puso rígido y vi el miedo brillar en sus ojos azules.

—Lo sé, pero estoy bien. Sigue caminando y llámame si no estoy detrás de ti en cinco minutos. Todo está bien. Ve.

Le devolví el teléfono y le di un empujón en la dirección que quería que tomara.

Hizo lo que dije, como cuando éramos niños, cruzó la calle y no miró atrás.

Cuando llegué al banco del parque, el rubio me sonrió.

—Hola, preciosa —coqueteó descaradamente.

—Hola, Sunshine. —Volví a agitar la mano y lo miré con desconfianza.

—He preguntado por Ginny Granger y nadie parece saber quién eres.

Damon se sacó sus gafas de sol y se las colgó del cuello de su camiseta blanca, en el profundo escote de su cuello en V.

—¿Lo preguntaste con g o con j? Puede ser que lo hayas pronunciado mal—bromeé.

El sudor brillaba en su pálida piel.

—¿Por qué estás preguntando por mí de todos modos? ¿No dejé claro que no estaba interesada en ti? —Me balanceé con la cadera ladeada y me crucé de brazos.

Damon se burló sin esfuerzo, como si no me creyera en absoluto.

—Además, no estás buscando un “juguete nuevo” —añadí con chulería y adopté una voz grave para decirlo, como él. La sonrisa de Sunshine creció junto con la del chico del pelo castaño.

—¿Por qué sales con ese maricón?

Damon miró en la dirección en la que iba Percy. Una cosa que nunca, nunca había soportado era que alguien hablara mal de Percy.

Salió del armario como bisexual cuando tenía catorce años y siempre lo he apoyado.

Esto fue un disparo a bocajarro para mí.

—El término aceptado es gay, que no lo es. Ojalá fuera agradable hablar contigo, Ángel, pero tampoco lo es. Y no tengo tiempo para perderlo con un gilipollas homófobo como tú.

—Me voy. Adiós, Sunshine. —Saludé al chico rubio e incluso extendí mi saludo cortés al chico de pelo castaño antes de lanzarle una mirada de odio a Damon.

Mis zapatos golpearon el pavimento con fuerza. No había siquiera cruzado la calle, que Sunshine ya estaba a mi lado.

—Siento que te haya hecho enfadar. —Se puso delante de mí, caminando hacia atrás para así poder mirarnos.

—No lo sientas , solo informaros antes de hablar.

Dejé de caminar para que no me siguiera a casa. Pude ver a Percy asomarse por detrás de un arbusto unas casas más abajo.

—¿Puedo ayudarte en algo, Sunshine? Realmente preferiría que no me siguieras a casa.

Sonrió, con una sonrisa radiante que si hubiera sido mi tipo, seguramente le hubiera funcionado Pero no era el caso. .

Tu nombre no es Ginny.

—¿Quién lo dice?

—¿Por qué cogiste la ropa de Damon?

Cambió de tema, pero me di cuenta de que miraba fijamente detrás de mí.

Me giré para estar de lado y tener una visión clara de mi entorno y cambié la posición de mis brazos, que sostenían mi chaqueta y mi bolsa.

—La necesitaba. Era, mano de santo, una emergencia. Lo siento, pero lo hecho, hecho está. Ayúdale a superarlo.

Mi teléfono empezó a sonar y supe que era Percy.

Al mirarlo, le di a aceptar y me lo llevé a la oreja.

—Tengo que irme, Sunshine, que tengas una buena tarde.

Me despedí por última vez y entablé una falsa conversación con Percy antes de que pudiera responder o hacer más preguntas.

Me alejé rápidamente y miré hacia atrás para asegurarme de que no había más ojos sobre mí antes de dejar que Percy saliera del arbusto y nos apresuráramos a volver a casa.

En cuanto la puerta se cerró, Percy se detuvo frente a mí, exigiendo saber qué estaba pasando.

—Así que... fue Damon a quien se la cogí prestada y cuando fui a devolvérsela me pilló. No pasó nada, sólo he llamado su atención, pero se le pasará. Todo está bien.

Hizo su habitual rutina de estresado y repitió todo lo que dije como si fuera una pregunta.

Luego se mantuvo callado y cuando el tío Jonah llegó a casa no le ofreció mucha charla, dejándome a mí ese trabajo.

El tío Jonah siempre se aseguraba de tomarse un tiempo cada noche para hablar con nosotros por separado, como si nos estuviera arropando o algo así.

Quería darnos atención independiente y asegurarse de que estábamos bien.

Normalmente parecía que tardaba más conmigo aunque yo apenas le contaba nada.

