
Ambas se sientan y empiezan a comer; el silencio es incómodo y tenso, pero nadie intenta iniciar una conversación. La enfermera mira tímidamente a su alrededor antes de decidir que mirar fijamente su plato es la mejor opción y agachar la cabeza. Finalmente, sintiendo que mi irritación aumenta sin control, rompo la atmósfera vidriosa de un mazazo.
—¿Por qué estás aquí? —suelto con no tan sutil veneno.
—Yo... Tenemos que hablar, Emma —dice mi madre, bajando las pestañas, intentando parecer tímida, quizá incluso débil, pero solo consigue enfadarme. Se inclina hacia mí, deja el tenedor y cruza las manos sobre la mesa.
—¿Sobre qué exactamente? ¿Sobre el hecho de que te estés tirando al hombre al que le encanta darnos palizas a las dos e intentó violar a tu única hija? —escupo con dureza, deleitándome con el grito ahogado de sorpresa de la enfermera y el color subiendo a sus mejillas.
Supongo que no lo sabía.
—Sí, Emma, se ha ido. Sé lo que hice; me arrepiento de lo que hice. —Intenta cogerme la mano, pero se la aparto. Su voz tiene ese aire de víctima que odio.
¿Cuántas veces he oído esta mierda? ¿Cuántas veces ha apartado a los hombres después de que nos golpearan a una de nosotras, solo para que volvieran a meterse en su cama días después?
—¡Demasiado poco y demasiado tarde, madre! ¿Crees que puedes aparecer aquí y suavizarlo todo? ¿Acaso sabes lo que hizo mientras estabas postrada en una cama de hospital? —Mi voz se eleva y se agita; necesito recuperar un poco el control si queremos discutir. Odio que siempre me haga ponerme así.
—¿No-o-o...? —Su voz débil y diminuta delata su nerviosismo; tiene miedo de que le diga que esta vez lo ha conseguido. Capto ese momento de duda en sus ojos y recuerdo la expresión de su cara cuando le pilló intentando violarme, su miedo a que me quisiera a mí en vez de a ella. Se me revuelve el estómago, lo que no hace sino alimentar mi rabia.
—¡Me agredió! —gruño—. Es el mismo hombre malvado que era hace ocho años. No ha cambiado nada.
—¿Qué? —Sus ojos se abren alarmados—. ¿Él...? —No puede formular las palabras, pero puedo leerla como un libro. Todo lo que quiere saber es si tuvo sexo conmigo. No se trata de mí o de que me hiciera daño, sino de que su novio la engañe.
—No. No lo hizo. Solo quería demostrar su dominio sobre mí, asustarme. Y lo consiguió —le grito, con un nudo en la garganta que se agudiza cuando su expresión confirma mis pensamientos.
Está aliviada. Su novio no la traicionó. Está contenta. Nunca se preocupó por mí; siempre fue por ella y sus hombres. Yo solo me interpuse. Fui un daño colateral.
Llevo semanas aguantándome y ya no puedo más. Empiezo a desmoronarme y pierdo los estribos por completo, algo dentro de mí se quiebra con mucha facilidad. Es como si una presa implosionara y las aguas se desbordaran.
—Jake le dio una paliza, ¡y me alegro! ¡Se lo merecía! Ojalá lo hubiera matado. —Me rompo por completo, gritando como una banshee, mientras me pongo en pie de un salto y golpeo la mesa furiosamente con mi cuerpo. Los cuencos se vuelcan y los vasos se caen, derramándolo todo por todas partes. No controlo mi reacción.
Su rostro palidece al darse cuenta de cómo Ray se hizo esas heridas. La enfermera intenta agarrarse las gafas para enderezárselas, mientras su rostro se ilumina de terror ante mi arrebato.
¡Sí, mamá! Jake le hizo eso. Jake lo molió a palos por ponerme las manos encima, alguien que no tenía ninguna obligación de quererme o protegerme. ¡Mi jefe! No mi madre. Mi madre nunca me habría defendido así ni me habría elegido a mí antes que a su hombre.
Solo de pensarlo me dan ganas de arremeter contra ella y partirle la cara como Jake hizo con Ray.
—¿Por qué no ves lo que me haces? —vuelvo a gritar, las lágrimas corren por mi cara, las emociones sacan lo peor de mí. Mi voz está ronca por el esfuerzo de perder los papeles.
—Jake no tenía derecho a hacerle daño a Ray; ¡él es la razón por la que Ray se fue! —me grita dejando caer su máscara, con la voz llena de rabia y acusación, como si quisiera pegarme. Está de pie, intentando poner su pequeño y enjuto cuerpo a mi altura para reñirme. La enfermera permanece sentada, mirándose las manos en el regazo, como si quisiera estar en cualquier sitio menos aquí. Siento lástima por ella; no le pagaron para que se involucrara en el drama de las mujeres Anderson ni para que presenciara nada de esto.
—Un momento... ¡¿Qué?! —Mis entrañas se estremecen ante sus palabras al entender lo que ha dicho, y lucho por calmarme—. ¿Qué quieres decir con que se fue? Insinuaste que lo habías echado tú. —Me quedo quieta, ese momento de pausa en mi histeria mientras la lógica me sacude. Mis lágrimas se detienen mientras el entumecimiento me mantiene firme.
