La jaula de la pantera - Portada del libro

La jaula de la pantera

Kali Gagnon

Capítulo 4

KATE

A la mañana siguiente me desperté con un fuerte dolor de cabeza. Gruñendo, me levanté de la cama. Me lamí los labios resecos y juraría que aún podía saborear a Tyler.

Sus labios sobre los míos habían perseguido mis sueños toda la noche anterior, junto con la forma en la que apretó su cuerpo contra el mío, abrazándome con fuerza. Volví a gemir, necesitaba que abandonara mis pensamientos.

Pensé que me olvidaría del beso una vez sobria, dudando de que fuera tan increíble como me había parecido la noche anterior. Me equivoqué.

En cuanto empecé a hacer café, sonó el timbre. Pulsé el botón para hablar con el portero. —Sra. Martin, una tal Piper Bellencourt quiere verla.

—Mmm vale. Que suba. Gracias.

Acababa de prepararme el café cuando se abrieron las puertas del ascensor y entró Piper. Llevaba una sonrisa, vaqueros y una sudadera de la Universidad de Nueva York.

Se sentó de un salto en la isla de la cocina y yo me subí a toda prisa a la encimera, frente a ella. —Buenos días —grazné.

—¿Buenos días? —preguntó—. Kate, son las dos de la tarde.

Giré la cabeza para ver la hora en el horno. Joder. No había dormido hasta tan tarde desde que tenía memoria. —Así que por eso me despiertas. —Me reí.

—En realidad, necesito mirar en tu armario. Mis padres me obligan a ir a una recaudación de fondos esta noche y necesito un vestido que ponerme.

Seguí sorbiendo mi café, mirando por encima del borde de mi taza. —Todos mis vestidos bonitos siguen en París. Tengo que empaquetarlos y enviarlos de vuelta aquí. Pero podemos ir de compras, si quieres.

Se pasó la mano por el pelo. —Si tuviera dinero para ir a comprar un vestido sexy para recaudar fondos, ¿no crees que habría sido mi primera opción?

Le hice un gesto con la mano. —Vamos. Te voy a llevar de compras. —Me tragué el resto del café—. Déjame ducharme primero.

Me siguió hasta mi habitación, discutiendo conmigo. No quería que gastara dinero en ella, pero la ignoré repetidamente. No iba a aceptar un no por respuesta, Piper era mi mejor amiga.

Me caían gotas de agua caliente por el cuerpo. Eché la cabeza hacia atrás y dejé que me salpicara la cara. Giré un segundo el grifo hacia el agua fría para despertarme, pero quizás me pasé demasiado.

Temblando, alcancé el pomo que había bajo el agua helada y lo volví a poner al rojo vivo. La puerta del cuarto de baño crujió al abrirse,

Piper se dejó caer en el asiento del inodoro. —Tu teléfono acaba de sonar.

—¿Puedes mirar quién es? —pregunté—. Probablemente sea uno de mis tíos.

Como no respondió, asomé la cabeza por detrás de la pared de piedra de la ducha. No había cortina; era una gran ducha abierta, pero el retrete estaba al otro lado de la habitación.

Piper estaba escribiendo en mi teléfono. —Hecho. He respondido también. De nada.

Dejé caer las manos a los lados. Esa chica era insufrible. —¿Quién era? —Temí saber ya la respuesta.

—Tu novio —dijo con su voz cantarina.

—Joder, Piper. ¿Qué has hecho?

Cerré la ducha. No podía dejarla sola con mi teléfono ni un minuto más. Me envolví en una toalla mientras mi teléfono sonaba de nuevo.

Me abalancé sobre ella y se lo quité de las manos. Esperaba que no fuera demasiado tarde.

TylerLo de anoche...
KateMmm hola a ti también, sexy 😉
TylerMe dejaste colgado. Sé que tú también querías más. ¿Cenamos esta noche?

Levanté la mirada de mi teléfono, centrándome en mi mejor amiga. Intenté mantener una expresión de enfado, pero su pequeña sonrisa que decía lo siento me hizo reír. Pasé junto a ella y volví a mi dormitorio.

Por mucho que quisiera volver a ver a Tyler, sabía que era un mal momento.

KateLo siento. Realmente no tengo tiempo

Esperaba una respuesta rápida como la anterior, pero no llegó nada. Estuve mirando el móvil cada treinta segundos como una loca. Finalmente, lo dejé caer sobre la cama y me puse algo de ropa.

