Rida Naveen
Prólogo
Era su primera hija y sería la última.
Su Luna había muerto, y todo gracias a la supuesta criatura de pelo castaño y ojos verdes de un año de edad que en ese momento caminaba por el suelo del salón.
No podía mirarla sin ver a su amada, una combinación de amor profundo y dolor agonizante corría por sus venas.
Su esposa se había ido. Nunca volvería a abrazarla. Sus planes de futuro no eran más que sueños irrealizables.
Se había emocionado cuando se enteró del embarazo de su Luna. No podía esperar a conocer a su bebé. La habitación estaba decorada, el nombre elegido; todo estaba listo. Lo único que faltaba era dar a luz.
El dolor de sus ojos quedaría grabado para siempre en su cerebro. Su Luna luchó mucho para traer al mundo a su bebé. Horas y horas de trabajo de parto, pero no se quejó ni una sola vez. Ella sabía que todo valdría la pena.
Pero no lo había sido, no para Andrés. El sonido de su esposa dando su último suspiro al mismo tiempo que su hija daba el primero fue un momento que nunca sería capaz de asimilar.
En lugar de celebrar la llegada de su hija, la maldecía. Ella le había quitado su Luna, y él nunca se lo perdonaría.
Demasiado angustiado por la muerte de su esposa, Andrés no era bueno para su manada. Su habitual personalidad de acero había sido destruida en el momento en que su Luna sucumbió, dejando así a su manada vulnerable ante sus enemigos.
Su rival más peligroso, Alfa Stone de la manada de la Media Luna Azul, no perdió tiempo en planear y ejecutar un ataque con éxito.
Lo único que evitó que la Manada del Sol fuera completamente destruida fue el acuerdo que Stone había ofrecido. De ninguna manera la oferta había sido un ejercicio de empatía; solo había sido un acto de desprecio.
Lo que Stone quería más que la muerte de Andrés era su miseria.
La mejor manera de hacerle daño —la única forma de evitar la aniquilación total y completa de la Manada del Sol— era entregar lo más preciado de su amada que le quedaba a Andrés.
Y así fue.
El Alfa Andrés de la Manada del Sol comprometió a su hija con el mismísimo diablo.
Autumn
—Autumn —llamó Nan. Nan era la figura materna en mi vida y en la de Dion.
Según me habían contado, cuando mamá falleció, papá quedó totalmente destrozado. No estaba en condiciones de cuidar a sus dos hijos, así que contrató a Nan.
Hasta hace unos años, siempre estaba en nuestra casa. Ahora sigue viniendo a menudo a pasar tiempo con Dion y conmigo.
Tenía la impresión de que aún no había asumido el hecho de que Dion y yo ya no éramos niños, así que siempre se inventaba excusas para venir a regañarnos para ser más limpios, más inteligentes, etc.
Pero la mayor parte del tiempo, Dion ni siquiera estaba en casa. Estaba siempre de viaje en misiones «importantes» a diferentes lugares, mientras que padre estaba siempre ocupado con el cuidado de la manada.
Así que yo estaba sola la mayor parte del tiempo, con solo algunas personas y libros para hacerme compañía. De vez en cuando me preguntaba qué sentiría si tuviera una madre.
Tal vez no me sentiría tan sola como ahora si ella estuviera conmigo. Tal vez papá no me trataría como si fuera un peso sobre sus hombros.
El último deseo de mi madre era que creciera para ser una mujer amable y fuerte, y así fue. Era como ella, pero me faltaba su gracia y su suavidad.
Resoplé con fastidio. Porque, en realidad, ¿quién necesitaba esos rasgos?
Sí, una Luna, pero gracias a Dios nunca iba a ser una ya que Dion era mayor que yo. Él sería el Alfa de nuestra Manada del Sol cuando papá decidiera retirarse.
Sacudiendo esos pensamientos de mi cabeza, respondí a Nan. —¿Sí?
—¡Necesito que estés abajo en treinta minutos!
Le contesté con un «vale»y continuó cocinando su receta favorita: un plato de comida china que siempre nos gustaba.
