Perro callejero - Portada del libro

Perro callejero

Anxious Coffee Boy

El Hombre

Axel

Con la taza de café en la mano, veo cómo Zyon se acurruca con la manta que le he puesto.

Anoche, después de limpiarlo, lo metí a dormir en la cama y lo tapé con unas mantas gruesas.

Me fui a dormir al sofá, pero cuando entré a despertarle, lo encontré en el suelo con una almohada bajo la cabeza.

Sé que es sólo porque está acostumbrado al suelo; lo más probable es que necesitara la comodidad del suelo duro para relajarse.

Aprenderá a sentirse cómodo en la cama, tal vez incluso se sienta a gusto bajo las mantas, pero hasta que eso ocurra tendré que ser paciente.

El lado bueno es que tiene mejor aspecto.

El baño realmente ayudó; su pelo está esponjoso y suave, su pálida piel limpia y más blanca que nunca. Conseguí frotarlo bastante bien para lo mucho que se retorcía y sus intentos de salir una vez que empecé.

Me molesta que esté tan delgado, que se le vean los huesos, está tan mal que hace que no deje de preguntarme cómo ha hecho para seguir vivo.

Costillas, columna vertebral, clavícula, huesos de la muñeca, todos sobresaliendo, malsanos y frágiles.

Tengo que acordarme de llevarlo al hospital para que le hagan un chequeo hoy o mañana.

Me duele despertarlo, pero le dije que visitaríamos a su amigo, el hombre aquel, quienquiera que sea.

Mientras tanto, me gustaría saber más sobre mi nuevo compañero de piso.

—¿Zyon, querido? Despierta, por favor —grito mientras me coloco a unos metros de él para no asustarle.

De todos modos, se sobresalta y se levanta con los ojos muy abiertos, soltando un grito ahogado antes de centrarse en mí, mirándome fijamente durante un minuto mientras recuerda lo sucedido.

Espero pacientemente mientras sorbo mi café.

—Siento despertarte, pero creo recordar la promesa de llevarte a visitar a tu amigo.

Al instante, el chico sonríe y salta sobre sus rodillas para correr hacia la puerta, como haría un cachorro excitado.

Veo que está listo a pesar de llevar una de mis camisetas (que le llega a las rodillas) y unos bóxers.

Me gustaría que se cambiara, pero no tengo ropa que le quede bien. Una cosa más que tenemos que hacer.

—Comamos primero, Zyon —me río entre dientes.

Sus ojos brillan y asiente rápidamente. Me sigue hasta la cocina, aún de rodillas, mientras yo decido qué hacer para desayunar.

Tengo chocolate caliente... y podría cocinar unas tortitas... probablemente no haya probado ninguna de las dos cosas.

Sólo tengo que asegurarme de no darle demasiado; quizá dos tortitas y media taza de chocolate caliente, no quiero arriesgarme a que se ponga enfermo.

Veré qué le gusta. Si no le gusta, prepararé otra cosa.

***

Al salir del coche puedo ver la emoción en la cara de Zyon, sobre todo porque el club está cerrado por las mañanas y no hay nadie en la puerta.

Sus ojos se dirigen automáticamente a la entrada del callejón.

Antes de que pueda detenerme, o incluso hablarle, está corriendo en esa dirección haciendo un ruidito feliz.

No me molesta que siga queriendo ir allí, incluso después de haber estado en mi casa: fue su hogar durante años y seguramente el único lugar que ha conocido.

Entiendo que será difícil levantarse y olvidarlo.

Tendré paciencia. Por mucho que quiera verlo en una casa de verdad.

Siguiendo su camino, me doy cuenta de que durante el día se ve peor de lo que pensaba. Por la noche solo me llegaban trozos de luz de la linterna y no veía del todo bien.

Ahora, sin embargo, veo barro y suciedad en el suelo, basura que la gente ha tirado, caca de rata junto a la pared y pintadas.

Zyon ya está al final del callejón, donde está su pequeño “hogar”.