Sólo tenía una pequeña selección para elegir, pero unos vaqueros y un abrigo de paño tendrían que bastar. Ignoré a Piper mientras me maquillaba, pero no pareció importarle.

Estaba tumbada en mi cama enviando mensajes a Ben desde su propio teléfono.

Mientras me cepillaba el pelo, oí una campanilla en mi teléfono que indicaba un nuevo mensaje. Corrí a mi dormitorio y cogí el móvil antes de que Piper pudiera hacerlo.

Tyler¿No tienes tiempo esta noche? Entonces mañana.

Me paseé por el suelo de mi habitación, pensando en qué responder. Piper tenía los ojos clavados en mí, así que la puse al corriente.

—En serio, Kate. Dale una noche. Tienes tiempo para un orgasmo, deja de ser tan aburrida.

Seguí caminando. Incapaz de quitarme su cara de la cabeza, sabía que debía verle y acabar de una vez con esto. No es que no fuera a disfrutarlo. Además, odiaba que Piper me llamara aburrida, y ella lo sabía.

No quería convertirme en la mujer de negocios que ya no tenía tiempo para divertirse. —De acuerdo. A la mierda —dije.

—Esa es mu chica. —Piper dio una palmada en el cabecero de mi cama y yo le envié un mensaje a Tyler antes de que pudiera cambiar de opinión.

KatePensándolo bien, tengo un hueco esta noche.

La respuesta fue inmediata.

TylerLo estoy deseando. Tengo muchas ganas de verte, La Gran Kate ;)

Tyler y yo acordamos que él prepararía la cena en su apartamento. Me habría parecido bien aunque solo fueran macarrones con queso de caja, porque, si te soy sincera, me encantaban demasiado.

Yo no sabía cocinar sin quemarlo todo, así que me intrigaba que él lo hiciera. Sobre todo porque no parecía tener más de veintiún años.

Nunca había estado con un chico más joven. Estaba encantada y nerviosa al mismo tiempo.

La actitud de Piper fue alegre durante todo el día de compras. No podía borrar la sonrisa de su cara, y sólo una parte de eso tenía que ver con ese tal Ben.

Tenía previsto reunirse con él esa noche, después de la recaudación de fondos, y quería llevar el mismo vestido en ambas ocasiones, de ahí que necesitaba un nuevo conjunto sexy.

Encontró un vestido rojo brillante que era demasiado corto para una recaudación de fondos, pero perfecto para complacer a cualquier hombre.

Se ceñía a su cuerpo, que tenía unas curvas que me daban envidia, y quedaba increíble con su pelo y sus ojos oscuros. Elegimos un par de tacones negros que hacían que sus piernas parecieran kilométricas.

—Vas a dejarlo sin aliento —le dije.

—No quiero quitarle el aliento a menos que sea en la cama.

Puse los ojos en blanco. Había estado demasiado distraída besando a un desconocido, ni siquiera había echado un vistazo a Ben. Piper tenía buen gusto, así que dudaba que fuera menos que Tyler.

Su gusto era bastante aleatorio; se acostaba con cualquiera, hombre o mujer, daba igual. Pero siempre eran tremendamente sexis.

Piper y yo nos separamos después de ir de compras, y yo volví a casa para prepararme para mi cita.

Encontré a Nicolette rebuscando en los armarios de la cocina. Se volvió para mirarme antes de volver a mirar los armarios. —No hay comida en esta maldita casa —dijo sin levantar la vista hacia mí.

—Pide algo de comer entonces.

—¿Con qué dinero? —bromeó—. Ya sabes, lo tienes todo tú.

Suspiré con fuerza, esperando que captara mi enfado. —No tengo nada que ver con eso, Nicolette. Siguió hacia la nevera, evitando mirarme a los ojos.

Sabía que acabaría gritándole si me quedaba allí. Tenía que irme. —Voy a salir. Toma algo de dinero.

Metí la mano en el bolso y dejé caer diez billetes de cien dólares sobre la isla de la cocina. Mil dólares la harían callar al menos durante un día. Luego salí furiosa del ático.

Llegaría pronto a casa de Tyler, pero en ese momento no me importaba. Con suerte, a él tampoco.

El portero me pidió un taxi mientras esperaba impaciente. Estaba furiosa con Nicolette y no podía hacer nada.

Le di al taxista la dirección que Tyler me había enviado por mensaje de texto y me recosté en el asiento. Casi me arrepentí de no haberme cambiado antes de salir, pero luego le di un giro positivo.

