Cuando un vampiro ataca a Poppy en la calle, su vida cambia para siempre. A medida que la violencia se extiende, Alfa Gray sabe que solo el Castillo de los Vampiros puede ayudarlo a detener las crecientes amenazas. El camino de Poppy se cruza con el de Alfa Gray, y mientras ella busca protección, la tensión entre ella y los miembros de la manada es palpable. Conforme se abre camino en el peligroso mundo de los vampiros, los hombres lobo y la política de la manada, Poppy se da cuenta de que puede que tenga que tomar cartas en el asunto. ¿Qué ocurre cuando una mujer feroz se niega a doblegarse ante la autoridad, incluso ante la de un poderoso alfa?
Libro 1: Loba silenciosa
POPPY
Vivir con hombres lobo no era tarea fácil. Eran más rápidos, fuertes y peligrosos que los humanos. Podían oler el miedo o el deseo desde lejos, y aprovechaban cada oportunidad como lobos que eran. Pero eso sí, dejaban buenas propinas.
Cuando andas corta de dinero y cuentas cada céntimo, vas a por los mejores propineros. Una sonrisa de oreja a oreja, hacer como que escuchas y jugar con el pelo solía funcionar. Si no, un toquecito suave en el hombro a menudo los convencía.
Acababa de terminar mi turno en Lenny's. Me dolían los pies y la espalda como si me hubiera pasado un camión por encima. Pero gané casi el doble de mi sueldo en propinas, así que no me iba a quejar. Tendría suficiente para comer y quizás hasta me sobrara algo esta semana.
Los hombres lobo comen como lima nueva. Las bandejas pesaban tanto que al final del día sentía que se me iban a caer los brazos. Por poco se me cae una mientras saludaba a los clientes justo antes de terminar mi turno.
Eso me habría costado la mitad de mis propinas. Lenny decía que teníamos que pagar por cualquier cosa que rompiéramos, aunque fuera culpa del cliente.
Lenny era un ogro, pero necesitaba este trabajo, así que me mordía la lengua. Por suerte, mantuve la bandeja firme y terminé el turno con otra buena propina.
¡Era como si me hubiera tocado la lotería! Tendría suficiente para tomarme unos tragos en el club al que Eva me había invitado esa noche.
No había salido esta semana para ahorrar después de pagar el alquiler. Pero vivir solo para comer y guardar unas monedas a veces no era la vida que quería.
En cambio, si podía permitírmelo, ¡aprovecharía cada oportunidad para pasarlo en grande! Ser salvaje, bailar y divertirse, ¿quién no querría eso?
Así que, saliendo del restaurante sin mirar atrás, me fui pitando a casa, me di una ducha rápida y me arreglé en un santiamén.
Estaba dándome la última pasada de delineador cuando oí que llamaban a la puerta. Tenía que ser Eva, mi amiga más cercana por estos lares.
Nunca me quedaba en una ciudad más de unos meses. No sabía bien por qué, pero siempre había sido un poco loba solitaria, se podría decir.
Supongo que por eso había vivido cerca de la Manada de Lobos Perdidos durante tanto tiempo.
«Perdida» o «sin hogar» podrían haber sido mi segundo nombre. Vivir cerca de ellos era lo más parecido que había sentido a tener un hogar en algún sitio.
Aun así, «amiga más cercana» solo significaba que Eva sabía mi nombre y que me gustaban la pizza y las discotecas. En unos meses, me habría largado y ella me olvidaría tan rápido como todas las demás antes que ella.
Eva y yo nos conocimos en Lenny's hace unas tres semanas. Ella había trabajado antes que yo cuando empecé, pero se quedó para enseñarme los gajes del oficio.
Nos caímos bien desde el principio. Ella tampoco era de aquí, pero se había quedado en su camino hacia el sur y nunca se fue. Decía que los hombres de aquí estaban demasiado buenos como para irse.
Tenía que darle la razón, había algunos hombres muy atractivos en este pueblo. Aunque yo no era tan lanzada como ella cuando se trataba de aventuras de una noche y compañeros de cama.
Eva era una mujer loba, así que tenía más confianza con los desconocidos que yo.
Aun así, tener una amiga hombre lobo también tenía sus ventajas. Eva podía espantar a cualquier borracho y no se achicaba ante un lobo enfadado. Nadie se metía con nosotras, ni en el restaurante ni mientras bailábamos.
—¡Date prisaaa! —gritó Eva impaciente desde detrás de mi puerta—. Mi amigo solo trabaja allí hasta la medianoche. Tenemos que llegar volando para entrar.
No tenía ni idea de cómo se había hecho amiga de un portero en una de las mejores discotecas del pueblo. Pero no iba a quejarme si significaba que no tenía que pagar para entrar.
Eva parecía conocer a todo el mundo, y todos la querían, lo que significaba que había pasado las últimas tres semanas entrando gratis a casi todas las discotecas.
Sumado a algunos chicos simpáticos en los clubes que nos invitaban a copas, conseguíamos nuestras noches de fiesta a coste cero.
—¡Ya estoy! —respondí, agarrando mis llaves y saliendo como una bala de mi apartamento—. ¡Que empiece la fiesta!
Caminamos alegremente hacia el centro de la ciudad, hablando sobre el último ligue de Eva y riéndonos de sus intentos de arreglarme una cita a ciegas.
El aire fresco de la noche me acariciaba la cara, y aparté de mi mente los intentos de mi amiga por encontrarme pareja.
Como dije, estaba bien sola. Algunos hombres en el restaurante habían llamado mi atención, pero nunca lo suficiente como para aceptar verlos a solas.
Llegamos justo a tiempo a la discoteca. El edificio estaba en la calle principal, en pleno centro. Nadie podía perdérselo con sus luces de neón.
