
El sendero del destino 1: El sendero del destino
Kassandra Jacobs siempre ha soñado con casarse con su novio, Ty, el amor de su vida. Criada por el alfa y la luna de la manada, el mundo de Kassi gira en torno a su vínculo con Ty. Pero cuando Ty cumple 18 años y alcanza la edad en la que puede encontrar a su verdadera pareja, el mundo de Kassi se ve sumido en la incertidumbre. ¿Conseguirá finalmente su deseo y estará con el hombre al que siempre ha amado, o el destino llevará a Ty hacia otra persona? Sigue el viaje de Kassi mientras se enfrenta a sus miedos y esperanzas más profundos, preguntándose si el destino cumplirá sus sueños o los hará añicos.
Prólogo
KASSI (3 AÑOS)
Me desperté sobresaltada por unos ruidos fuertes y aterradores que venían de afuera, justo desde debajo de mi ventana. Empecé a gritar llamando a mi madre. Ella siempre sabía qué hacer.
Pero mi madre no apareció.
Me levanté de la cama y caminé de puntillas hacia la puerta. La entreabrí y miré al pasillo, temblando de miedo.
Cuando fui al dormitorio de mis padres, no estaban allí. Decidí ver si mi hermano sabía dónde estaban. Él tenía seis años, así que era muy listo. Fui a su habitación, pero tampoco lo encontré.
¿Dónde se habían metido todos?
Se me hizo un nudo en la garganta. No me gustaba estar sola, y los ruidos cada vez eran más fuertes.
Bajé las escaleras lo más silenciosamente que pude. ¿Mi hermano o mi madre estaban escondidos en algún rincón? Cuando llegué al salón, se me olvidó ser sigilosa y empecé a gritar a pleno pulmón.
¡Había sangre por todas partes!
Recorrí la casa como una loca, buscando a alguien, pero no había ni un alma. El miedo me invadió y salí corriendo por la puerta trasera entre lágrimas.
Afuera había hombres lobo muertos tirados en el suelo. Algunos parecían lobos y otros humanos. Mis gritos se hicieron aún más fuertes.
—¡Mamá! ¡Papá! ¡Hermano! ¿Dónde estáis?
La luz amarilla de nuestra casa era la única que brillaba en la oscuridad. Oí el columpio moviéndose con la brisa fresca de la noche.
Justo más allá del columpio estaba el gran campo abierto donde mi padre le enseñaba a mi hermano a pelear. Entrecerré los ojos, tratando de distinguir los cuerpos en el suelo. Apenas podía respirar.
Fue entonces cuando vi a mi hermano. Estaba tirado en el suelo al otro lado del campo.
—¡Hermano! ¡Hermano! —grité, corriendo hacia él.
Me dejé caer sobre él, llorando desconsolada, sacudiendo su cuerpo para tratar de despertarlo. ¿Por qué no reaccionaba?
Aparté mi mano de él. Algo no andaba bien. Estaba oscura y pegajosa. Toda su camisa y el suelo a su alrededor estaban teñidos de rojo.
Miré alrededor desesperada, buscando a alguien más, y fue entonces cuando vi a mi madre, cerca, tirada en el suelo. Ella tampoco se movía.
Corrí para ver a mi madre, pero antes de que pudiera llegar a ella, alguien me agarró por detrás y me alejó.
—¡Mamá! ¡Hermano! ¡Suéltame! —chillé.
Sentí un golpe fuerte en la cabeza, y todo se volvió negro.
Me desperté en mi cama, empapada en sudor frío. Cerré los ojos: la sangre estaba por todas partes.
Abrí los ojos de nuevo. No. Estaba aquí, en mi habitación. Con mi familia adoptiva. A salvo.
Me incorporé, parpadeando por la luz de la mañana. Me recordé a mí misma que estaba en mi cama, con Rebecca y Tom, los mejores padres que una chica podría desear, aunque no fueran mis padres biológicos.
No recordaba mucho de antes de venir a vivir con ellos, pero desde pequeña había estado teniendo la misma pesadilla, la que acababa de tener, una y otra vez.
Siempre se sentía muy real. Demasiado real.
Escuché que se abría la puerta de la habitación contigua a la mía. Connor. Era mi hermano adoptivo mayor. Tom, su padre, era nuestro Alfa, lo que significaba que Connor sería el próximo Alfa.
Luego escuché otra voz, y se me revolvió el estómago.
—Oye, Con, ¿has visto mis zapatos de vestir?
Era Ty, el hermano menor de Connor. Mi novio desde hacía cuatro años.
Si el compañero también tenía dieciocho años, tu lobo podía encontrarlo por olor, vista o tacto.
Si el compañero no tenía dieciocho y aún no tenía su lobo, sólo podías encontrarlo por tacto, pero el menor de dieciocho no sentiría el vínculo hasta que obtuviera su lobo.
Como yo sólo tenía diecisiete años, aún no tenía mi lobo. Me volví a hundir en la cama, tapándome la cara con las sábanas. Estaba hecha un manojo de nervios por la fiesta. Estábamos a punto de descubrir si Ty y yo éramos compañeros o no.
Si éramos compañeros, podríamos seguir juntos. Si no lo éramos, tendríamos que separarnos para que él pudiera encontrar a su verdadera compañera.
Era especialmente importante que Ty la encontrara, ya que algún día sería nuestro Beta. Sería el segundo al mando de nuestra manada, «Luna creciente».
—Kas, ¿ya estás lista? —oí gritar a Connor.
—Sí, ya bajo —contesté.
Me levanté de la cama, estirando los brazos. Connor aún no había conocido a su compañera, a pesar de ser cuatro años mayor que Ty.
Me puse un vestido rosa claro con zapatos planos a juego, y me recogí el pelo en una coleta. Me apliqué un poco de rímel y brillo labial, y salí de mi habitación para reunirme con mi familia.