La almohada ha desaparecido y la lona azul está rasgada por la mitad, probablemente otros indigentes pensaron que podían llevársela.

El chico parpadea ante la visión y levanta la lona sólo para que una gran rata chille hacia él.

Con la mayor rapidez y delicadeza posibles, lo cojo por las axilas y lo coloco lejos del animal.

Esas cosas tienen enfermedades, no quiero ver al chico cerca de ellas.

Zyon jadea cuando lo levanto, poniendo el cuerpo tenso. Parece confuso cuando se sienta, preguntándose por qué yo, el hombre aterrador que se lo llevó de aquí, le tengo miedo a un animalito.

—Podrías coger alguna enfermedad, Zyon. ¿Entiendes? Es malo para ti.

Sólo parpadea. Gruño a la rata para ahuyentarla y veo cómo chilla y sale corriendo de la lona, trepando por la pared.

Zyon se gira para verla pasar y capto su mano despidiéndose de ella junto a su muslo.

Quizá se hizo amigo de las ratas y se acostumbró a ellas.

—¿Qué tal si me enseñas cómo es un día de tu vida? Enséñame lo que haces. ¿Te gustaría?

Tengo curiosidad por saber cómo ha sobrevivido así tanto tiempo.

Zyon parpadea y asiente rápidamente, con una sonrisa en los labios y los ojos brillantes.

Es entonces cuando me doy cuenta de que se está metiendo dos perritos calientes en el bolsillo.

—¡Eh! ¡Vuelve, mocoso!

El dependiente del puesto de comida corre hacia nosotros desde el KFC, dejando caer su bebida.

Zyon se queda boquiabierto, obviamente sorprendido de que lo hayan pillado tan rápido, antes de echar a correr.

Observo cómo corre entre la multitud, con un perrito caliente en la boca y otro en la mano, y luego saco tranquilamente mi cartera y arrojo con cuidado cinco dólares sobre el mostrador.

Le dirijo al hombre una sonrisa de disculpa y me alejo para buscar a mi ladronzuelo.

Sólo han pasado dos horas desde que empezamos su jornada normal y ya ha robado tres cosas. Primero, dos piezas de fruta del mercado agrícola que acaba de llegar a la ciudad; segundo, un poco de agua embotellada de dos mujeres que no estaban prestando atención; y ahora los perritos calientes.

Sé que también roba para mí, cogiendo dos de cada cosa. Cuando se aleja, me lo ofrece.

Parece realmente orgulloso de demostrar que se las arregla para salirse con la suya por partida doble Yo, simplemente no puedo ponerme a corregir su comportamiento.

Todavía no.

Pasamos así todo el día. A veces se da la vuelta para llevarme de vuelta al callejón, arregla su zona y se sienta en la manta a mirar el cielo.

Hace esto hasta que ve que el azul se desvanece lentamente a medida que el sol se pone. Entonces se levanta de un salto y corre por el callejón.

—¡Zyon! ¡Para!

Se detiene al instante y se vuelve hacia mí, confuso. Le sonrío tranquilamente mientras acorto el espacio que nos separa. Colocándome sólo a unos metros de él, hablo.

—No corras más, ¿vale? Quédate conmigo, quiero poder verte. Si corres, te perderé. ¿A dónde vamos ahora?

Asiente lentamente para mostrar que me entiende: —Am-amigo.

Sonriendo ante su voz y sus palabras, asiento con la cabeza. —Vamos a conocer a tu amigo, entonces.

Zyon camina a mi lado todo el paseo por la ciudad hasta donde se encuentran la mayoría de los restaurantes.

Me lleva a uno llamado Crossroads Kitchen.

En lugar de entrar por la puerta principal, gira bruscamente hacia otro callejón para rodear la parte de atrás.

Al girar, veo la puerta trasera, unos cubos de basura grandes y una pequeña zona para fumadores.

Sentado en la mesa de pícnic hay un hombre de mi estatura, con el pelo corto y blanco que contrasta con el marrón de su barba.

