
Le ofrecí que un mayordomo se ocupara de los invitados de esta noche, pero la maldita organizadora había insistido por teléfono en que su equipo se encargaría y todo iría bien. Al parecer, no fue así.
Fue un placer ver que se tomaba su papel tan en serio. Si por mí fuera, solo este momento le habría costado la propina que habíamos presupuestado para ella.
Las cifras más recientes que había visto desde que esa mujer se había hecho cargo de la ceremonia eran francamente desorbitadas.
Afortunadamente para ella, Arya parecía bastante impresionada hasta el momento. Por otra parte, parecía disfrutar con la mayoría de los humanos a los que había invitado.
Aun así, no dudaba de que acabaría teniendo que dejar de propina un par de miles de dólares más a lo que ya estaba pagando por esta boda tan sobrevalorada.
Todo ello me frustraba, cuando menos. La generosidad de Arya cuando se trataba de mi pueblo era algo que me encogía el corazón, pero esta chica era una extraña, y por lo que había visto, una extraña perezosa e indulgente.
Estaba casi en la puerta cuando llegué a mi conclusión. Una vez terminada la ceremonia, quizá tenía que empezar a ponerme más firme con mi hermana. Tenía que entender qué comportamientos merecían ser elogiados.
Sacudiendo la cabeza, me limité a suspirar. El espíritu bondadoso de Arya se parecía demasiado al de nuestra difunta madre. Sinceramente, dudaba que tuviera el valor de sermonearla por su bondad.
Cuadré los hombros, preparando mi rostro para recibir al invitado. Yo, en cambio, me parecía a nuestro padre. Era un hombre fuerte, con un estoicismo tranquilo. Valoraba la honestidad y la valentía por encima de todo.
Estaba seguro de que sobre el papel podía parecer bastante intimidante, pero siempre había en él un lado más suave que mi madre nunca nos dejó olvidar.
Estaba a punto de entrar en el vestíbulo cuando oí lo que parecía una súplica resonando en el pasillo contiguo.
Como no soy de los que dudan de una llamada a la acción, giré sobre mis talones para investigar el origen y enseguida me di cuenta de que el corazón me latía a mil por hora.
No esperaba encontrar nada cuando fui a investigar, pero me vi incapaz de irme. Esta era mi casa, ¿quién sino yo debía hacerse cargo de los problemas?
En cuanto entré en el pasillo, todos mis sentidos se vieron asaltados y mi lobo despertó dentro de mí como una momia antigua que sale de su tumba sellada después de demasiado tiempo.
Solo podía oler a hierba recién cortada y a lluvia de verano, y en ese preciso instante supe que por fin había encontrado a mi compañera.
Por desgracia, mi alegría se agrió considerablemente cuantos más pasos daba hacia delante. Reconocí al instante el asqueroso olor de mi futuro cuñado. Confiaba en él para arruinar cualquier ocasión importante para mí.
Pero, por esta vez, había conseguido superarse a sí mismo.
Finalmente, pude verlos. Allí, apretados contra los muros que mis antepasados construyeron con sus putas manos. Estaban acurrucados en el abrazo del otro.
Apreté los puños. La rabia que fluía a través de mí era resbaladiza y caliente como la lava y podría alimentar las llamas del mismísimo infierno. Por fin la había encontrado, ¿y estaba retozando con alguien como él?
Ya podía sentir el rugido creciendo en mi pecho, un aullido mío y de mi lobo explotando simultáneamente.
La ira de mi lobo solo sirvió para incitarme, pero cuando respiré hondo para desahogarme, me quedé paralizado en el sitio. La oí gritar, evidentemente de dolor.
Solo entonces mis ojos se fijaron en su vestido desgarrado, su piel amoratada y el agarre mortal que Mike tenía alrededor de su cuello. Había intentado forzarla contra su voluntad. A mi compañera. ¡En mi propia casa!
Dejé que mi lobo se apoderara de mí en ese momento.
Una vez que tomó el control, no necesitó transformarse para encargarse de aquel imbécil. Cogí la parte trasera de la chaqueta de Mike y lo arrojé lejos de ella como si fuera un muñeco de trapo.
Quería matarlo, arrancarle la cabeza de los hombros y hacer polvo sus huesos, pero me contuve.
Me costó mucho contenerme, pero mi hermana no querría eso.
Ese asqueroso pedazo de mierda era su compañero, y aunque prohibiría que se aparearan a partir de este momento, quitarle la vida le causaría demasiado dolor.
La clase de dolor que casi me había infligido a mí exprimiendo la vida de mi compañera. ¡La había encontrado!
Enlacé mentalmente a mis guardias para que vinieran a sacar la basura antes de girarme hacia el nuevo centro de mi gravedad.
Sus ojos parpadeaban rápidamente, intentando mantenerse despierta. De nuevo, necesité todo lo que tenía para no darme la vuelta y arrancarle a Mike la garganta del cuello.
Su cuello parecía perfectamente sano, mientras que el de ella se volvía más morado a cada segundo. ¿Por qué no se estaba curando ya?
—¿Estás bien? —pregunté frenéticamente, acercándome a ella.
Se apartó con un respingo.
Vacilé. No era la reacción que esperaba al encontrarme por primera vez con mi compañera, pero supuse que era de esperar dadas las circunstancias.
Era otra ofensa que echarle en cara a Mark cuando llegara el momento de pagar por lo que había hecho.
—Creo que sí. Has llegado justo a tiempo —graznó, con la voz ronca mientras se cubría la garganta. El sonido casi me rompe el corazón.
La estaba estudiando detenidamente, fijándome en aquellos asustados y profundos ojos marrones y en su ahora despeinado pelo oscuro.
Mi lobo se agitaba dentro de mí, queriendo ayudarla y abrazarla, pero comprendía su necesidad de espacio en ese momento.
En su lugar, se acercó a ella para calmar a su loba interior, solo para encontrarla igual de reacia a hablar, si no más.
Inconscientemente, extendí una mano hacia ella.
—No tienes ni idea de cuánto tiempo he... —Empecé a decir, pero los gritos cada vez más fuertes de mi hermana me interrumpieron.
—Tú —gruñó Arya, con los ojos oscuros por la presencia de su lobo. Nunca la había visto tan enfadada mientras contemplaba la escena.
Al principio, casi me hizo gracia, pensando que Mike por fin iba a recibir el karma que se merecía, pero su cabeza se volvió hacia mi compañera. Vi cómo su carita perfecta palidecía.