Lora Tia
MASON
Mason cruzó las piernas y dio otro sorbo a su whisky mientras la observaba por encima del borde de su vaso. Podía percibir que ella saldría corriendo si se le daba la oportunidad, y no es que él fuera a impedírselo.
Lo que le preocupaba ahora era que no tenía ni idea de qué hacer con ella. Lo de Elnora había ocurrido de improviso, y era muy poco habitual en él.
A estas alturas, su socio ya se habría enterado de su cuantiosa oferta por la mercancía de la mesa once, y estaría deseando saber por qué y organizarlo todo.
No lo había pensado bien, y lo achacaba a sus hechizantes ojos color avellana, que ahora mismo parecían agitados.
—¿Estás bien?
Observó cómo Elnora se alejaba de él con una sonrisa incómoda. Su mirada recorrió el salón y Mason se preguntó qué estaría pasando por su mente. Todavía no le había dicho quién era Marcy.
¿Estaba L'Éclipse seleccionando a las mujeres a través de otro cártel? Ricario se lo habría dicho. Pero si esa tal Marcy tenía mujeres como Elnora a su servicio, quizá era mejor que fuera ella quien dirigiera la subasta.
Con una mirada temblorosa, respondió: —¿Por qué no iba a estarlo?
—Pareces incómoda —señaló. No creía que la hubiera hecho sentir incómoda. En todo caso, era él quien estaba tenso por la necesidad de embestirla.
—¿Me dirás quién es Marcy?
Entonces, Elnora se levantó y dijo: —Será mejor que demos por terminada la noche, Mason. No me encuentro muy bien, así que voy a llamar a un taxi.
Su comentario le hizo reír. No porque no pudiera proporcionarle una limusina que la llevara hasta su casa; los taxis no operaban en la zona de los Castelli porque era territorio de los irlandeses.
Si no porque tuviera la impresión errónea de que podía irse.
Llevarla hasta su casa sin una comprobación exhaustiva de sus antecedentes era una imprudencia, y Mason Dimitri era cualquier cosa menos imprudente. No se convirtió en el subjefe de mafia de los Castelli por ser imprudente.
—Supongo que esa tal Marcy no te dijo cómo funciona esto, ¿no?
Elnora apoyó su mano libre en su cadera, obligando a Mason a recorrer su hermosa forma con sus ojos.
Aunque no podía esperar a verla fuera de ese vestido rojo, descubrir quién era era lo más importante, sobre todo antes de que llegara Antonio, su mejor amigo y consigliere de Salvatore.
—No lo entiendo, Mason —respondió Elnora—. No entiendo qué quieres decir con eso.
Afortunadamente, él la creyó. Se inclinó hacia delante para dejar su vaso de whisky en la mesa de al lado y le hizo un gesto con el dedo para que se acercara a él.
—Estoy bien aquí, gracias —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho.
Ella se estaba volviendo cada vez más obstinada, lo que le ponía de los nervios, pero tenía que admitir que su incomodidad le molestaba.
Habían compartido un beso apasionado hacía un momento, y ahora los ojos de ella ya no reflejaban esa hambre feroz que antes la consumía. Respirando profundamente, se levantó y se acercó a ella.
—Me sentiría mejor si no viera que sientes la necesidad de alejarte de mí. Hablemos. Siéntate.
Se sintió aliviado al ver que su mirada se relajaba mientras se acercaba a él en el sofá.
—¿Quién es Ricario? —preguntó, con los ojos brillantes mientras colocaba su bolso a su lado.
Se incorporó, observando a Elnora en silencio. Siempre había confiado en su instinto, y, ahora mismo, le decía que había algo que no encajaba.
Elnora no pertenecía a un lugar como L'Éclipse, y si ese era el caso, entonces no era una de las damas de Ricario.
—Ricario es el dueño del club L'Éclipse, también lo dirige. —Mason se apoyó en el sofá.
Respirando profundamente, preguntó: —Y tú, ¿a qué te dedicas?
Y ahí estaba ella, de vuelta a esa pregunta. ¿Por qué le importaba tanto? No creía que hubiera nadie en Berkton que no supiera quién era, o lo que hacía, que para el caso era lo mismo.
Y si tuviera alguna idea de lo que pasó en L'Éclipse, debería saberlo.
—No, esto no funciona así. He respondido a una de tus preguntas, y ahora vas a responder a una de las mías.
—Muy bien. —Ella cruzó las piernas, y sus ojos siguieron el movimiento.
Estaba deslumbrado por su cautivadora presencia, y se preguntó si alguna vez sabría cómo era ella sin ese vestido tan ceñido.
