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La asistenta del multimillonario

Capítulo 5: Seguro que consigues el trabajo si el jefe te odia

El teléfono de Octavia tintineó y zumbó sobre la mesita que habías junto a ella. Dejó el tarro de mantequilla de cacahuete a su lado.

Observando las yemas de sus dedos, en su mayoría embadurnadas de la pegajosa mantequilla que había estado comiendo como si fuera helado, se volvió hacia Gracie, que estaba sentada con las piernas cruzadas en la alfombra.

—¿Puedes cogerlo por mí? Ponlo en el altavoz —pidió Octavia.

Gracie no levantó la vista de su teléfono. —¿Por qué no puedes cogerlo tú?

—¡Vamos! Mis manos están pegajosas. ¿De verdad quieres tener que sacar la mantequilla de cacahuete de mi teléfono después de esto? ¿Otra vez?

Gracie suspiró y dejó su teléfono para coger el de Octavia y pulsando un botón activó el altavoz.

—Si se trata de un cambio de compañía, puedes ahorrarte tu tiempo —dijo Gracie al teléfono.

La línea se quedó en silencio durante unos segundos, luego una tímida voz dijo: ...Um, ¿está Octavia?.

Octavia se incorporó, reconociendo la voz. —¡Lauren! Hola. Sí, estoy aquí. No te preocupes por eso. Sólo era mi... abuela, que está algo senil ya.

Gracie sonrió y le devolvió el teléfono a Octavia.

Oyeron a Lauren soltar una risa nerviosa. —Oh, ya veo. Espero no haberla molestado.

—No, no —la tranquilizó Octavia—. Sólo ha estado... bebiendo —Octavia lanzó una mirada hacia Gracie— Mucho.

—Um, vale. Lo siento.

—No te preocupes. ¿Ha pasado algo? —dijo Octavia.

—¡Oh! ¡Sí! —La voz de Lauren se volvió repentinamente alegre—. Sólo quería decirte, ¡felicidades! No puedo creer que vayamos a trabajar juntas.

Gracie levantó la cabeza y le dirigió a Octavia una mirada interrogativa. Octavia estaba aún más desconcertada que Gracie.

—Eh... ¿qué quieres decir con “trabajar juntas”? —preguntó Octavia.

—El trabajo. Es tuyo. Eres la nueva asistenta de nada menos que el mismísimo Sr. Raemon Kentworth.

Octavia no dijo nada. Miró su teléfono con incredulidad.

—Por eso te llamo —continuó Lauren—. Cuando Adelaida me dijo que te enviara por correo electrónico la carta de la oferta al final del día... tuve que llamarte y contarte la noticia yo misma. Sabía que serías la mejor candidata para el puesto.

Para entonces, Octavia encontró su voz. —¿Estás segura de que quería que me enviaras eso?

—Por supuesto —dijo Lauren—, tengo una copia de la carta aquí mismo, firmada por la propia Adelaida. Ahí está tu nombre, Octavia Clarice Wilde.

Octavia se rascó sin pensar la cabeza, dejándose rastros de mantequilla por todo el pelo.

—¿Sabe esto el Sr. Kentworth? —preguntó.

Lauren se rió. —Bueno, obvio. Él lo autorizó.

—Salió de su despacho hace un rato y se acercó a la mesa donde estábamos Adelaida y yo, le entregó tu currículum y simplemente dijo: “Contrátala. La quiero aquí mañana por la mañana”.

Octavia se dio cuenta de que su corazón había empezado a latir más rápido de lo habitual. Tenía las manos un poco húmedas y no era por la mantequilla de cacahuete.

—Mierda —dijo Octavia.

—¿Qué? ¿No vas a aceptar el trabajo? —preguntó Lauren—. ¡Por favor, di que sí! Realmente quería devolverte todo lo que hiciste por mí. Pero además... las cosas están muy locas por aquí.

—Tiene muchas demandas, y ninguna de nosotras es capaz de satisfacerlas. Tú sabrías exactamente qué hacer. ¡Serías realmente una gran ayuda para nosotras! Para mí.

—..me gustaría, Lauren... pero, no sé. No creo que sea bienvenida allí.