No tenía tiempo para impresionar a Tyler, y si no le gustaban mis vaqueros y mi aburrida camiseta de cuello en V, me daba igual. Bueno, tal vez me importaba un poco.

El taxi se detuvo frente a su edificio, moderno y agradable por dentro. Tenía que estar ganándose la vida decentemente para vivir en el Upper West Side de Manhattan.

Inmediatamente, supe que no quería hablar de negocios ni de trabajo con él. Los hombres tienden a ponerse raros cuando sus mujeres ganan mucho más dinero que ellos. Así que no tenía ningún deseo de contarle nada sobre mi éxito laboral.

El portero, Scott, o eso indicaba su etiqueta, me condujo al ascensor. Se quitó el sombrero y pulsó el botón de la planta 28.

Subí en silencio, con mi piel erizándose ¿Por qué estoy nerviosa?

El ascensor se abrió ante un amplio pasillo con suelo de mármol negro. Me dirigí a su apartamento y golpeé la puerta de madera con los nudillos.

Cuando se abrió, entré en un salón sin decorar. Parecía como si acabara de mudarse. Había cajas por todas partes y las paredes estaban desnudas.

Tyler retrocedió unos pasos, haciéndome sitio para entrar. Tenía el pelo mojado, como si acabara de salir de la ducha. Unos vaqueros le colgaban de las caderas y no llevaba camisa.

Estaba en muy buena forma, lleno de tatuajes de colores cubriéndole ambos brazos. Intrincados diseños cubrían también su abdomen y sus hombros. Me pregunté si algún centímetro de él no estaría tatuado.

Me esforcé por mirar hacia su cara. Su sonrisa no hizo más que aumentar al ver cómo lo miraba.

—Llegas pronto —observó, mirando un reloj inexistente en su muñeca.

—Lo sé —respondí—. Lo siento, tuve una discusión con alguien y pensé en venir hacia aquí ya. —Su sonrisa no vaciló—. Puedo irme y volver si necesitas... um... prepararte.

Mi mirada se desvió de nuevo hacia su estómago. Su voz me devolvió la mirada. —En realidad me gusta verte así —dijo—. Babeando por mí.

Me reí, con un rubor de vergüenza extendiéndose por mis mejillas. —¡No estoy babeando!

—Tal vez, pero te gusta lo que ves.

Dejé caer mi bolso encima de una caja marrón y me acerqué a él. Me mantuve confiada, para no perderme hablando con él.

—Me gustan tus tatuajes —le dije, y luego me deslicé junto a él, asegurándome de frotar mis pechos contra su brazo—. ¿Te acabas de mudar? —le pregunté.

—Estoy en proceso —respondió.

Tampoco le interesaban las conversaciones triviales, a menos que implicaran quitarme la ropa. Sus manos se deslizaron alrededor de mi cintura desde atrás.

Su cálido aliento se extendió por mi cuello, provocándome un cosquilleo en todo el cuerpo. Me aparté antes de que sus labios acariciaran mi piel.

Se rio, entrando en su cocina. —¿Qué te gustaría cenar?

En el suelo había un bloc de notas con un dragón dibujado. Naranjas y amarillos salían disparados de la boca del dragón, mostrando un poder increíble.

Curiosamente, verle como una especie de artista hizo que me gustara más. Levanté mis ojos hacia los suyos. —No he venido a cenar, Tyler.

Levantó una ceja y me miró. Las brillantes luces del techo hacían brillar su piel bronceada y ligeramente húmeda. —Pero tienes hambre. —Su insinuación no implicaba comida.

—Supongo que podría llamarse así —respondí, pasando la mano por otra caja de cartón.

Se acercó a mí, sin romper el contacto visual. —Oh, te llenaré enseguida.

Tragué saliva y, en contra de mi buen juicio, salté a sus brazos. Sus manos me apretaron las nalgas y me estrecharon contra su cuerpo. Eché la cabeza hacia atrás mientras me rodeaba el cuello con los labios.

Gimió en mi oído: —Sabía que querías esto.

—Oh, cállate.

Apreté los labios contra los suyos. Él se movió, sujetándome contra una pared desnuda, y yo me encontré con las manos tirando de su reluciente pelo castaño.

Me llevó hasta otra pared desnuda, con sus ojos oscuros clavados en los míos. Finalmente, llegamos al dormitorio, donde me arrojó a la cama con facilidad.