Hoy era uno de los pocos días al año en que comíamos juntos en familia. Papá dijo que tenía algo importante que decirme, algo que tenía que ver con mi vigésimo cumpleaños.
Mis niveles de curiosidad eran máximos. ¿Quizás quería comprarme mi propia casa para que por fin pudiera salir de su vida?
Mi imaginación se alejó de la realidad al pensar en comenzar una nueva vida, lejos de esta manada y del vacío que sentía aquí. Ese sería no solo mi sueño, sino también el de padre.
Me veía como una carga. Probablemente había estado rezando para que me fuera pronto, muy probablemente cuando cumpliera veinte años.
Los veinte años son especiales para nosotros, los hombres lobo, porque ese día podemos sentir nuestro vínculo de apareamiento. Eso sí, solo si ambas partes son mayores de edad.
Como cualquier otra chica, estaba emocionada, pero no tanto como mi mejor amiga Rin.
No podía dejar de hablar de si su pareja se parecería a Shawn Mendes, mientras que yo prefería el tipo de Austin Butler.
Me preguntaba dónde viviría después de encontrar a mi pareja. Nuestra casa actual era grande: mi padre era el Alfa. Me parecía completamente innecesario que tuviéramos diez habitaciones y tres pisos.
En la azotea teníamos un jardín integrado, pero yo pasaba la mayor parte del tiempo en la biblioteca o en la sala de entrenamiento de la manada.
Como muchas otras chicas de nuestra manada, sabía defenderme y entrenaba algunos días de la semana. Me gustaría ser tan buena como algunas de las entrenadoras de nuestra manada.
Tras unas agotadoras sesiones de entrenamiento con ellas, me daba cuenta de que aún me quedaba mucho camino por recorrer.
Pero estaba segura de una cosa: no iba a confiar en un macho para que me protegiera cuando era más que capaz de hacerlo yo misma.
Me sacudí cualquier sentimiento de ansiedad y cogí mi libro favorito de la estantería. La lectura era mi calmante para el estrés; me ayudaba a escapar de mi aburrida vida y a adentrarme en un mundo que deseaba que existiera.
Ahora mismo, estaba releyendo Una corte de espinas y rosas. Dion siempre se burlaba de mi obsesión por este libro porque, oh Dios, estaba completa y absolutamente ~enamorada ~de Rhysand.
Miré la hora y casi me sobresalto del susto. Eran las 8 de la tarde y llegaba tarde a cenar. Podría jurar que solo había estado leyendo unos minutos.
Salté de la cama y bajé rápidamente las escaleras, temiendo enfadar a papá por llegar tarde.
Me detuve en seco ante los rostros sombríos de mi padre y Dion.
Dion siempre estaba riendo y haciendo bromas, así que la situación me parecía bastante extraña. Papá, en cambio, estaba siempre serio y solo me daba respuestas de una sola palabra.
El corazón me latía rápidamente en el pecho. Tenía la sensación de que iba a recibir una noticia que no me iba a gustar.
—¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado? —pregunté apresuradamente, sintiendo la lengua terriblemente pesada en mi boca repentinamente seca.
—Nada. Ven a sentarte —fue la brusca respuesta que recibí de papá.
Como siempre, no estableció contacto visual conmigo. Me había acostumbrado a este comportamiento, así que ahora no me molestaba tanto.
Mis instintos me decían que algo iba muy mal; aun así, me dirigí con cautela a la mesa. La tensión en el aire era palpable, pero sabía que papá hablaría cuando decidiera que era el momento adecuado.
A mitad de la cena, Dion me dijo la palabra «lo siento» con una expresión de lástima en su rostro. Mi confusión no hizo más que aumentar.
Empujé la comida por el plato, y los bocados que había dado anteriormente se sentían como pesadas piedras en mi vientre.
Finalmente, padre habló. Sus palabras me dejaron muda.
La pequeña parte de mí que esperaba que el amor de mi padre por mí siguiera existiendo se vio aplastada.
—En dos días irás a vivir con la manada de la Media Luna Azul. Te quedarás un año, así que empieza a hacer las maletas. Tomarás un vuelo que dura quince horas para llegar allí.
—Que sepas que no voy a ceder en esto.