Después de la muerte de su madre, Marcella Sinclair no puede evitar sentirse como una carga para su hermano de dieciocho años. Así que, cuando recibe una oferta para ganar mucho dinero como estríper, la acepta. Nadie puede enterarse... y el que menos su hermano, empeñado en mantenerla pura e inocente durante el resto de su vida.
Calificación por edades: 18+
Autora original: E.J. Lace
Capítulo 1
El uno es el número más solitarioCapítulo 2
Pero dos pueden ser tan malos como unoCapítulo 3
Tres son multitudCapítulo 4
Cuatro por cuatroMari
—Señorita Sinclair, quédese un minuto. Necesito hablar con usted.
La voz pétrea del señor Keats me pone nerviosa.
De todos mis profesores, el señor Keats es el que más me impone.
Parece que nunca nos llevamos bien y cada vez que estoy en su clase me siento culpable de algún crimen inconfesable.
Asiento y maldigo internamente mi suerte.
Nunca he sido demasiado afortunada: si no tuviera mala suerte, entonces no tendría ninguna en absoluto.
Meto mis libros en la mochila, cojo mi chaqueta y veo cómo el resto de mi clase me deja atrás para estar a su merced.
No sé qué pasa con este hombre pero siempre me hace sentir como la chica mala. Como si nada de lo que hago estuviera bien.
Mis impecables calificaciones han caído en picado en manos de este hombre.
—Señorita Sinclair, ¿le gustaría que le pusiera un suspenso y se acabara todo? Es como si ni siquiera lo intentara.
Suspira mientras se apoya en su escritorio metálico, cruza los tobillos y junta los dedos apoyándolos en la hebilla de su cinturón.
Vuelvo a mirarle y trato de encontrar algo que decir..
—Nnn-no señor, realmente me estoy esforzando. Estoy tratando de mejorar mis notas en su clase, señor. Espero que esta próxima tarea le demuestre ese esfuerzo.
Vuelvo a asentir , viendo cómo sus fríos ojos marrones caen sobre mí.
Como si tratara de saber si estoy mintiendo, o tal vez simplemente no es un fan de mi sentido de la moda.
—Dudo mucho que pueda aprobar esta asignatura por su cuenta, señorita Sinclair. ¿Ha pensado en buscarse unas clases particulares?
Toda su presencia me hace retorcerme.
Me siento examinada y desestimada en todos los sentidos por él.
—Señor Keats, aunque es una excelente idea no podría permitírmelo. No sé muy bien en qué me estoy equivocando, si por favor pudiera darme un poco más de tiempo estoy segura de que subiré mi nota.
Jugueteo con mis uñas, uniéndolas mientras me balanceo.
—No creo en el optimismo señorita Sinclair, de hecho creo que es una mala elección para usted en este momento.
Su tono hace que parezca definitivo, como si ya hubiera tomado la decisión de que no puedo aprobar su clase; así que para qué intentarlo.
—Señor, por favor. Haré cualquier tarea como crédito extra para ayudar a subir mi nota. No puedo suspender esta asignatura, necesito todos los créditos de mi plan de estudios para aprobar. Si suspendo esta clase entonces no podré graduarme el próximo año. Por favor, señor, reconsidérelo.
Le suplico, con todo mi corazón que necesito esta clase para aprobar. No puedo suspender, tengo que graduarme para poder ir a la universidad.
Necesito la universidad para ganarme la vida y necesito el dinero para ayudar a mantener a mi familia.
Sólo somos Erik y yo.
Se ha dejado la piel para que yo llegase hasta aquí.
Tiene dos trabajos y apenas le veo; si suspendo, todo su sacrificio habrá sido en vano. Si suspendo esta asignatura entonces le fallaré a Erik y eso no puede pasar.
Le debo eso y mucho más.
Después de la muerte de mamá, se echó todas las cargas al hombro por mí.
Papá se fue hace mucho tiempo, ni siquiera lo recuerdo. Ahora somos nosotros dos contra el mundo.
Tratando de aportar algo yo también, traté de conseguir un trabajo pero Erik rechazó esa idea y me dijo que me centrara en mis estudios.