Me sorprendió que hubiera sábanas, dado el estado de desnudez del resto de su apartamento.

—¿Tyler, esto será sólo una vez, ¿vale?

Sonrió. —Sólo una vez...

Se desabrochó los vaqueros y se los bajó junto con los calzoncillos. Me quedé sin aliento cuando toda su gloria se liberó. Sonreí como sólo un demonio lo haría, y se abalanzó sobre mí.

Horas después, sin aliento y completamente agotado, rodó sobre un costado y me sonrió. —Bueno, eso ha sido mucho mejor que cualquier cena.

—Definitivamente estoy de acuerdo en eso —jadeé.

Nos quedamos callados unos minutos, los dos intentando orientarnos. Me incorporé, dispuesta a volver a vestirme y salir de su apartamento, pero él habló.

—¿Con quién discutiste? —me preguntó. Me di la vuelta. Estaba moviendo los dedos sobre las sábanas mientras las miraba arrugadas.

—¿Qué?

—Antes —empezó—. Dijiste que viniste aquí tan pronto porque habías estado discutiendo con alguien.

La última persona de la que quería hablar era Nicolette. Ella podía arruinar el buen humor de cualquiera. —Con mi hermana —dije—. Peleas familiares normales, supongo.

Se encogió de hombros. —Tengo dos hermanos. Créeme, sé cómo pueden llegar a ser los hermanos.

Tyler y yo nos estábamos adentrando en terreno peligroso al hablar de nuestras familias. Se suponía que esto iba a ser algo puntual y superficial; no teníamos por qué contarnos información sobre nuestras familias.

Supuse que él sentía lo mismo cuando rodó sobre mi cuerpo.

—¿Cuarto asalto? —preguntó, sonriendo como un tonto.

La mañana llegó demasiado rápido. Tyler me había tenido despierta casi toda la noche, y yo estaba demasiado cansada para irme una vez que hubiéramos terminado de explorarnos mutuamente. Apenas habíamos dormido dos horas.

No nos molestamos en charlar más que un poco sobre nuestros hermanos, pero ya sabía lo suficiente sobre él como para contarle con detalle sus posturas sexuales favoritas.

Por no mencionar que aquel chico tenía aguante, otra señal de que era más joven que yo. La mayoría de los hombres con los que había estado en el pasado eran mayores, treintañeros, a veces incluso cuarentones.

Esa era la edad típica de alguien que podía igualar mi estatus en el mundo de los negocios. Parecía que siempre había estado con hombres mayores hasta que se me había acercado el baboso de Tyler en aquel bar.

Su teléfono hizo sonar una odiosa alarma y me acerqué a él para despertarlo. Abrió los ojos, aún llenos de deseo.

Me besó suavemente en los labios antes de darse la vuelta para coger el móvil. Murmuró algo en voz baja y volvió a besarme.

Me sorprendió el afecto de la mañana siguiente y no estaba segura de si debía disfrutar de esa eufórica sensación en el pecho o salir corriendo rápidamente.

—Por mucho que no quiera salir de la cama contigo, el deber me llama.

Le sonreí, molesta conmigo misma por no querer dejarle. La noche anterior, me había hecho sentir cosas que nunca pensé que sentiría. Ni siquiera sabía que existía el sexo así.

Era rudo, pero apasionado. Exigente, pero generoso. Lo único que sabía era que quería más. Mucho más de él.

Eché un vistazo a su teléfono para ver la hora. Eran las once de la mañana. —¡Mierda! —Salté de la cama y me puse la ropa de la noche anterior.

—Tenía que encontrarme con mis tíos hace media hora. —Tropecé, saltando dentro de mis vaqueros, y me pasé la mano por el pelo desordenado.

Corrí a su cuarto de baño, cogiendo un trozo de papel higiénico para limpiar el maquillaje que mi noche de sexo increíble había emborronado.

Tyler se acercó por detrás y me giró hacia él. Inclinó la cabeza para besarme. Se introdujo en mi cuerpo, igual que la primera noche que lo besé.

—Bueno, Kate. Espero que tengas un día increíble —dijo, citando su frase que había iniciado todo esto entre nosotros.

Sonreí y corrí hacia el pasillo, acordándome apenas de coger el bolso por el camino. Tyler me siguió, con una sonrisa. Miré su cuerpo de arriba abajo.

