
Crueles intenciones 1: Temiendo a la mafia
Maril Blake vive para la alegría, la libertad y perseguir lo bueno de la vida —hasta que una noche lo cambia todo. Después de presenciar un brutal asesinato, es arrojada a las sombrías profundidades de la Mafia, directamente a las manos de Severin Aresco. Frío. Despiadado. Conocido como el Escorpio. Él no pide—él toma. Y una vez que Maril está en su poder, deja claro que no irá a ninguna parte. Ella lucha. Él aprieta su agarre. Pero a medida que la línea entre el odio y el deseo se desdibuja, Maril debe decidir si escapar sigue siendo su objetivo… o si algo más oscuro ya la ha reclamado.
Capítulo 1.
MARIL
«Rebajas». Una palabra que alegra a muchas mujeres. Pero a mí no. Para mí significa agotamiento y caos.
Mujeres de todas las edades se transforman en fieras, dispuestas a luchar con uñas y dientes por una miserable prenda de ropa. Se tiran del pelo, se arañan y se empujan por conseguir una blusa, falda o chaqueta especial.
Para mí, «rebajas» es sinónimo de batalla. Una batalla entre mujeres. Las rebajas las convierten en enemigas.
—¡Date prisa con mis cosas! —me gritó una mujer de unos 25 años con un vestido beige y acento italiano mientras terminaba de meter sus vestidos en bolsas.
—Aquí tiene, señora. Que tenga un buen día —dije, con una sonrisa forzada.
Ella resopló y se marchó rápidamente, dejando paso a la siguiente clienta.
Pasé rápidamente sus artículos por el escáner, un total de quince prendas. Cobré y le deseé un buen día.
Y así seguí. Una mujer tras otra, con lo que parecieron ser más de cien; y las que aún estaban rebuscando por la tienda.
La tienda estaba a rebosar de mujeres ansiosas por aprovechar las grandes rebajas: todo al 70 por ciento.
—Hola, hermanita —dijo una voz chillona y molesta, haciéndome desear estar en cualquier otro lugar.
—¿Qué quieres, Kelsey? ¿No ves que estoy hasta arriba? —Me giré para mirar a mi hermana gemela, frunciendo el ceño.
—Solo quería ver a mi persona favorita en todo el mundo —dijo Kelsey con voz melosa, intentando caerme en gracia, lo que me hizo poner los ojos en blanco.
—Kels, no voy a usar mi descuento de empleada para ti cuando todo ya tiene un 70 por ciento de rebaja —le dije, doblando cinco vestidos y metiéndolos en una bolsa.
—¡Pero Maril! Quiero ese vestido azul, y no me llega porque estoy ahorrando para un coche —se quejó Kelsey.
—Ese no es mi problema, Kelsey —le respondí, sin dejar de atender a los clientes lo más rápido que podía.
—¡Por favor, Maril! ¡Por fa! ¡Por tu única hermana en el mundo, por tu única familia! —suplicó Kelsey, usando palabras que siempre me hacían sentir culpable.
—Vale, ve a por el vestido azul —cedí—. Pero ni se te ocurra colarte. Espera tu turno.
Kelsey dio un puñetazo al aire, encantada de haberse salido con la suya.
El resto de la tarde la pasé escaneando artículos y atendiendo a un cliente tras otro.
Y durante todas esa tarde, Kelsey siguió pidiéndome que le comprara más ropa con mi descuento de empleada.
Por fin, a las dos en punto, la tienda cerró para el descanso de la comida.
Estaba contentísima con esta hora de descanso, ya que me caía del cansancio.
Aunque estoy de pie la mayor parte del día, estar plantada en el mismo sitio durante cinco horas seguidas era agotador.
—Kelsey, tráeme algo de comer —le dije a mi hermana.
Ella rebuscó en su bolsa y sacó un sándwich de pollo envuelto en plástico—mi favorito.
Solo ver el sándwich hizo que mi estómago rugiera de hambre.