El señor Keats separa sus manos llevándose el dedo corazón a la mejilla y pasándolo por su sombra de barba.
Su americana gris se estrecha en los hombros y se abre en los laterales para mostrar su camisa de vestir blanca metida dentro de sus pantalones a juego con la chaqueta
—Mmm... si te interesa, podría tener una forma de garantizar tu nota. Ven a esta dirección a las cinco esta noche y te ayudaré con tu trabajo. No lo ofreceré de nuevo, así que tómalo o déjalo.
Se aparta de mí y saca una nota adhesiva de color amarillo de su escritorio.
Con un bolígrafo de tinta negra escribe una dirección y me tiende el papel.
Sin prisas, lo agarro y me aferro a él para salvar la vida.
—Gracias señor Keats. Prometo que estaré allí. Gracias por esta oportunidad.
Sonrío, mi pecho se llena de gratitud.
El señor Keats asiente mientras me despide oficialmente, y yo salgo del aula y me dirijo al pasillo para ir a mi taquilla.
Por fin algo de suerte.
Va a ser difícil trabajar directamente con el señor Keats; pero, mientras apruebe, valdrá la pena el esfuerzo.
Mi hermano es sólo cuatro años mayor que yo, sé lo mucho que se juega con dedicación al instituto.
No puede cuidar de los dos para siempre. Ni siquiera pudo llorar a mamá porque tuvo que volver al trabajo.
Sólo tenía dieciocho años cuando ella murió, y se quedó con su hermana pequeña de quince años completamente a su cargo.
Dejó la universidad y cogió otro trabajo. Cuidar de mí le hizo perder mucho.
Sé que se esfuerza enormemente y que procura que no me entere.
Perdió a su novia de toda la vida, Dana, porque no tenía tiempo para ella; renunció a sus becas y dejó su futuro en compás de espera.
Su lista de amigos se redujo a Ross y Ben, con quienes no sale mucho, ya que casi siempre está trabajando.
Erik es mi supermán particular. No puedo defraudarlo.
Simplemente no puedo.
Él puede con el mundo, con todo el estrés, con la deuda que nos dejó mamá, con las facturas, con dejarlo todo, congelar su vida y asumir toda la responsabilidad por mí.
Lo menos que puedo hacer es enfrentarme al señor Keats.
O a quien se cruce en mi camino.
Si Erik puede ser duro, yo también.
***
Asegurándome de tener todo antes de salir de la escuela, me dirijo a casa caminando. Son sólo unas pocas manzanas, así que no tardo mucho en llegar y me apresuro a terminar mis tareas.
Erik no llegará del trabajo hasta medianoche, así que es importante que se encuentre la cena preparada y su ropa limpia. A pesar de que cocino y limpio, me aseguro de llegar a tiempo a mi cita con el señor Keats.
Salgo de casa con cuarenta y cinco minutos de antelación, cojo un autobús para cruzar la ciudad y me bajo en la parada correcta. Comprobando la nota que me ha dado al menos diez veces, encuentro la dirección a tiempo.
Sólo faltan tres minutos para las cinco, así que no lo dudo y llamo a la puerta.
Cuando el señor Keats abre, me sorprende. Su vestimenta normal en la escuela es siempre traje y corbata, pero verlo en su casa es, cuando menos, extraño.
Su camisa blanca lisa le queda bastante bien, aunque el pantalón de chándal gris claro parece no le pega mucho, pero no digo nada.
—Llega tarde, señorita Sinclair —señala. Sus fríos ojos se clavan en mí, haciéndome sentir cohibida. Miro mi reloj y compruebo que he sido puntual.
—Lo siento, señor Keats, pensé que había dicho a las cinco —me excuso. Miro hacia abajo, manteniendo mis ojos en sus pantuflas blancas y negras. En su tiempo libre, el señor Keats se viste como cualquiera de mis compañeros de estudios. Sé que no es mucho mayor, tal vez treinta y pocos como máximo, pero aun y así me llama la atención.