—Gracias, Tyler. Por la mejor noche que he tenido en mucho tiempo.

—¿Kate? —Su voz era tranquila. Levanté la vista hacia él—. Sé que dijimos sólo una vez, pero esto va a suceder de nuevo, ¿verdad? —preguntó.

No. —Te prometo que volverá a suceder. —Mierda~.~ Me guiñó un ojo antes de dejar que la puerta de su apartamento se cerrara detrás de mí.

Llamé a un taxi en la puerta de su edificio, el gélido aire de noviembre me hacía temblar. Le pedí al conductor que me llevara al Garden, donde había quedado con mis tíos.

La noche anterior había recibido varios mensajes suyos informándome de la hora de la reunión.

Me iban a presentar a los jugadores. Habían sido informados de la prematura muerte de mi padre, pero no estaban seguros de qué pasaría con su parte del equipo.

Podría habérselo vendido a mis tíos, pero si había un solo negocio de mi padre que quería conservar, ese era el de los New York Blades.

—Llegas tarde —dijo John mientras me acompañaba al edificio.

Abrió una puerta que daba a una sala de conferencias y me senté junto a Fred.

No me alegré mucho cuando entró mi primo, con el pelo rojizo alborotado por el viento o quizá por su falta de habilidad para peinarse. Esto último, más probablemente.

—Cuánto tiempo sin vernos —las palabras de Kevin cargadas de su falsa excitación resonaron por toda la habitación.

—Me alegro de verte, Kev —mentí.

Nos sentamos todos alrededor de la mesa y Kevin no paraba de hablar del nuevo jugador que habíamos adquirido. Dejé de escuchar su voz abiertamente confiada y dejé que mis pensamientos se trasladaran a mi noche con Tyler.

No era el típico hombre en el que solía fijarme: cubierto de tatuajes y con una boca traviesa, un auténtico chico malo. No tenía nada que ver con mis citas anteriores, que contestaban al teléfono para hablar de trabajo durante la cena.

Un hombre con el que salí, Philippe, se puso como un energúmeno mientras comíamos crepes en mi habitación de hotel. Se quejaba de que las mujeres no debíamos estar en los consejos de administración y de que la menstruación nos incapacitaba para tomar decisiones con conocimiento de causa.

Le eché agua a la cara y le dije que se la metiera por donde le diera la gana.

Todos los hombres que había conocido en los últimos años me hacían apreciar aún más la cruda honestidad de Tyler.

La forma en que sus manos y su boca recorrían cada centímetro de mi cuerpo... Me estaba excitando sólo de pensar en él.

—Kate, ¿estás escuchando?

Levanté la vista y vi a Kevin mirándome. —¿Hm? —Sacudió la cabeza, molesto—. Sí, estoy de acuerdo. —Fue un tiro a ciegas.

No tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero al parecer, mi respuesta funcionó, porque todo el mundo se levantó de sus respectivas sillas.

Kevin había engordado unos diez kilos desde la última vez que lo vi. Era un poco mayor que yo, pero actuaba como un maldito quinceañero. Y se creía mejor que todo el mundo.

Me puso la mano en la espalda y me sacó de la habitación. Me estremecí, apartándome de él, y me apresuré a colocarme entre mis tíos.

John era mi favorito; siempre había tenido debilidad por mí. Mi tío Fred también me adoraba, pero era el padre de Kevin y no era ajeno al distanciamiento tácito entre mi primo y yo.

Julian nos esperaba fuera de los vestuarios. Las puertas de doble cristal que tenía detrás impedían ver el interior. Sonreí al ver las letras NYB y dos palos de hockey detrás, el logotipo de los Blades.

Me incliné para besarle la mejilla, su gran sonrisa me reconfortó el corazón. —Les he dicho a los chicos que se porten bien porque está a punto de entrar su nuevo dueño —dijo Julian en voz baja.

—Siempre sé que puedo contar contigo —respondí, mientras estrechaba las manos de mis tíos y mi primo.

Julian nos aguantó las puertas y yo entré primero, ya que era la única mujer. Mis ojos se posaron en la enorme cantidad de testosterona sentada ante mí, cubierta de protecciones, lista para patinar.

Mi propia inhalación aguda me asustó cuando vi a los jugadores delante de mí, a uno en particular. Unos ojos oscuros se clavaron en los míos como si estuvieran dispuestos a cazar, fuertes, poderosos e intrépidos.

Estaba oficialmente en la jaula de una pantera.

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