La Saga Wolf Ranch - Portada del libro

La Saga Wolf Ranch

Renee Rose

Capítulo tres

BOYD

Yo parpadeé y miré alrededor. ¿Dónde diablos estaba? Paredes estériles. Monitores sonando. Aroma antiséptico. Mierda. No.

No podía estar en un hospital. Apenas me había rasguñado cuando el toro me atacó con su cuerno. Dolía como los mil demonios, pero no era tan malo. Solo una pequeña pérdida de sangre. Un enorme hoyo en mi pecho. Había visto a Audrey en las gradas, mi lobo estaba listo para alardear y estaba preparado para enfocarme en la monta, todos los segundos necesarios y luego acercarme a ella, meterme en ella. Pero luego vi la mano de Abe en su hombro y me enfoqué en eso. En la forma de su mano apretando su hombro. Sentí su calor, podía oler su dulce aroma. Pensé en eso, solo en eso. No en el enorme toro que estaba montando.

¿Estaba ella interesada en Abe? ¿Le había gustado que la tocara? Me pregunté eso y luego me enojé. Imposible. Mi lobo me gritó, “¡Está tocándola! Saca sus manos de encima de ella. ¡Ahora!”

Abe hubiera tenido más que algunos dedos rotos antes de que la noche terminara, tal vez toda la mano, solo que el toro pateó a la perfección y yo salí volando. Estaba acostumbrado a caerme. Demonios, incluso lo hacía adrede algunas veces para que las personas no se preguntaran por qué aguantaba tanto. Fue el saber que no saldría lastimado lo que me permitió ser campeón. Incluso un cuerno en mi torso no podía afectarme por mucho.

Lo que era malo y triste, es que me había desmayado. Planeaba salirme de esa camilla incluso antes de llegar a la ambulancia, buscar a Abe y decirle que se olvidara que Audrey existía.

Aunque la doctora ojos azules no permitiría que eso sucediera. Estuvo ahí segundos después de que cayera y comenzó a tratarme como si fuera humano.

Me había tocado. Lo sentí a pesar del dolor. Mi lobo también.

Demonios, si para que se enfocara en mí tenía que dejar que un toro me lastimara, lo hubiera hecho antes. Recuerdo su mano apretando la mía mientras trotaba junto al respaldo al que me habían atado. La recuerdo vagamente a mi lado en la ambulancia, hablándole a los trabajadores. Preocupada. Autoritaria. Como una jefa. Esa pequeña mujer había dado órdenes como el alfa más salvaje.

Yo era bueno sintiendo a las personas. Era el licántropo que tenía dentro. Audrey había estado preocupada… por mí y recuerdo que me gustó cómo se sentía. Le importaba y eso me hacía sentir extraño.

Luché contra las drogas que recorrían mis venas y abrí mis ojos una vez más. No tenía idea cuánto tiempo había estado dormido y eso era malo. Mi cuerpo estaba curándose rápidamente y cualquiera pudo haberlo notado. Yo no sabía absolutamente nada sobre hospitales, ya que era la primera vez que estaba en uno, pero parecía como si fueran a realizar alguna especie de procedimiento, incluso tal vez me vayan a llevar a la sala de operaciones. El mirar tantos programas de TV sobre doctores me hizo pensar en esa posibilidad. Una enfermera de bata azul me daba la espalda, estaba ordenando los instrumentos en la bandeja y luego salió de la habitación. Como si lo que estaba planificado fuera a suceder.

Yo aguanté un gruñido mientras sacaba la aguja de la intravenosa de mi brazo y desconectaba los equipos de monitoreo.

Lo último que necesitaba era exponerles mi especie a los doctores humanos, especialmente a los de mi propia ciudad. Revelar lo que éramos iba en contra de las reglas de la manada. La forma más fácil de que eso sucediera era permitir que me abrieran.

Mi hermano Rob, el alfa de la manada, me mataría. Él lo haría en una forma más dolorosa que ser corneado por un toro, eso era seguro. Él ya me consideraba alguien arruinado y probablemente comenzaría a maldecir si supiera que me lastimaron en una arena repleta de personas y me llevaron a una intervención médica.

Si él hubiera sido yo, hubiera ido al bosque, se hubiera transformado y hubiera lamido sus heridos hasta que se curara, lo que le hubiera tomado solo algunas horas.

¿Yo? Sí, estaba en problemas.

Tan sigiloso como pude, me levanté de la camilla de hospital para agacharme en el suelo. Una bata de hospital había sido atada sobre mis partes privadas y cayó al suelo. Yo asumía que me la habían puesto para dejar mi pecho descubierto y así poder tratarlo. Ahora estaba totalmente desnudo. Levanté la bata y pasé mis brazos por las mangas. Mi trasero seguía descubierto, pero estaba muy débil y confundido como para estirarme y atar las cuerdas, probablemente más por la morfina que por la herida. Tuve que sacudir mi cabeza para aclararme.

Miré hacia abajo y toqué el lugar en mi pecho que había atravesado el toro. No podía verlo a través de la tela, pero podía sentir que la herida se había cerrado. Ya estaba curándose por completo. Incluso una herida tan grave como una corneada de un maldito toro se curaba rápido. Me deslicé por la puerta con rapidez antes de que regresara la enfermera, la parte de atrás de mi bata estaba totalmente abierta. No me importaba que alguien viera mi trasero. Necesitaba salir.