—Aquí tienes, hermanita —dijo Kelsey, poniendo el sándwich en el mostrador frente a mí, haciendo que mi estómago rugiera aún más fuerte.
Rápidamente desenvolví el sándwich de pollo y le di un buen mordisco.
Cerré los ojos y me sentí en la gloria mientras el delicioso sabor del sándwich de pollo inundaba mi boca.
Ojalá pudiera comer este sándwich de pollo para siempre.
Después del descanso de la comida, la tienda volvió a abrir, y me entró el pánico cuando un montón de mujeres se abalanzaron sobre la tienda, ansiosas por agarrar toda la ropa que podían.
A los pocos minutos, la primera clienta de la tarde se acercó, cargada con un montón de ropa.
Puse los ojos en blanco y empecé a pasar sus artículos por el escáner.
—Hola, Maril, ¿qué tal van los clientes hoy? —Danielle, mi jefa, preguntó alegremente mientras salía de la trastienda.
Sus ojos azul claro brillaban de felicidad al ver a cientos de mujeres correteando por su tienda, intentando comprar ropa.
—Fatal —dije sin rodeos.
Danielle sabía lo mucho que yo odiaba los días de rebajas.
—Venga, solo quedan unas pocas horas —dijo Danielle antes de alejarse dejándome sola. Solo deseaba poder hacer que el tiempo pasara más rápido.
—Oye, Maril, ¿qué te parece este vestido? —Kelsey sostenía un vestido negro, haciéndolo girar frente a ella.
—Es bonito, pero no te lo voy a comprar, Kelsey —dije, intentando sonar firme.
—Creo que te quedaría bien a ti —respondió ella.
—Vale, déjalo atrás. Quizás me lo pruebe luego —le dije, y ella hizo felizmente lo que le pedí.
Seguí pasando la ropa por la caja, una pieza tras otra.
Cuando vi que el sol empezaba a ponerse, sonreí.
Era hora de cerrar la tienda.
No porque fuera el final del día, sino porque habíamos vendido todo.
Después de cerrar las puertas, Kelsey me hizo probarme algunos vestidos que había escondido.
Acabé probándome ocho vestidos que Kelsey había guardado a escondidas en la trastienda, lo cual fue sorprendentemente amable por su parte.
Danielle daba su opinión cada vez que salía del probador.
Dijo que le gustaban tres de los vestidos, mientras hacía muecas graciosas con los otros cinco, lo que me hizo reír.
Después de pedir comida china, todas nos sentamos a cenar.
Estaba agotada después de un largo y ajetreado día y no veía la hora de llegar a casa y caer rendida en la cama.
Lo único que quería era dormir una semana entera.
Estaba feliz de que hoy fuera el último día de rebajas en Moda Passione aquí en Florencia, Italia.
Después de despedirnos de Danielle, Kelsey y yo salimos de la tienda y empezamos a caminar de vuelta a nuestro piso.
Estaba tan cansada que apenas podía dar un paso. Me dolían muchísimo las piernas, pero tenía que seguir adelante.
Solo quería llegar a casa y dormir.
—Oye, ¿quieres que llamemos a un taxi? —preguntó Kelsey, y yo solté un gruñido de cansancio.
—Pensé que estabas ahorrando para un coche, Kelsey —le recordé.
—Ya, pero es tarde y no me apetece caminar un kilómetro y medio solo para ahorrar cuatro duros —argumentó.
—Kelsey, no vamos a coger un taxi —dije tajante.
—Sí lo vamos a hacer, porque soy la hermana mayor —dijo, sacando pecho.
Puse los ojos en blanco ante su estúpido razonamiento.
—Por cincuenta y ocho segundos —le respondí. Ella siempre me recordaba que había nacido un pelín antes que yo.
—Exacto, así que como hermana mayor, digo que cogemos un taxi —sentenció.
Pero después de caminar un rato, no vimos ningún taxi.
Se estaba haciendo de noche, y aún nos quedaba medio kilómetro antes de que pudiera meterme en mi cama. La zona por la que caminábamos no tenía muchas luces, lo que la hacía parecer siniestra.
