
—¿Recuerdas aquella vez que volviste del colegio y nos contaste a tu madre y a mí lo de un baile del colegio? Creo que dijiste que era el baile de bienvenida. Nos rogaste que te dejáramos ir.
Oí al que pensé que era mi padre hablando.
—Dijimos que podías ir. Hasta que empezaste a hablar con tu madre de un chico que te pidió que fueras. Cambié de opinión, por supuesto; nadie me robaría a mi princesa.
Lo oí hablar como si estuviera repitiendo un recuerdo.
—Eras muy sobreprotector conmigo —dije al despertar, con la voz rasposa.
—Mia. ¡Mia!, Dios mío, ¡estás despierta! Me asustaste, princesa. —Mi padre se acercó y me abrazó.
—¿Agua, por favor? —pregunté.
—Ah, claro. Aquí tienes. —Me dio un vaso de agua helada.
—Gracias —dije, devolviéndole el vaso.
—Princesa, ¿qué te ha pasado?
Sabía que me lo iba a preguntar. Sólo que aún no estaba preparada para contárselo a la gente. —Lo siento, papá, no me acuerdo —mentí.
—Está bien, princesa; no te presiones para recordar. Voy a buscar al médico y le diré que ya estás despierta. —Me besó en la frente y salió de la habitación.
Sabía que debería haberle contado a mi padre lo de Caleb o, al menos, lo que me había pasado en los últimos cuatro años. Pero no podía hablar de ello. Recordaba todos los detalles de aquella noche.
Normalmente, estaba borracho. Esta vez, estaba completamente sobrio. Cuando todo se desvaneció, cerré los ojos y decidí descansar.
—Hola, Mia, soy el Dr. Taylor. He estado cuidando de ti mientras has estado aquí. ¿Cómo te sientes? ¿Algún dolor?
—Hola. Me palpita la mano, siento que me arde el pecho y las costillas me están matando —le expliqué.
—En una escala del uno al diez, ¿cuál es su nivel de dolor? —preguntó.
La puerta se abrió. Vi al tío Mason entrar y sentarse al lado de mi padre.
—Mi mano es como un siete; mi pecho es más o menos igual, pero no realmente. Mis costillas, sin embargo, son un ocho —le dije.
—Bien, pues tienes la mano rota por dos sitios; puede que tengamos que operarte, así que ese dolor es de esperar. El dolor en el pecho se debe a que tienes un gran corte; ese dolor y esa sensación de quemazón deberían desaparecer en un par de días. Tus costillas estaban dañadas por la paliza. Pudimos ayudar a que soldaran vendándolas —me explicó.
—Vale, gracias. ¿Cuándo puedo irme a casa? —Desde que murió mi madre, odiaba los hospitales.
—Vamos a mantenerte aquí unos días más. Sólo para vigilarte, ya que has perdido bastante sangre, sobre todo porque tu nivel de dolor sigue siendo algo alto —me dijo mientras anotaba algo en mi historial.
—¡Oh!, vale. Gracias, Dr. Taylor. —Me moví en la cama, tratando de ponerme cómoda.
—De nada. Haré que venga la enfermera y te dé algo para el dolor —dijo, y se marchó.
Giré la cabeza para mirar a mi tío y a mi padre. Les sonreí suavemente mientras una lágrima caía por mi mejilla. Había echado mucho de menos a mi familia. Nunca había querido que me vieran así.
En ese momento, la enfermera entró en la habitación para darme un analgésico.
—Lo siento, papá —susurré, cerrando los ojos mientras la medicina empezaba a hacer efecto.