Rebecca siempre había tenido buen gusto para la decoración, y el salón estaba precioso.
Las paredes beige claro reflejaban la luz del sol que entraba por los grandes ventanales. Una gran chimenea ocupaba el centro de una pared, con una foto de nuestra familia feliz encima.
Connor y Ty estaban sentados en el sofá azul marino frente al fuego. Me encantaba pasar las noches allí con Ty, acurrucados juntos, hablando de nuestro futuro.
—¡Vaya, estás guapísima! —dijo Connor, mirándome.
Empezó a acercarse a mí, casi como hipnotizado, pero se detuvo en seco cuando Ty soltó un gruñido.
—Ya sabes que tienes que mantenerte alejado de mi chica —dijo Ty con voz amenazante, acercándose para abrazarme.
Ty siempre había sido muy protector. No le gustaba que otros chicos se me acercaran o me tocaran, pero especialmente Connor.
—Lo siento, hermano —dijo Connor, retrocediendo con las manos en alto.
Ty me abrazó rápidamente y luego se apartó para mirarme de arriba abajo.
—Estás preciosa, Kassi —dijo Ty.
Ty llevaba una camisa azul oscuro con cuello que resaltaba su cabello castaño claro y sus ojos azules. La camisa se ajustaba a su pecho y brazos, marcando sus músculos.
Estaba guapísimo.
—Tú también estás increíble —dije, sonrojándome—. ¿Estás nervioso por encontrar a tu compañera?
—La encontré hace doce años —me dijo con dulzura, besándome en la frente.
Rebecca nos interrumpió aclarándose la garganta.
—Deberíamos irnos a la fiesta, tortolitos. Ya habrá tiempo para eso y más después, si sois compañeros —dijo, haciéndome sonrojar de nuevo.
Rebecca abrió la puerta principal y nos guió escaleras abajo. Ty y yo caminamos de la mano por el sendero de grava que llevaba al edificio principal de reuniones de la manada, donde se celebraría la fiesta.
Un DJ estaba instalado en el frente, poniendo música, mientras varias mesas redondas con manteles negros y velitas estaban dispuestas a lo largo del salón. Había un bufé al fondo, y por el olor, pude notar que había mucha carne.
Algunos invitados estaban charlando y bebiendo whisky, y todos parecían emocionados.
Me quité la chaqueta y se la di al Omega que trabajaba en el guardarropa.
Rebecca tenía buena mano para organizar fiestas. Esperaba poder hacerlo tan bien como ella si llegaba a convertirme en la hembra Beta algún día. Respiré hondo, mirando de reojo a Ty, que estaba hablando con Tom.
Podía verlo tan claramente que dolía. Ty y yo, felizmente emparejados, trabajando con nuestra Luna para organizar fiestas de la manada, mientras yo también echaba una mano en la guardería. Nuestro futuro, juntos, si éramos compañeros.
Aunque estaba nerviosa, la noche pasó volando. Ty no se separó de mi lado en toda la velada, incluso mientras cumplía con sus deberes sociales como futuro Beta.
Fue educado mientras saludaba a los alfas visitantes y sus hijas, pero se aseguró de mantener su mano en mi cintura todo el tiempo.
Justo antes de la medianoche, lo llevé a un pasillo vacío, parándome tan cerca de él que casi nos tocábamos. Lo miré a los ojos.
Todo en mi novio era atractivo, pero sin duda sus ojos eran lo mejor.
—Ty, te quiero más que a nada en el mundo —empecé.
—Yo también te quiero, cariño —respondió con naturalidad.
—Si resulta que no somos compañeros...
—Somos compañeros. Lo sé en el fondo de mi corazón. Tú eres la elegida para mí, mi amor —me interrumpió.
—Vale, pero si no lo somos... —Rápidamente le puse un dedo en los labios antes de que pudiera interrumpirme de nuevo—. Si no lo somos, quiero que sepas que has sido el mejor novio y el mejor amigo que podría tener jamás. Si tienes una compañera diferente, por favor, no dejes de ser mi amigo. No quiero perder eso nunca.
Me temblaba la voz.
—Te quiero, Ty.
Lo atraje hacia mí para besarlo, pegando mi pecho a su cuerpo. Puse todo mi corazón en ese beso: cuánto deseaba ser su compañera, lo asustada que estaba de que nos separaran, cuánto lo amaba.
Si este iba a ser nuestro último beso, quería asegurarme de que sintiera todo lo que había en mi corazón.
Después de un momento, dejó de besarme y me apartó un mechón de pelo que se había escapado de mi coleta.
—Kassi, siempre te querré. Eres mi mundo entero —susurró.
Se inclinó para besarme de nuevo, atrayéndome aún más cerca cuando nos interrumpió alguien aclarándose la garganta. Di un respingo y me aparté de Ty, con las mejillas como tomates.
—Es la hora —dijo Rebecca.
Nos giramos y seguimos a Rebecca afuera. Aunque era medianoche, la luna brillaba con fuerza, iluminando el espacio abierto justo fuera del edificio de reuniones.
Como marcaba la tradición, había un escenario elevado donde Ty cambiaría por primera vez. Ty obtendría su lobo exactamente a medianoche mientras todos observábamos.
Poco a poco, el resto de la manada y los invitados se unieron a nosotros, formando un gran semicírculo.Me empezaron a sudar las manos y mi mente era un torbellino de emociones.
En cuanto el reloj dio las doce, Ty cayó al suelo, retorciéndose de dolor. En unos segundos, Ty podría encontrar oficialmente a su compañera.
Diosa de la Luna, ¿y si no era yo?












