Cada vez que pasábamos por aquí, me entraba el miedo hasta que llegábamos a salvo a casa.
De repente, oímos voces. Kelsey y yo nos miramos, pensando lo mismo: «¿Qué está pasando?».
Las voces venían de un callejón oscuro justo delante de nosotras. Nos acercamos sigilosamente e intentamos ver quién estaba hablando.
Estaba demasiado oscuro para distinguir caras, solo se podía ver las siluetas de unas personas.
Kelsey y yo nos miramos, confundidas. Solo llevábamos una semana en Italia y apenas conocíamos algunas palabras en italiano.
No teníamos ni idea de lo que estaban diciendo.
Sabía lo que significaba la primera parte—«No, por favor».
—El jefe te dio un mes para pagar; se te acabó el tiempo —dijo el fumador enfadado.
—¿Quieres matarlo tú o lo hago yo? —preguntó otra voz, también áspera y aterradora.
—No quiero que te lleves toda la diversión. Déjame hacerlo a mí —respondió el fumador, con voz escalofriante.
Kelsey y yo no podíamos movernos. Teníamos los ojos como platos y no podíamos dejar de mirar el oscuro callejón frente a nosotras.
—No, no, por favor no me maten. Se lo suplico, por favor —Lloró la persona. Sonaba aterrorizada.
¿Por qué suplicaba?
De repente, la noche tranquila fue rota por el sonido ensordecedor de un disparo.
El ruido hizo que Kelsey y yo nos quedáramos paralizadas, incapaces de movernos o hacer nada.
El disparo resonó por el oscuro callejón, dejando un pitido en mis oídos.
Luego, volvió el silencio, hasta que un grito me heló la sangre.
Kelsey soltó un chillido aterrador, el sonido rebotó en las paredes del callejón.
Yo también debería haber gritado, pero estaba demasiado asustada para hacerlo; solo fui capaz de quedarme mirando fijamente la oscuridad mientras los gritos de Kelsey llenaban el aire.
—¿Quién ha sido? —La voz del fumador me sacó de mi shock.
—Mierda —dije en voz baja, agarrando el brazo de Kelsey y tirando de ella mientras salíamos corriendo del callejón.
No quería que acabáramos como el hombre del callejón, con balas en nuestras cabezas por presenciar un crimen.
—Alto, volved aquí —gritó la voz áspera, pero la ignoré.
Seguí corriendo, arrastrando a Kelsey conmigo, oyendo pasos detrás de nosotras que me hicieron correr aún más rápido.
Corrimos a toda velocidad, intentando escapar de los hombres que ahora nos perseguían.
Dimos un montón de vueltas, esperando despistar a nuestros perseguidores, pero en su lugar nos perdimos.
Pero eso no me preocupaba, solo quería llevarnos de vuelta a nuestro piso sanas y salvas.
Después de lo que pareció una eternidad, Kelsey y yo nos desplomamos sobre un césped, jadeando.
Sentí que mis piernas eran como gelatina, y me preguntaba si sería capaz de ponerme en pie otra vez.
—¿Qui-quiénes eran esos tipos? —logró preguntar Kelsey mientras trataba de recuperar el aliento.
—Asesinos —Fue todo lo que pude decir mientras intentaba normalizar mi respiración.
—¿Los hemos despistado? —preguntó Kelsey, con la voz temblorosa.
Me incorporé y miré a mi alrededor, examinando el parque donde habíamos ido a parar.
El parque estaba a oscuras, con solo unas pocas farolas proporcionando algo de luz.
No vi a nadie más por los alrededores, y no había ni rastro de los hombres que nos habían estado persiguiendo.
—Se han ido —le dije a Kelsey, que también se había sentado.
Ella echó un vistazo alrededor y luego se volvió hacia mí.
—¿Dónde estamos? —preguntó, mirando por todo el parque.
—Ni idea, pero tenemos que llegar a casa. Estoy muerta de cansancio y solo quiero dormir —dije, mirando mis piernas y rezando para que funcionaran.
