La tormenta - Portada del libro

La tormenta

Mandy M.

Capítulo 3

Mis dos primeros pacientes fueron simples inyecciones intravenosas, medicamentos para el dolor y la reposición de sus otros medicamentos.

Mi tercera, bueno, era más complicada. Se había sacado la vía y tenía sangre por todas partes. Tuve que limpiarla y ponerle otra vía; eso me llevó un rato.

Para cuando terminé, tenía sangre por todo el uniforme y no tenía una muda conmigo. Me desviaba de mi camino para ir a casa, cambiarme y luego ir a la casa de mi último paciente.

Después de eso, decidí que iba a llevar en el coche una bolsa con una muda de ropa, incluidos los zapatos, desodorante y un cepillo para el pelo.

Acababa de salir cuando sonó mi teléfono. Lo puse en altavoz para poder seguir conduciendo. —¿Hola?

—Lynn, soy Denise. Acabo de recibir una llamada de la familia del Sr. Anderson. Han decidido llevarlo a un especialista en Helena. No tienes que ir allí hasta el martes.

—De acuerdo —Colgué. Me ha dado tres horas más. Hoy podré dormir decentemente.

Por fin estoy en casa. Me ducho, como unos fideos y me acuesto. El sueño no tarda en apoderarse de mí. Lo siguiente que sé es que suena mi alarma, diciéndome que tengo que estar en el hospital en una hora.

Una siesta de cinco horas, estoy bastante contenta con eso. Me levanto, me lavo los dientes, meto algo de ropa en una bolsa y cojo otra caja de fideos.

Como me he acostado con el pelo mojado, lo he recogido en un moño, que parece ser mi estilo preferido últimamente. No tengo tiempo para hacer mucho con él estos días.

Quiero decir que Justin me dejó mi secador y mis rizadores, pero no tengo tiempo.

Por un breve segundo (y digo breve segundo) considero la posibilidad de acortarlo, pero me encanta mi pelo largo y no sé si me lo cortaría.

Mi cabello cae justo debajo de mi trasero cuando está suelto. Me costó años ~tenerlo tan largo.

Con otra taza de café en la mano, vuelvo al hospital. Hay días en los que parece que acabo de salir de este lugar. A juzgar por el aspecto, han tenido un día lento y, oco madera, nosotros también tendremos una noche lenta.

Ha sido una noche agradable y tranquila, sin ningún traumatismo, lo cual es sorprendente, ya que somos un centro de traumatismos. Supongo que todo el mundo se ha portado bien.

Paré en la cafetería antes de dirigirme a Walter's. Sin tráfico, tardo una hora en llegar. No puedo evitar pensar en lo bonito que sería este trayecto en otoño.

Subo la montaña, disfrutando del frescor de la mañana. La entrada de su casa está a la vista y Mary sale corriendo hacia mi coche.

Temiendo que algo ande mal con Walter, le pregunto: «¿Mary está todo bien?»

—Está bien, querida. Bueno, ¿me vas a hacer esperar?

—¿Qué quieres decir? —La sigo al interior de la casa.

—¡Buenos días, Lynn! —Oigo a Walter desde el fondo del pasillo.

—Buenos días, Walter —le devuelvo el saludo.

—Ven a desayunar, seguro que tienes hambre —dice Mary, acompañándome a la mesa.

Lo estoy haciendo. No tardo en terminar el plato de tostadas francesas que tengo delante. Me dirijo al pasillo. —¿Cómo nos sentimos hoy? —Preparo mis provisiones.

—Estoy bien, querida. ¿Podrías decirle lo que estás tomando? Me está volviendo loca.

—Vamos a cambiar tus vendajes —Se revuelve ligeramente para que pueda cambiar los vendajes de su cadera— Tiene muy buen aspecto. No me sorprendería que estuviera curado para cuando vuelva. ¿Algún problema con tu intravenosa?

—No, cariño —Mary se acerca al otro lado de su cama y le coge la mano—. Ha tirado bien de la cadena.

Terminé su cadera y cambié el vendaje de su intravenosa. —Me alegro.

—¡Oh, por el amor de Dios, podrías decírmelo ya! —dice ella, apretando su mano.

No pude evitar sonreír. —Muy bien, es una niña —Apenas terminé antes de que María empezara a chillar.

Walter me abraza. —Felicidades, querida. ¿Me ayudas a sentarme en la silla?

—Por supuesto —Le ayudo a subir a su silla de ruedas y Mary le empuja al salón. Nos sentamos a jugar a las damas durante un rato hasta que está listo para volver a la cama.

—Toma, querida —Mary me da dos grandes contenedores de comida.

Se me hace la boca agua cuando veo que me ha preparado un filete frito, puré de patatas y un par de trozos de pastel. —Mary, sabes que no necesitas hacer esto.

—Me gusta. Además estás cuidando de mi Walter, lo menos que puedo hacer es cuidar de ti. Me atrae en un abrazo.

Los dos son tan amables conmigo, y siento que se me forman lágrimas sólo de pensar en no poder verlos y en que le pase algo a Walter.

Tiene cáncer de su época en la Marina. Es terminal y parecen estar en paz con él.

—Gracias y nos vemos el lunes —le digo, separándome de ella.

Llego a casa a mediodía, meto la comida en la nevera y me meto en un buen baño caliente. El agua caliente alivia mis músculos y empiezo a relajarme en esa sensación familiar de dolor entre las piernas. Hace meses que no tengo sexo.

Mis dedos bajan hasta mi coño y se deslizan dentro. Rápidamente, aumento la velocidad y añado otro; no tardo en encontrar mi orgasmo. No es tan bueno como el real, pero ayuda.

Me seco, me pongo el pijama y me siento en mi viejo sofá. He podido comprar un televisor barato, un vídeo y un montón de películas. Pongo una y no tardo en dormirme.

Dormí bien, no me desperté hasta las ocho de la mañana del sábado. Eso es lo que pasa cuando corres durante semanas con pocas horas de sueño al día.

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