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Mesa once

Capítulo 6

MASON

Antes de reunirse con Ricario y sus hombres en el salón, Mason puso un CD de jazz a bajo volumen en el estudio para amenizar la velada. Ricario no era el único socio al que esperaba esta noche por culpa de Elnora.

La llamada telefónica con Ricario de antes había sido preocupante; se suponía que Elnora debía haber sido vendida a otro comprador.

Y definitivamente, no era ninguna dama de Ricario, ni sabía nada de ella, por eso Ricario estaba allí.

Mason se encendió uno de sus cigarros Padròn y le dio una única y profunda calada. —Háblame de la dama. —El humo le quemó la garganta, apretando sus pulmones con un sutil subidón de nicotina, y luego levantó un dedo antes de que Ricario pudiera responder.

—Esperad fuera —ordenó a los hombres de Ricario. Los cuatro hombres se levantaron de un salto y se apresuraron a salir.

Mason les hizo una señal a los guardias que estaban junto a la puerta para que salieran también, y siguieron a los hombres de Ricario a fuera.

—M, sabes que sólo subasto a mis chicas —comenzó Ricario, y Mason soltó un suspiro, mirándolo.

—¿Quién lo organizó entonces?

—Los chicos de Eliezer contrataron a un informático para que les montara una red privada de comunicaciones hace unos meses. Ya sabes, una red encriptada a la que sólo ellos tuvieran acceso.

—Así que Legs nos envió a buscar al Sacerdote en cuanto se enteró para que hackeara la red y poder acceder a ella.

Mientras Ricario divagaba, Mason se preguntaba qué tenía que ver esto con Elnora. Conocía lo sucedido, y Antonio y él estaban intentando localizar al Sacerdote.

Habían mandado a dos capos tras él, pero hacía tiempo que se había convertido en un fantasma.

—¡Ric! ¿Quién diablos lo organizó?

Odiaba perder la paciencia, pero Ricario se lo estaba buscando. Mason no tenía intención de recurrir a la violencia con El allí arriba, pero Ricario no lo sabía.

—Es una pregunta bastante sencilla, ¿no? —dijo Mason mientras apagaba su cigarro en el cenicero de cristal, saboreando el dulce sabor a tabaco que permanecía en su boca.

—Eso es lo que estoy tratando de decirte, M. El Sacerdote lo organizó. Quería que la subastáramos en el club como pago por su servicio.

Mason miró fijamente a Ricario, frunciendo el ceño. —¿Encontraste al Sacerdote?

Ricario sacudió la cabeza con un soplido. —¡Joder, no! Él nos encontró a nosotros y nos exigió que subastáramos a la chica a un comprador específico esta noche.

—¿Por qué?

—No nos dijo el porqué, M. Sólo nos dijo que la vendiéramos y le avisáramos cuando estuviera hecho. No sabíamos que ibas a pujar, jefe. —Ricario hizo una pausa—. No podíamos rechazar su oferta, así que aceptamos el trato.

Entonces, ¿el hacker conocía a El? Se suponía todo había sido un error, no una trampa para que Elnora fuera enviada como esclava sexual o algo peor.

—¿No se equivocó de club entonces?

—El Sacerdote dijo que se encargaría de todo. —Ricario se encogió de hombros, desplazándose al borde del sofá—. M, no creí que fueras a pujar. Te lo habría dicho de antemano.

Mason gruñó en respuesta. —¿A qué comprador se la ibas a vender? —Recordó que Akim estaba a punto de hacerse con ella antes de que él pujara. ¿Estaba ese ruso sádico involucrado en esto?

—No lo sé, jefe. Se suponía que esa persona iba a pujar online con el código del Sacerdote. —Ricario se pasó el dorso de la mano por la sien—. Nos fue dando las instrucciones a tiempo real, ya sabes…

Por supuesto. Así era como el bastardo había permanecido fuera del radar durante tanto tiempo.

—¿Alguna noticia desde que la compré?

—Ninguna, jefe. Ni rastro de él.

Mason cruzó las piernas y se apoyó en el sofá. —Eso es todo. —Le hizo un gesto a Ricario para que se fuera—. Y Ric, sé que no necesito recordártelo, pero hoy me siento generoso. Mantén tu bocaza cerrada, no quiero que hables con nadie sobre todo esto.

Ricario se puso en pie y salió a toda prisa del salón. Mason se pellizcó la nariz mientras pensaba en todo lo ocurrido esa noche.

Se suponía que Marcy, la amiga de Elnora, fue quien le preparó la cita a ciegas; ¿podría ser Marcy la hacker? Necesitaba saber lo que su gente había averiguado sobre Elnora.

—Me ha parecido oír voces —dijo Elnora desde la escalera.

Mason le dirigió una mirada, y sus ojos se fijaron en su camisa azul pálido.