Kelsey se puso de pie y me ofreció su mano, que acepté agradecida.
Con una fuerza sorprendente, me ayudó a ponerme en pie.
Tambaleé un poco, intentando mantener el equilibrio.
Una vez que estuve segura de que no me caería, empezamos a salir del parque, siempre mirando hacia atrás.
—A lo mejor podríamos preguntarle a alguien por direcciones —sugirió Kelsey después de un rato.
—Vale, pero tendrás que hablar tú. Todavía no me acuerdo del nombre de nuestra calle —respondí.
Kelsey asintió, y nos quedamos en silencio.
Había esperado ver al menos a algunas personas por la calle, pero estaba desierta.
«Qué raro, ¿cómo es que no hay ni un solo policía por aquí?».
Los edificios a nuestro alrededor estaban en completo silencio, señal de que todos estaban seguros en sus casas. Las tiendas estaban todas cerradas, con los letreros apagados.
Unas pocas farolas daban algo de luz y nos hacían sentirnos un poco más seguras, mostrándonos que aún podíamos encontrar el camino de vuelta a casa.
Pegué un grito cuando vi a dos hombres corpulentos con chaquetas negras de cuero bloqueando nuestro camino, con los brazos cruzados. La luz de las farolas me permitió ver sus caras. Ambos eran muy altos, poco más de metro ochenta, con piel bronceada y cabezas rapadas. Tenían pinta de matones.
Solo había pequeñas diferencias entre ellos. El de la izquierda tenía ojos marrones claros mientras que el de la derecha tenía ojos azules. Ambos tenían tatuajes idénticos de escorpiones negros en la mejilla derecha, pero el de la izquierda también tenía un tatuaje de una rosa en el lado izquierdo de su cara.
—¿Qui-quiénes sois? —dijo Kelsey nerviosamente.
—No entendemos el italiano, señor —respondí, orgullosa de mí misma por no sonar asustada.
Los hombres no dijeron nada. Me pregunté si por fin nos dejarían en paz. Pero entonces, al mismo tiempo, echaron mano a sus espaldas y sacaron unas pistolas negras idénticas. Sentí una oleada de pánico cuando vi las armas ahora apuntando directamente hacia nosotras.
—Eh, eh, no hace falta sacar las armas, ya nos íbamos, ¿verdad Mar? —dijo Kelsey, levantando las manos.
Supe que era hora de salir por patas.
Kelsey y yo empezamos a retroceder lentamente, sin quitarle el ojo a los dos hombres aterradores. Cada fibra de mi ser quería darse la vuelta y salir corriendo, pero sabía que tenía que mantener la calma. Si no lo hacía, podría hacer que nos mataran a las dos, y eso era lo último que quería.
Tenía planes de ver toda Italia antes de morir.
Habíamos logrado alejarnos bastante de los hombres que podrían matarnos. Lo suficiente como para ahora darnos la vuelta y salir pitando.
Justo cuando Kelsey se dio la vuelta, oímos un suave clic.
Kelsey gritó, agarrándose la cintura con la mano izquierda, y cayó al suelo, sin moverse.
Chillé y caí de rodillas, buscando frenéticamente dónde le habían disparado a mi hermana.
Estaba tan concentrada en buscar sangre que no me di cuenta de que los hombres corpulentos se habían acercado. De repente, sentí un pinchazo agudo en mi pierna y grité.
Miré hacia abajo para ver un pequeño dardo clavado en mi pierna. Empecé a sentir mis brazos y piernas como si fueran plomo.
Usando toda la fuerza que me quedaba, alcancé donde estaba clavado el dardo y lo arranqué. Una ola de dolor intensísimo subió por mi pierna, pero estaba demasiado aturdida para reaccionar.
Sentí como si mi cabeza pesara una tonelada y empecé a ver borroso. Un crujido repugnante resonó en el los confines de mi conciencia.
Pronto, todo se volvió negro.















































