El corazón del multimillonario - Portada del libro

El corazón del multimillonario

Frankie Nero

Tarde al trabajo

TINA

Llegué al trabajo exactamente a las 9 de la mañana. Debería haber llegado hace al menos quince minutos.

Me sentí como en un funeral cuando entré en el banco. El cartel de «Abierto» no había sido girado, aunque debería estarlo. El ambiente era lúgubre. Todo el mundo estaba recogiendo sus mesas.

―No, no, no ―dije. Corrí a la oficina de mi mejor amiga del trabajo.

Jenna estaba arreglando su mesa cuando llegué a ella.

―Otra vez llegas tarde ―dijo sin apartar los ojos de la mesa―. No es que importe ahora.

Me entró el pánico.

―¿Qué significa eso? ―pregunté―. ¿Qué está pasando, Jenna? ―Había querido entrar y contarle lo de Mike. Ella sabía lo romántica que era, aunque probablemente me diría «te lo dije».

Suspiró y por fin me miró. Pude ver tristeza en sus ojos. Era raro que no fuera capaz de hacer una broma. Las cosas debían de ir mal.

―Quizás deberías hablar con la jefa ―dijo y siguió limpiando su escritorio―. No soporto hablar de ello.

Obviamente, no iba a decirme nada más. Vi que se le saltaban las lágrimas y la abracé. Sabía lo suficiente como para comprender que hoy nos iban a despedir a todos. Pero, ¿qué había pasado? Ayer habíamos cerrado temprano y nuestra jefa parecía preocupada, pero nadie había dicho nada.

Probablemente debería haberle dicho a Jenna que las cosas iban a ir bien. Eso es lo que un amigo debería decir. Pero no lo dije, porque no sentía que nada fuera a ir bien.

Fui de puntillas hasta el despacho de la señora Jones y llamé.

―Adelante ―dijo su voz apagada desde dentro.

Entré en su despacho. Estaba casi vacío. Debía de llevar horas despejándolo. En las estanterías no había los archivos ni el material de consulta habituales. Su escritorio estaba despejado. Su reloj, con forma de cara de búho, ya no estaba, y sus recuerdos de los San Diego Chargers habían desaparecido. ¿Qué había sido de su ordenador?

Estaba junto a la ventana, mirando al exterior. El tiempo era soleado y templado.

―Señorita Campbell ―dijo.

No se giró, lo que me puso más nerviosa.

―¿Qué pasa, señora? ―Caminé hacia ella. Necesitaba que me mirara.

Por fin se dio la vuelta para mirarme. Tenía ojeras. Parecía que tampoco había dormido anoche. Se le escapó un suspiro.

―Ayer fue nuestro último día ―dijo―. Todos recibirán indemnizaciones por despido.

―¿¡Qué!? ―Mis ojos se abrieron de par en par―. Eso no es posible. ¿Por qué? ¿Cómo?

Una pequeña parte de mi cerebro registró que había dicho que recibiríamos una indemnización por despido. Lo necesitaba para el alquiler, y necesitaba que fuera suficiente. Pero tal vez ya estaba en serios problemas. Aunque pudiera pagar el alquiler este mes, podría tardar meses o años en encontrar un trabajo. Mis amigos de la universidad me habían contado bastantes veces que pasaban por varias rondas de entrevistas y nunca recibían respuesta. Y eran candidatos inteligentes y bien cualificados.

Puso las manos sobre su escritorio y se apoyó en él como si ya no pudiera sostener su propio peso. De alguna manera, su silla ya había desaparecido.

―No podíamos seguir con la política fiscal ―explicó―. Intenté negociar un mes más, pero los funcionarios de Hacienda han tomado una decisión.

Cada palabra que decía me sonaba a idioma extranjero. Este banco había sido mi principal fuente de ingresos desde que me mudé a la ciudad. Me gustaba este trabajo. No quería tener que buscar otro. Mi sueldo aquí era suficiente, aunque no me sobrara mucho.

Esto pintaba mal.

―Tome ―Sacó un sobre y me lo entregó. Lo acepté y lo examiné. Dentro había unos billetes de un dólar.

―Este es su pago final, señorita Campbell ―Su voz se quebró con la palabra «señorita»―. He pagado al resto del personal también. Necesitaré que firme este acuerdo.

Me quedé mirándola.

―Tina ―me tuteó por primera vez. Era una señal de que la formalidad que habíamos mantenido hasta el momento ya no era necesaria. Ya no éramos trabajadoras de la misma empresa.

―No dejes que esto te pese. Eres una de las mejores trabajadoras con las que he trabajado. Tu rendimiento y tus cualificaciones hablarán por sí solos, y encontrarás otro trabajo antes de lo que crees.

Observé que no se había ofrecido a responder por mí.