—Has oído bien, pero si no llegas temprano entonces es que llegas tarde. No aceptaré retrasos. En caso de que lo haya olvidado señorita Sinclair, le estoy haciendo un favor y no se aprovechará de mí —dice con severidad, tanta que me estremezco ante sus palabras.
—Sí, señor, lo entiendo perfectamente. Lo siento mucho. No volverá a ocurrir. Lo prometo —le aseguro. Mantengo la mirada baja, sin tener el valor de mirarle a los ojos. Temo ser absorbida por su vórtice maligno si le echo un solo vistazo. Como si él fuera Medusa y fuese a en piedra o algo así.
—Bueno… Venga por aquí —indica. Se aleja, agitando una mano para que entre tras él.
No pierdo ni un segundo en seguirle, cerrando la puerta suavemente para poder prestarle toda mi atención. Me quito el bolso del hombro y espero más instrucciones.
El señor Keats parece ensimismado en un trabajo que está dejando de lado.
Su casa es bonita, muy de hombre. Se nota que vive solo; su piso de soltero huele a colonia masculina y la ausencia de decoración evidencia que allí reside un hombre soltero.
Estoy seguro de que mi casa tendría el mismo aspecto si sólo la ocupara Erik, a mamá no le gustaba mucho el diseño de interiores.
Tampoco podía serlo, ya que no teníamos dinero. Además, todos los extras se fueron en su hábito de esnifar por la nariz.
Mamá era adicta a la cocaína, un hábito relativamente reciente. De hecho, yo recordaba cuándo había empezado a cambiar. Cuando tuvo una sobredosis nos pareció algo imposible… hasta que limpiamos su habitación.
Encontré una papelina bajo su colchón, otra en el cajón de su cómoda y polvo en su mesita de noche.
Cuando recuperamos su bolso parecía que se habían empleado a fondo con él usando un pompón de los que se emplean para gastar bromas.
Mi madre sufrió una sobredosis en Año Nuevo hace dos años. Faltó de casa durante dos días pero pensé que estaba con su novio Scotty.
Cuando llegó el tercer día y nos cortaron la electricidad, lo único que se me ocurrió fue ir a buscar a Erik.
Cuando le conté lo de mamá y el corte de luz no pareció preocupado. Para ser justos, él estaba en una fiesta de la fraternidad y estaba más molesto con mi aparición allí que con lo que realmente estaba pasando.
Cuando me di cuenta de que estaba borracho, busqué ayuda en otra parte. Ben llegó justo cuando yo estaba perdiendo la esperanza, así que le conté lo que pasaba.
Ben sacó a Erik de la fiesta y nos llevó a su apartamento fuera del campus. Comparte piso con Ross y otro chico, Stevie. Estuvimos sentados allí durante horas hasta que Erik se puso sobrio y comprendió lo que le ocurría.
Ben se quedó conmigo mientras Erik fue al trabajo de mamá y a preguntar por ahí. Me enteré de que mamá había perdido su trabajo dos meses antes.
Su amiga Cindy dijo que no había visto a mamá en semanas y que lo último que había sabido de ella era que se había metido en algún problema con un tipo al que llamaban el hombre del gas.
Pasaron dos semanas sin tener noticia de ella.
Comprobamos los hospitales y las cárceles, preguntamos por los alrededores. La policía no parecía interesada y se desentendió de nosotros. Como eran las vacaciones de Navidad, yo no tenía colegio y no podía quedarme en casa sin calefacción.
Ben me dio cobijo. Erik salía a buscar a mamá todos los días y volvía con las manos vacías. Así que cuando la policía vino al apartamento de Ben para notificar a los familiares, fue casi un alivio.
Yo fui la que abrió la puerta, Ben había salido a cenar y Erik andaba buscando a mamá. Stevie y Ross se habían ido a trabajar.
Era el atardecer, el frío en el aire parecía de invierno y yo estaba viendo reposiciones de Drake y Josh en algún sitio pirata que Stevie había conectado para nosotros. Lo recuerdo como si no hubiera pasado dos años.
Recuerdo a los oficiales que vinieron. El detective Fordmen y el oficial Harris.