—¡Claro que sí! El mismo Sr. Kentworth le dijo a Adelaida que te contratara. No dejó una nota ni envió un correo electrónico. Le dijo que te contratara, y te quería aquí inmediatamente.

—Si no te quisiera como asistenta, ¿por qué iba a hacer eso?

En esencia, era la misma pregunta que rondaba por la mente de Octavia en ese momento.

Respiró profundamente. —Mira, Lauren, te estoy muy agradecida por lo que hiciste, pero...

Gracie la interrumpió aclarándose la garganta.

Octavia miró a Gracie. La expresión de Gracie era ilegible, pero Octavia sabía muy bien lo que significaba.

—¿Pero qué? —preguntó Lauren con ansiedad.

—..Pero... pero nada —respondió Octavia con un suspiro—. Yo... acepto. Supongo que te veré mañana por la mañana.

—¡Eso es estupendo! —respondió Lauren eufórica. Octavia finalmente le indicó a Gracie que terminara la llamada después de escuchar cinco minutos más de balbuceos excitados de Lauren.

—Muchas gracias —dijo Octavia con mal humor—. Por tu culpa, estoy trabajando para el hombre más odioso del planeta. Y mi pelo está lleno de mantequilla de cacahuete.

—Eh, no puedes endiñarme lo de la mantequilla de cacahuete, y B, no deberías seguir los consejos de tu abuela borracha y senil —respondió Gracie con frialdad.

Sierra eligió ese momento para pasearse por el salón con una toalla envuelta en su pelo oscuro, vestida con su pijama.

—Joder, lleváis toda la tarde ahí sentadas. ¿No podéis hacer algo importante por una vez? —dijo ella, levantando la nariz al verlas.

—Relájate. Octavia ya no va a estar tanto por aquí a partir de mañana. Tiene un nuevo trabajo —anunció Gracie.

—Por fin —resopló Sierra, deteniéndose a recoger unas revistas de un sillón cercano.

—No podrás quejarte de que no haya pagado el alquiler —protestó Octavia.

—Cariño, era sólo cuestión de tiempo que eso ocurriera —dijo Sierra.

—Bueno, ahora tendrá mucho dinero. Trabajando en Icarus Tech y todo eso —dijo Gracie.

Sierra se llevó una mano al pecho. Su mirada despectiva fue sustituida por una de arrebato. —¡Icarus Tech! Trabajarás para Raemon Kentworth. Oh. Dios. Dios.

—¡Lo que daría por ver su preciosa y sexy cara! —Una mirada astuta apareció en su rostro—. Tampoco me importaría ver el resto de sexy cuerpo.

—¿Sabes quién es? —preguntó Octavia.

Sierra se puso una mano en la cadera.

—Perra, ¿quién no? Es el hombre más rico, más sexy y más increíble del planeta. A cualquier chica que tenga el privilegio de estar en su presencia, se le caerían las bragas con sólo olerlo.

Octavia frunció el ceño. —Lo dudo mucho.

Pero Sierra estaba hojeando furiosamente la pila de revistas que tenía en sus manos. Sacó una y se la lanzó a la cara a Octavia.

—¿Ves eso? ¡Mira esa gloriosa cara! Lo juro por Dios, ese hombre es un ángel.

Octavia se quedó mirando la cara que ya conocía demasiado bien. Toda su figura estaba centrada en la portada de la revista con los titulares salpicando los espacios a su alrededor.

Un texto grande y en negrita que decía cosas como: —El hombre más sexy del mundo; Cómo el soltero más codiciado del siglo XXI hizo su fortuna —junto a— ¡Cincuenta maneras de perder veinte libras en una semana!.

Su traje azul marino le quedaba bien, marcándole algunos lugares por el volumen de sus bíceps, con las manos descansando despreocupadamente en los bolsillos.

Miraba fijamente la página, sus ojos fríos pero desafiantes, listos para diezmar cualquier cosa o persona que se interpusiera en su camino.

—Mataría por una oportunidad de estar en la misma habitación que él. O aun que sea en la misma ciudad —dijo Sierra con tristeza.

—Sierra, estás en la misma ciudad... —comenzó Octavia.

—Podrías empezar con Octavia —sugirió Gracie, con un toque de picardía en sus ojos—. Ella va a trabajar con él a partir de mañana por la mañana.