―Pero me encanta trabajar aquí. He crecido mucho en este banco. No hay otro trabajo en San Diego que pueda ofrecer ni la mitad de lo que ofrece este banco. Me contrataron como cajera en la ventanilla y me dejasteis ascender hasta dirigir el departamento de publicidad y marketing. ¿Dónde voy a...?

―Encontrarás otro trabajo. ―Su voz era de acero, con determinación―. Creo en ti, querida. Eres diligente y eficiente. Confía en mí, querida. Solo necesito que firmes esto.

Garabateé mi nombre en el papel sin leerlo. Ni siquiera sé si firmé en el lugar correcto. No tuve que leerlo para saber que renunciaba a cualquier derecho a demandar o renegociar mi salario.

En el suelo, vi una revista. Alejandro González estaba en la portada. Reconocí la cara del director general de Industrias González. Sabía que era una compañía eléctrica que suministraba electricidad al 70% del país y también a algunas ciudades de México. Alejandro vestía un traje tan caro que con su valor podría pagar mi alquiler durante seis meses. Su piel aceitunada brillaba en sincronía con la cámara con la que se tomó aquella foto. Una mata de pelo negro rizado adornaba su cabeza. Tenía la mandíbula cuadrada, la nariz recta y unos intensos ojos verdes. Nunca sonreía en sus apariciones ante los medios de comunicación.

Solo con ver su cara en la portada de la revista me sentía peor. Nunca encontraría un hombre la mitad de guapo o exitoso que él. Los hombres ricos como él eran probablemente todos mujeriegos.

―¿Y qué hay de usted? ―Miré solemnemente a la mujer que era como una madre para mí. Incluso con la formalidad que había aquí, a menudo habíamos encontrado tiempo para conectar entre nosotras. Ella me había enseñado mucho sobre cómo manejar a la gente―. ¿A dónde irás a partir de ahora?

―¿Quién sabe? ―Se encogió de hombros―. La vida tiene su propia forma de ponerte obstáculos. Uno tiene que encontrar la manera de superarlos. Y sé que lo haré.

Sonrió y me apretó el hombro cariñosamente.

―Todas las nubes tienen un resquicio de esperanza ―dijo―. Es hora de que busques el tuyo.

Me di cuenta de que habíamos terminado.

―Fue un placer trabajar con usted, señora ―le dije.

―Igualmente.

Pensé en pedirle su número, pero si decía algo más podría romper llorar. Ahora sabía cómo se había sentido Jenna antes. Se me humedecieron los ojos mientras caminaba hacia la puerta.

La sonrisa de la señora Jones fue lo último que vi antes de cerrar la puerta de su despacho. Todas las conversaciones que habíamos tenido en aquel despacho habían terminado.

Cuando llegué a mi mesa, el banco estaba desértico. Todo el mundo había desaparecido. Incluso Jenna. Ni siquiera me dio un último adiós. Supongo que estaba tan dolida como yo por la situación. Supuse que podría encontrarla en LinkedIn más tarde, cuando estuviera lista. La echaría de menos.

Alguien ya había hecho desaparecer mi ordenador. Abrí el cajón de mi escritorio y saqué la bolsa medio vacía de mango deshidratado. Robé todos y cada uno de los bolígrafos, lápices y notas Post-It de mi escritorio. Estaba a punto de meterme treinta o más clips en el bolso solo por despecho, cuando me di cuenta de que no necesitaba clips.

Suspiré y salí. Pensé que hoy sería el día de repasar mi currículum, una vez que me recompusiera. Por el momento, solo quería irme a casa y llorar. Pero tendría que entrar sin que me viera la horrible casera.

Me sentía vacía mientras caminaba por la concurrida calle. Entonces se me ocurrió algo, me metí en un callejón y eché un vistazo al sobre. Conté lo que contenía. Sin duda tendría suficiente para este mes. Fue un alivio.

Reflexioné sobre cómo le había hablado a la señora Kirby esta mañana. Seguía pensando que se lo merecía, pero ahora sentía que al final ella ganaría. Si no conseguía trabajo en unas semanas, no sabía qué haría. Mi familia no tenía dinero para prestarme. E incluso si conseguía un trabajo, ¿pagaría lo suficiente para cubrir mis gastos?

Y todavía estaba enfadada con Mike. Yo tenía veintitantos y él treinta y pocos. Deberíamos haber ido por buen camino. Era hora de que encontrara un buen tipo con quien sentar cabeza. No era perfecto, pero era mejor que estar sola.

Parecía que el universo conspiraba contra mí. Todo lo que podía salir mal acababa saliendo mal. Primero, me traicionó mi ex. Y ahora, había perdido mi trabajo. ¿Había alguien a quien ofendí en una vida pasada de la que debería ser consciente?

Estaba tan ocupada con mis pensamientos que no me di cuenta de que me había metido en medio de la carretera.

Oí gritar a alguien y el chirrido de los frenos de un coche.

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