
El velo de Aurora
La vida de Seraphina Blair se desmorona la noche en que su esposo es asesinado, pero el dolor es solo el comienzo. Arrojada a un mundo donde la magia oscura domina y la confianza es un juego peligroso, Seraphina se ve obligada a enfrentarse a poderosos aquelarres, enemigos despiadados y sus propias habilidades despertando. Pero no está sola. Un vampiro encantadoramente peligroso y un hombre lobo ferozmente protector están a su lado... por ahora. La clave de todo: un orbe místico con el poder de cambiar su destino y tal vez el del mundo. Pero en un mundo construido sobre secretos y sangre, el precio de la verdad podría ser más alto de lo que Seraphina está dispuesta a pagar.
El invitado inesperado
SERAPHINA
Me desperté sobresaltada. El corazón me latía con fuerza mientras me incorporaba en la cama, con la habitación completamente a oscuras. Miré a mi alrededor rápidamente.
Las persianas estaban cerradas. Ayudaban a mantener fuera el frío aire de Alaska y esa extraña luz solar que aparece a deshoras en verano. Algo no iba bien. Lo presentía.
Buscando mi móvil, me levanté para ponerme mi bata de seda. Me dirigí hacia la puerta. Conocía bien la habitación, así que podía caminar en la oscuridad.
Mientras terminaba de atarme la bata, unas manos cálidas cubrieron las mías. Me recosté contra el cuerpo fuerte que había detrás de mí.
Por un momento me sentí mejor al oler y sentir a mi marido, Jack. Pero enseguida supe que algo iba muy mal. Las manos eran demasiado grandes y ásperas.
El corazón empezó a latirme desbocado mientras olía un jabón desconocido. El miedo me paralizó.
Sus manos tiraron más de mí. Entonces lo noté: algo frío y duro presionado contra mi costado.
Intenté respirar despacio, pero mi mente iba a mil por hora. Tenía que pensar en una forma de salir de esta situación.
—Así que tú eres la mujercita de Jack, toda escondida y oculta… —dijo el desconocido en voz baja con un acento extraño. Era uno de los compañeros de trabajo de Jack, pero ¿cuál?
—Por favor. No sé qué ha hecho mi marido, pero yo no estoy metida en nada. Nunca he estado involucrada, yo...
—Shhhhh —susurró, con sus labios cerca de mi oído. Con una mano desató mi bata. Con la otra, seguía manteniendo una pistola en mi costado—. Si estás con un tipo como ese, estás metida. Esto no puede ser nuevo para ti.
Me tensé cuando sentí mi bata abrirse. El aire fresco acarició mi piel desnuda. Quería luchar o salir corriendo, pero la pistola me mantenía inmóvil.
—Iba a dejarte dormir, pero te levantaste y me lo pusiste a huevo —dijo, con voz grave y áspera—. Eres difícil de pillar, bien protegida, complicada de encontrar. Justo lo que necesito.
—Yo no... —Jadeé cuando su pulgar rozó mi pezón. Me estremecí.
—Qué buena respuesta —murmuró, con la voz espesa.
Oí pasos en el pasillo.
Se me llenaron los ojos de lágrimas al darme cuenta de que era Jack quien se acercaba.
—Qué lástima. Me apetecía conocerte mejor —murmuró. Pude sentir su excitación presionando mi espalda, dejando claras sus intenciones. Me pregunté cómo se habría saltado la seguridad de Damien y qué pretendía con todo esto.
El miedo me golpeó con fuerza mientras intentaba encontrar una salida. La puerta se abrió despacio. El único sonido que fui capaz de escuchar fue el chasquido aterrador de la pistola.
Un pequeño grito escapó de mi garganta. Una luz brillante inundó la habitación. Mis ojos intentaron adaptarse a la claridad mientras el hombre detrás de mí estaba a punto de empezar con su silencioso pero mortal interrogatorio.
No podía ver la cara de Jack. Tenía la vista nublada. Cerré los ojos con fuerza, deseando ver su rostro una última vez: su pelo del color de la madera vieja, su mandíbula fuerte y esos ojos tormentosos que tanto amaba.
