Secreto sucio - Portada del libro

Secreto sucio

Em Jay

Carlos

BAILEY

Bailey estaba que echaba chispas, su pie repiqueteaba contra el suelo. ¿Quién se creía que era? ¿Su padre?

Era distinto de cuando Spencer la había visto en el pasillo ayer. Eric se estaba pasando de la raya en ese momento.

Pero esto parecía como si Spencer hubiera estado escuchando a escondidas y hubiera salido de su apartamento para hacerse el héroe. Vale, Bailey sabía que Eric no era trigo limpio.

Pero, aun así, no era asunto suyo.

¿Por qué todo el mundo se empeña en meterse en mi vida?

Su madre siempre intentaba «arreglarla», su agente no confiaba en que terminara el libro, y ahora Spencer echaba a su novio con cajas destempladas.

—No eres mi padre, Spencer. Ni mi hermano, ni mi marido, ni mi novio. No puedes decirme con quién debo estar —espetó Bailey.

El cuello de Spencer se tensó, sus músculos se marcaron, su mandíbula se apretó. Apartó la mirada de ella con los ojos entrecerrados.

—Te trata mal...

Bailey intentó no mostrar dolor. La verdad dolía. Hasta un extraño podía verlo. Se le encendieron las mejillas. Apartó la mirada de él, dejando caer las manos a los costados.

—¿Por qué te importa?

—¿Por qué a ti no? —dijo él en voz baja, toda la ira evaporándose.

Bailey evitó sus ojos, con la mano en el pomo de la puerta.

—Esta conversación se acabó, Spencer.

Bailey entró en su apartamento, cerrando la puerta de un portazo.

¿Qué acaba de pasar?

Aunque estaba enfadada, una sonrisa asomó en su rostro. Spencer era un poco brusco, pero le caía bien.

No era solo encantador de esa manera fácil sobre la que escribía en sus libros. Era amable de una forma que la hacía sentir que debía valorarse más.

Era a la vez molesto y agradable, como si un personaje de su creación hubiera cobrado vida para recordarle que merecía algo mejor.

Bailey se hundió más en su sofá, con las piernas recogidas mientras su mente daba vueltas. ¿Cómo se sentiría estar en sus brazos?

Lo imaginó: fuerte, seguro, pero no asfixiante. Su abrazo sería suficientemente firme para hacerla sentir protegida, pero suficientemente suave para dejarla respirar. Cálido, estable, y de alguna manera simplemente... correcto.

Sus dedos trazaban dibujos en el sofá mientras fantaseaba. Casi podía sentir su mano apartándole el cabello.

Debió haberla vencido el sueño, porque lo siguiente que supo fue que abría los ojos.

Le dolía el cuello por la postura en la que había dormido, y la espalda también le molestaba.

Soltando un suave quejido, se movió, pero no tuvo fuerzas para incorporarse. En su lugar, dejó que su cabeza descansara en el sofá, mirando al techo.

Intentaba no darle muchas vueltas a sus relaciones. Era peligroso, como caminar por arenas movedizas.

Como escritora, se le daba bien ver patrones (cómo cambian los personajes, cosas que se repiten una y otra vez, problemas sin resolver), pero era fácil ver la raíz de sus propios problemas: su familia y, más concretamente, su madre.

Ese era el quid de la cuestión. Cada mala relación que había tenido, cada historia de amor que no funcionó, todo venía de aquellos primeros días.

Ese gran vacío. No quería pensar en eso. Ni ahora, ni nunca. Pero la verdad seguía ahí, como un mal olor. Realmente no podía imaginar una relación que no tuviera esos mismos problemas.

No para ella, al menos.

Sus personajes, sin embargo, eran diferentes. Cynthia era trabajadora, amable y fuerte. Una versión de sí misma sin los problemas.

Bailey podía escribir historias desde el dolor y crear finales felices para otros, aunque ella nunca parecía conseguir uno.

Las historias tendrían que ser suficientes. Siempre lo habían sido. Y, de todos modos, tenía plazos que cumplir.

***

TRES MESES DESPUÉS

Octubre llegó y se fue, y pronto pasó también el Día de Acción de Gracias. El tiempo se volvió muy frío durante el invierno, con mucha nieve cayendo cada semana.

Eric seguía apareciendo. Bailey notaba que al principio estaba nervioso, comprobando si Spencer aparecería. No lo hacía.

A menudo iban mujeres a la puerta de Spencer, y ella intentaba no prestar demasiada atención. No le gustaba ver eso.

Pronto, las fiestas terminaron, y se acercaba el año nuevo. Bailey estaba avanzando en su novela, usando los problemas de su vida para hacer progresar su historia.

Bailey necesitaba buenas noticias.

La vida se había vuelto rutinaria, equilibrada de algún modo. Anhelaba algo. Alguna cosa grande e inspiradora.

Su rutina cambió cuando una gran tormenta de nieve azotó la costa este y sepultó Nueva York y Nueva Jersey bajo la nieve. Las líneas eléctricas estaban caídas, y las familias estaban preocupadas por no poder contactar con sus seres queridos.

Las carreteras estaban hechas un desastre, con accidentes por todas partes. La gente seguía siendo lo bastante insensata como para conducir con un metro de nieve.

La energía fallaba en todas partes. Algunos hospitales no tenían electricidad, y la gente se moría.

La calefacción no funcionaba, y hacía un frío que pelaba. Carlos fue el nombre que le dieron a la tormenta.

Y lo peor estaba por llegar al día siguiente, a las 9 de la noche. Bailey se fue a la cama con ese anhelo de inspiración en su corazón.

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