Abrí los gabinetes fuera de mi habitación hasta que encontré una bolsa plástica con mi ropa ensangrentada, mis artículos personales y me metí en el baño para colocarme mi ropa. No era lo ideal, pero no tenía otra opción. Mi sombrero estaba encima de todo y lo coloqué en mi cabeza. No me gustaba estar sin él. Me sentía más desnudo sin sombrero que mostrando mi trasero con la bata del hospital.

Bajé mi cabeza mientras me escabullía, pero la levanté al entrar al pasillo y olfatear su aroma. Olfateé. Duraznos y vainilla. Sí, la reconocería en cualquier parte. Pero dónde…

Me volteé para buscarla y ella se lanzó a mis brazos. Bueno, a mi pecho, en realidad. Eso dolió demasiado, pero atrapé sus codos para estabilizarla mientras chocábamos y mi lobo estaba celebrando nuestra cercanía. ~¡Mía! ~

Yo le sonreí, me quedé tan sorprendido por el placer intenso de tocarla que olvidé mi dilema. Olvidé que debería tener un hoyo enorme en mi pecho.

Audrey jadeó, luego frunció el ceño y me miró. Como ella era una cabeza más pequeña, su mirada estaba directa hacia mi camisa rota. “¡Boyd! Cómo…”

Audrey retrocedió para mirar mi herida y yo dejé de tocarla para cubrirla, frunciendo el ceño un poco por el dolor. Era un jinete de toros, no un actor y estaba arruinado esto cada vez más con cada segundo que pasaba.

“Escucha, doc”, comencé yo. “Aprecio tu ayuda, pero soy más de curarme en casa. Nada que un tiempo en el sofá no pueda curar. Voy a irme ahora.”

El horror cubrió su rostro. “¡No puedes!” Audrey se estiró para tocar el borde de mi camisa.

Yo me encogí. Al menos eso era lo que quería. En realidad, algo completamente diferente sucedió. Sus dedos rozaron la piel de mi estómago y cada célula de mi cuerpo reaccionó. Mi pene comenzó a presionar mis jeans.

El shock cubrió su cara cuando evité que su mano subiera a mi herida, ella comenzó a entrecerrar los ojos y luego a jadear. “Pero tú… imposible. No deberías estar parado, mucho menos deberías irte.”

~Mierda. ~

Mi cerebro recuperó algo de energía de mi pene, pero ya era demasiado tarde. Quería sentirla tocarme, piel con piel. Quería sentir su calor, quería que su aroma me cubriera por completo.

Mal movimiento. Otro.

Empujé su mano desde debajo de mi camisa y retrocedí. Encontrarme con ella era permitir que descubriera un enorme secreto. Un secreto de licántropos.

“Yo… no estoy tan herido como pensabas. Fue mucha sangre para una pequeña herida. Me siento mejor, pero descansaré. Te lo prometo.” Yo retrocedí. Mi lobo aullaba para acercarme a ella. No comprendía por qué me estaba alejando. “Voy a ir al rancho de mi familia. Ya sabes, para curarme.”

Afortunadamente estaba demasiado sorprendida. Le tomó segundos procesar lo impensable. Al menos para los humanos.

“Me cuidaré mucho. Siempre y cuando me prometas que no saldrás con Abe. Él no es el hombre para ti.”

“¡Espera!” llamó Audrey, pero yo ya me había volteado y comencé a trotar lo más que podía por el pasillo. Apenas giré la esquina, comencé a correr y salí de ahí lo más rápido que pude.

Mierda, mierda, mierda.

¿Qué estaba pensando? Sí, quería a la pequeña doctora sexy, pero ahora no podría tenerla. No había forma de volverla a ver. El secreto sería revelado. No podía revelar lo que era o a la manada. Rob se enojaría.

Todo lo que podía desear es que ella no se diera cuenta de toda la curación que había tenido lugar, que pensara que solo era un jinete cabeza dura que odiaba los hospitales y que me dejara ir sin investigar más. Solo quería eso. Excepto que… era una maldita mentira.

Audrey sabía quién era. Sabía sobre el rancho Wolf. Le mencioné de dónde era en la arena. No era nada anónimo. Si ella era tan inteligente como yo pensaba, era imposible que no se pusiera a investigar.

Imposible. Ella vendría por mí. Mi lobo lo sabía. Tal vez esa era la única razón por la cual no había regresado para encontrar la habitación vacía más cercana y follarla hasta que no tuviera duda de que era completamente mía.

Eso era lo más estúpido de todo. Si Audrey se aparecía en el rancho, yo tendría que explicarle a Rob y a toda la manada lo horrible que arruiné todo porque mi lobo estaba diciendo que la doctora Audrey Ames era mi compañera.

Sí, todo un maldito enredo.

Era lo usual.

La oveja negra de la familia había regresado.

Y seguía siendo el mujeriego irresponsable que todos pensaban que era. Encima de todo, su lobo decidió que su compañera era una humana.

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