Se calentó, recordando aquel emocionante momento que habían vivido juntos momentos antes. Pero a pesar de su deseo de hacerla temblar y gemir de placer, esto era más importante.

—No deberías estar aquí abajo —le dijo, y se acercó a donde ella estaba—. Con eso puesto.

—Bueno, alguien me rompió el vestido.

—Tú te lo buscaste, El. —Mason gruñó y la observó en silencio. ¿De qué la conocía el Sacerdote? Tenía que llegar al fondo de esto.

—¿Estás bien?

—¿A qué te dedicas? Dijiste que tu trabajo te tiene ocupada la mayor parte del tiempo, de ahí el desastre de esta noche.

Elnora se rio ante su comentario; fue un sonido dulce. Ella le estaba generándole cosas sin apenas hacer nada, y eso a él no le gustaba.

Él no era así. Le gustaban los encuentros ocasionales, con modelos y mujeres que le gustaban, y nunca repetía. Pero al conocer a El, había sido tan imprudente como insensato.

—Trabajo con datos, sobre todo.

—M —llamó Antonio desde la entrada; con las manos metidas en el bolsillo y su habitual mirada irónica.

—Espérame arriba —le dijo Mason a Elnora mientras el único ojo bueno de Antonio la miraba. Elnora echó una rápida mirada a Antonio antes de volver a subir.

Al bajar al salón, Antonio preguntó: —¿Quién es esa bellezza? —y se dieron la mano.

—Nadie importante —mintió.

Hubo una larga pausa. —¿Cómo fue tu reunión con Adrien? —preguntó Antonio.

—El Paso de la Costa es nuestro. —Mason se volvió a tumbar en el sofá y Antonio le siguió.

—Empezaremos con eso mañana. Antes, hay que ocuparse de algunos pequeños asuntos. Hay algunos bolsillos que llenar y rodillas que romper.

—Por supuesto —dijo Antonio con una sonrisa—. ¿He oído que has comprado una dama? Se rio.

Mason cerró los ojos y soltó un suspiro y Antonio se rio aún más.

—Todo el mundo habla de ello. Venga, vamos a ver quién ha roto tus reglas. —Antonio cruzó las piernas y movió el brazo de Mason.

¡Maldición!

—Ella no es importante, Grey.

—¡Cómo puedes decir eso! —respondió Antonio—. Te pasaste en la puñetera puja, M. Por eso los chicos han mostrado interés. Deberías ponerla a trabajar de inmediato para recuperar tus pérdidas.

—Mm-hmm.

Ponerla a trabajar. Mason casi se burló. Eso no iba a suceder. Tenía que averiguar quién era y qué quería el Sacerdote de ella.

—El Sacerdote ha estado en contacto con Ric de manera online durante la subasta. Tenemos que rastrear la red y averiguar dónde está. —Mason metió su teléfono en el bolsillo.

—¿No era Ric con quien me he cruzado de camino aquí?

—No sabe nada del Sacerdote. Tendremos que encargarnos de esto nosotros —dijo Mason.

Antonio asintió lentamente. —Claro, M. ¿Estás listo para irte?

Mason miró hacia las escaleras. No recordaba que tenía otros planes con Antonio para esta noche. Elnora fue un maldito imprevisto.

—Estoy bastante ocupado ahora mismo... —Mason se levantó cuando su teléfono sonó.

—Ya lo he visto —contestó Antonio, con una sonrisa cómplice en la cara. Mason hojeó rápidamente el mensaje.

—El Sacerdote. —Guardó su teléfono—. ¿Alguna vez consideraste que podría ser una mujer? —preguntó.

—Tal vez. Tal vez. —Antonio se encogió de hombros—. Aunque fuera así, la troia sabe cómo actuar sin dejar huella.

Mason no podía estar más de acuerdo y, en ese momento, se dio cuenta de que lo más simple era preguntarle a El lo que necesitaba saber. El timbre de la puerta sonó y sus guardias hicieron entrar a Riley.

—Perdón, Antonio, tengo asuntos que atender. —Mason se levantó y Antonio lo siguió.

—Buona notte. —Antonio le lanzó un saludo y salió por la puerta, dándole un amistoso golpecito en el hombro a Riley al pasar por su lado.

—¿Dónde está?

Mason miró a Riley con su esmoquin marrón de gran tamaño y su sombrero torcido mientras le entregaba la carpeta.

El chico apenas tenía veinte años, pero era muy sensato para su edad. Le hizo un gesto para que se fuera y Riley asintió con una sonrisa encantadora.

—Y por el amor de Dios, cómprate ropa de tu talla, Riley —gruñó Mason.

—Sí, jefe. —Inclinó el sombrero antes de salir por la puerta.

Mason dirigió su atención a la voluminosa carpeta que llevaba el nombre de Elnora escrito y la abrió.

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