—¿Dónde están mis armas, Jack? —Sus palabras eran suaves pero aterradoras—. O mejor aún, por qué no me das el orbe ya que me estoy tomando todas estas molestias.
—Se suponía que estabas muerto —dijo Jack. Tenía el rostro pálido y parecía agotado.
Jack Blair era uno de los magos más poderosos del mundo. Su poder nos había salvado muchas veces, pero incluso él tenía sus propios límites.
Parecía demasiado cansado para hacer algo contra este hombre. Las lágrimas hacían que me escocieran los ojos al ver a Jack tan derrotado.
—No cuentes con ello, Jack. No volveré a preguntártelo. Dame lo que he venido a buscar. Solo entonces quizá ella pueda salvarse.
—Mátala, y...
El desconocido se movió a la velocidad del rayo.
Jack estaba en el suelo, gritando mientras la sangre se acumulaba en su pantorrilla. No pude gritar. Tenía la respiración atrapada en la garganta. Me temblaban los labios mientras Aleksandr volvía a dirigirse a Jack.
—La siguiente es ella, y no me digas que no te importa. Me ha costado un huevo llegar hasta aquí. ¿Dónde coño está el orbe?
—¡En Toronto! Tus putas armas están en Toronto, gilipollas —dijo Jack con voz tensa. Se sujetaba la pierna ensangrentada. Se le caían las lágrimas mientras la sangre se acumulaba a su alrededor—. No puedo darte el orbe. Déjala fuera de esto, por favor.
—Has intentado matar a Nadia esta noche, ¿crees que eso no ha hecho que nuestro negocio sea ahora algo personal? —Tenía una mano puesta con fuerza en mi vagina, manteniéndome pegada a su cuerpo. La otra mano me rodeaba el cuello a medias, con la pistola aún en la mano.
Aparté la cabeza, pero él hundió la nariz en mi pelo y me mordió el lóbulo de la oreja.
—¿Es esta la primera mujer que sufre por tu culpa? ¿O solo la primera que te importa? —Sus palabras enfurecieron a Jack, cuyo rostro se contrajo de dolor mientras rasgaba parte de su camisa para vendarse la herida. No nos quitaba los ojos de encima.
—No he encontrado nada sobre ella en los últimos años. ¿Quién es? ¿Tu hermana secreta? ¿Parte de la trata de personas? ¿Un conejillo de indias?
Apreté los puños y rechiné los dientes mientras cerraba los ojos con fuerza. Odiaba escucharle decir todo eso, odiaba sentir sus dedos justo sobre mi clítoris, provocándome un deseo no deseado.
—Trata de personas… —dijo Jack en voz baja, mintiendo con naturalidad.
La pistola volvió a disparar, haciendo un agujero en el marco de la puerta junto a la cabeza de Jack.
—¡Por favor! —grité por fin, encontrando mi voz.
—¿Vas a gritar? —Su voz se volvió repentinamente dulce, y con su mano tiró de mi cara hacia él antes de darme una bofetada—. Menuda zorrita lista que te has buscado, Jack. Qué pena que esté casada con un perro como tú. Veamos si me da una buena razón para no matarte.
—Ella no es lo que buscas. Solo...
—Las necesidades cambian. Ya lo sabes —lo interrumpió. Su tono sugería que los negocios habían ido mal por más razones que la codicia—. Ven conmigo, cariño. Veamos si puedes hacerme cambiar de opinión. Intenta luchar o herirme, y me aseguraré de que cada segundo sea lo más doloroso posible.
Mis piernas flaquearon mientras me empujaba hacia delante, dejando que me cubriera con la bata mientras apuntaba con la pistola hacia la puerta. Miré a Jack, mientras me rodeé con mis brazos, sujetándome la bata contra mi cuerpo mientras luchaba por respirar.
No tuve más remedio que pasar junto a Jack. El olor de su sangre hizo que necesitara taparme la boca mientras se me llenaban los ojos de lágrimas.