La cara de Sierra se puso pálida. Giró la cabeza lentamente para mirar a Octavia a los ojos, lanzándole una mirada que podía matar.

—..¿Qué? —roncó.

—Um... realmente no es nada. Sólo seré una asistenta —dijo Octavia.

—Su asistenta personal —añadió Gracie—. Estará con él todo el día. Irá donde él vaya, ¿verdad? ¿No es eso lo que te dijo Adelaida?

Octavia le lanzó a Gracie una mirada más mortífera que Sierra le dirigía a ella, pero rebotó en el rostro impermeable de Gracie.

—¿Tú? —dijo Sierra, con la voz temblorosa—. ¿Vas a trabajar para... para... él?

Octavia asintió débilmente. —..Sí.

En una fracción de segundo, Sierra se abalanzó sobre Octavia. Octavia retrocedió sorprendida, manteniéndose fuera del camino de Sierra. Pero Sierra logró agarrar el dobladillo de la capucha de Octavia.

—¡Llévame contigo! —jadeó.

—¡No! —exclamó Octavia, apartando las manos de Sierra de su capucha. La empujó, y Sierra se arrojó entonces sobre el reposabrazos opuesto del sofá y hundió la cabeza en el material acolchado, lamentándose y llorando.

—¡He estado esperando a un hombre como él toda mi vida! ¿Y quién tiene la oportunidad de verlo? ¡Mi fea compañera de piso! ¿Por qué? —se lamentó, con los hombros agitados por los sollozos.

—¿Por qué no conseguí yo ese trabajo? ¿Por qué no puedo ser su asistenta? ¿Por qué siempre me pasa esto?

Octavia decidió ignorar los comentarios de Sierra y volvió a lanzar una mirada fulminante a Gracie. —Gracias de nuevo, abuela.

Gracie observaba divertida a Sierra. —Sinceramente, no se puede pagar lo suficiente por una reacción así. Me alegro de habérselo dicho.

Octavia puso los ojos en blanco y se levantó del sofá para ir a la cocina a lavarse las manos. Cuando regresó al salón, encontró a una Sierra más tranquila olfateando en las mangas de su camisa.

—Créeme, Sierra, no es para tanto —dijo Octavia.

Sierra respondió con una mirada mordaz.

—Anímate —le aconsejó Gracie—. Quizá Octavia pueda hablarle de ti. Y luego puedan contratarte si necesitan a una analista de datos o algo así.

Sierra resopló más fuerte. —Nunca me contratarían allí. Joder. ¿Por qué no fui a la universidad?

—¿No dijiste que la dejaste porque tenías una audición en American Idol? dijo Octavia.

Sierra enterró la cara entre las manos. —Si hubiera sabido que la universidad podría haberme llevado a Raemon Kentworth, no me habría molestado en ir a esa estúpida audición.

—Míralo así —dijo Gracie—, puedes ser la acompañante de Octavia a la fiesta de Navidad de la oficina y conocerlo allí.

Sierra levantó la vista, con una pizca de esperanza en sus ojos llenos de lágrimas. —¿Tú crees?

Octavia comenzó, —Um, primero, dudo seriamente que tengan fiesta de Navidad...

—¡Claro! —interrumpió Gracie—. Y si se enamora de ti y te lleva a su castillo en España, habrás conseguido a tu hombre sin tener que pasar por el problema de la matrícula.

Octavia y Gracie intercambiaron miradas y no dijeron nada.

—¿Sabes qué? Tienes razón —dijo Sierra, poniéndose de pie y secando las últimas lágrimas de sus ojos.

—Voy a empezar a trabajar en un look para mi hombre ahora mismo. Notará el flechazo en cuanto me vea.

Con eso, Sierra recogió sus revistas y salió disparada, sus miserias antes abrumadoras eran cosa del pasado.

Octavia negó con la cabeza y se volvió hacia Gracie.

—Es realmente increíble —comentó Octavia.

—Una maravilla del mundo moderno —coincidió Gracie.

—Y tú, Gracie, ya me has metido en suficientes problemas por esta noche.

Gracie se encogió de hombros. —No gastes tu energía en mí. Tienes problemas más grandes.

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