La larga cola de gente esperando entrar indicaba que había un evento especial, y me sentí aliviada cuando el portero nos hizo señas para pasar al frente.
—¡Hola, guapa! Les guardé una mesa al fondo —dijo el amigo de Eva, abriendo la cuerda para dejarnos entrar—. No se olviden de mencionar mi nombre cuando pidan en la barra.
La forma en que la mujer miraba el cuerpo de Eva me hizo preguntarme qué había hecho Eva para conseguirnos este favor. Definitivamente era más que simple amistad, si entiendes lo que quiero decir.
Pero rápidamente dejé de pensar en eso cuando entramos al área principal. ¡Madre mía! pensé. ~¡El club es enorme!~
Eva tenía una sonrisa de oreja a oreja mientras se giraba hacia mí, gritando de emoción. ¡No podría haber estado más de acuerdo! ¡La noche iba a ser de película!
La música estaba a todo trapo, el lugar estaba a reventar y la gente estaba de fiesta por todas partes, incluso en los pasillos y en las escaleras.
Después de conseguir nuestra mesa y copas gratis, fuimos a la pista principal, bailando con un desconocido tras otro, alejándonos cuando se acercaban demasiado.
Eva desaparecía al final de cada canción para tomarse otro trago casi más rápido de lo que el barman podía prepararlo. Una de las ventajas de ser un hombre lobo, supuse.
Emborracharse era difícil, pero no imposible, debido a la rapidez con la que funcionaban sus cuerpos. Había oído que mayormente bebían por el sabor, si podían encontrar uno detrás de la sensación ardiente del alcohol.
Las copas estaban buenas, estaba de acuerdo, pero no tenía mucho dinero y todavía me preocupaba tener que pagarlas después, así que me conformé con el mareo del primer trago y seguí bailando.
Alrededor de las dos de la mañana, sin embargo, me entró el cansancio y los pies empezaron a matarme.
Busqué a Eva, a quien encontré besándose con un chico rubio y tatuado. La verdad, no entendía cómo podía simplemente besar a un desconocido y llevárselo a casa. ¡Ni siquiera lo conocía!
Llámame anticuada, pero aunque no me apegaba, necesitaba algo de conversación y coqueteo si un hombre quería llamar mi atención.
Le sonreí a mi amiga y señalé hacia la salida, indicando que me iba a casa. Ella asintió y me saludó con la mano, sin dejar de besar a su chico más que para coger aire rápidamente.
Tú sí que sabes, chica, pensé, riéndome para mis adentros mientras salía a la calle.
La noche estaba fresca, especialmente en comparación con el ambiente caluroso y abarrotado dentro del club. Rápidamente me abracé, frotándome la piel para entrar en calor.
No veía ningún taxi, pero de todos modos no me importaba y decidí ir andando. Vale, me dolían los pies, pero con el aire fresco de la noche en mi piel, ya se sentían mejor.
Además, mi casa no estaba tan lejos. También, podía aprovechar este paseo para despejarme y pensar con claridad. La mañana llegaría pronto, y no iba a desperdiciar mis dos días libres con resaca.
Tarareaba mientras caminaba, pensando en lo genial que había sido la noche, y mejor aún, en lo maravilloso que sería mañana.
¡Qué regalo! Sin Lenny gritándome, sin bandejas pesadas que cargar. Solo yo, mi manta y tal vez un buen libro.
De repente, sentí un escalofrío que me hizo parar en seco. Giré la cabeza mientras se me ponía la piel de gallina.
Estaba en un cruce, a solo dos manzanas de casa. Pero algo no cuadraba. No sabía cómo, pero lo sabía. No se oía nada. Ni coches. Ni gente. Nada.
No estaba tan lejos del centro. Había caminado tal vez siete u ocho manzanas, así que debería haber gente por ahí todavía, ¿no? Tal vez habían sentido lo mismo que yo y se habían largado.
Así que, cuando una sombra salió del edificio a mi derecha, retrocedí sin pensar. Me giré para enfrentar el movimiento que había visto, pero no había nada allí.
Otra sombra se movió por el rabillo del ojo, y me giré de nuevo. Mi cuerpo se tensó, mis sentidos en alerta máxima.
Pensé que solo sentía a una persona acechando. Pero esta criatura no era humana. Y tampoco era un hombre lobo.
Y eso me asustó. Había estado rodeada de hombres lobo lo suficiente como para saber cómo manejarlos, o al menos qué esperar de ellos.
Por otro lado, los humanos eran tan fáciles de leer que no me iba a asustar por un vagabundo cualquiera.
La sombra se movió de nuevo, y esta vez, mis ojos vieron a un tipo, apenas a unos pasos de mí. Se me hizo un nudo en la garganta.
Algo estaba... mal en él. Sus ojos eran amarillos, no brillantes sino apagados. Como si no hubiera vida detrás de ellos.
Dio un paso más cerca, y la sonrisa aterradora que se extendió lentamente por su rostro parecía tan sin vida como sus ojos.
Un escalofrío me recorrió la espalda mientras retrocedía. Pero él seguía acercándose, sus piernas delgadas sorprendentemente cerrando el espacio entre nosotros.
—Buenas noches, loba —dijo, su voz fría enviando instantáneamente más escalofríos por mi espalda.
—N-no soy una loba —dije con dificultad mientras levantaba mis manos frente a mí. Si esto era solo un error, tal vez me dejaría ir.
—Creo que te has equivocado de persona —sugerí suavemente, incluso tratando de dar una sonrisa tranquilizadora.
Por favor, que me deje llegar a casa.
El extraño dio otro paso en mi dirección. Su risa resonó, fría como el acero, mientras sus labios se retiraban sobre sus dientes.
Un momento... ¿Colmillos? ¡Mierda!
Y entonces saltó sobre mí.