Cuando el tipo pasó junto a Jack le golpeó, haciendo que me quisiera girar para ayudarlo. En su lugar, vi claramente a mi atacante irguiéndose sobre mí, con su mano saliendo disparada para empujarme hacia delante.
—Muévete.
Era alto, mucho más alto que yo. Rubio, ojos azules, piel bronceada. Sus rasgos afilados y hombros anchos hacían que el cuerpo delgado de Jack pareciera pequeño a su lado.
Tenía piercings y un pequeño tatuaje en la sien, casi oculto por la barba incipiente. Su atractivo contrastaba con su actitud letal.
Con una de sus manos me guiaba por la nuca, moviéndose por la propiedad de Jack como si hubiera estado allí muchas veces antes. Me empujó fuera de la puerta principal. Yo estaba descalza.
Hacía frío. El sol apenas empezaba a salir. Varias furgonetas estaban aparcadas delante, nuestro personal y guardias estaban atados y amordazados afuera, claramente pasando frío. Cuatro personas armadas los rodeaban.
Una de ellas era una mujer alta y delgada.
—¿Qué coño estás...?
—Vete con Keith —dijo él.
—¡Dijiste que lo matarías! —El fuerte acento ruso de la mujer me hizo sobresaltar mientras ella intentaba seguirlo hacia el vehículo. Tenía el pelo rojo y corto y tenía el rostro desencajado por la ira.
Él no respondió. En su lugar, me empujó dentro del todoterreno y cerró la puerta de un portazo mientras se unía a mí.
Suspirando, echó la cabeza hacia atrás, y dejó la pistola entre sus muslos. Me acurruqué en la esquina de mi asiento, lo más lejos posible de él.
Una lenta y perezosa sonrisa se extendió por su rostro mientras me veía moverme.
—Ponte a trabajar, cariño. Mi polla no se va a chupar sola.
Lo miré con furia.
—Vete a la mierda.
Pareció sorprendido, y su mano volvió a sujetar la pistola.
—¿No entiendes cómo funciona esto? Te deseo, te he llevado conmigo, he perdonado a tu marido. Ahora sé una buena chica o...
Me lancé a por la pistola en un intento desesperado e inútil. Me inmovilizó contra el asiento, con su cuerpo aplastando el mío. La pistola ahora estaba arrojada a un lado. Su firme agarre me mantuvo en mi sitio. Mi bata se abrió y ahora podía sentir mi piel desnuda contra su traje.
Un gruñido bajo retumbó en su garganta mientras empujaba sus caderas hacia delante, con sus ojos clavados en los míos.
—No me importaría follarte si es lo que realmente quieres.
—No, yo...
—Entonces ponte de rodillas y a trabajar —gruñó, tirando de mi pelo para forzarme a la posición mientras se desabrochaba los pantalones.
Su polla erecta saltó libre, ya húmeda.
Me llevó la cara hacia ella, y traté de apartarme. El dolor que sentí en mi pelo cuando me tiró de él era casi insoportable. La humedad de su pene manchó mi mejilla. Entonces se me llenaron los ojos de lágrimas mientras presionaba la punta de su pene contra mis labios.
Decidiendo acabar con esto cuanto antes, abrí la boca y chupé.
Gruñó. Empezó a empujar, sin importarle si era cómodo para mí o no, metiéndola hasta el fondo de mi garganta antes de soltarme. Gimió, claramente satisfecho, y su cabeza cayó hacia atrás mientras se acomodaba en el asiento, tirando de mí sobre su regazo por el pelo.
—Buena putita… —gruñó. Mi cabeza se balanceaba al ritmo de sus caderas que empezaban a moverse. Echó su cabeza hacia atrás, mientras que masajeaba con una mano mi cuero cabelludo en señal de aprecio.
Le dejé disfrutar de sus últimos momentos de paz.
Justo cuando sentí el frío metal de su pistola abandonada en mis dedos.













