Es grande, ancho de hombros y musculoso.

Los pantalones negros le aprietan las piernas y su camisa blanca está a nada de romperse.

En cuanto Zyon ve al hombre, sonríe y corre hacia él, abrazándose rápidamente a su cintura.

El hombre suelta una carcajada, profunda y estruendosa como la de un oso, y le da unas palmaditas en la cabeza.

—Hola, hombrecito. Siento no haber estado aquí anoche, el jefe me tuvo un rato al frente y no pude irme.

Tiene un profundo acento irlandés, no demasiado fuerte pero definitivamente perceptible.

Zyon sólo sacude la cabeza y le sonríe de forma tierna. Esto le hace soltar una risita.

—Vale, bueno, he cogido el doble de verduras y sobras para compensar lo de ayer. Que dure hasta mañana, ¿entendido?

El chico asiente, esperando pacientemente mientras el hombre se desplaza para coger un recipiente lleno de verduras y fruta troceada y algunos envoltorios. También pone un vaso de agua sobre la mesa.

Zyon no espera para plantarse en el suelo y utilizar el asiento de la mesa como mesa, hurgando en la comida.

El hombre se ríe un poco, no de mala manera, sólo divertido, antes de fijarse en mí.

Parece confuso, sus ojos marrones recorren mi cuerpo de arriba abajo, preguntándose qué estoy haciendo.

Hago un gesto señalando a Zyon. —Estoy con él.

Mira a Zyon y luego vuelve a mirarme, con una ceja levantada.

—¿En serio? Huh. Vale. Soy Seán.

—Axel.

Seán asiente, poniendo el agua delante de Zyon. —Bebe.

El chico parpadea, pero coge el vaso con las dos manos y le da un sorbo con cuidado.

—¿Cómo lo encontraste?

Seán me dirige la pregunta, su mirada se fija en mí ahora.

—Sé que se mueve mucho y que vive en un callejón, pero no pensé que a alguien le importara tanto como para hacer lo que estás haciendo.

Me siento en la mesa al otro lado de Zyon, de modo que el chico queda entre nosotros, y miro hacia abajo para asegurarme de que está concentrado en comer.

—He abierto un club en el edificio conectado al callejón. Los clientes se quejaron de él, fui a espantarlo y... no salió como pensaba.

Seán se limita a asentir, comprendiendo por qué, obviamente, no le he asustado.

—Es asustadizo con la gente nueva, le entra el pánico. Cuando nos conocimos, no podía acercarse a menos de seis metros de mí y tuve que sobornarlo con comida.

Al oír eso, arqueo las cejas: evidentemente, Zyon tiene una grave ansiedad social. Probablemente incluso problemas de confianza.

De nuevo, me pregunto qué ha podido pasar para que acabe en la calle.

No tiene marcas de agujas; así que no hay drogas, ni heridas, aparte de un corte o arañazo.

¿Tal vez su familia? Le preguntaré cuando confíe más en mí.

—¿Cómo os conocisteis? Mencionó que tú le pusiste su nombre.

—¿Se quedó con eso? Huh. —Seán parece sorprendido, con una ceja oscura levantada—. Bueno, lo encontré rebuscando en la basura en mi descanso. Salí por la puerta, oí algo en el contenedor, pensé que era un mapache. Cuando le di una patada, asomó la cabeza. Nos dio un susto de muerte a los dos.

Se ríe y se encoge ligeramente de hombros antes de continuar: —Le di comida. Volvió la noche siguiente, y luego la siguiente. Se sintió cómodo conmigo.

—¿Por qué no lo ayudaste? —me atrevo a preguntar, considerando que actúa como si le importara y, sin embargo, Zyon hasta ayer seguía viviendo en la calle.

El hombre entrecierra ligeramente los ojos y gruñe.

—Le habría ayudado, le habría dado cobijo, pero apenas puedo mantenerme yo y tengo dos trabajos. No puedo cuidar de él como necesita. Pensé que mientras supiera dónde estaba y le diera comida, estaría bien.

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