Aturdido, se relajó y la miró; todo su atuendo, hasta su aroma, era realmente seductor. Era demasiado buena para ser una de las mujeres de Ricario.
—Marcy. ¿Quién es?
—Una amiga. —Su tono se volvió más defensivo esta vez.
—Tienes que darme más, El —susurró Mason, mientras se deslizaba más cerca de ella.
Se estaba dando cuenta de que existía la posibilidad de que ella no fuera quien él creía que era. Probablemente, incluso pensó que era otra persona.
¡Oh!
Por eso era tan diferente de las damas habituales de Ricario. Mason se levantó y cruzó la habitación para coger su teléfono que estaba sobre una mesa.
—El, ¿qué les dijiste exactamente a los porteros del club? —Mason buscó entre sus contactos mientras preguntaba. Si Ricario no había aprovado el traslado, entonces todo esto se trataba de una serie de desafortunados acontecimientos.
—Que tenía una cita a ciegas.
Sus ojos se dispararon hacia los de ella y se mantuvieron fijos en su rostro. Elnora se levantó con las manos en las caderas y lo miró fijamente a la cara. ¿Por qué una mujer como ella necesitaría acudir a una cita a ciegas? Era perfecta. Podía tener al hombre que quisiera.
—No me digas que acabas de darte cuenta de que no era tu cita a ciegas —dijo Elnora. Sus ojos volvieron a mirar frenéticamente a su alrededor.
Mason sacudió la cabeza ante su comentario. Esa era la clave secreta de la mesa once y El se las había arreglado para que la subastaran sin siquiera saberlo.
En cualquier caso, Ricario y sus hombres fueron muy descuidados dejando entrar a una extraña en un club exclusivo al que nadie debería poder acceder.
Conociendo a Ricario, querría saber quién era Elnora, y ese no era el tipo de hombre que quería cerca de ella.
Todavía quedaba la cuestión de quién era ella. Estaba en su casa y lo único que sabía de ella era su nombre. Tenía que corregir eso. Mason metió su teléfono en el bolsillo antes de ir hacia ella.
—¿Así que Marcy es una amiga tuya y te preparó una cita a ciegas?
Elnora se sonrojó de vergüenza mientras asentía. —Tenía buenas intenciones.
—Por supuesto —respondió en voz baja. Las suficientes como para poner a El a subasta para el mejor postor. En su entorno, todo el mundo era culpable de algo, así que no estaba tan seguro de la inocencia de esa tal Marcy.
—Y tú —preguntó—. ¿Por qué necesitas que te organicen una cita a ciegas?
—¿Quién ha dicho que lo necesite?
Los ojos de Elnora se entrecerraron y se apartó de él. —Me imagino que las mujeres tienden a acosarte, así que tener que ligar con una completa desconocida me parece raro.
— ¿Y a ti no?
—Dime que estoy equivocada. Que no cambias de mujer como de ropa.
Mason sonrió. —Como de ropa interior.
—Cerdo —dijo Elnora riendo.
Mason se metió las manos en los bolsillos con una sonrisa. —Bueno, ¿y tú no? ¿Por qué te importa si lo hago?
—Yo no. Y no me importa —murmuró ella.
La miró fijamente, rebosante de un nuevo propósito: conseguir que Elnora se muriera por él.
Mason se acercó a ella y le acarició la barbilla mientras su mirada se fijaba en él. Sólo podía imaginar la multitud de hombres respirando en su nucal, y eso hizo que su interior palpitara de celos.
—¿Por qué necesitas acudir a una cita a ciegas para conocer a un hombre, El?
Sus grandes ojos color avellana brillaron con fuerza. —Porque no tengo mucho tiempo libre. Entonces se lamió los labios y los ojos de Mason se posaron hambrientos en ellos.
Asintiendo con la cabeza, Mason tragó saliva y decidió que tenía que resolver las cosas antes de que Ricario enviara a sus matones a por ella.
La de Mason era la única de las cinco familias que nunca había pujado en L'Éclipse. Una vez que Ricario se enterara de esto, El se convertiría en su nueva obsesión.
Pero Mason no sabía cómo explicarle a Elnora que la había adquirido en una subasta.
—¿Qué haces con tu tiempo?
—¿Te gustaría saberlo? —preguntó Elnora con una sonrisa juguetona en los labios.
Sus brillantes ojos color avellana se burlaron de él, y quiso ponerla entre sus brazos y besarla hasta quedar agotado.
El zumbido en su bolsillo lo sobresaltó. Sacó su teléfono y murmuró una maldición ante la llamada entrante.
Ricario lo sabía.