Fui muy estúpida al creer que ella decidiría echarlo por su cuenta.
—Se fue —gruñe—. Vino con cara desfigurada después de haber tenido un accidente de coche, me dijo que se había acabado y se fue. No lo he vuelto a ver. Le echaste de mi vida... ¡¡otra vez!! Espero que esta vez seas feliz, Emma —me grita con odio, sin darse cuenta de que acaba de incriminarse a sí misma con cada palabra que sale de esa boca áspera suya.
¿Está tan ensimismada que hace oídos sordos a lo que dice?
La rabia que llevo dentro, la Emma adolescente, ya no puede contenerse. Con todas las últimas semanas de agonía sin Jake acumulándose, mi capacidad para contenerme se rompe y exploto.
Me abalanzo sobre ella sin control, arrebatándole y lanzándole mi plato de comida a ciegas mientras las lágrimas se apoderan de mi visión. El plato no le da en la cabeza y se estrella contra la pared. Las dos mujeres chillan y saltan asustadas, y yo empujo la mesa con fuerza hacia un lado para que caiga al suelo, derramando todo lo demás con un estrépito espantoso. La furia y la agresividad que han estado atadas demasiado tiempo fluyen de mí sin freno.
—¡¡¡SAL DE MI PUTO APARTAMENTO!!! —le grito endiabladamente, apartando la silla de una patada despiadada, por lo que me hago daño en el pie, agarrándome el pelo y casi arrancándomelo de frustración. Camino de un lado a otro, tratando de mantener el último gramo de control que creía haber conquistado en mi estancia aquí.
No había estado así desde la semana antes de irme de Chicago hace tantos años, cuando ella me empujó a esta fase de estallar y volverme loca, y hui. Hui para protegerme y protegerla de la rabia que sentía dentro de mí y que deseaba con todas mis fuerzas hacerle daño y vengarme de sus fallos como madre. Ahora no puedo huir, ni quiero hacerlo. Este es mi hogar... mi espacio y mi vida.
—¡Vete de una puta vez! —vuelvo a gritar, solo que menos enloquecida, mientras mi voz se quiebra roncamente. Esta vez la enfermera recoge apresuradamente sus bolsas y tira de la manga de mi madre en un intento desesperado por sacarla de ahí. Se da cuenta de que estoy perdiendo la cordura y de que me espera más rabia que esta.
—¿Emma...? —El labio de mi madre se tambalea mientras se lanza de nuevo al papel de víctima, con esa máscara de nuevo en su sitio.
—¡No! ¡Basta! Vete ya. —Levanto los brazos, salvaje y furiosa, con cara de loca. Tiene que irse antes de que arremeta directamente contra ella. Sé que soy más que capaz de hacerlo. Ya he devuelto golpes a otros hombres, pero nunca a ella, aunque quiero hacerlo. Es como una necesidad palpitante dentro de mí, la necesidad de golpear su estúpida cabeza contra algo duro y hacerla entrar en razón.
¡La odio tanto! Esto es lo que siento por ella.
Ambas se dan la vuelta y salen corriendo presas del pánico, dejándome sumida en el caos y la rabia. La puerta choca contra la pared detrás de ellas y mi desesperación se apodera de mí tras una breve pausa. En cuanto la puerta retrocede y vuelve a cerrarse, me desplomo en el suelo y suelto un lamento devastador. Me desahogo hasta que mi cuerpo no tiene energía para emitir sonido alguno.
Por fin me incorporo y miro a mi alrededor, dándome cuenta del desastre que he hecho, pero no me importa. Observo cómo la comida se desliza por la pared pintada de gris claro como una herida abierta. Me siento bien aquí sentada, rodeada de cosas rotas y fealdad, como si este fuera mi sitio. Sé que pronto me levantaré y lo limpiaré, ocultando las pruebas de mi crisis nerviosa. Me levantaré, me arreglaré la cara y la ropa y volveré a ser Emma antes de que amanezca.
¿No lo he hecho siempre?
Esto es lo que hago. Esto es lo que ella me enseñó. Pase lo que pase, debo contener todo lo que está mal en mí y esconderlo, mostrando al mundo que soy capaz y fuerte... pero por dentro, sigo sabiendo que no valgo nada.
Nadie consigue ver a la vulnerable Emma, nadie... ¡nadie! Y eso solo consigue infligirme más dolor. Por la mañana lo habré archivado cuidadosamente en mi caja negra interna y habré sacado mi sonrisa profesional, lista para afrontar otro día.
Así es Emma, así soy yo. Una sonrisa falsa y un comportamiento frío. Exteriormente inquebrantable y con nada en su vacía vida que pueda siquiera plantear una ligera duda sobre su cordura.
Jake vio a esa Emma y sinceramente creyó que eso era todo lo que había de ella. La mandó a paseo antes que ver el desastre roto que llevaba dentro, que se cayó a pedazos con solo conocerle. Él rompió esa fachada, y ni siquiera lo sabe.