Me preguntaron si estaba sola, si mi hermano podía volver. Les dije que había salido y que estaba en camino, pero que si se trataba de mi mamá, que me lo dijeran.
Podía sentir las malas noticias de las que eran portadores. Sabía que lo que tuvieran que decir no era nada bueno.
Cuando el detective Fordmen dijo que habían encontrado a una mujer que coincidía con la descripción de mi madre y que necesitaban que se identificara su cuerpo, me limité a decir que estaba bien y que mi hermano y yo iríamos a la morgue.
Les mostré la salida, quedándome a solas con la noticia para deleitarme con el amargo sabor de la verdad. Ben volvió con los brazos llenos de bolsas de comida para llevar.
Me echó una mirada y supo que algo pasaba.
—¿Mari? ¿Qué pasa? —preguntó, utilizando la abreviatura de mi nombre. Dejando caer las bolsas sobre la encimera llego a mi lado de una sola zancada. Sus fuertes y tonificados brazos se tensaron a su lado. Sus manos se abrieron y se cerraron repetidamente. Sus ojos azul pálido me hicieron sentir calor, como bajo el cielo de verano.
—Mi madre está muerta, y Erik y yo tenemos que ir a reclamar su cuerpo. La policía acaba de llegar —informé. Lo dije sin ningún sentimiento, la mano arrolladora de la muerte cayó sobre mí y me hizo sentir entumecida. La cara de Ben cayó por un segundo antes de recuperar su férrea compostura. Vi su mandíbula chasquear, vi la reflexión nublar sus ojos. Ben siempre ha sido enorme. Cuando era pequeña, habría jurado que era un oso. El pelo castaño oscuro me hacía pensar en un oso pardo. Siempre ha sido mucho más alto que todos nosotros, y después de mucho tiempo haciendo ejercicio, era enorme por diferentes razones.
—Tal vez se equivocaron de persona y todavía está por ahí. Quizá no esté muerta —aventuró. Su voz era la más suave que había oído nunca. Ben siempre había sido como un muro de piedra, era el mejor amigo de Erik y de su misma edad, pero siempre me había sentido cerca de él también.
Negué con la cabeza, lo supe en el momento en que los agentes llamaron a la puerta. Mi madre estaba realmente muerta. Lo sabía en mi corazón.
Cuando Ben deslizó su mano en la mía y entrelazó nuestros dedos pude sentir que la pared cedía y la tristeza me inundaba. Antes de que esa primera lágrima me aguijoneara los ojos, Ben me tenía en sus brazos.
Me abrazó con fuerza a su pecho mientras yo sollozaba y humedecía su camisa. No podía respirar. Lloré largo y tendido, nadie me había abrazado así, como si me necesitara tanto como yo a él en aquel momento.
Lloré hasta que mi corazón se quedó sin lágrimas y me sentí vacía. Ben nunca me soltó, nunca me dijo que parara o me calmara. Sólo me abrazó y jugó con mi pelo.
Cuando Erik volvió, Ben fue el que se lo contó todo mientras yo me lavaba la cara. Mi hermano y yo fuimos a ver el cadáver de mamá. Los días siguientes no fueron más que un borrón.
Lo único que realmente recuerdo es a Ben.
La forma en que me cuidó y se aseguró de que estuviera bien. Para ser un oso pardo, nunca se apartó de mi lado.
Cuando le pedí a Erik que dejara que el Estado asumiera mi tutela para que él pudiera seguir con su vida, toda la casa se puso en contra mía. Ben, Erik, Ross y Stevie me echaron la bronca por haberlo sugerido.
Me atengo a esa elección.
Habría sido más fácil para él.
***
—Señor Keats, ¿le gustaría empezar aquí? —pregunto mientras él ordena los papeles apilados y despeja su sofá de cuero rojo oscuro.
No dice nada, no reconoce mi presencia en absoluto. Me quedo detrás de él, esperando en silencio a que empiece mi clase particular.
Me parece que transcurren eones antes de que termine. Me hace un gesto para que deje mi bolsa aquí y le siga fuera de la estancia.
Vamos allá.