Quiero a mi tío, no me malinterpretéis, pero me cuesta mucho abrirme del todo.

Y el tío Jonah se parecía mucho a mi padre, al que echaba tanto de menos que me dolía físicamente, así que además tenía que poner todo mi esfuerzo para no pensar en él.

Verle llegar cada noche hacía que fuera mucho más difícil de olvidar.

Si cerraba los ojos podía fingir que era papá el que hablaba; sonaba como el tío Jonah siempre que estaba resfriado y su voz era rasposa.

Cuando llegó esta noche, vi ese momento como la oportunidad para preguntarle por el rey motero y su príncipe.

—Así que es cierto lo del rey de los motoristas. Su hijo va a nuestra escuela. —Le di un empujón para que hablara de ello sin que yo le preguntara directamente.

—Lucien y Damon. —Asintió, dando un lento paseo por mi habitación y mirando mis paredes en blanco.

—Hablar de esa escoria me da dolor de cabeza. Gimió y se frotó la cara envejecida.

—¿Qué tal si este fin de semana vamos a la ferretería y compramos algo de pintura? ¿Algunas brochas? ¿Y te vuelves loca?

Me empujó a mi pasado, queriendo que dejara mi habitación como mi antiguo dormitorio.

Con pintura de diferentes colores por todas partes.

Cuando cumplí once años, mamá sacó todos mis muebles y cubrió el suelo con gruesas lonas de plástico.

Teníamos litros y litros de pintura que ella me dejaba esparcir y salpicar por las paredes.

Cuando terminé parecía que los colores se hubieran derretido desde el techo y que gotearan hacia abajo.

Me encantó.

—No sé si este fin de semana... tengo muchos deberes por hacer... y algunos trabajos en grupo.

Odiaba decirle que no, pero no podía reemplazar lo que había perdido.

No tenía ningún sentido.

Asintió con la cabeza, entendiendo lo que realmente estaba diciéndole.

—Damon no te está dando problemas, ¿verdad?

Me miró fijamente, con toda su atención puesta en mí, lo que me hizo apartar la mirada.

Su lado de policía brilló.

—No, no coincido en ninguna clase ni nada con él. —Esa era la verdad.

—Bien. ¿Alguna noticia sobre Percy?

El tío Jonah se rió.

—No, es bueno. Creo que es un anciano en un cuerpo de adolescente, se estresa por cualquier cosa, pero bueno, todo sea eso.

Asintió con la cabeza, y el silencio entró en la habitación como la nieve recién caída.

—Yo también estoy bien, tío. Algo desubicada todavía, pero estoy bien. Teniendo en cuenta todo esto.

Quería aliviar su preocupación.

Percy definitivamente la heredó de su padre.

—Lo sé, chica, eres demasiado fuerte para tu propio bien. Siempre lo has sido. Valiente y sin miedo. Nunca conocí a ningún niño que pudiera hacer las cosas que tú haces con la facilidad que tú tienes.

Se dio la vuelta y miró el tocador.

Era de mi padre cuando era niño.

Estaba cubierto de pegatinas que coleccionó a lo largo de su vida, cada una era un recuerdo que colocó.

El tío Jonah alargó la mano para tocar la chaqueta de cuero que había encima..

—Te quedaría bien. A él le encantaría verte con ella, a Ellis no tanto. Seguro que me daría una patada en el culo por dartela.

Pasó los dedos por los parches cosidos en un lateral.

La chaqueta de cuero de papá era mi reliquia familiar personal; es mi posesión más preciada y la cuidaba con toda mi vida.

Papá formó parte de un “club de chicos malos” con sus compañeros de instituto, y todos tenían chaquetas a juego.

Los parches que había en el lateral eran personalizados y estaban hechos a medida.

La chaqueta de papá estaba agrietada y arrugada, con roturas y agujeros, cubierta de mugre cuando la encontré escondida en el ático.

En eso centré mi tiempo cuando me dieron el alta del hospital.

Tenía puntos de sutura y estaba escayolada, además estaba bajo vigilancia por intento de suicidio y no podía quedarme sola.

Así que trabajar en la restauración de la chaqueta de papá era lo que llenaba mi tiempo.

A pesar de que acostumbra a hacer unos 90 malditos grados afuera y los hará durante los próximos tres meses, todavía la llevo puesta.

El tío me dio las buenas noches y apagó las luces, dejándome sola con mis pensamientos.

Ocupados por aquel ángel oscuro, el príncipe de los moteros y el mayor imbécil que he conocido en mucho tiempo.

Aunque en realidad, después de todo, hoy fue un poco... divertido.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea